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jueves, 3 de marzo de 2011

ROMEO Y JULIETA DE WILLIAM SHAKESPEARE

EL TEATRO MODERNO

 Entre los siglos XVI y XVII el teatro adquiere, con dramaturgos como Lope de Vega, Calderón de la Barca, Molière y Shakespeare, sus características modernas. Ello fue posible gracias a la nueva valoración de la vida humana surgida con el Renacimiento. La literatura antigua pretendía representar un mundo ideal, de modo que en el teatro griego los conflictos nacían del destino previsto por los dioses para los personajes. La literatura moderna, en cambio, aspira a reflejar la vida real, y los conflictos de los personajes teatrales tendrán mucho que ver con sus sentimientos, vicios y virtudes, así como con su propia historia y con el ambiente que los rodea. Buen ejemplo de todo esto son las treinta y siete obras teatrales que se conservan de William Shakespeare, en las que se mezclan el verso y la prosa. En estas piezas, igual que en la vida, aparecen juntos lo sublime y lo realista, lo trágico y lo cómico, lo importante y lo intrascendente.

EL TEATRO ISABELINO

 El teatro isabelino (1558-1625) es una denominación que se refiere a las obras dramáticas escritas e interpretadas durante el reinado de Isabel I de Inglaterra ([reina desde 1558 hasta]-1603), y se asocia tradicionalmente a la figura de William Shakespeare (1564-1616). En realidad los estudiosos extienden generalmente la era isabelina hasta incluir el reinado de Jacobo I († 1625), hablándose entonces de "teatro jacobino", e incluso más allá, incluyendo el de su sucesor, Carlos I, hasta la clausura de los teatros en el año 1642 a causa de la llegada de la Guerra civil ("teatro carolino"). El hecho de que se prolongue más allá del reinado de Isabel I hace que el drama escrito entre la Reforma y la clausura de los teatros en 1642 se denomine Teatro renacentista inglés. Shakespeare le dedica a Jacobo I algunas de sus obras principales, escritas para celebrar el ascenso al trono del soberano, como Otelo (1604), El rey Lear (1605), Macbeth (1606, homenaje a la dinastía Estuardo), y La tempestad (1611, que incluye entre otros una "mascarada", interludio musical en honor del rey que asistió a la primera representación.). El período isabelino no coincide cronológicamente en su totalidad con el Renacimiento europeo y menos aún con el italiano, mostrando un fuerte acento manierista y Barroco en sus elaboraciones más tardías.

WILLIAM SHAKESPEARE (1564-1616)

Shakespeare no es sólo el más importante autor teatral del Barroco inglés, sino, sobre todo, uno de los grandes genios de la literatura universal. Con él, el género dramático alcanza la modernidad y recupera a la vez la hondura del teatro griego, perdido en la época medieval. Sus obras nos han dejado, además, un nutrido grupo de personajes inolvidables. Dramaturgo y escritor inglés nacido en Stratford a orillas del río Avon. Desde niño tuvo inclinación hacia en teatro. Se sabe que reveses de fortuna le impidieron terminar su educación formal. De joven integró la compañía de actores "Del gran Chambelán", y desde 1603 en la "Compañía del Rey" con la que se asocia y para la que escribe todas sus obras. Tuvo buenas remuneraciones, y su reputación literaria se fue afirmando. Casi la mitad de las obras que se le han atribuido fueron impresas en forma póstuma. Los 154 sonetos de Shakespeare, escritos en 1595 y publicados en 1609, son meditaciones sintéticas sobre el amor, la muerte, la fidelidad, la belleza, etc. La ambigüedad del lenguaje y de los seres es uno de los temas principales de la obra de Shakespeare. Muere en 1616, en su ciudad natal.

Su producción puede ser dividida en tres grupos:
  1. Dramas históricos.
  2. Comedias.
  3. Tragedias.
1) Dramas históricos. Su tema fundamental es la despiadada lucha por el poder. Los personajes históricos aparecen humanizados, lejos del habitual tono legendario y mítico. Por su ambientación, se distinguen dos tipos:
Historia inglesa: diez piezas en las que se repasan casi tres siglos de la historia de Inglaterra, especialmente conflictivos por sus continuas guerras civiles. Destacan los siguientes títulos:
o Ricardo III: su malvado protagonista, el jorobado Gloucester, sirve al autor para reflexionar sobre el tema del mal.
o Enrique IV (dos partes): un personaje secundario, el vividor, glotón y cobarde Falstaff, se hizo tan popular que obligó a Shakespeare a hacerle reaparecer en la comedia Las alegres casadas de Windsor.
Historia antigua: de ambientación grecolatina, son:
o Julio César: centrada en la figura de Bruto, que asesina a César para devolver la libertad a Roma, pero fracasa al ser víctima de la ambición de otros conjurados.
o Antonio y Cleopatra: el amor de los protagonistas, un general romano y una reina egipcia, opuesto a los intereses políticos de la época, les conduce a la muerte.
 2) Comedias. Las comedias de Shakespeare destacan por el virtuosismo técnico del enredo y por su indagación en los sentimientos. En muchas domina un ambiente italianizante y cortesano, como en Mucho ruido y pocas nueces, La fierecilla domada o Bien está lo que bien acaba. Las dos piezas más importantes de este grupo son:
-Sueño de una noche de verano: de carácter alegre y fantástico, narra varios enredos amorosos durante la noche de San Juan, en tres niveles distintos pero entrelazados: los pobres, los aristócratas y los seres mágicos del bosque. Es la obra más optimista del autor.
-El mercader de Venecia: pese a su final feliz, la melancolía del protagonista y el odio del judío Shylock, que arremete contra el antisemitismo en un famoso monólogo, dan a esta pieza un fondo amargo.  
3) Tragedias. Obras de madurez, casi todas, son la cumbre del teatro de Shakespeare. A través de sus protagonistas, símbolos de las distintas pasiones del hombre, el dramaturgo traza un profundo retrato de la complejidad del alma humana y de las grandes dificultades de la vida.  
 • Romeo y Julieta: la enemistad entre sus respectivas familias y la fatalidad se alían para impedir la unión entre los jovencísimos protagonistas, prototipos de amantes apasionados.
 • Hamlet: príncipe de Dinamarca, al protagonista se le aparece el fantasma de su padre asesinado exigiendo venganza. Las dudas y la indecisión, expresadas en famosos monólogos, torturan al joven, pues entre los culpables están su madre y el padre de su amada. Al final, a costa de su propia vida, consumará el sangriento castigo.
 • Otelo: el malvado Yago, fomenta los celos de Otelo, quien llegará a estrangular a su amada mujer, la inocente Desdémona.
 • Macbeth: la ambición de poder, alentada por su esposa, lleva al noble escocés Macbeth al crimen. Conseguirá la corona, pero ambos sufrirán terribles remordimientos antes de su trágico final.
 • El rey Lear: el anciano protagonista, tras intentar medir el amor de sus hijas, destierra a la única que le quiere de verdad, engañado por la hipocresía de las otras dos. Acabará destronado, abandonado por todos y medio loco. 

 EL TEATRO DEL GLOBO

 El antiguo teatro The Globe (El Globo) fue construido en 1599 por Peter Street; se encontraba a orillas del río Támesis en las afueras de la ciudad de Londres. Se cree que era un polígono de aproximadamente 30 metros de diámetro (medida aproximada que compartía con el resto de los teatros de la época) este tamaño permitía el ingreso de un total de 3350 espectadores, a pesar de ello no se puede saber si el teatro brindó alguna función con su capacidad colmada. El escenario era un rectángulo que sobresalía de la circunferencia de la construcción e invadía el sector del proscenio, medía aproximadamente 13 metros de ancho por 8 metros de profundidad y un metro y medio de altura. Tenía dos trampillas a través de donde se llegaba al escenario por la parte inferior del mismo, la primera se encontraba en el sector anterior y la otra en el posterior. La parte de abajo del escenario era conocida como el infierno y por allí aparecían y desaparecían personajes sobrenaturales (demoníacos) tales como el fantasma de Hamlet.
Las columnas que se encontraban sobre el escenario sostenían el techo en donde se encontraba otra trampilla desde la cual colgaban personajes divinos provenientes del cielo; probablemente estos fueran sostenidos con las cuerdas y/o arneses que se pudieran conseguir en la época. Las tres puertas que daban al escenario conducían al detrás de escena en donde esperaban su entrada los actores y por donde salían los personajes heridos que morían fuera de escena, estos luego eran conducidos a la altura de alguna de las puertas para que la audiencia pudiera verlos, sin la necesidad de que ingresaran nuevamente al escenario, y así comprender que habían sido muertos realmente. Encima de estas puertas se encontraba un balcón que era utilizado cuando se necesitaba un espacio superior para desarrollar la acción; una de sus más famosas utilizaciones fue en la ya conocida escena de Romeo y Julieta.

ROMEO Y JULIETA

Los Montescos y los Capuletos, las dos principales familias de Verona, son enemigas. Romeo, hijo del viejo Montesco, asiste enmascarado a una fiesta en casa de los Capuletos y, si antes se creía enamorado de Rosalina, ahora descubre que su verdadera pasión es Julieta. Después de la fiesta, los jóvenes se encuentran inflamados en mutuo amor. Y, estando bajo la ventana de Julieta, Romeo la oye confesar a la noche su amor por él, y obtiene su consentimiento para un matrimonio secreto. Con la ayuda de fray Lorenzo se casan al día siguiente. Mercutio, amigo de Romeo, encuentra a Tebaldo, biznieto de la señora Capuleto, furioso por haber descubierto la presencia de Romeo en la fiesta; Mercurio y Tebaldo riñen. Romeo interviene, y al desafío de Tebaldo responde con palabras que ocultan el nuevo vínculo de parentesco, y rehúsa batirse. Mercutio se indigna ante tanta sumisión y saca la espada. Romeo trata en vano de separar a los contendientes, consiguiendo tan sólo dar ocasión a Tebaldo para herir de muerte a Mercutio. Entonces Romeo se ve arrastrado a luchar y mata a Tebaldo.
Es condenado al destierro y, al día siguiente, después de haber pasado la noche con Julieta, deja Verona para ir a Mantua, siendo exhortado por fray Lorenzo, que entiende que aquél es el momento oportuno para hacer público su matrimonio. Julieta, forzada por su padre a casarse con el conde Paris y aconsejada a hacerlo incluso por su nodriza, que antes había favorecido su unión con Romeo, se deja convencer por fray Lorenzo de que consienta, pero bebiendo la víspera de la boda un narcótico que la hará parecer muerta durante cuarenta horas. El fraile mismo se ocupará de avisar a Romeo, que la sacará del sepulcro a su despertar y la conducirá a Mantua. Julieta pone en práctica el consejo. Pero el mensaje no llega a Romeo porque el fraile que debía entregarlo es detenido como sospechoso de contagio; en cambio le llega la noticia de la muerte de Julieta. Compra a un boticario un poderoso veneno y se dirige hacia el sepulcro para ver a su amada por última vez; en la entrada encuentra a Paris y lo mata en duelo. Entonces, Romeo, después de haber besado a Julieta por última vez, bebe el veneno. Julieta vuelve en sí y encuentra a Romeo muerto, con la copa aún en la mano. Se da cuenta de lo sucedido y se apuñala. Este trágico fin es narrado por el fraile (que llegó demasiado tarde para impedirlo) y por el paje del conde Paris. Los jefes de las dos familias enemigas, conmovidos por la catástrofe provocada por su enemistad, se reconcilian.


T E X T O
 (ACTO TERCERO-ESCENA TERCERA)
 Celda de Fray Lorenzo
 (Fray Lorenzo y Romeo)
Fray Lorenzo: Ven, pobre Romeo. La adversidad se ha amartelado de ti, y el sufrimiento se ha casado contigo.
Romeo: Padre, dígame ¿qué ha ordenado el Príncipe? ¿Hay alguna condena nueva que yo no haya sentido?
Fray Lorenzo: Te traigo el dictamen del Príncipe.
Romeo: ¿Y cómo ha de ser si no es de muerte?
Fray Lorenzo: No. Es menos severo. No es de muerte sino de exilio.
Romeo: ¡De exilio! Por piedad, padre, diga que es de muerte. El exilio me causa más miedo que la muerte. No me hable de exilio.
Fray Lorenzo: Te ordena que dejes Verona; pero no te preocupes; el mundo es muy ancho.
Romeo: Fuera de Verona no hay mundo, sino purgatorio, infierno y desesperación. Exiliarme de Verona es como exiliarme de la Tierra. Lo mismo me da que digas muerte que exilio. Te ruego que con un hacha de oro troces mi cabeza, y luego te carcajees del golpe mortal.
Fray Lorenzo: ¡Oh, qué aciago pecado es el desagradecimiento! Tu delito merecía la pena de muerte, pero la condescendencia del Príncipe cambia la muerte en exilio, y aún no se lo agradeces.
Romeo: Tal indulgencia es perversidad. El cielo está aquí donde vive Julieta. Un ratón, un gato y un perro pueden vivir bajo este cielo y verla. Únicamente Romeo no lo puede hacer. Más honra, más gloria, más felicidad tiene una mosca o un insecto mugriento que Romeo. Ellos pueden tocar aquella blanca y fascinante mano de Julieta, o posarse en sus benditos labios, en esos labios tan llenos de virginal humildad que juzgan pecado el tocarse. No lo hará Romeo. Le ordenan exiliarse y tiene envidia a las moscas que vuelan. ¿Por qué aseguras que el exilio no es la muerte? ¿Tienes algún veneno sutil, algún hierro afilado que me provocará la muerte más rápido que esa indigna palabra exilio? Eso es lo que en el infierno se dicen unos a otros los condenados. ¿Y tú, sacerdote, confesor mío y mi amigo mejor, eres el que vienes a matarme con esa palabra?
Fray Lorenzo: Escucha, joven loco y apasionado.
Romeo: ¿Me hablará de nuevo del exilio?
Fray Lorenzo: Te hablaré de una filosofía que te sirva de escudo y te alivie paulatinamente.
Romeo: ¡Exilio! ¡Filosofía! Si no basta para crear otra Julieta, para arrancar un pueblo de su lugar, o para hacer cambiar de voluntad a un príncipe, no me sirve de nada, ni la quiero, ni la escucharé.
Fray Lorenzo: ¡Ah, hijo mío! Los locos no escuchan.
Romeo: ¿Y por qué deben de escuchar, si los que están cuerdos no tienen ojos?
Fray Lorenzo: Te daré un buen consejo.
Romeo: No creo que puedas hablar de lo que no sientes. Si fueras joven, y recién casado con Julieta, y la adoraras locamente como yo, y hubieras matado a Teobaldo, y te exiliaran, te arrancarías los cabellos al hablar, y te arrastrarias como yo, midiendo tu tumba. (Llaman dentro).
Fray Lorenzo: Llaman. Escóndete, Romeo.
Romeo: No lo haré porque la nube de mis suspiros me esconderá de quienes vengan.
Fray Lorenzo: ¿No escuchas? Escóndete, Romeo, que te van a capturar ... Ya voy ... Escóndete. Dios mío, ¡qué obstinación, qué locura! Ya voy. ¿Quién llama?
Ama: Permítame entrar. Traigo un mensaje de mi ama Julieta.
Fray Lorenzo: Bienvenida seas. (Entra el Ama).
Ama: Dígame, divino religioso, ¿dónde está el esposo y señor de mi señora?
Fray Lorenzo: Obsérvalo tendido en el piso, llorando desconsoladamente.
Ama: Esa misma actitud tiene mi señora.
Fray Lorenzo: ¡Infausto amor! ¡Suerte cruel!
Ama: Lo mismo que él: llorar y gemir. Levántate, levántate del piso; ten fortaleza varonil. Por amor de mi señora, por amor de Julieta. Levántate, y no lances tan descorazonados lamentos.
Romeo: Ama.
Ama: Señor, la muerte acaba con todo.
Romeo: ¿Qué decías de Julieta? ¿Qué le ha ocurrido? ¿No me llama asesino a mí, quien manchó con sangre la infancia de nuestra felicidad? ¿Dónde está? ¿Qué dice?
Ama: Nada, señor; sólo llora. Unas veces se acuesta en el catre, otras se levanta y grita: Teobaldo, Romeo, y se acuesta de nuevo.
Romeo: Como si ese nombre fuera un proyectil de mosquete que la matara, como lo fue la perversa mano de Romeo que mató a su familiar. Dígame, padre, ¿en qué sitio de mi cuerpo se encuentra mi nombre? Dígamelo, porque quiero saquear su aborrecible morada. (Saca el puñal).
Fray Lorenzo: Detén esa diestra homicida. ¿Eres hombre? Tu exterior dice que sí, sin embargo tu llanto es de mujer, y tus acciones de bestia falta de libre albedrio. Me causas temor. Juro por mi santo hábito que yo creía que tenías una voluntad más firme. ¡Matarte después de haber matado a Teobaldo! Y matar además a la mujer que solamente vive por ti. Dime, ¿por qué reniegas de tu estirpe, y del cielo y de la tierra? Todo lo perderás en un instante, y deshonrarás tu nombre y el de tus padres, además de tu amor y juicio. Posees un gran tesoro, tesoro de mezquino, y no lo usas para enaltecer tu persona, tu amor y tu ingenio. Tu noble apetito es figura de cera, falta de aliento viril. Tu amor es perjurio y juramento vacío, y deshonra de lo que juraste, y tu entendimiento, que tanto realce daba a tu amor y a tu fortuna, es el que ciega y descamina a tus demás potencias, como soldado que se inflama con la misma pólvora que tiene, y perece víctima de su propia defensa. ¡Anímate, Romeo! Recuerda que Julieta vive; vive esa mujer por quien hace un momento hubieras dado la vida. Éste es un consuelo. Teobaldo te buscaba para matarte, y lo mataste tú. He aquí otro consuelo. La ley te sentenciaba a muerte, y la pena se cambió en exilio. Otro consuelo más. Las bendiciones del cielo están cayendo sobre ti, y tú, como mujer liviana, recibes con mal semblante a la felicidad que llama a tus puertas. Dios jamás ayuda a los desagradecidos. Ve a ver a tu esposa: sube por la escala, como lo acordamos. Anímala, y huye de su lado antes que rompa el día. Irás a Mantua, y allí permanecerás, hasta que se pueda difundir tu casamiento. Luego de que sus familias hagan las paces y el Príncipe calme su indignación, entonces regresarás, mil veces más alegre que lo triste que te vas ahora. Vete, Ama. Dale mil saludos de mi parte a tu señora. Haz que todos se acuesten rápido, lo cual será fácil por el disgusto de hoy. Dile a tu señora que allá va Romeo.
Ama: Durante toda la noche me estaría escuchándolo. ¡Qué cosa tan excelente es el saber! Voy a alentar a mi señora.
Romeo: Sí; dile que se prepare para maltratarme.
Ama: Toma este anillo que ella me dio, y vete, que ya cierra la noche. (Vase).
Romeo: Ya renacen mis esperanzas.
Fray Lorenzo: Adiós. No olvides lo que te he dicho. Sal antes de que rompa el día, si sales después, vete disfrazado; y a Mantua. Tendrás con frecuencia noticias mías, y sabrás todo lo que pueda interesarte. Adiós. Dame la mano. Buenas noches.
 (ACTO CUARTO - ESCENA TERCERA)
 Habitaciones de Julieta
 (Entra Julieta y su Ama)
Julieta: Sí, estos vestidos son los mejores; sin embargo, querida Ama, te ruego que me dejes sola esta noche, pues necesito rezar mucho, para mover a los cielos a favorecerme en mi situación, que, como sabes muy bien, es infausta y llena de pecados.
(Entra la señora de Capuleto).
Señora de Capuleto: ¿Están muy ocupadas? ¿Quieren que les ayude?
Julieta: No, señora. Tenemos todo listo para la ceremonia de mañana. Así es que déjenme ahora sola y que pase con usted la noche mi Ama, pues estoy segura de que tus manos estarán completamente ocupadas en una tarea tan apremiante.
Señora de Capuleto: Entonces, buenas noches; acuéstate y descansa, que bien lo necesitas.
(Salen la señora de Capuleto y la Ama).
Julieta: ¡Hasta luego! ¡Sabe Dios cuándo nos volveremos a ver! Siento un vago y frío temor, que me provoca escalofríos al correr por mis venas y casi hiela el calor de la vida. Voy a llamarlas para que me den valor ... ¡Ama! ... Pero ¿para qué la quiero aquí? ... ¡Ésta es una terrible escena que debo representar yo sola! ¡Ven, frasco! ... ¿Y si este brebaje no produjera efecto alguno? ¿Me casarian entonces mañana por la mañana? ... ¡No! ¡No! ¡Esto lo impedirá! (Sacando un puñal de su seno). ¡Quédate aquí! (Esconde el puñal en el lecho). ¿Y si esto fuera un veneno, con que el fraile quisiera darme astutamente la muerte, por temor a la deshonra que le causaría este matrimonio después de haberme unido con Romeo? Sospecho que sí ... Pero no; imagino que no es posible, pues siempre ha dado pruebas de ser un santo varón. ¡No debo abrigar tan ruin pensamiento! ... ¿Y si depositada ya en el sepulcro, despierto antes de que llegue Romeo a liberarme? ¡Terrible caso! ¿No me asfixiaré entonces en aquel antro inmundo, por cuya terrible boca el aire puro no penetra jamás, y moriré ahogada antes de llegar mi Romeo? ... Y si vivo, ¿qué será de mí? Las sombras, la noche, la idea de la muerte me aterrorizarán bajo aquellas bóvedas de un panteón en donde desde hace siglos se hacinan los huesos de mis antepasados; donde Teobaldo, manando sangre aún, descansa pudriéndose en su mortaja; donde, según cuentan, a ciertas horas de la noche concurren los espíritus ... ¡Ay! ¡Ay! ¿Cómo es posible que al despertarme de improviso no enloquezca ante tan espeluznantes horrores y emanaciones tan pestilentes, y entre unos chillidos semejantes a los de la mandrágora al ser arrancada de la tierra, que hacen perder el juicio a los mortales que los escuchan? ¡Oh! ... Si entonces despierto, ¿no se trastornará mi razón al verme rodeada de todos esos tremendos horrores? ¿Y no seria posible que, en mi delirio, jugara con los restos de mis antepasados y arrancara de su féretro al desfigurado Teobaldo, y, poseída de semejante locura, llegara a coger un hueso de alguno de mis abuelos, y a modo de maza hundiera con él mi pobre cráneo? ¡Oh! ¿Qué es lo que estoy viendo? ... ¡Me parece que lo veo! ... ¡Es el espectro de mi primo, que persigue a Romeo, cuya espada ensangrentada le atravesó el corazón! ... ¡Detente, Teobaldo, detente! ... ¡Romeo, Romeo! ... ¡Voy a reunirme contigo! ¡He aquí el licor! ¡Lo bebo a tu salud! ...
(Cae sobre su lecho, detrás de las cortinas).

 (ACTO CUARTO - ESCENA QUINTA)
  
 Alcoba de Julieta - Julieta en su lecho
 (Entra el Ama)
Ama: ¡Señorita! ... ¡Vamos, señorita! ... ¡Julieta! ... duerme como un tronco, no hay duda ... ¡Eh, corderita! ... ¡Eh, señora! ... ¡Vamos, perezosilla! ... ¡Ea, prenda! ... ¡Vaya, digo! ... ¡Señora! ... ¡Corazón mío! ... ¡Vamos, señora novia ... ¿Ni por esas? ... ¿Ni una palabra? ... Ahora está aprovechando un poco el sueño. ¡Descansa, descansa una semana seguida, que la noche siguiente no te dejará descansar mucho el conde de Paris! ... Te lo aseguro. ¡Dios me perdone! ¡Ay, sí; amén! ... Pero ¡qué sueño más pesado! Nada, tendré que despertarla yo. ¡Señorita! ... ¡Señorita! ... Sí; dejaré que el conde te sorprenda en la cama. ¡Menudo susto se va a dar! ¡A fe! ¿No es cierto? (Descorriendo las cortinas). ¡Cómo! ¡Engalanada y con el vestido puesto! ¡Vaya, vaya, te despertaré! (Sacudiendo a Julieta, y después tomándola en brazos). ¡Señorita! ... ¡Señorita! ... ¡Señorita! ... ¡Ay! ... ¡Ay! ... ¡Socorro! ¡Socorro! ¡La señorita está muerta! ¡Oh, funesto día! ¡Que haya yo nacido! ¡Ay! ¡Denme un poco de agua! ¡Eh! ¡Señor! ¡Señora!
(Entra la señora de Capuleto)
Señora de Capuleto: ¿Por qué haces tanto ruido?
Ama: ¡Oh día funesto!
Señora de Capuleto: Pero ¿qué ocurre?
Ama: ¡Observe! ¡Oh día funesto!
Señora de Capuleto: ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Niña mía! ¡Mi única vida! ¡Revive, abre los ojos, o moriré contigo! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Auxilio!
(Entra Capuleto)
Capuleto: ¡Qué vergüenza! ¡Que salga Julieta! ¡Ha llegado su esposo!
Ama: ¡Ha muerto! ¡Ha muerto! ¡Ay, qué día tan funesto!
Señora de Capuleto: ¡Ay, que día tan funesto! ¡Ha muerto! ¡Ha muerto! ¡Ha muerto!
Capuleto: ¡Ah, permíteme verla! ... ¡Ay! ... ¿Desgraciado de mí! ¡Está fria! ¡No le circula la sangre! ¡Sus extremidades están rígidas! ¡La vida escapó hace tiempo de sus labios! ... ¡La muerte ha caído sobre ella como repentina escarcha sobre la flor más bella de toda la pradera!
Ama: ¡Oh día penoso!
Señora de Capuleto: ¡Oh infausta hora!
Capuleto: ¡La muerte, que me robó a mi hija para hacerme sollozar, ata mi lengua y no me deja hablar!
(Entran Fray Lorenzo y Paris con músicos).
Fray Lorenzo: Vamos, ¿está ya lista la novia para ir a la iglesia?
Capuleto: ¡Lista para ir, pero jamás para regresar! ¡Oh, hijo! ¡En la víspera de tus bodas, el fantasma de la muerte ha dormido con tu esposa! ¡Mírala, ahí tendida, flor como era, por él desflorada! ¡Ese horrible fantasma es mi yerno, es mi heredero; con él se ha casado mi hija! ¡Quiero morir y dejárselo todo; vida, haciendo, todo es de la muerte!
Paris: ¡Tanto tiempo he esperado ver la cara de este día, para semejante espectáculo! ...
Señora de Capuleto: ¡Día funesto, cruel, luctuoso, abominable! ¡Hora la más fatal que viera el tiempo en el constante y sufrido trabajo de su peregrinación! ¡No tenía yo más que una niña, una niña tan sólo, tan sólo una amada niña, una criatura que era mi alegria y mi consuelo, y la muerte despiadada se la ha llevado de mi vista!
Ama: ¡Oh, dolor! ¡Oh día doloroso, doloroso, doloroso! ¡El día más lamentable, el más doloroso que jamás presencié! ¡Oh día! ¡Oh día! ¡Oh día! ¡Oh odiado día! ¡Nunca se vio un día tan negro como éste! ¡Oh día de dolor! ¡Oh día de dolor!
Paris: ¡Destrozado, burlado, divorciado, abandonado, asesinado! ¡Oh muerte mil veces detestable! ¡Burlado por ti! ¡Cruel! ¡Cruel! ¡Por ti aniquilado! ... ¡Oh amor! ... ¡Oh vida! ... ¡No ya vida sino amor en la muerte! ...
Capuleto: ¡Deshonrado, atormentado, odiado, torturado, muerto! ¡Tremendo momento! ¿Por qué viniste ahora a asesinar, a destrozar nuestra solemne fiesta? ¡Oh, hija mía! ¡Oh, hija mía! ¡Alma mía, y no hija mía! ¡Está muerta! ¡Ay! ¡Mi hija ha muerto, y con mi hija han fenecido todas mis alegrías!
Fray Lorenzo: ¡Silencio! ¡Qué vergüenza! El remedio de este dolor no está en esos dolores. El cielo tenía tanta parte como ustedes en esta bella damisela. La parte que les correspondía no pudieron conservarla de la muerte, en tanto que el cielo guarda la suya para la vida eterna. Su ansia era su encumbramiento, pues hubiera constituido vuestra gloria el verla enaltecida. ¿Y ahora lloran viéndola exaltada sobre las nubes y encumbrada hasta el mismo cielo? ¡Oh! En esto también aman tan mal a su hija, que los enloquece el verla dichosa. La mejor esposa no es aquella que vive largo tiempo desposada, sino la desposada que muere siendo joven esposa. Sequen sus lágrimas y depositen su romero sobre su bello cadáver; y, como es costumbre, llévenlo luego a la iglesia, adornado con las mejores galas; que si la apasionada naturaleza nos fuerza a lamentarnos, las lágrimas de la naturaleza son escarnio de la razón.
Capuleto: ¡Todo aquello que preparamos para la fiesta, desviándose de su oficio, sirve para el negro funeral! ¡Nuestros instrumentos, para melancólicas campanas; nuestro festín de bodas, para luctuoso banquete funerario; nuestros epitalamios, para lúgubres elegías; nuestras flores nupciales, para guirnaldas sobre la tumba, y todas las cosas se cambian en sus contrarias!
Fray Lorenzo: Señor, retírese, y usted, señora, acompáñelo; también usted, Paris, cada cual dispóngase a acompañar a su sepulcro a este bello cuerpo. Los cielos se nos muestran disgustados por alguna ofensa; no los molesten más, contrariando sus elevados propósitos.
(Sale Capuleto, la señora de Capuleto, Paris y Fray Lorenzo, luego de echar romero sobre Julieta y cerrar las cortinas).
Músico primero: Creo que debemos recoger nuestros instrumentos y marchamos con la música a otra parte.
Ama: ¡Ah!, sí, sí; recójanlos, bondadosa gente; pues ya lo han visto, éste es un caso triste. (Sale).
Músico primero: Por mi vida, que el caso no admite arreglo.
(Entra Pedro)
Pedro: ¡Músicos! ¡Oh, músicos! La paz del corazón. La paz del corazón. ¡Si no quieren que muera, toquen La paz del corazón!
Músico primero: ¿Por qué quiere que toquemos La paz del corazón?
Pedro: Porque mi corazón toca por su parte: Mi corazón está repleto de dolor. ¡Oh! ¡Tóquenme una elegía festiva para consolarme!
Músico primero: ¡Nada de elegías! ¡No es ocasión de tocar!
Pedro: ¿No quieren?
Músico primero: ¡No!
Pedro: ¡Pues entonces la solfearé, y será bien sonada!
Músico primero: ¿Qué nos vas a hacer sonar?
Pedro: ¡No será dinero, sino sus costillas! ¡Yo les marcaré la trova!
Músico primero: Entonces, nos dará la entrada.
Pedro: ¡Con mi puñal, que servirá de batuta! ¡A mí, corcheas! ... ¡Verán cómo quedarán re-la-mi-dos y re-sobados! ¿Se dan cuenta?
Músico primero: Si nos lleva el compás con el puñal, será usted quien dará cuenta de nosotros.
Músico segundo: Por favor, guarde su puñal y desenvaine su agudeza.
Pedro: ¡Entonces, tengan cuidado con mi agudeza! Pues los zurcirá mi ingenio, que es más agudo que mi puñal. Respóndanme como hombres.
Cuando al corazón manda dolores el destino
y pesares sin fin da a nuestro pensamiento,
entonces la música, con su son argentino ...
¿Por qué son argentinos? ¿Por qué la música, con su son argentino? ¿Qué opinión tiene, Simón Bordón?
Músico primero: Pues claro está, señor; porque la plata tiene un dulce sonido.
Pedro: ¡Muy bonito! ¿Qué piensa usted, Rugo Rable?
Músico segundo: Dice son argentino porque los músicos tocan por la plata.
Pedro: ¡Muy bonito también! ¿Y usted qué opinión tiene, Santiago Clavija?
Músico tercero: ¡Por vida de ..., no sé qué decir!
Pedro: ¡Oh, perdóneme, olvidé que usted es el cantor! Yo lo diré por usted. Dice: música con su son argentino, porque los músicos no hacen sonar el oro:
Pues entonces la música, con su son argentino, pone eficaz ayuda, calmando el sufrimiento.
(Sale).
Músico primero: ¡Vaya un bribón más sinvergüenza!
Músico segundo: ¡Mal rayo te parta, Jack! Vengan, entraremos por aquí, esperaremos el runebre séquito y nos quedamos a comer.
(Salen).

(ACTO QUINTO - ESCENA PRIMERA)
 Mantua - Una calle
 (Entra Romeo)
Romeo: De creer en la halagadora visión del sueño, mis sueños pronostican próximas y favorables noticias. El señor de mi pecho se encuentra serenamente sentado en su trono, y durante todo el día una inusitada excitación me eleva por encima de la tierra con tiernos pensamientos. Recuerdo que soñé que yo había muerto -¡sueño raro, que confiere a un muerto la facultad de pensar!-, y que venía mi esposa e infundía con sus besos en mis labios una vida tan vigorosa y deliciosa, que yo resucitaba y era emperador. ¡Ay de mí! ... ¡Qué dulce no será la posesión del ser amado, cuando la sola sombra del amor es tan rica en deleites! ... (Entra Baltasar con botas para montar) ¡Noticias de Verona! ¿Qué hay, Baltasar? ¿Traes alguna carta del ftaile? ¿Está bien mi señora? ¿Sigue bien mi padre? ¿Cómo está mi Julieta? Te lo pregunto otra vez, pues nada puede ir mal si ella se encuentra bien.
Baltasar: Ella no puede estar mejor; luego nada puede ir mal ... ¡Su cuerpo descansa en el panteón de los Capuletos, y su parte inmortal mora con los ángeles! Yo mismo la he visto enterrar en la cripta de sus antepasados, y al punto tomé la posta para comentárselo. ¡Oh, perdóneme si le traigo noticias tan dolorosas, pues tal misión me confió, señor!
Romeo: ¿Es posible? ... ¡Entonces, estrellas, no creo en su poder! ¡Ya sabes mi albergue! ¿Procúrame papel y tinta, y alquila caballos de posta! ¡Parto esta misma noche!
Baltasar: ¡Por Dios, señor, tranquilícese! Su rostro desencajado y pálido anuncia alguna desgracia.
Romeo: ¡Bah! ¡Te engañas! ¡Déjame y haz lo que te ordeno! ... ¿No traes para mí cartas del fraile?
Baltasar: Ninguna, mi querido señor.
Romeo: ¡No es importante! Retírate y alquila esos caballos, que en seguida te sigo. (Sale Baltasar). ¡Bien, Julieta, esta noche descansaré contigo! ... Tracemos los medios ... ¡Oh, mal, qué pronto te adentras en el corazón de los hombres desesperados! Recuerdo a un boticario, y muy cerca de este sitio vive, a quien vi hace poco, cubierto de harapos, de tétrica mirada, cogiendo hierbas medicinales. Tenía el semblante demacrado, una miseria espantosa le había consumido hasta los huesos, y del techo de su sórdida tienda colgaba una tortuga, un caimán disecado y otras pieles de peces deformes. Encima de sus estantes había un pobre surtido de cajas vacías, tarros cubiertos con tierra verdosa, vejigas y mohosas siínientes, retazos de bramante y viejos panes de rosas, todo ello en orden desigual, para que hiciera más ostentación. Notando esta penuria, dije para mí: si en este instante precisara un hombre de un veneno, cuya venta se castiga en Mantua con la muerte inmediata, he aquí un infeliz miserable que se lo expenderia. ¡Oh! ¡Aquella misma reflexión no hacía sino adelantarse a mi necesidad, y este mismo hombre necesitado es quien me lo ha de vender! Si no recuerdo mal, ésta debe ser la casa. Como es día festivo el pordiosero ha cerrado la tienda ... ¡Hola! ¡Eh! ¡Boticario!
(Entra el boticario).
Boticario: ¿Quién llama tan fuerte?
Romeo: ¡Veo que eres muy pobre! ¡Toma cuarenta ducados, véndeme una dosis de veneno, una sustancia tan severa, que al propagarse por las venas caiga muerto aquel que, fastidiado de la vida, la beba, y haga salir su alma del cuerpo con la misma violencia que la impetuosa pólvora encendida estalla en las entrañas fatales del cañón!
Boticario: Cuento con esos mortales venenos; sin embargo, las leyes de Mantua sancionan con la muerte a quien los venda.
Romeo: ¿Estás tan lleno de guiñapos y miseria, y aún tienes miedo de morir? ¡Llevas el hambre retrasada en tus mejillas! ¡La pobreza y la opresión se asoman hambrientas a tus ojos! ¡La pobreza y el desprecio pesan sobre tus espaldas! ¡El mundo no es amigo tuyo, ni las leyes del mundo! ¡El mundo no establece ninguna ley para que te enriquezcas! ¡Luego no seas pobre, sino, por el contrario, quebrántala y toma esto!
Boticario: Mi pobreza consiente; pero no mi voluntad.
Romeo: No es tu voluntad lo que pago, sino tu pobreza.
Boticario: Disuelve esto en un líquido, y bébelo hasta la última gota; aunque tengas la fuerza de veinte hombres, caerás muerto de inmediato.
Romeo: ¡He aquí tu oro, veneno más funesto para el alma de los hombres y causante de más muertes en este mundo abominable que esas pobres mixturas que no te dejan despachar! ¡Yo soy quien te vende a ti el veneno; no tú el que me lo vendes a mí! ¡Adiós! Compra alimentos y rehabilita tus carnes ... ¡Ven, cordial, y no veneno; ven conmigo a la tumba de Julieta, que allí debo usarte! (Sale).
 (ACTO QUINTO - ESCENA SEGUNDA)
 Celda de Fray Lorenzo
 (Entra Fray Juan)
Fray Juan: ¡Santo fraile franciscano! ¡Hermano, eh!
(Entra Fray Lorenzo).
Fray Lorenzo: Esa voz debe ser la de Fray Juan. ¡Bienvenido de Mantua! ¿Qué dice Romeo? O, si viene por escrito su pensamiento, dame la carta.
Fray Juan: Yendo en busca de un hermano descalzo de nuestra Orden, que en esta ciudad visitaba los enfermos, para que me acompañara, y al dar con él, los celadores de la población, por sospechas de que ambos habíamos estado en una casa donde reinaba la peste, sellaron las puertas y no nos dejaron salir. De suerte que aquí tuve que suspender mi diligencia para ir a Mantua.
Fray Lorenzo: ¿Quién llevó entonces mi carta a Romeo?
Fray Juan: No la pude mandar, aquí está de nuevo, ni pude encontrar mensajero alguno para traerla; tal temor tenían todos a contagiarse.
Fray Lorenzo: ¡Suerte fatal! ¡Por mi santa Orden, que no era insignificante la misiva, sino que encerraba un mensaje muy importante, y cuyo descuido puede acarrear graves consecuencias. Fray Juan, ve a buscarme una palanca de hierro y tráela a mi celda sin tardanza.
Fray Juan: Voy por ella, hermano.
(Sale Fray Juan).
Fray Lorenzo: Fuerza es que yo sólo vaya ahora al panteón. La hermosa Julieta despertará dentro de tres horas. ¿Cómo va a maldecirme por no haber tenido noticias Romeo de estos sucesos? Sin embargo escribiré otra vez a Mantua, y esconderé a ella en mi celda hasta que llegue Romeo. ¡Pobre cadáver viviente encerrado en la tumba de un muerto!
  
(ACTO QUINTO - ESCENA TERCERA)
 Un camposanto, en el que se erige el monumento de los Capetos
 (Entran París y su paje, llevando flores y una antorcha)
Paris: Dame esa tea, muchacho ... Aléjate un poco. Apaga la luz, no quiero que me vean ... Tiéndete al pie de aquellos tejos, y aplica el oído al suelo sonoro. La tierra está blanca y hueca, por removerla constantemente la azada; de modo que nadie pisará el cementerio sin que tú lo sientas. Si algo ocurre, da un silbido en señal de que alguien se acerca. Trae esas flores. Márchate y haz lo que te ordeno.
Paje (Aparte): Me produce cierto temor quedarme solo aquí en el cementerio. No obstante, me atreveré. (Se retira).
Paris: ¡Dulce flor, tu lecho matrimonial riego con flores! ¡Sepultura adorada, que en tu aposento encierras el modelo más perfecto de la eternidad! Hermosa Julieta, que convives con los ángeles, acepta el postrer homenaje de quien supo honrarte en vida, y muerta, viene a venerar tu tumba con tributos funerarios. ¡Oh dolor! Polvo y mármoles son tu dosel, que con agua olorosa acudiré a regar de noche, o a falta de ella, con lágrimas destiladas por mis quejidos. Las exequias nocturnas que he de celebrar por ti consistirán en llorar y esparcir flores sobre tu fosa ... (El paje silba). ¡El paje avisa! ¡Alguien se acerca! ¿Qué planta maldita vaga por la noche por este sitio, interrumpiendo el culto y rito del verdadero amor? ¡Qué! ¡Con una tea! ¡Noche, ocúltame con tu velo por un instante! (Se retira).
(Entran Romeo y Baltasar, con una tea, un azadón, etcétera).
Romeo: ¡Acércame ese azadón y la palanca de hierro! Toma; a las primeras horas de mañana entrega esta carta a mi padre. Acerca la luz. ¡Te advierto, por tu vida, que veas lo que veas o escuches lo que escuches, debes permanecer fuera de aquí y no me interrumpas! El porqué desciendo a esta cueva de la muerte, en parte es para contemplar el rostro de mi adorada; pero principalmente para quitar de su dedo difunto una sortija preciosa, que necesito para un grato empleo. De modo que ¡retírate pronto! Pero si tú, receloso, regresas a este sitio para espiar mis actos, ¡te juro por los cielos que voy a destrozarte, miembro por miembro, y a esparcir tus restos por este hambriento cementerio! ¡La hora y mis instintos tienen una crueldad salvaje! ¡Son mucho más feroces y desalmados que los tigres hambrientos y el océano bramador!
Baltasar: Me retiro, señor, y no lo fastidiaré.
Romeo: De esta manera me demostrarás tu afecto. Toma esto. Vive y sé feliz. ¡Y adiós, buen compañero!
Baltasar (Aparte): Voy a ocultarme, por eso mismo, cerca de aquí. Me atemorizan sus miradas, y sospecho de sus intenciones. (Se retira).
Romeo: ¡Tú, buche abominable, seno de muerte, repleto del bocado más exquisito de la tierra, así fuerzo yo a que se abran tus quijadas podridas, y en compensación he de atiborrarte de nuevo pasto! (Abre la tumba).
Paris: (Aparte): Ése es aquel exiliado malvado Montesco que asesinó al primo de mi amada, y de cuyo dolor se cree que sucumbió esa bella criatura. ¡Y viene ahora a cometer alguna torpe profanación con los difuntos! Voy a aprehenderlo ... (Adelantándose). ¡Sacrílego Montesco! ¡Suspende tus indignos propósitos! ¿Puede llevarse la venganza más allá de la muerte? ¡Desdichado villano! ¡Date preso! Obedéceme y sígueme, pues debes morir.
(Entra Romeo).
Romeo: ¡Debo morir, verdaderamente, y a morir he venido! ... Apreciable y gentil mancebo, no tientes a un hombre desesperado. ¡Huye de aquí y déjame! Piensa en éstos que partieron; que ellos te infundan temor. Te lo suplico, doncel; no agregues un pecado más a mis culpas, desesperándome hasta el furor. ¡Oh, vete! Te juro por el cielo que te aprecio más que a mí mismo, porque armado contra mí solo he venido hasta aquí. ¡No te detengas! ¡Huye en seguida! ¡Vive, y di luego que la clemencia de un loco te obligó a que salieras de aquí!
Paris: ¡Desprecio tus conjuros, y te prendo aquí, por criminal!
Romeo: ¿Intentas provocarme? ¡Defiéndete, entonces, muchacho! (Riñen).
Paje: ¡Oh Dios; pelean! ¡Llamaré a la ronda! (Sale).
Paris: ¡Oh! ¡Muerto soy! (Cae). ¡Si tienes compasión, abre la tumba y colócame con Julieta! (Muere).
Romeo: ¡Lo haré por mi fe! ... Veamos de cerca esa cara ... ¡El pariente de Mercutio! ¡El noble conde de Paris! ... ¿Qué me decía mi criado durante el viaje, cuando mi alma, en medio de sus tempestades, no le atendía? Creo que me contaba que París se iba a casar con Julieta ... ¿No era eso lo que dijo, o lo he soñado? ¿O es que estoy tan loco que oyéndole hablar de Julieta imaginé tal cosa? ... ¡Dame la mano, tú que, como yo, has sido inscrito en el libro funesto de la desgracia! ¡Yo te enterraré en una tumba triunfal! ¿Una tumba? ¡Oh, no; una linterna, joven víctima! Porque aquí descansa Julieta, y su hermosura transforma esta cripta en un regio salón de fiestas, radiante de luz. (Colocando a Paris en el mausoleo). ¡Muerte, un muerto te entierra! ... ¡Cuántas veces, cuando los hombres están a punto de expirar, experimentan un instante de alegria al que llaman sus enfermeros el relámpago precursor de la muerte! ¡Oh! ¿Cómo puedo llamar a esto un relámpago? ¡Oh! ¡Amor mío! ¡Esposa mía! ¡La muerte que ha saboreado el néctar de tu aliento, ningún poder ha tenido aún sobre tu belleza! ¡Tú no has sido vencida! ¡La enseña de la hermosura ostenta todavía su carmín en tus labios y mejillas, y el pálido estandarte de la muerte no ha sido enarbolado aquí! ... Teobaldo, ¿eres tú quien yace en esa sangrienta mortaja? ¡Oh! ¿Qué mayor favor puedo hacer por ti que, con la mano que segó en flor tu juventud, tronchar la del que fue tu adversario? ¡Perdóname, primo mío! ¡Ah! ¡Julieta querida! ¿Por qué eres aún tan bella? ¿Habré de creer que el fantasma incorpóreo de la muerte se ha prendado de ti y que ese aborrecible monstruo descarnado te guarda en estas tinieblas, reservándote para manceba suya? ¡Así lo temo, y por ello permaneceré siempre a tu lado, sin salir jamás de este palacio de noche sombría! ¡Aquí, aquí quiero quedarme con los gusanos, doncellas de tu servídumbre! ¡Oh! ¡Aquí fijaré mi eterna morada, para librar a esta carne, hastiada del mundo, del yugo del mal influjo de las estrellas! ... ¡Ojos míos, lancen su última mirada! ¡Brazos, den su último abrazo! Y ustedes, ¡oh, labios!, puertas del aliento, sellen con un legítimo beso el pacto sin fin con la acaparadora muerte. (Cogiendo el frasco del veneno) ¡Ven, amargo conductor! ¡Ven, guía fatal! ¡Tú, desesperado piloto, lanza ahora de golpe, para que vaya a estrellarse contra las duras rocas tu maltrecho bajel, harto de navegar! (Bebiendo) ¡Brindo por mi amada! ¡Oh, sincero boticario!, ¡tus drogas son activas! ... Así muero ..., ¡con un beso! ... (Muere).
(Entra por el otro extremo del cementerio Fray Lorenzo con una linterna, una palanca y un azadón)
Fray Lorenzo: ¡San Francisco me ayude! ¡En cuántas ocasiones han tropezado esta noche con las tumbas mis viejos pies! ¿Quién va? ...
Baltasar: Aquí, un amigo que lo conoce bien.
Fray Lorenzo: ¡Dios te bendiga! Dime, mi buen amigo, ¿aquella tea que en vano presta luz a los gusanos y vacías calaveras, no arde en el panteón de los Capuletos?
Baltasar: Así es, venerable señor, y allí está mi amo, a quien aprecias.
Fray Lorenzo: ¿Quién?
Baltasar: Romeo.
Fray Lorenzo: ¿Hace mucho que está aquí?
Baltasar: Media hora.
Fray Lorenzo: Ven conmigo a la cripta.
Baltasar: No me atrevo, señor. Mi amo no sabe que estoy aquí, y me ha amenazado terriblemente de muerte si me quedaba para acechar sus intentos.
Fray Lorenzo: Quédate, entonces. Iré yo solo. El miedo se apodera de mí. ¡Oh, mucho temo un funesto accidente!
Baltasar: Cuando me encontraba durmiendo al pie de aquel tejo, soñé que mi amo y otro se batían, y que mi amo lo mataba.
Fray Lorenzo: ¡Romeo! (Avanzando). ¡Ay! ¡Ay! ¿Qué sangre es ésta que mancha los umbrales de piedra de este sepulcro? ¿Qué significan estas espadas enrojecidas, abandonadas y sangrientas, en esta mansión de paz? (Entrando en el panteón). ¡Romeo! ¡Oh, pálido! ... ¿Quién más? ¡Cómo! ¿Paris también? ¡Y bañado en sangre! ¡Ah! ... ¿Qué hora terrible ha sido culpable de este lance desastroso? ... La señora rebulle ... (Julieta despierta).
Julieta: ¡Oh fraile consolador! ¿Dónde está mi esposo? Recuerdo bien dónde debía hallarme, y aquí estoy. ¿Dónde está mi Romeo? (Ruido dentro).
Fray Lorenzo: ¡Oigo cierto rumor! ¡Señora, abandonemos este antro de muerte, contagio y sueño contranatural! ¡Un poder superior a nuestras fuerzas ha frustrado nuestros planes! Vámonos, vámonos de aquí. Tu esposo yace ahí muerto, en tu seno; y París también. Ven, yo te haré ingresar en una comunidad de santas religiosas. ¡No me interrogues, pues la ronda se acerca! ¡Vamos, ven, buena Julieta! ¡No me atrevo a permanecer más tiempo!
Julieta: ¡Vete, márchate de aquí, pues yo no me moveré! (Sale Fray Lorenzo). ¿Qué veo? ¿Una copa apretada en la mano de mi fiel amor? ¡El veneno, por lo visto, ha sido la causa de su prematuro fin! ... ¡Oh, ingrato! ¿Todo lo apuraste, sin dejar una gota amiga que me ayude a seguirte? ¡Besaré tus labios! ... ¡quizá quede en ellos un resto de ponzoña para hacerme morir con un reconfortante! (Bésame). ¡ Tus labios están calientes aún!
Guardia primero (Dentro): ¡Guíanos, muchacho! ¿Por dónde?
Julieta: ¿Qué? ¿Rumor? ¡Seamos breves, entonces! (Cogiendo la daga de Romeo) ¡Oh, daga bienhechora! ¡Ésta es tu vaina! (Hiriéndose). ¡Enmohécete aquí y dame la muerte! (Cae sobre el cadáver de Romeo y muere).
(Entra la ronda con el paje de Paris).
Paje: Éste es el sitio; allí donde arde la tea.
Guardia primero: Está el suelo ensangrentado. Recorran el cementerio y aprehendan a quienquiera que hallen ... ¡Qué desolador espectáculo! ¡Aquí yace asesinado el conde, y Julieta sangrando, caliente y recién fallecida, tras haber estado aquí dos días sepultada! Vayan a buscar al Príncipe; corran a casa de los Capuletos; despierten a los Montescos; que algunos otros practiquen indagaciones. Vemos el lugar donde ha ocurrido esos desastres, pero cómo se han originado no podemos saberlo sin conocer las circunstancias.
(Entran algunos guardias con Baltasar).
Guardia segundo: ¡Aquí está el criado de Romeo! Lo hemos encontrado en el cementerio.
Guardia primero: Vigílenlo bien, hasta que llegue el Príncipe.
(Vuelve a entrar Fray Lorenzo y otros guardias).
Guardia tercero: Aquí hay un fraile que tiembla, suspira y llora. Le hemos quitado este azadón y esta piqueta cuando venía de este lado del cementerio.
Guardia primero: ¡Sospecha grave! Detengan al fraile también.
(Entra el Príncipe con su séquito).
Príncipe: ¿Qué desgracia tan madrugadora viene a robarnos el sueño matinal?
(Entran Capuleto y su esposa, y otros).
Capuleto: ¿Qué es eso, qué grita la gente en todas partes?
Señora de Capuleto: El pueblo exclama por las calles, unos Romeo, otros Julieta y otros París, y todos corren con grandes clamores hacia nuestro panteón.
Príncipe: ¿Qué terror es ése que causa sobresalto en nuestros oídos?
Guardia primero: Soberano, aquí yace el conde París, asesinado, y Romeo, muerto, y Julieta, muerta también, caliente y recién asesinada.
Príncipe: ¡Busquen, indaguen y descubran cómo ha ocurrido esta horrenda matanza!
Guardia primero: Aquí está un fraile y el criado del difunto Romeo con varias herramientas que llevaban, propias para abrir las tumbas de esos muertos.
Capuleto: ¡Oh, cielos! ¡Ay, esposa! ¡Ve cómo sangra nuestra hija! Este puñal erró su camino, pues, mira, su vaina está vacía en el cinto de Montesco, y se ha envainado equivocadamente en el pecho de nuestra hija.
Señora de Capuleto: ¡Ay de mí! ¡Este espectáculo de muerte es como una campana que llama mi vejez al sepulcro!
(Entran Montesco y otros).
Príncipe: Acércate, Montesco, pues temprano te levantas para ver caído más tempranamente todavía a tu hijo y heredero.
Montesco: ¡Ay, monseñor! ¡Mi esposa ha expirado esta noche! La pena producida por el exilio de mi hijo cortó su aliento. ¿Qué otros dolores conspiran contra mi ancianidad?
Príncipe: ¡Mira, y verás!
Montesco: ¡Oh, tú, descomedido! ¿Qué maneras son ésas de precipitarte a la tumba antes que tu padre?
Príncipe: Sella por un momento el ultraje, en tanto aclaramos estas ambigüedades, y sepamos su origen, su causa, su verdadera sucesión, y entonces yo seré caudillo de sus dolores y los guiaré hasta la muerte. Calma mientras, y que la desventura sea esclava de la resignación. Que comparezcan ante mí las partes sospechosas.
Fray Lorenzo: Yo soy la principal, si bien la menos capaz de llevar a cabo semejantes actos. Sin embargo, soy sospechoso en gran manera, toda vez que la hora y el lugar deponen contra mí en esa horrible carnicería. Y heme aquí dispuesto a acusarme y defenderme, siendo yo mismo quien se disculpa y condena.
Príncipe: Entonces di en seguida lo que sepas del asunto.
Fray Lorenzo: Seré breve, pues el corto plazo que me queda de vida no es tan largo como el enojoso relato del suceso. Romeo, aquí muerto, era esposo de Julieta, y ella ahí difunta, era fiel consorte de dicho Romeo. Yo los casé, y el día de su secreto matrimonio fue el último de Teobaldo, cuya muerte temprana fue causa de que el novel esposo saliera exiliado de esta ciudad, por el cual, y no por Teobaldo, padecía Julieta. Usted (a Capuleto), con objeto de alejar de ella aquel asalto de dolor, la prometiste al conde de Paris, y se empeñó en casarla con él, contra su voluntad. Entonces vino ella a mí, y, con el semblante turbado me rogó que trazara algún medio para librarla de este segundo matrimonio, o, de lo contrario, allí mismo, en mi celda, se daría la muerte. Aleccionado entonces por mi experiencia, le di un brebaje letárgico, que obró como yo esperaba, pues produjo en ella la apariencia de la muerte. Mientras tanto, yo escribí a Romeo para que viniera aquí esta misma desgraciada noche, con intención de que me ayudara a sacar a Julieta de su falsa tumba, por ser el tiempo en que debía terminar la fuerza del narcótico. Mas el portador de mi carta, Fray Juan, se vio detenido por accidentes fortuitos, y ayer por la noche me devolvió la misiva. Entonces, yo solo, a la hora prevista para despertar a Julieta, he acudido a sacarla de la cripta de sus antepasados, con ánimo de guardarla secretamente en mi celda hasta que hallara yo ocasión de mandar aviso a Romeo. Pero cuando he llegado, breves minutos antes del instante en que despertara ella, yacían aquí muertos prematuramente el noble Paris y el fiel Romeo. Se despertó ella: comencé a instarla para que saliera de aquí y soportarse con paciencia este golpe de los cielos; pero en aquel momento se oyó un rumor que me hizo huir sobresaltado del mausoleo. Ella, desesperada en demasía, se resistió a seguirme, y, según todas las apariencias, ha atentado violentamente contra su propia persona. He aquí cuanto sé; y en lo que respecta al casamiento, el Ama se halla al corriente. De modo que, si en este suceso ha salido mal alguna cosa por culpa mía, sacrifiquen mi vida, ya caduca, breves horas antes de su fin, bajo el peso de la ley más severa.
Príncipe: Siempre te tuvimos por un santo varón. ¿Dónde está el criado de Romeo? ¿Qué puede manifestar acerca del caso?
Baltasar: Llevé a mi amo la noticia de la muerte de Julieta, y al punto, corriendo la posta, vino de Mantua a este mismo sitio, a este mismo mausoleo. Me encargó que de madrugada entregara esta carta a su padre, y en el instante de penetrar en la cripta me amenazó de muerte si no me marchaba y lo dejaba allí solo.
Príncipe: Dame la carta, quiero verla. ¿Dónde está el paje del conde, el que llamó a la ronda? Muchacho, di ¿qué hacía en este lugar tu amo?
Paje: Vino con flores, para esparcirlas sobre la tumba de su dama. Me mandó que permaneciese algo distante, lo que hice acto seguido. Inmediatamente llegó un hombre con una luz a abrir el panteón, y un momento después mi amo lo acometió con el acero desnudo, y entonces salí corriendo a llamar a la ronda.
Príncipe: Esta carta prueba las palabras del monje. En ella se narran los incidentes de tales amores, la noticia de la muerte de Julieta, y aquí escribe Romeo que adquirió de un pobre boticario un veneno, con el que vino a esta cripta decidido a morir y reposar aliado de su amada. ¿Dónde están esos enemigos? ¡Capuleto! ¡Montesco! ¡Miren qué castigo ha caído sobre sus odios! ¡Los cielos han hallado modo de destruir vuestras alegrías por medio del amor! ¡Y yo, por haber tolerado sus discordias perdí también a dos de mis parientes! ¡Todos hemos sido castigados!
Capuleto: ¡Oh, hermano Montesco! Dame tu mano. Ésta es la viudez de mi hija, pues nada más puedo pedir.
Montesco: Pero yo puedo ofrecerte más. Porque erigiré una estatua de oro puro, para que, en tanto Verona se llame así, ninguna efigie sea tenida en tan alto precio como la de la fiel y constante Julieta.
Capuleto: Tan rica como la suya tendrá otra Romeo, junto a su esposa. ¡Pobres víctimas de nuestra enemistad!
Príncipe: Una paz lúgubre trae esta alborada. El sol no mostrará su rostro, a causa de su duelo. Salgamos de aquí para hablar más extensamente sobre estos sucesos lamentables. Unos obtendrán perdón y otros, castigo, pues nunca hubo historia más dolorosa que esta de Julieta y su Romeo. (Salen).
FUENTES CONSULTADAS
Biblioteca virtual Antorcha
Wikipedia