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domingo, 28 de abril de 2013

MITO, CUENTO Y LEYENDA


Esta página está dedicada a mi sobrina Mariana Yánes Figueira…
 


 
 
Los mitos, las leyendas y los cuentos forman parte de la historia de la humanidad y en ellos se resaltan hechos reales y fantásticos. A continuación, un poco de teoría acerca de estos fascinantes relatos, para observar sus características y las diferencias esenciales entre ellos. También, se ofrecerán algunos ejemplos en  la pequeña antología que se añade al final de estos textos. 
EL MITO
El mito es una narración creada sobre la base de la fantasía y la imaginación; este tipo de relatos intenta explicar algún suceso o fenómeno que no tiene respuesta lógica y, además, se relaciona con la historia y las creencias de los pueblos; sobre todo, en el aspecto religioso. En efecto, el mito posee componentes alegóricos referidos a fuerzas creadoras o mágicas y, por ese motivo, ejercen influencia importante dentro de las costumbres de una sociedad. Los mitos forman parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad, la cual los considera historias verdaderas. Al conjunto de los mitos de una cultura se le denomina mitología. Cuanto mayor número de mitos y mayor complejidad tiene una mitología, mayor es el desarrollo de las creencias de una comunidad.
Algunos teóricos dan las siguientes definiciones: “Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad”; “Historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal”; “Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima” y también: “Persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen”. En otras palabras, un mito (del griego μῦθος, mythos, «relato», «cuento») es un relato tradicional que se refiere a acontecimientos prodigiosos, protagonizados por seres sobrenaturales o extraordinarios, tales como dioses, semidioses, héroes, monstruos o personajes fantásticos.
De la misma manera, se puede agregar que los mitos cuentan la forma cómo se crearon los cielos, de dónde provienen los vientos o cómo nacen los propios dioses; los mitos nos transportan a un tiempo sagrado distinto al nuestro, más abierto a los hombres como su propio horizonte. En definitiva, el mito es una clase de relato, que trata temas fabulosos o ficticios sobre dioses y héroes de un pasado remoto y su temporalidad es radicalmente distinta a la de la historia. Los mitos poseen una estructura circular que transcurre “fuera” del tiempo y de la historia; los sucesos se repiten periódicamente y simbolizan acontecimientos cíclicos de la naturaleza. Otras veces, el mito representa una explicación sobre el origen del mundo o la manera de ver el mundo, por parte de una cultura.
Como cierre, hay que tomar en cuenta las siguientes características que definen los mitos: existe la “inspiración divina” que da a conocer la explicación de algún fenómeno ocurrido en el comienzo del mundo; intentan explicar un misterio de la realidad, asociado generalmente a las creencias y a los ritos de un pueblo; el ámbito donde se desarrollan los mitos constituye un tiempo en el que el mundo no tenía su forma actual; contienen narraciones de sucesos reales y verdaderos, con elementos extraordinarios o sobrenaturales imprescindibles; los personajes mitológicos, por lo general, son dioses o seres sobrenaturales. 
LA LEYENDA 
La leyenda es un relato que pretende exaltar y acrecentar ciertas características o atributos de un pueblo partiendo de personajes y sucesos reales, la relación entre realidad y fantasía es la característica clave de la leyenda y la diferencia más clara entre ésta y el mito. La leyenda suele ser un relato maravilloso que algunas veces tiene origen en algún evento histórico, pero que suele estar enriquecido por numerosos elementos fantásticos. Es una producción literaria de creación colectiva y, sobre ella, existen diferentes versiones. Muchas han llegado a nuestros días incluso como auténticas piezas literarias.
En definición de la Real Academia de la Lengua, leyenda es una “relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos”. La leyenda es un relato hablado que se conserva en la tradición oral de un pueblo e indica lugares con precisión y en su origen tiene antecedentes históricos; por lo mismo, sus personajes son identificables, aunque nunca iguales al personaje o hecho en el cual se basan. Posteriormente, la leyenda pasa a la escritura, con lo cual se fija, perdiendo una de sus características: la capacidad de transformarse.
Se podría afirmar que una leyenda es un relato de hechos humanos transmitidos de generación en generación y percibidos como parte de la historia. La leyenda posee cualidades que le dan cierta credibilidad, pero al ser transmitidas de boca en boca, se va modificando y mezclando con historias fantásticas. Parte de una leyenda es el ser contada con la intención de hacer creer que es un acontecimiento verdadero, pero, en realidad, una leyenda se compone de hechos tradicionales y no históricos. El término “leyenda” proviene del latín legenda, que significa “lo que debe ser oído”. Originalmente, era una narración escrita, leída en público, en las celebraciones de las festividades de los santos. Desde el siglo XIX, la leyenda es considerada como un sinónimo de la llamada tradición popular.
 
 Como parte del género literario, la leyenda se considera una narración de carácter ficticio con origen oral; por eso tiene como característica fundamental esa característica de la oralidad, es decir, se transmite tradicionalmente en un lugar, un pueblo, una población. También se destaca en una leyenda, la existencia de lugares precisos, parte de la realidad; además, se relaciona con hechos, lugares, monumentos, personas o comunidades. Los hechos relatados en una leyenda son transformados con el correr de los años, a menos que estén escritas. En este sentido, algunas leyendas comienzan y continúan siendo de carácter oral, mientras que otras tienen el mismo origen pero posteriormente pasan a ser escritas.
Si se parte de la idea de que la leyenda es una narración ficticia, basada en la realidad, también hay que hacer énfasis en las características mencionadas: está ligada a temas de héroes, de la historia patria, de seres mitológicos, de almas, de santos o sobre los orígenes de hechos varios; pertenece al folclore y por ello corresponde a la más arraigada sabiduría de un pueblo (por eso, la leyenda expresa los deseos, los anhelos, los temores, los ideales y los sueños del pueblo, de su propia historia y de sus relaciones con la naturaleza).
La leyenda no pretende explicar lo sobrenatural y, por eso, resalta algún atributo o característica de un pueblo, región o ciudad. Como no pretende explicar nada, sino relatar un suceso, tiene un fin moralizante y es didáctica. Por otro lado, aunque la leyenda transcurre en un tiempo histórico reconocible, se diferencia de la historia porque ésta posee hechos comprobables, mientras que nadie puede probar que lo narrado en una leyenda haya ocurrido realmente, y porque la historia se conoce por la escritura, a diferencia de la leyenda que se difunde oralmente.
En general, se deben tomar en cuenta las siguientes ideas para entender el significado de una leyenda: no se pretende explicar lo sobrenatural, porque resalta alguna característica o atributo de un pueblo, ciudad o región a partir de personajes y hechos reales; se ubican en tiempos más modernos o posteriores a la creación del mundo; los personajes son casi siempre seres humanos o animales antropomórficos; no pretende narrar hechos verdaderos sino instruir o entretener, por lo tanto, su función es didáctica.  
EL CUENTO 
El cuento es una narración breve, escrita u oral, que relata hechos con personajes ficticios inspirados en situaciones y personas reales. Una de las principales características del cuento, que lo diferencia del mito y la leyenda, es la intervención de un narrador encargado de relatar la historia de dichos personajes. Por otra parte, el cuento siempre debe tener un principio, un nudo y un desenlace.
Cuento (del latín computare, contar), etimológicamente y en un sentido amplio y general, significa relato de palabra o por escrito de algo sucedido  o no sucedido, falso o de pura invención, con una finalidad determinada, ordinariamente ejemplificada y moralizadora. En este sentido, cuento es toda narración sencilla de un  suceso, con participación de la descripción y del diálogo, de asuntos propios de la vida subjetiva  y objetiva, real o ficticia, verosímil o inverosímil, desarrollados en un tiempo breve y una forma rápida, expuestos generalmente en prosa y con un fin ordinariamente moralizador.
 
Existen acepciones que permiten determinar el origen de la palabra cuento, proviene del término latino compŭtus, “cuenta”. El concepto en sí hace referencia a una narración breve de hechos imaginarios. Su especificidad no puede ser fijada con exactitud, por lo que la diferencia entre un cuento extenso y una novela corta es difícil de determinar.
Un cuento presenta un grupo reducido de personajes y un argumento no demasiado complejo, ya que entre sus características aparece la economía de recursos narrativos. Es posible distinguir entre dos grandes tipos de cuentos: el cuento popular o folklórico (de transmisión oral y sin autor conocido) y el cuento literario (relato escrito con autor reconocido).
 
Diferencias; mito, cuento y leyenda
Algunas diferencias básicas entre estás tres formas narrativas fácilmente confundibles son las siguientes:
1.        El tiempo y lugar en el que se desarrollan los hechos relatados en cada una de estas narraciones constituyen una de sus principales diferencias; por un lado, los acontecimientos relatados en un mito tienen un tiempo y un lugar no conocidos por el hombre, es decir, se desarrolla en un momento en el que el mundo no era lo que nosotros conocemos; la leyenda, por su parte, habla de hechos ocurridos dentro de un periodo histórico de la humanidad ya conocido por el hombre; y por último, el cuento se desenvuelve en un lugar u tiempo determinados por el autor.
2.        Los personajes son otra diferencia clave, los del mito generalmente son dioses, divinidades o seres con poderes sobrenaturales; los de la leyenda son casi siempre seres humanos virtuosos o con características físicas o intelectuales diferentes a las del resto de los hombres, además de que también podemos encontrar la participación de animales o bestias antropomórficas; los del cuento, por su parte y como ya lo habíamos mencionado antes, son personajes ficticios que pueden estar creados bajo la inspiración de una persona real.
3.        La finalidad con la que fueron y son creadas estas narraciones es también otra de las características que las diferencian entre ellas, los mitos tienen la función de crear un modelo o prototipo a seguir para los hombres de los pueblo; las leyendas tienen un fin didáctico y de entretenimiento; los cuentos, en su esencia más práctica, tienen como fin entretener a quien los leen o los escuchan, aunque también pueden tener fines educativos y morales a través de la moraleja.
4.        El uso de la fantasía y lo sobrenatural tiene cabida en las tres formas narrativas que tratamos, pero en cada una de ella tiene una importancia diferente, por ejemplo, para el mito, estas herramientas son fundamentales basando su existencia en ella; para la leyenda significan un complemento o accesorio, mientras que para el cuento no son indispensables, el autor puede elegir si quiere o no utilizarlas.
5.        En la procedencia o inspiración de estas historias también hay una diferencia, ya que el mito está concebido bajo una inspiración divina o del más allá, a través de la cual, se intenta dar una explicación sobre algún suceso; la leyenda tiene una procedencia, generalmente desconocida, ya que comúnmente es transmitida de generación en generación o de boca en boca; y el cuento, casi siempre procede de la imaginación e inspiración de un autor. 
ANTOLOGIA (MITOS-LEYENDAS Y CUENTOS) 
MITOS
Amalivaca y la creación del mundo 
Según los indios Caribes y Tamanacos, Amalivaca fue el creador de la humanidad del Río Orinoco y del viento. Vivió mucho tiempo con los Tamanacos. Dotó a toda la tribu de inmortalidad, pero por culpa de la incredulidad de una anciana, los indios se volvieron otra vez mortales. Se dice que muchos años atrás hubo una gran inundación. Amalivaca salió entonces en una canoa a recorrer el mundo y junto con su hermano Vochi arreglaron los desastres del diluvio. En esta gran inundación solo quedó una pareja de humanos vivos. Ellos se fueron a una gran colina y desde allí comenzaron a arrojar los frutos de la palma moriche, saliendo de sus semillas los hombres y las mujeres que pueblan el mundo hasta ahora. 
El dueño del fuego 
Cerca de donde nace el Orinoco vivía el Rey de los caimanes llamado Babá. Su esposa era una rana grandota y juntos, tenían un gran secreto ignorado por los demás animales y los hombres. Estaba guardado en la garganta del caimán Babá. La pareja se metía en una cueva y amenazaban con la pérdida de la vida a quien osara entrar, pues decían que dentro había un dios que todo lo devora y sólo ellos, reyes del agua, podían pasar. Un día la perdiz, apurada en hacer su nido, entró distraída en la cueva. Buscando pajuelas encontró hojas y orugas chamuscadas, como si el fuego del cielo hubiera estado por ahí. Probó las orugas tostadas y le supieron mejor que cuando las comía crudas. Se fue aleteando a ras del suelo para contarle todo a Tucusito, el colibrí de plumas rojas. Al rato llegó el Pájaro Bobo y entre los tres urdieron un plan para averiguar cómo hacían la rana y el caimán para cocer tan ricas orugas. Bobo se escondió dentro de la caverna aprovechando su oscuro plumaje. La rana soltó las orugas que traía en la boca al tiempo que Babá abría la suya, que era tremenda, dejando salir unas lenguas rojas y brillantes. La pareja comía las orugas sin percatarse de Bobo, tras lo cual, se durmieron satisfechos. Entonces, Bobo salió corriendo para contarles a sus amigos lo que había visto. Al día siguiente se pusieron a maquinar cómo arrebatarle el fuego al caimán sin quemarse ni ser la comida de los reyes del agua. Tendría que ser cuando éste abriera la tarasca para reír. En la tarde, cuando todos los animales estaban bebiendo y charlando junto al río, Bobo y la perdiz colorada hicieron piruetas haciendo reír a todos, menos a Babá. Bobo tomó una pelota de barro y la aventó dentro de la boca de la rana, que de la risa pasó al atoro. En el momento que el caimán vio los apuros que pasaba la rana, soltó la carcajada. Tucusito, que observaba desde el aire, se lanzó en picada, robando el fuego con la punta de las alas. Elevándose, rozó las ramas secas de un enorme árbol que ardió de inmediato. El Rey caimán exclamó que si bien se habían robado el fuego, otros lo aprovecharían y los otros animales arderían, pero Babá y la rana vivirían como inmortales donde nace el gran río. Dicho esto, se sumergieron en el agua y desaparecieron para siempre. Las tres aves celebraron el robo del fuego, pero ningún animal supo aprovecharlo. Los hombres que vivían junto al Orinoco se apoderaron de las brasas que ardieron durante muchos días en la sequedad del bosque, aprendieron a cocinar los alimentos y a conversar durante las noches alrededor de las fogatas. Tucusito, el pájaro Bobo y la perdiz colorada se convirtieron en sus animales protectores por haberles regalado el don del fuego. 
El dueño de la luz 
En un principio, la gente vivía en la oscuridad y sólo se alumbraba con el fuego de los maderos. No existía el día ni la noche. Había un hombre warao con sus dos hijas que se enteró de la existencia de un joven dueño de la luz. Así, llamó a su hija mayor y le ordenó ir hasta donde estaba el dueño de la luz para que se la trajera. Ella tomó su mapire y partió. Pero eran muchos los caminos y el que eligió la llevó a la casa del venado. Lo conoció y se entretuvo jugando con él. Cuando regresó a casa de su padre, no traía la luz; entonces el padre resolvió enviar a la hija menor.
La muchacha tomó el buen camino y tras mucho caminar llegó a la casa del dueño de la luz. Le dijo al joven que ella venía a conocerlo, a estar con él y a obtener la luz para su padre. El dueño de la luz le contestó que le esperaba y ahora que había llegado, vivirían juntos. Con mucho cuidado abrió su torotoro y la luz iluminó sus brazos y sus dientes blancos y el pelo y los ojos negros de la muchacha. Así, ella descubrió la luz y su dueño, después de mostrársela, la guardó. Todos los días el dueño de la luz la sacaba de su caja para jugar con la muchacha. Pero ella recordó que debía llevarle la luz a su padre y entonces su amigo se la regaló. Le llevó el torotoro al padre, quien lo guindó en uno de los troncos del palafito. Los brillantes rayos iluminaron las aguas, las plantas y el paisaje. Cuando se supo entre los pueblos del delta del Orinoco que una familia tenía la luz, los warao comenzaron a venir en sus curiaras a conocerla. Tantas y tantas curiaras con más y más gente llegaron, que el palafito ya no podía soportar el peso de tanta gente maravillada con la luz; nadie se marchaba porque la vida era más agradable en la claridad. Y fue que el padre no pudo soportar tanta gente dentro y fuera de su casa que de un fuerte manotazo rompió la caja y la lanzó al cielo. El cuerpo de la luz voló hacia el Este y el torotoro hacia el Oeste. De la luz se hizo el sol y de la caja que la guardaba surgió la luna. De un lado quedó el sol y del otro la luna, pero marchaban muy rápido porque todavía llevaban el impulso que los había lanzado al cielo, los días y las noches eran muy cortos. Entonces el padre le pidió a su hija menor un morrocoy pequeño y cuando el sol estuvo sobre su cabeza se lo lanzó diciéndole que era un regalo y que lo esperara. Desde ese momento, el sol se puso a esperar al morrocoy. Así, al amanecer, el sol iba poco a poco, al mismo paso del morrocoy. 
Las cinco águilas blancas 
 
Según la tradición de los Mirripuyes (tribu de los Andes venezolanos), fue Caribay la primera mujer. Era hija del ardiente Zuhé (el Sol) y la pálida Chía (la Luna). Era considerada como el genio de los bosques aromáticos. Imitaba el canto de los pájaros y jugaba con las flores y los árboles.
Una vez Caribay vio volar por el cielo cinco águilas blancas y se enamoró de sus hermosas plumas. Fue entonces tras ellas, atravesando valles y montañas, siguiendo siempre las sombras que las aves dibujaban en el suelo. Llegó al fin a la cima de un risco desde el cual vio como las águilas se perdían en las alturas. Caribay se entristeció e invocó a Chía y al poco tiempo pudo ver otra vez a las cinco hermosas águilas. Mientras las águilas descendían a las sierras, Caribay cantaba dulcemente. Cada una de estas aves descendieron sobre un risco y se quedaron inmóviles. Caribay quería adornarse con esas plumas tan raras y espléndidas y corrió hacia ellas para arrancárselas, pero un frío glacial entumeció sus manos, las águilas estaban congeladas, convertidas en cinco masas enormes de hielo. Entonces Caribay huyó aterrorizada. Poco después la Luna se oscureció y las cinco águilas despertaron furiosas y sacudieron sus alas y la montaña toda se engalanó con su plumaje blanco. Éste es el origen de las sierras nevadas de Mérida. Las cinco águilas blancas simbolizan los cinco elevados riscos siempre cubiertos de nieve. Las grandes y tempestuosas nevadas son el furioso despertar de las águilas, y el silbido del viento es el canto triste y dulce de Caribay. 
María Lionza
 

María Lionza (Yara) fue una doncella Nívar, hija encantada de un poderoso cacique de Nirgua. El Chamán de la aldea había predicho que cuando naciera una niña de ojos extraños, ojos color verde agua, había que sacrificarla y ofrendarla al Dueño de Agua, al Gran Anaconda porque si no vendría la ruina perpetúa y la extinción de los Nívar. Pero su padre fue incapaz de hacerlo. Y escondió a la niña en una cueva de la montaña, con 22 guerreros que la vigilaban e impedían su salida. Ella tenía prohibido verse en los espejos de agua. Pero un día una fuerza misteriosa adormeció a los guardianes y la bella joven salió de la cueva y camino hasta el lago, descubriendo su propio reflejo en el agua. Ella estaba encantada con su visión. Así despertó al Dueño de Agua al Gran Anaconda, quien emergió de las profundidades, enamorándose de ella y atrayéndola hacia sí. En el lago María Lionza y la poderosa serpiente celebraron una comunión espiritual y mística. Cuando su padre descubrió la unión, intentó separarlos; entonces la Anaconda creció se hizo enorme y estalló provocando una gran inundación que arrasó con la aldea y su gente. Desde ese día María Lionza se volvió la Diosa protectora y dueña de las lagunas, ríos y cascadas, madre protectora de la naturaleza, animales silvestres y reina del amor.  
LEYENDAS 
La laguna de Urao
 
Conoces tú, viajero que visitas las altas montanas de Venezuela, conoces tú la leyenda misteriosa de la Laguna de Urao?
-Oh, no, bardo amigo. Sólo sé de esa laguna que es única en América y que no hay en el mundo otra semejante sino la de Tona, cerca de Fezzán, en la provincia africana de Sukena.
- Oye, pues, lo que dice el libro inédito de la mitología andina, escrito con la pluma resplandeciente de un águila blanca en la noche triste de la decadencia muisca, cuando la raza del Zipa cayó humillada a los pies del hijo de Pelayo.
-¿Y es tan reciente el origen de esa laguna?
- No, esta leyenda corresponde a tiempos anteriores a la conquista europea de América, a la época muy remota en que se extinguió la primera civilización andina, de que hay monumentos fehacientes, cuando invadieron los Muiscas, descendientes de los hijos del Sol, o sea la raza dominadora de los Incas; pero los bardos Muiscas han repetido los cantos melancólicos de aquellos primitivos aborígenes, por ellos conquistados, para llorar a su vez su propia ruina; y por eso refieren la leyenda de la Laguna de Urao al tiempo de la invasión ibérica. Oye, pues, lo que dice el libro ignorado de sus cánticos:
- Cuando los hombres barbados de allende los mares vinieron a poblar las desnudas crestas de los Andes, las hijas de Chía, las vírgenes de Motatán, que sobrevivieron a los bravos Timotes en la defensa de su suelo, congregadas en las cumbres solitarias del Gran Páramo, se sentaron a llorar la ruina de su pueblo y la desventura de su raza.
Y sus lágrimas corrieron día y noche hacia el Occidente, deteniéndose al pie de la gran altura, en las cercanías del Barro Negro, y allí formaron una laguna salobre, la laguna misteriosa del Urao.
-Permite que interrumpa tu relato. ¿Por qué no está allí ahora la laguna que dices?
- Escucha, viajero, lo más que refiere el libro inédito de la mitología andina, escrito con la pluma resplandeciente de un águila blanca en la noche triste de la decadencia muisca:
La nieve de los anos, como la nieve que cae en los páramos, cayó sobre las vírgenes de Timotes y las petrificó a la larga, convirtiéndolas en esos grupos de piedras blanquecinas que coronan las alturas y que los indios veneran en silencio, llenos de recogimiento y de terror.
Un día, los indios de Mucuchíes, bajo las órdenes del cacique de Misintá, levantaron sus armas contra el hombre barbado; y las piedras blanquecinas del Gran Páramo, las vírgenes petrificadas se animaron por un instante, dieron un grito agudo que resonó por toda la comarca, y la laguna que habían formado con sus lágrimas se levantó por los aires como una nube, para ir a asentarse más abajo, en el Pantano de Mucuchíes, en los dominios del cacique de Misintá.
Y allí estuvo, quieta e inmóvil, hasta que otro día en que los indios Mucujún y Chama volvieron sus flechas contra el conquistador invencible; y la laguna al punto se levantó por el aire al grito que dieron en la gran altura las vírgenes petrificadas, y fue a asentarse más abajo, al pie de los picachos nevados, al amparo de las Cinco Águilas Blancas, en el sitio del Carrizal, sobre la mesa que circunda las nieves derretidas de la montana.
 
Y allí estuvo, quieta e inmóvil, hasta otro día en que los coaligados los indios de Machurí, Mucujepe y Quirorá, blandieron también sus macanas contra el formidable invasor. Nuevamente gritaron en el Gran Páramo las vírgenes petrificadas del Motatán, y nuevamente se levantó por los aires la laguna salobre de sus lágrimas para ir a asentarse sobre el suelo cálido de Lagunillas, en aquella tierra ardiente, donde la caña brava espiga y el recio cují florece.
Un Piache maléfico reveló entonces a estos indios el secreto de poder retener la laguna en sus dominios, privándola de la virtud de transportarse como una nube; y el secreto estaba en un sacrificio humano que hacían anualmente, arrojando al fondo de sus aguas un niño vivo para aplacar la cólera de venganza en los altivos guerreros de Timotes, muertos por el hombre-trueno de la raza barbada.
-Esta es viajero, la leyenda misteriosa de la Laguna del Urao, que desde entonces está allí en su última jornada, brindando a la industria su sal valiosa, que es la sal de lágrimas vertidas en las cumbres solitarias del Gran Páramo por vírgenes de soladas del Motatán, en la noche triste de la decadencia Muisca, cuando la raza del Zipa cayó humillada a los pies del hijo de Pelayo.
-Y dime, bardo, ¿volverá la laguna a transportarse algún día por los aires?
-Después de un silencio de siglos, gritaron en la altura las vírgenes petrificadas, el día en que los guerreros de la libertad atravesaban victoriosos por los ventisqueros de los Andes; pero la laguna continuó quieta e inmóvil, detenida por el maleficio del piache que profanó sus aguas. Cuando estas sean purificadas, la laguna misteriosa del Urao se levantará otra vez, ligera como la nube que el viento impele, pasará de largo por encima de las cordilleras e irá a asentarse para siempre allá muy lejos, en los antiguos dominios del valiente Guaicaipuro, sobre la tierra afortunada que vio nacer y recogió los triunfos del hombre-águila, del guerrero de celeste espada, vengador de las naciones que yacen muertas desde el Caribe hasta el Potosí.  
El ánima sola
Este es uno de los más espeluznante espantos del que se tenga noticias, tiene como finalidad el hacer daño por efecto psíquico u otros medios de manipulación de terceros, el Anima Sola se presenta en forma de mujer de largos cabellos y atractivo rostro y tiene la finalidad de cobrar las velas de las Animas Benditas, pues en estos pueblos la gente acostumbra a pedir favores a las Ánimas y estas casi siempre le conceden los favores a cambio de que se tengan prendidas cierta cantidad de velas durante un tiempo antes prometido, de no cumplirse con esta contra prestación de los devotos, hace su entrada el Anima Sola; para recordar la deuda de una manera tenebrosa.
En Guatire, sector las Flores del Ingenio; se cuenta que una señora devota de las ánimas, en una ocasión olvidó prender la prometida vela a pago de favores de éstas, esa noche tocaron a su puerta y resultó ser una amiga de la cual tenía tiempo no veía, para su desdicha e ingenuidad la invitó a pasar, al momento y una vez dentro la visita se convirtió en un celaje que recorrió --cual inmensa sombra negra-- toda la sala, tomando a su víctima por los cabellos en repetidas ocasiones causándole grandes moretones, la señora aterrada se arrastró como pudo hasta el altar y prendió temblorosa un cabito de vela a la vez que pedía perdón por el olvidó, al momento la gran sombra abandonó la casa; dejando privada a la olvidadiza señora, quien desde entonces prende a diario gran cantidad de velas, aunque no haya nuca más pedido un favor ni dejado pasar a su casa visita alguna. 
Florentino, el que cantó con el diablo 
Florentino era el mejor jinete y coplero de los llanos. Una noche, cabalgando solo por la llanura para asistir a un joropo en un pueblo cercano, notó que de lejos lo seguía otro hombre todo vestido de negro que parecía ir a la misma fiesta.
Cuando comenzó el joropo y Florentino se preparó a cantar, el extraño invitado lo desafió a contrapuntear con él. Florentino aceptó y a medida que se cruzaban las coplas, se dio cuenta de que su adversario era el Diablo y que si perdía en el contrapunteo, perdería su alma. Pero su habilidad como improvisador y su fe mantuvieron al Diablo ocupado cantando toda la noche sin que Florentino se rindiera ni equivocara una rima. Al salir el sol, el Diablo tuvo que desaparecer completamente derrotado.  
Las cinco águilas blancas. Tulio Febres-Cordero 
Cinco águilas blancas volaban un día por el azul del firmamento; cinco águilas blancas enormes, cuyos cuerpos resplandecientes producían sombras errantes sobre los cerros y montañas. ¿Venían del Norte? ¿Venían del Sur? La tradición indígena sólo dice que las cinco águilas blancas vinieron del cielo estrellado en una época muy remota.
Eran aquellos días de Caribay, el genio de los bosques aromáticos, primera mujer entre los indios Mirripuyes, habitantes de Ande empinado. Era la hija del ardiente Zuhé y la pálida Chía; remedaba el canto de los pájaros, corría ligera sobre el césped como el agua cristalina, y jugaba como el viento con las flores y los árboles.
Caribay vio volar por el cielo las enormes águilas blancas, cuyas plumas brillaban a la luz del sol como láminas de plata, y quiso adornar su coraza con tan raro y espléndido plumaje. Corrió son descanso tras las sombras errantes que las aves dibujaban en el suelo; salvó los profundos valles; subió a un monte y otro monte; llegó, al fin, fatigada a la cumbre solitaria de las montañas andinas. Las pampas, lejanas e inmensas, se divisaban por un lado; y por el otro, una escala ciclópea, jaspeaba de gris y esmeralda, la escala que formaban los montes, iba por onda azul del Coquivacoa.
Las águilas blancas se levantaron, perpendicularmente sobre aquella altura hasta perderse en el espacio. No se dibujaron más sus sombras sobre la tierra. Entonces Caribay pasó de un risco a otro por las escarpadas sierras, regando el suelo con sus lágrimas. Invoco a Zuhé, el astro rey, y el viento se llevó sus voces. Las águilas se habían perdido de vista, y el sol se hundía ya en el Ocaso.
Aterida de frío, volvió sus ojos al Oriente, e invocó a Chía, la pálida luna; y al punto detúvose el viento para hacer silencio. Brillaron las estrellas, y un vago resplandor en forma de semicírculo se dibujó en el horizonte. Caribay rompió el augusto silencio de los páramos con un grito de admiración. La luna habia aparecido, y en torno de ella volaban las cinco águilas blancas refulgentes y fantásticas. Y en tanto que las águilas descendían majestuosamente, el genio de los bosques aromáticos, la india mitológica de los Andes moduló dulcemente sobre la altura su selvático cantar.
Las misteriosas aves revolotearon por encima de las crestas desnudas de la cordillera, y se sentaron al fin, cada una sobre un risco, clavando sus garras en la viva roca; y se quedaron inmóviles, silenciosas, con las cabezas vueltas hacia el Norte, extendidas las gigantescas alas en actitud de remontarse nuevamente al firmamento azul.
Caribay quería adornar su coroza con aquel plumaje raro y espléndido, y corrió hacia ellas para arrancarles las codiciadas plumas, pero un frío glacial entumeció sus manos: las águilas estaban petrificadas, convertidas en cinco masas enormes de hielo.
Caribay da un grito de espanto y huye despavorida. Las águilas blancas eran un misterio, pero no un misterio pavoroso. La luna oscurece de pronto, golpea el huracán con siniestro ruido los desnudos peñascos, y las águilas blancas se despiertan.
Erizanse furiosas, y a medida que sacuden sus monstruosas alas el suelo se cubre de copos de nieve y la montaña toda se engalana con el plumaje blanco.
Este es el origen fabuloso de las Sierras Nevadas de Mérida.
Las cinco águilas blancas de la tradición indígena son los cinco elevados riscos siempre cubiertos de nieve.
Las grandes y tempestuosas nevadas son el furioso despertar de las águilas; y el silbido del viento en esos días de páramo, es el remedo del canto triste y monótono de Caribay, y el mito hermoso de los Andes de Venezuela.  
CUENTOS
Tío Tigre, Tío Conejo y Tío Morrocoy.  (Cuento folklórico o popular) 
Tío Conejo escuchó entre la selva las torpes notas de un desmañado silbido y, de un salto, corrió a esconderse bajo la protección que le ofrecía el fresco e intrincado ramaje de un helecho silvestre.
Allí, inquieto y silencioso, en muda indagación, movió repetidamente las orejas. ¿Quién podría silbar así, entre la floresta?
Las notas del silbido se apagaron y, más cercano, se oyó, en seguida, el áspero canto de una voz bronca y gangoza; era el mismo silbador que, ahora, cantaba.
Tío Conejo permaneció inmóvil: alzadas las orejas, muy abiertos los ojos, latiéndole fuertemente el corazón. Finalmente, a muy cortos pasos de él, allí, ante su asombro, se abrió un matorral espeso, del que surgió Tío Tigre.
Y cosa extraña la fiera traía muy risueña cara de complacencia y una gran mochila de cocuiza. vacía y doblada, bajo el brazo. Pasó, casi rozando el escondite de Tío Conejo, y luego siguió, cerro abajo, por entre los breñales; siempre gangueando su desagradable canción.
Tío Conejo, lleno de curiosidad, corrió a asomarse al borde del barranco.
"¿Por qué estará tan contento Tío Tigre?" -se dijo- "¡Uhm! ¡Algo muy malo deberá estar pensando! ... ¡Voy a seguirlo, a ver!"
Y el simpático v vivaracho roedor se fue, también, pendiente abajo, haciendo brincar la blanca mota de su cola, al correr, veloz, por el camino de las huellas que dejara Tío Tigre.
Tío Rabipelado, después de beber agua allá abajo, en el pocito fresco de la quebrada, subía, poco a poco y cuesta arriba, cuando de manos a boca, se encontró con Tío Mapurite, y como éste, amenazante levantara la cola, dispuesto a la defensa, ante el horror de aquel peligro, el rabípelado se llenó de espanto y saludó, lisonjero:
-¡Señor don Mapuríflor, flor de las flores, olor de los olores!
-¿Cómo está esa bella persona?
El Mapurite sonrió, complacido, y después de contestar el saludo, cortésmente, agregó:
-Pase, pase usted, don Ramón Pila, y que le vaya muy bien-. Y se apartó a un lado.
-Chí-, dijo el marsupial, y siguió su camino.
A poco, ante Tio Rabípelado. desembocó de pronto Tío Tigre.
-¡Señor don Tigre, Tigrón! -lo saludó, haciendo una profunda reverencia- ¡Sabio, como él solo y mil veces más valiente que Tío León!
-¡Ja, Ja, Ja! -rió Tío Tigre- Este Ramón Pilá, siempre con sus cosas... ¡Ah, Ramón Pilá, me vas a hacer un servicio!
-Como no, Tío Tigre; lo que usted mande.
-Bueno. Mira; allá detrás de la casa, dejé unas verduras para un sancocho; "vémelas" pelando, que yo subo dentro de un ratico con la carne.
-Chí- dijo el rabípelado. Y echó a andar apresuradamente.
Tío Tigre se quedó mirándolo, y agregó, en tono amenazador:
-Pero, ten cuidado con desordenarme nada de lo que allí tengo, porque, si no .. ¡Ya sabes!...
Un corto trecho más arriba. Tío Rabípelado por poco se tropieza con Tío Conejo, que venía bajando. Ambos dieron un salto, asustados.
-¡Epoca!. .. ¡Gua; pero si es Tío Ramón Pilá! gritó, riendo, Tío Conejo.
Y Tío Rabipelado, que consideraba un animalillo demasiado inofensivo a Tío Conejo, quiso alardear ante él y exclamó, mostrándose agraviado:
-¡Herria! ¡Me tuvieron chiquito porque grande no pudieron!- Y se hizo a un lado, molesto.
-¡Gua, gua, gua!- murmuró Tío Conejo, entre sorprendido y burlón.
-¡Apártese, compañero, no ve que ando apurado! ¡Voy en una comisión de mi amigo Tío Tigre! ¡Herria!.
Y, engreído, el animal siguió su camino y desapareció, cerro arriba, entre los yerbajos.
A fin de recuperar el tiempo allí perdido con Tío Rabipelado. Tío Conejo echó a correr para alcanzar a Tío Tigre.
Llegó al borde de la barranca de la quebrada y, en ese momento, vio que la fiera comenzaba a entrar en la playa del arroyuelo.
Tío Tigre avanzó unos pasos y se detuvo ante un morrocoy que, vuelto de espaldas sobre la arena, movía las patas, angustiado, en un inútil y desesperado esfuerzo por enderezarse.
-¡Vagabundo, veo que no has podido moverte del sitio en que te dejé! ¡Está muy bueno! Ahora si te podré llevar; para eso traigo esta mochila.
Y, terminando de hablar, la fiera metió el morrocoy en el saco, se lo echó al hombro y emprendió el camino de regreso. Mientras subía la cuesta, siguió hablando, burlón:
-¡Hasta hoy duraste, Tío Morrocoy! Allá te espera, en la casa, una buena mano de pilón, y después, la olla del sancocho. ¡Ya verás!
Tío Conejo se llenó de indignación. ¡Qué ese bandido de Mano de Plomo fuera a hacer eso con su buen amigo Tío Morrocoy!... ¡No: él no lo permitiría!. .. Pensó un rato y luego echó a correr cerro arriba, también. Llegaría mucho antes que Tío Tigre, quién tenía que ir muy lentamente, por el peso de la carga que llevaba.
Entre el monte, apenas unos cuantos pasos antes de desembocar en el patio de la casa de la fiera, Tío Conejo se detuvo; había escuchado algo así como un llanto.
-¡Hi, hi, hi!- volvió a oírse. Era un gemido desconsolador; aquello parecía la voz de Tío Rabipelado.
¿Quién está allí? -preguntó Tío Conejo- ¿Cómo que es Tío Ramón Pilá?
-Chí- respondió la vocecita.
Tío Conejo buscó y encontró una trampa, en la que estaba metido el rabipelado.
-¡Ah carrizo, Ramón Pilá! ¡Caíste en esa trampa!
-Chí.
-¿Y tú quieres que yo te saque?
-Chí.
-Bueno, pues, vamos a hacerla.
Y Tío Conejo puso en libertad al prisionero.
En eso Tío Tigre desembocó frente a la casa y empezó a llamar, a gritos, al rabipelado. El cual, allí junto a Tío Conejo, se dio a llorar amargamente.
-¡Ahora Tío Tigre me va a comer -dijo- porque le tumbé una de sus trampas! ¡Sálveme, Tío Conejo!
Tío Tigre puso el saco, con el morrocoy dentro, en el suelo, y siguió dando gritos:
-¡Ah, Ramón Pilá! ... ¡Ramón Pilál. .. ¿Qué se habrá hecho ese condenado?
Al ver el saco en tierra, a Tío Conejo se le ocurrió una idea, y dijo al rabipelado:
-Bueno. Yo te salvaré; pero eso sí, tienes que hacer lo que te diga.
-Chí.
-Sal, entonces, y haz que Tío Tigre entre en la casa, para que yo pueda sacar del saco, y traerme a Tío Morrocoy.
Sin esperar más, Tío Rabipelado salió del monte y avanzó hasta Tío Tigre.
-¡Tío Tigrito, Tío Tigrito -le dijo;- unos ladrones se están robando las verduras!.
La fiera iba a insultar al rabipelado, pero al oír aquello, salió en carrera y desapareció detrás de la casa.
Tío Conejo indicó a Ramón Pilá un gran avispero gris que se balanceaba en la rama de un árbol. -¡Sube, rápido, allá arriba y tráeme aquel matajeyl
-¿Y si me pican las avispas?
-¡Sube, hombre! ¡Tapas bien la boca del avispero con un puñado de hojas! ¡Anda, ligerol...
En un momento el rabipelado trepó hasta lo alto y regresó con el avispero ella mano. Lo entregó a Tío Conejo y éste lo tomó con cuidado, y corrió a ponerlo dentro del saco, en lugar de Tío Morrocoy.
Al cabo de unos momentos, los tres: Tío Conejo, Tío Morrocoy y Tío Rabipelado, aguardaban escondidos en el borde de la selva, mirando hacia la vivienda de Tío Tigre, quien, al fin, regresó de atrás de la casa e, indignado, llamó al rabipelado.
-¡Vagabundo! -rugió- ¿Dónde se metería? ¡Me ha engañado! Nadie se estaba robando mis verduras. ¡Déjelo quieto, cuando lo encuentre, él va a saber lo que es bueno!
En seguida cogió el saco con el avispero dentro y se lo llevó al interior de la casa. Ya tenía el agua hirviendo, y echó las verduras y los aliños entre la olla. Buscó la mano de pilón que, admirablemente, serviría de cachiporra, y con ella golpeó salvajemente el saco, hasta deshacer el avispero que contenía.
-Qué blandito era ese Tío Morrocoy -murmuró-. Mejor; así el sancocho estará más pronto.
Se acercó al fogón y vació el saco junto a sus propios pies. Inmediatamente las avispas, embravecidas, lo rodearon en una espesa nube, y comenzaron a clavarle sus terribles aguijones.
Lanzando espantosos alaridos de dolor, la fiera corrió afuera, se revolcó en el patio, desesperadamente, y luego huyó bosque adentro, despavorida.
Tío Conejo, Tío Morrocoy y Ramón Pilá, a todas estas, reventaban de risa, allí, en la orilla de la selva.
¡Y colorín colora'o este cuento se ha termina'o!
 
De cómo Panchito Mandefuá cenó con el Niño Jesús de José Rafael Pocaterra (Cuento literario) 
 
I
A ti que esta noche irás a sentarte a la mesa de los tuyos, rodeado de tus hijos, sanos y gordos, al lado de tu mujer que se siente feliz de tenerte en casa para la cena de navidad; a ti que tendrás a las doce de esta noche un puesto en el banquete familiar, y un pedazo de pastel y una hallaca y una copa de excelente vino y una taza de café y un hermoso “Hoyo de Monterrey”, regalo especial de tu excelente vicio; a ti que eres relativamente feliz durante esta velada, bien instalado en el almacén y en la vida, te dedico este cuento de Navidad, este cuento feo e insignificante, de Panchito Mandefuá, granuja billetero, nacido de cualquiera con cualquiera en plena alcabala, chiquillo astroso a quien el Niño Dios invitó a cenar.
II
Como una flor de callejón, por gracia de Dios no fue palúdico, ni zambo, ni triste; abrióse a correr un buen día calle abajo, calle arriba, con una desvergüenza fuerte de nueve años, un fajo de billetes aceitosos y paltó de casimir indefinible que le daba por las corvas y que era su magnífico macferland de profundos bolsillos profundos, con bolsillito un pequeño para los cigarrillos, que era su orgullo, y que le abrigaba en las noches del enero frío y en los días de lluvia hasta cerca de la madrugada, cuando los puestos de los tostaderos son como faros bienhechores en el mar de niebla, de frío y de hambre que rodea por todas partes en la soledad de las calles, al pobre hamponcillo caraqueño. Hasta cerca de media noche, después de hacer por la mañana la correría de San Jacinto y del Pasaje y el lance de doce a una en las puertas de los hoteles, frente a los teatros o por el boulevard del Capitolio, gritaba chillón, desvergonzado, optimista:
-Aquí lo cargooo…El tres mil seiscientos setenta y cuatro, el que no falla nunca ni fallando, ¡archipetaquiremandefuá…!
El día bueno, de tres mil billetes y décimos, Panchito se daba una hartada de frutas; pero cuando sonaban las doce y sólo- después de soportar empellones, palabras soeces, agrios rechazos de hombres fornidos que toman ron- contaban en la mugre del bolsillo catorce o dieciséis centavos por pedacitos vendidos, Panchito metíase a socialista, le ponía letra escandalosa a “La maquinita” y aprovechaba el ruido de una carreta o el estruendo de un auto para gritar obscenidades graciosísimas contra los transeúntes o el carruaje del General Matos o de cualquiera de esos potentados que invaden la calle con un automóvil enorme entre una alarido de cornetas y una hediondez de gasolina…; y terminaba desahogándose con un tremendo “Mandefuá” donde el muy granuja encerraba como en una fórmula anarquista todas sus protestas al ver, como él decía, las caraotas en aeroplano.
Quiso vender periódicos, pero no resultaba; los encargados le quitaron la venta: le ponía el “mandefuá” a las más graves noticias de la guerra, a las necrologías, a los pesares públicos:
-Mira hijito- le dijeron- mejor es que no saques el periódico, tú eres muy “Mandefuá”.
III
Tuvo, pues, Panchito su hermoso apellido Mandefuá, obra de él mismo, cosa esta última que desdichadamente no todos son capaces de obtener, y él llevaba aquel Mandefuá con tanto orgullo como Felipe, Duque de Orleans, usaba el apelativo de Igualdad en los días un poco turbios de la Convención, cuando el exceso de apellidos podía traer consecuencias desagradables.
Pero Panchito era menos ambicioso que el Duque y bastábale su “medio real podrido”- como gritaba desdeñosamente tirándoles a los demás de la blusa o pellizcándoles los fondillos en las gazaperas del Metropolitano.
-Una grada para muchacho, bien ¡Mandefuá!
De sus placeres más refinados era el irse a la una del día, rasero con la estrecha sombra de las fachadas, y situarse perfectamente bajo la oreja de un transeúnte gordo, acompasado, pacífico; uno de esos directores de ministerio que llevan muchos paqueticos, un aguacate y que bajan a almorzar en el sopor bovino del aperitivo:
- El mil setecientos cuarenta y siete ¡mandefuá!
- Granuja ¡atrevido!
Y Panchito, escapando por la próxima bocacalle, impertérrito:
-Ese es premiado, ¡no se caliente mayoral!
El título de Mayoral lo empleaba ora en estilo epigramático, ora en estilo elevado, ora como honrosa designación para los doctores y generales del interior a quienes les metía su numeroso archipetaquiremandefuá.
Y con su vocablo favorito, que era panegírico, ironía, apelativo –todo a su tiempo-, una locha de frito y un centavo de cigarros de a puño comprado en los kioscos del mercado, Panchito iba a terminar la velada en el Metro con “Los misterios de Nueva York”, chillando como un condenado cuando la banda apresaba a Gamesson advirtiéndole a un descuidado personaje que por detrás le estaba apuntando un apache con una pistola o que el leal perro del comandante Patouche tenía el documento escondido en el collar. Indudablemente era una autoridad en materia de cinematógrafo y tenía orgullo de expresarlo entre sus compañeros, los otros granujas:
-Mira, vale, para que a mí me guste una película tiene que ser muy crema.
IV
Panchito iba una tarde calle arriba pregonando un número “premiado” como si lo estuviese viendo en la bolita… Detúvose en una rueda de chicos después de haber tirado de la pata a un oso de dril que estaba en una tienda del pasaje y contemplando una vidriera donde se exhibían aeroplanos, barcos, una caja de soldados, algunos diávolos, un automóvil y un velocípedo de “ir parado”… Y, de paso, rayó con el dedo y se lo chupó, un cristal de la India a través del cual se exhibían pirámides de bombones, pastelillos y unos higos abrillantados como unas estrellas.
En medio del corro malvado, vio una muchachita sucia que lloraba mientras contemplaba regada por la acera una bandeja de dulces; y como moscas, cinco o seis granujas, se habían lanzado a la provocación de los ponqués y de los fragmentos de quesillo llenos de polvo. La niña lloraba desesperada, temiendo el castigo.
Panchito estaba de humor; cinco números enteros y seis décimos ¡ochenta y seis centavos! La sola tarde después de haber comido y “chuchado”…
Poderoso. Iría al Circo que daba un estreno, comería hallacas y podría fumarse hasta una cajetilla. Todavía le quedaban dos bolívares con que irse por ahí, del Maderero abajo para él sabía qué… ¡Una noche buena crema!
Seguía llorando la chiquilla y seguían los granujas mojando en el suelo y chupándose los dedos…
Llegó un agente. Todos corrieron, menos ellos dos.
-¿Qué fue? ¿Qué pasó?
Y ella sollozando:
Que yo levaba para la casa donde sirvo esta bandeja, que hay cena para esta noche y me tropecé y se me cayó y me van a echar látigo…
Todo esto rompiendo a sollozar.
Algunos transeúntes detenidos encogiéronse de hombros y continuaron.
-Sigan, pues- les ordenó el gendarme.
Panchito siguió detrás de loa llorosa.
-Oye, ¿cómo te llamas tú?
La niña se detuvo a su vez, secándose el llanto.
-¿Yo? Margarita
-¿Y ese dulce era de tu mamá?
-Yo no tengo mamá.
-¿Y papá?
-Tampoco
-¿Con quién vives tú?
-Vivía con una tía que me “concertó” en la casa en que estoy.
-¿Te pagan?
-¿Me pagan qué?
Panchito sonrío con ironía, con superioridad:
-Guá, tu trabajo: al que trabaja se le paga, ¿no lo sabías?
Margarita entonces protestó vivamente:
-Me dan la comida, la ropa y una de las niñas me enseña, pero es muy brava.
-¿Qué te enseña?
-A leer… Yo sé leer, ¿tú no sabes?
Y Panchito, embustero y grave:
-¡Puah! Como un clavo… Y sé vender billetes, y gano para ir al cine y comer frutas y fumar de a caja…
-Dicho y hecho, encendió un cigarrillo… Luego, sosegado:
-¿Y ahora qué dices allá?
-Diga lo que diga, me pegan…- repuso con tristeza, bajando la cabecita enmarañada.
-¿Y cuánto botaste?
-Seis y cuartillo, aquí está lista- y le alargó un papelito sucio.
-¡Espérate, espérate!- le quitó la bandeja y echó a correr.
Un cuarto de hora después volvió:
-Mira, eso era lo que se te cayó, ¿nojerdá?
Feliz, sus ojillos brillaron y una sonrisa le iluminó la carita sucia.
-Sí… eso.
Fue a tomarla, pero él la detuvo:
- ¡No, yo tengo más fuerza, yo te la llevo!
-Es que es lejos- expuso tímida.
-¡No importa!
Por el camino él le contó, también que no tenía familia, que las mejores películas eran en las que trabajaba Gamesson y que podían comerse un gofio…
-Yo tengo plata, ¿sabes?- y sacudió el bolsillo de su chaquetón tintineante de centavos.
Y los dos granujas echaron a andar.
Los hociquillos llenos de borona, seguían charlando de todo. Apenas si se dieron que llegaban.
-Aquí es… dame.
Y le entregó la bandeja.
Quedarónse viendo ambos los ojos:
-¿Cómo te pago yo?- le preguntó con tristeza tímida.
Panchito se puso colorado y balbuceó:
-Si me das un beso.
-¡No, no! ¡Es malo!
-¿Por qué…?
-Guá, porque sí…
Pero no era Panchito Mandefuá a quien se convencía con razones como ésta; y la sujetó por los hombros y le pegó un para de besos llenos de gofio y de travesura.
-Grito…, que grito…
Estaba como una amapola y por poco tira otra vez la dichos dulcera.
-Ya está, pues, ya está.
De repente se abrió en ante portón. Un rostro de garduña, de solterona fea y vieja apareció:
¡Muy bonito el par de vagabunditos estos!- gritó.
El chico echó a correr. Le pareció escuchar a la vieja mientras metía dentro a la chica de un empellón.
-Pero, Dios mío, ¡qué criaturas tan corrompidas éstas desde que no tienen edad! ¡Qué horror!
V 
¡Era un botarate! No le quedaban sino veintiséis centavos, día de Noche Buena… Quien lo mandaba a estar protegiendo a nadie… Y sentía en su desconsuelo de chiquillo una especie de loca alegría interior… No olvidaba en medio de su desastre financiero, los dos ojos, mansos y tristes de Margarita. ¡Qué diablos! El día de gastar se gasta “archipetaquiremandefuá…
A las once salió del circo. Iba pensando en el menú: hallacas de “a medio”, un guarapo, café con leche, tostadas de chicharrón y dos “pavos rellenos” de postre. ¡Su cena famosa! Cuando cruzaba hacia San Pablo, un cornetazo brusco, un soplo poderoso y Panchito Mandefuá apenas quedó, contra la acera de la calzada, entre los rieles del eléctrico, un harapo sangriento, un cuerpecito destrozado, cubierto con un paltó de hombre, arrollado, desgarrado, lleno de tierra y de sangre.. Se arremolinó la gente, los gendarmes abriéndose paso…
-¿Qué es? ¿Qué sucede allí?
-¡Nada hombre! Que un auto mató a un muchacho “DE LA CALLE”
-¿Quién…? ¿Cómo se llama…?

-¡No sé sabe! Un muchacho billetero, un granuja de esos que están bailándole a uno delante de los parafangos…- informó, indignado, el dueño del auto que guiaba un “trueno”. 
VII 
Y así fue a cenar en el Cielo, invitado por el Niño Jesús esa Noche Buena, Panchito Mandefuá…. 
 

FUENTE 

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