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miércoles, 30 de junio de 2010

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (1836-1870)



NOTA:
El motivo de presentar las siguientes líneas se debe al deseo de que se conozca algo de este poeta español, cuya hermosa producción literaria no forma parte de los programas de Educación Media, pero que tantas veces ha servido de base para el estudio del discurso poético y del Romanticismo. Además, la mayoría de los visitantes de este blog corresponde a estudiantes, llenos de ilusiones en sus corazones jóvenes, donde florece el amor…a ellos van dirigidas las hermosas rimas que se han transcrito, luego de la presentación del autor y de su obra.


EL AUTOR

Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, poeta español, nació en Sevilla en 1836 y murió en Madrid en 1870. Fue hijo y hermano de pintores, quedó huérfano a los diez años y vivió su infancia y su adolescencia en Sevilla, donde estudió humanidades y pintura. En 1854 se trasladó a Madrid, con la intención de hacer carrera literaria; sin embargo, el éxito no le sonrió; su ambicioso proyecto de escribir una Historia de los templos de España fue un fracaso, y sólo consiguió publicar un tomo, años más tarde. Para poder vivir, se dedicó al periodismo y elaboró adaptaciones de obras de teatro extranjero, principalmente del francés, en colaboración con su amigo Luis García Luna; ambos adoptaron el seudónimo de «Adolfo García».

Durante una estancia en Sevilla en 1858, estuvo nueve meses en cama a causa de una enfermedad; probablemente se trataba de tuberculosis, aunque algunos biógrafos piensan que era sífilis. Durante la convalecencia, en la que fue cuidado por su hermano Valeriano, publicó su primera leyenda, El caudillo de las manos rojas, y conoció a Julia Espín, según ciertos críticos la musa de algunas de sus Rimas, aunque otros sostienen que se trataba de Elisa Guillén, con quien el poeta mantuvo relaciones hasta que ella lo abandonó en 1860; ella fue la inspiradora, sin duda, de las composiciones más amargas del poeta.

En 1861 contrajo matrimonio con Casta Esteban, hija de un médico, con la que tuvo tres hijos. El matrimonio nunca fue feliz, y el poeta se refugió en su trabajo o en la compañía de su hermano Valeriano en las escapadas de éste a Toledo para pintar. La etapa más fructífera de su carrera fue de 1861 a 1865, años en los que compuso la mayor parte de sus Leyendas; también, escribió crónicas periodísticas y redactó las Cartas literarias a una mujer, donde expone sus teorías sobre la poesía y el amor. Una temporada que pasó en el monasterio de Veruela en 1864, le inspiró Cartas desde mi celda, un conjunto de hermosas descripciones paisajísticas. Económicamente, las cosas mejoraron para el poeta a partir de 1866, en que obtuvo el empleo de censor oficial de novelas, lo cual le permitió dejar sus crónicas periodísticas y concentrarse en sus Leyendas y sus Rimas, publicadas en parte en El museo universal. Pero con la revolución de 1868, el poeta perdió su trabajo, y su esposa lo abandonó ese mismo año. Se trasladó entonces a Toledo con su hermano Valeriano, y allí acabó de reconstruir el manuscrito de las Rimas, cuyo primer original había desaparecido cuando su casa fue saqueada durante la revolución septembrina. De nuevo en Madrid, fue nombrado director de la revista La Ilustración de Madrid, en la que también trabajó su hermano como dibujante. El fallecimiento de éste, en septiembre de 1870, deprimió extraordinariamente al poeta, quien, presintiendo su propia muerte, entregó a su amigo Narciso Campillo sus originales para que se hiciese cargo de ellos tras su óbito, que ocurriría tres meses después del de Valeriano.

LAS RIMAS

La inmensa fama literaria de Bécquer se basa en sus Rimas, que iniciaron la corriente romántica de poesía intimista inspirada en Heine y era opuesta a la retórica y la ampulosidad de los poetas románticos anteriores. La crítica literaria del momento, sin embargo, no acogió bien sus poemas, aunque su fama no dejaría de crecer en los años siguientes. Las Rimas, tal y como han llegado hasta nosotros, suman un total de ochenta y seis composiciones. De ellas, setenta y nueve se publicaron por vez primera en 1871 a cargo de los amigos del poeta, que introdujeron algunas correcciones en el texto, suprimieron algunos poemas y alteraron el orden del manuscrito original (el mencionado Libro de los gorriones, hoy custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid).

El contenido de las rimas ha sido dividido en cuatro grupos: el primero (rimas I a XI) es una reflexión sobre la poesía y la creación literaria; el segundo (XII a XXIX), trata del amor y de sus efectos en el alma del poeta; el tercero (XXX a LI) pasa a la decepción y el desengaño que el amor causa en el alma del poeta; y el cuarto (LII a LXXXVI) muestra al poeta enfrentado a la muerte, decepcionado del amor y del mundo. Las Rimas se presentan habitualmente precedidas de la "Introducción sinfónica" que, probablemente, Bécquer preparó como prólogo a toda su obra.

Fuente: Biografías y vidas: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/becquer.htm

SELECCIÓN DE RIMAS

XXX

Asomaba a sus ojos una lágrima
Y a mi labio una frase de perdón;
Habló el orgullo y se enjugó su llanto,
Y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino, ella por otro;
Pero al pensar en nuestro mutuo amor,
Yo digo aún “¿Por qué callé aquel día?”
Y ella dirá: “¿Por qué no lloré yo?”.

X

Los invisibles átomos del aire
En derredor palpitan y se inflaman;
El cielo se deshace en rayos de oro;
La tierra se estremece alborozada.
Oigo flotando en olas de armonía
Rumor de besos y batir de alas;
Mis párpados se cierran…¿Qué sucede?
¿Dime?...¡Silencio!...¡Es el amor que pasa!


XVI

Si al mecer las azules campanillas
De tu balcón
Crees que suspirando pasa el viento
Murmurador,
Sabe que, oculto entre las verdes hojas,
Suspiro yo.

Si al resonar confuso a tus espaldas
Vago rumor,
Crees que por tu nombre te han llamado
Lejana voz,
Sabe que, entre las sombras que te cercan,
Te llamo yo.

Si te turba medroso en la alta noche
Tu corazón
Al sentir en tus labios un aliento
Abrazador,
Sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
Respiro yo.

XVII

Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
Hoy llega al fondo de mi alma el sol;
Hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado…
¡Hoy creo en Dios!


XXI

“¿Qué es poesía?”, dices mientras clavas
En mi pupila tu pupila azul.
“¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía…eres tú”.

XXIII

Por una mirada, un mundo;
Por una sonrisa, un cielo;
Por un beso…, ¡Yo no sé
Qué daría por un beso!

XXXIII

Es cuestión de palabras, y, no obstante,
Ni tú ni yo jamás,
Después de lo pasado, convendremos
En quién la culpa está.
¡Lástima que el amor un diccionario
No tenga dónde hallar
Cuándo el orgullo es simplemente orgullo
Y cuándo es dignidad!

XXXV

¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día,
Me admiró tu cariño mucho más;
Porque lo que hay en mí que vale algo,
Eso… ¡ni lo supiste sospechar!

XXXVI

Si de nuestros agravios en un libro
Se escribiese la historia,
Y se borrase en nuestras almas cuanto
Se borrase en sus hojas;
Te quiero tanto aún, dejó en mi pecho
Tu amor huellas tan hondas,
Que sólo con que tú borrases una,
¡las borraría yo todas!

XXXVIII

Los suspiros son aire y van al aire.
Las lágrimas son agua y van al mar.
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
¿Sabes tú adónde va?

XLIV

Como un libro abierto
Leo de tus pupilas en el fondo;
¿A qué fingir el labio
Risas que se desmienten con los ojos?
¡Llora! No te avergüences
De confesar que me quisiste un poco.
¡Llora; nadie nos mira!
Ya ves: yo soy un hombre… ¡y también lloro!

XLIX

Alguna vez la encuentro por el mundo
Y pasa junto a mí;
Y pasa sonriéndose, y yo digo:
“¿Cómo puede reír?”
Luego asoma a mi labio otra sonrisa,
Máscara de dolor,
Y entonces pienso: “¡Acaso ella ríe
Como me río yo!”
LI

De lo poco de vida que me resta,
Diera con gusto los mejores años
Por saber lo que a otros
De mí has hablado.
Y esta vida mortal…, y de la eterna
Lo que me toque, si me toca algo,
Por saber lo que a solas
De mi has pensado.


LIII

Volverán las oscuras golondrinas
En tu balcón sus nidos a colgar,
Y otra vez con el ala en sus cristales
Jugando llamarán;
Pero aquellas que el vuelo refrenaban,
Tu hermosura y mi dicha al contemplar;
Aquellas que aprendieron nuestros hombres,
Esas… ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
De tu jardín las tapias a escalar,
Y otra vez a la tarde, aun más hermosa,
Sus flores se abrirán;
Pero aquellas cuajadas de rocío,
Cuyas gotas mirábamos temblar
Y caer, como lágrimas del día…,
Esas… ¡No volverán!

Volverán del amor en tus oídos
Las palabras ardientes a sonar;
Tu corazón, de su profundo sueño
Tal vez despertará;
Pero mudo y absorto y de rodillas,
Como se adora a Dios ante su altar,
Como yo te he querido…, desengáñate:
¡Así no te querrán!

LV

Cuando volvemos las fugaces horas
Del pasado a evocar,
Temblando brilla en sus pestañas negras
Una lágrima pronta a resbalar.
Y al fin resbala, y cae como una gota
De rocío, al pensar
Que, cual hoy por ayer, por hoy mañana,
Volveremos los dos a suspirar.

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