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miércoles, 19 de mayo de 2010

DISCURSO ENSAYÍSTICO



Neptalí Duque Méndez

1.- El ensayo: concepto

La palabra ensayo, desde el punto de vista de su significado recto, indica “Acción y efecto de ensayar”. Ensayar significa en el mismo orden: “Probar, reconocer una cosa antes de usar de ella. Amaestrar, adiestrar. Hacer la prueba de una comedia, baile u otro espectáculo antes de ejecutarlo en público. Probar la calidad de los minerales o la ley de los metales preciosos. Intentar, procurar, probar a hacer una cosa para ejecutarla después más perfectamente o para extrañarla”. (Diccionario de la Lengua Española.- Real academia Española). Mas, el ensayista literario propiamente no es esto lo que hace, pues no prueba, no hace y deshace; no empieza para no terminar y volver a empezar; no se ejercita con pasos tímidos para, en muchos casos, no concluir, sino que por lo contrario HACE, con firmeza, con paso serio y seguro; labora, sí, pero en su propio laboratorio individual; empieza y termina, sin averiguar a priori si la obra sirve o no sirve, si está bien o mal hecha; lo hace para asentar principios, para conformar su trabajo a su particular modo de pensar, sentir y querer, sin que ello quiera decir que no quepan aquí posibles y futuras comprobaciones, aunque sea a largo plazo, pues el ensayista influye también en la marcha cultural de los pueblos, y conviene saber cuál ha sido el efecto de sus “proyecciones”. He aquí, en síntesis, la orientación que a la palabra ensayo ha de dársele en el campo literario.

El ensayo, a pesar de su complejidad y de su radio de acción extraordinariamente amplio, es un género literario que posee especiales caracteres o atributos que permiten darle fisonomía propia y ubicarlo en lugar aparte, distintos al de otros géneros como el de la novela, la didáctica, la crítica, la lírica, etc., no obstante participar en típica y apropiada mixtura, de algunas de dichas categorías literarias.

El ensayo se mueve, pues, en un campo que va desde lo estético hasta lo propiamente didáctico, pero sin perder su propia configuración de género literario independiente. De manera elegante, con gusto, con manifestaciones evidentes de la exquisita sensibilidad del autor, las ideas se ordenan con austeridad, sobriedad y vigor propios de un asunto científico-didáctico. Son ideas profundas y conceptos elevados, sintéticas, elocuentes y elegantemente expresadas.

Ahora bien: ante la dificultad de poder expresar con toda exactitud lo que en esencia es el ensayo, se han propuesto unas cuantas definiciones, contentivas más que todo de los elementos o atributos caracterizadores. Así, por ejemplo, ha sido definido el ensayo de las siguientes maneras:

  •  “El ensayo es un tipo de composición, generalmente breve, en prosa literaria, que expone sin rigor sistemático, pero con honduras, madurez y emotividad peculiares una interpretación personal sobre modalidades libremente seleccionadas de temas científicos, filosóficos o artísticos” (Manuel Gayol Fernández).
  •  “Es una composición en prosa; su naturaleza es interpretativa, pero muy flexible en cuanto a métodos y estilo; sus temas, variadísimos, los trata el autor desde un punto de vista personal; la extensión aunque varía, permite por lo común que el escrito se lea de una vez; revela, en fin, las modalidades subjetivas del escritor” (Medardo Vitier).
  • “El ensayo ha venido a ser conjuntamente con la novela, el poema, la filosofía, la historia, todo en un mismo y vasto plan de intenciones estéticas. Es una verdadera suma de conocimientos y el campo más apropiado para la exhibición erudita, para las incursiones de la imaginación creadora, para las arrogancias del estilo, para todas las exquisiteces de la sensibilidad, para todos los atisbos de la inteligencia” (Rafael Maya). 
  •  “El ensayo es la ciencia menos la prueba explícita” (Ortega y Gasset)
  •  “Escrito generalmente breve, sin el aparato ni la extensión que requiere un tratado completo sobre la misma materia” (Diccionario de la Real Academia)
2.- Características del ensayo

De lo dicho se desprende que el ensayo es un género literario con características especiales que, sin ser algunas de ellas exclusivamente suyas, al combinarse forman un todo consistente, armónico y adecuado al fin propuesto.

Entre esas características citaremos las siguientes: subjetividad o punto de vista personal, originalidad, profundidad y precisión, diversidad de temas, composición en prosa y brevedad.

a) Subjetividad: En el ensayo, a diferencia de lo que sucede en la didáctica, por ejemplo, el autor pone en juego su particular y personal modo de pensar y sentir. Y esto, precisamente, es lo que interesa al lector. Cuando estamos frente a un texto de Botánica, Física, Química, etc., no podemos aspirar a que el autor nos demuestre o enseñe algo distinto de lo demostrado o enseñado por otros autores, en cuanto al fondo del asunto se refiere, pues tratándose de verdades existenciales en el mundo de lo objetivo, lo único a que podemos aspirar es a la novedad de los inventos o descubrimientos científicos de última hora y al modo diferente cómo cada autor hace sus demostraciones o enseñanzas. En el ensayo no se trata de una exposición fría y escueta del asunto, en la que la opinión del autor no influye para nada; no, por el contrario, lo que interesa es la propia valoración que el ensayista hace del mismo, aunque se trate de cuestiones sumamente trajinadas y conocidas por todos, lo cual hace al ensayo original. Y mientras, más habrá de interesar a los que lo lean. En esto consiste el personal punto de vista del ensayista: subjetividad que, junto con la originalidad, constituye la nota característica más resaltante y propia del ensayo.

b) Originalidad: El ensayo, como género literario de características propias que lo sitúan por encima de otros que se le acercan o asemejan, requiere de parte del autor, condiciones especiales para que pueda cumplir con la finalidad intrínseca que lo informa. Tales son, por ejemplo, la cultura general y específica de que debe estar en posesión, de acuerdo con la especialidad que cultive; debe gozar de una probada sensibilidad creadora y de una imaginación que lo ilumine a la altura de su elevada condición de artista de la bella expresión; ha de estar dotado de una agilidad mental que le permite síntesis elocuentes, derivadas de profundas reflexiones y de rápidas asociaciones de ideas; ha de tener suficiente dominio del idioma para la correcta expresión, así como un buen gusto literario para desgranar en prosa artística toda la subjetividad, gama de sus lucubraciones, como características propia de todo buen atildado escritor. Pero con todo y esta suma de condiciones, reunidas en armonioso haz de cualidades que califican en mucho al buen ensayista, hay otra que las resume todas y que está por encima de la misma: la originalidad.

Consiste esta condición característica del ensayo en la forma o modo peculiar cómo el escritor de este género cumple su trabajo. El ensayista no se propone enseñar, específicamente, por lo que su interés rebasa lo exclusivamente objetivo. Se trata de algo más que, relacionándose con los conocimientos suficientes que sobre la materia posee el lector, lo transporta en suave y profunda meditación al terreno de sus propias soluciones. Por lo general se trabaja con material suficientemente conocido y trajinado; entonces para que resulte interesante la nueva obra, ha de ser esencialmente original; vale decir que hay que “vaciar en odre nuevo el vino viejo” pero nutriéndolo de nuevas sustancias que aviven la inteligencia del lector. Si la exposición no mueve al lector a nuevas y provechosas reflexiones; si no amplía o enrumba por derroteros nuevos las concepciones habituales, nada se habrá logrado, y el trabajo será de todo, menos ensayo. El autor debe imponerse por lo individual de su apreciación, por la subjetividad de su comportamiento frente a esa alquimia de “la difícil facilidad” con que habrá de conjugar lo concreto y sistemático con lo artístico de la creación, en una sugestiva sensación de obra inconclusa para que el lector la asimile e interprete.

En la originalidad estampa el ensayista su personal punto de vista. Al lector hay que comunicarle nuevos hábitos, y para ello hay que bucear en el fondo del espíritu, removiendo ideas, planteando situaciones nuevas, aflorando inquietudes. En lo subjetivo del ensayo reside el campo abierto para la libre empresa literaria, para abrir el surco donde la semilla de la inquietud intelectual y espiritual habrá de germinar en óptimos frutos.

c) Profundidad y precisión: Si bien el ensayo no agota la materia de que se ocupa, explorando y recorriendo tópicos distintos, esto no quiere decir que ha de hacerlo de una manera simplemente superficial y descuidada. Por el contrario, si el ensayista se recrea en la exaltación del elemento poético abandonando la parte de selectiva especialidad, ello no autoriza a pensar que no ha de hacerlo con profundo conocimiento del asunto a que se contrae y sin una sugestiva precisión que nos deleite.

Por otra parte, el ensayo, dada su naturaleza intrínseca, debe ir acompañado de amenidad, pero ésta no pueda ser vacua, frívola y sin fundamento. Con elegancia y suave discreción, el escritor ha de ir atacando acuciosamente sus temas con profundidad, precisión y seriedad, para arribar al planteamiento de problemas interesantes, con suficiente aporte de su propia cosecha individual. Es la novedad de su personal apreciación lo que interesa; y mientras más agudo y profundo sea su particular punto de vista, más eficaz habrá de ser la obra, presentada desde luego, con un singular aspecto de disimulada despreocupación. En el exponer ideas densas con suave atractivo de ligereza y distracción, está precisamente la gracia de la mayor efectividad del ensayista, al hacernos pasar con él momentos de efectivo provecho; al invitarnos a que estemos en su compañía, no sólo para recrearnos, sino junto con esto, para aprovechar lo meduloso y sustancial de sus personales puntos de vista.

c) Diversidad de temas: El campo de acción del ensayo es extenso en cuanto a la cantidad o variedad de temas que pueden ser objeto de la apreciación y estudio por parte del ensayista. Puede decirse que no hay tema o asunto que no pueda ser tratado por el escritor de este género. Lo único que hay que destacar aquí es que el autor pone en juego toda su habilidad creadora para apartarse de lo común y corriente; pues la mayoría de las veces, tratándose de tópicos ya conocidos por el lector, lo importante es exponer lo que individualmente a aquél interesa, resaltando como nota característica del género, la oportunidad que el ensayo da al que suscribe, de manifestar sus propios y particulares puntos de vista sin incurrir en lugares comunes. De este modo vemos cómo insignes ensayistas hacen de cualquier tema o asunto, aun del más trivial o insignificante, motivo de interesantes elucubraciones que comunican gracia, esplendor y belleza.

e) Composición en prosa; lenguaje y estilo: El ensayo utiliza la prosa como forma literaria de expresión, y dentro de ella, como clase típicamente suya, la exposición. La prosa en el ensayo no ha de ser, precisamente, la expresión fría y escueta de lo subjetivo, ciñéndose exclusivamente al cumplimiento de estrictas normas gramaticales, sino por el contrario, una evidente manifestación artística de la palabra, esto es, la prosa debe ser literaria, por lo que ha de ser capaz de deleitarnos.

La exposición en el ensayo debe ser subjetiva, o lo que es lo mismo, ha de destacarse el mercado acento personal del escritor. En la exposición, el autor manifiesta sus ideas directamente al lector; pero esto no quiere decir que no puedan utilizarse otras formas como la dialogada y la epistolar, reservándose a éstas, de todos modos, un lugar muy secundario. El lenguaje en la exposición literaria (en este caso aplicada al ensayo), ha de reunir una serie de cualidades propias del buen hablar, tales como claridad, propiedad, precisión, concisión, brevedad, armonía y elegancia; todo lo cual sirve al mismo tiempo para orientarnos acerca de la clase de estilo que, por lo demás, no se ha determinado con toda precisión.

f) Brevedad: La extensión del ensayo no tiene un límite característico propiamente dicho, pues los hay de cierta magnitud, dada la índole del asunto tratado y del estilo del autor. Mas, si se toma en cuenta la naturaleza misma del género y la necesidad de abreviar y condensar el pensamiento en síntesis agradable o placentera, se ha de afirmar que predomina el ensayo breve. En la brevedad se pone aún en evidencia el ingenio y acuciosidad del escritor, pues sabido es de sobra que sintetizar es una de las labores intelectuales más delicadas y difíciles que hay, lo cual está ampliamente ilustrado con la celebre posdata que Pascal escribió al terminar una carta de “veinte pliegos”, dirigida a un amigo suyo, y que decía: “Espero que perdones por escribirte una carta tan larga; para una más breve el tiempo no me alcanza”.

3. Asunto, fines y utilidad del ensayo:

a) Asuntos: El campo de acción del ensayo es extenso en cuanto a la cantidad y variedad de temas y asuntos que pueden ser objetivos de la apreciación y estudio profundo por parte del ensayista. Efectivamente, dentro del ámbito propio de este género cae todo cuanto inspire la capacidad por la denominación que corresponde al ensayo, según su contenido, de filosófico, histórico, estético, literario, crítico, sociológico, político, biográfico, religioso, artístico, científico, etc.… Sin embargo, no todos estos temas y sus diferentes asuntos se prestan para un apropiado estudio ensayístico, pues, por ejemplo, los relacionados con las ciencias exactas y ciencias aplicadas no son muy aptos para las especulaciones literarias. De todos modos, ensayos hay en los que tanto unas como otras ocupan sitio relevante por sí mismas o por la ayuda que han prestado a la mejor exposición del asunto propuesto.

En síntesis, podemos decir que todo cuanto forma parte de la vida del hombre, en cuanto de espiritual o subjetivo tiene para éste, habrá de ser aprovechado por el artista de la palabra, que se adentra por los caminos del estudio meduloso, reposado, ameno y entretenedor. Costumbres, modas, lenguaje, deporte, música, leyes, sentimientos, etc., todo puede acercarse al pensamiento del ensayista para someterlo a su crisol y fundirlo en un cuerpo rebosante de valor específico, elegante y bello.

b) Fines: En cuanto a los fines del ensayo basta con apuntar que ellos no son propiamente didácticos, pues se apartan del rigorismo de la verdad escueta y fría. Se trata más bien de difundir cultura de un modo atractivo, ameno, elegante, y provechoso. Lo cual supone, desde luego, una apropiada preparación del lector para poder aprovechar la curiosidad e inquietud que el ensayo debe despertar en el público, ávido de mejorar su formación, recreándose. Quien lee un ensayo debe estar suficientemente capacitado en el asunto planteado, para poder llegar a interpretaciones propias e independientes, con una gran elevación de ideas, con un despertar de inquietudes aleccionadoras, con una canalización edificante de su propia capacidad intelectual.

c) Utilidad: De lo dicho se desprende, pues, la enorme utilidad que el ensayo presenta a la viva curiosidad humana, despejándole horizontes y poniéndola en el camino de contribuir eficazmente a la mejor solución de los grandes problemas culturales que inquietan al hombre, dentro de la órbita de sus cotidianas ocupaciones por mejorar más y más. Ello mismo hace que todos los estudiosos de las artes y las ciencias intercambien esfuerzo en un apretado haz de cooperación para el logro de sus justas aspiraciones: el siquiatra que habla de la personalidad de un héroe; el abogado que interpreta un fenómeno económico o político; el pintor, el músico, el poeta que se interesan por una moda o una costumbre, etc., son evidentes manifestaciones de la apreciación cultural de un pueblo que rompe con las tradicionales barreras de la especialización que enquista, de la limitación que mata. El ensayo es útil porque orienta, prepara y forma con gracia, amenidad y elevación de espíritu.

4. Plan del ensayo

Con el ensayo ocurre lo mismo que con otros géneros literarios, en los cuales el sostenimiento a un orden esquemático riguroso no es lo esencial ni lo indispensable para el logro del fin que la obra se propone. Sin embargo, como el orden y método en el trabajo son aliados útiles, no es desdeñable el articular un sistema que permita un desarrollo conveniente, cómodo y satisfactorio tanto para el escritor como para el lector. De ahí que se establezca cierto orden en la exposición de las ideas, que al mismo tiempo deje libertad para que el ensayista actúe con propiedad, soltura y tino. Este orden constituye algo así como la estructura interna del ensayo y comprende tres pasos o etapas, a saber: introducción, exposición y conclusiones. Es de suma importancia que estos tres pasos estén presentes en el ensayo, pero no deben estar identificados con títulos, las palabras introducción, desarrollo y conclusiones no deben aparecer escritas. El material se escribe de corrido y con los párrafos requeridos.

a) Introducción: En la introducción el ensayista pone al lector en cuenta del tema y del asunto propiamente dicho, objeto de su estudio; la situación actual en que se encuentra el punto o puntos investigados; la orientación y finalidades específicas de su trabajo; los aportes dados por otros ensayistas sobre el particular; la importancia del asunto tratado, en fin, todo cuanto permita ilustrar al lector y disponer su ánimo para una interpretación cabal de cuanto interesa analizar y difundir.

b) Exposición: Una vez presentado el tema, entra de lleno el expositor a tratar el asunto con todo cuidado, analizando, comparando, escudriñando, criticando, relacionando sus apreciaciones con otras valiosas en el espacio y en el tiempo, sentando las bases apropiadas para construir su propio edificio: sus personales y subjetivos puntos de vista. La exposición es, pues, la parte medulosa del ensayo porque en ella pone de manifiesto el autor todo el acervo de conocimientos que sobre el particular posee, llevándonos de la mano por los más atrincados rincones del pensamiento humano, así como por su poder avasallador para contagiarnos con su original modo de pensar, avivado por el calor de su vehemencia.

c) Conclusiones: Finalmente, recorrido el camino de la exposición, llega el autor a la enunciación de sus propias y particulares conclusiones, siempre con una particularísima proyección de entusiasmo para que el lector haga a la vez sus personales apreciaciones, en un deseo de prolongar y difundir la cultura en forma noble, eficaz y amena.

5- El ensayo como manifestación literaria de nuestra época. Su originalidad.

La palabra ensayo no es de muy reciente creación, pues data del siglo XVI cuando por primera vez la empleó el escritor francés Miguel de Montaigne (1533-1592) , autor de una serie de escritos aparecidos en 1580 bajo el título “Essais”, donde se ponía en evidencia la inmensa curiosidad intelectual y la insatisfacción de sus conocimientos, resumida en su célebre pregunta “¿Que sé yo?”, Más tarde, diecisiete años después (1597) fueron seguidos por el escritor inglés Francisco Bacon (1561-1626) con su obra “Essays” cimentada en la serie de reflexiones que en lo moral informan la vida del hombre. No obstante esto, la palabra en cuestión y el movimiento que envuelve, vinieron a tener verdadero auge y a sentar sus reales, propiamente a fines del siglo XIX. Sin embargo, esto no quiere decir que el ensayo como género, apenas sea de reciente aparición, no; pues él ha tenido cultivadores y egregios representantes a través de toda la historia de la cultura universal. Muestra de ello son, por ejemplo, las enseñanzas de la India , China, Egipto, Babilonia, Israel, en la cultura oriental; Platón, Plutarco, Jenofonte, Jenófanes, Empédocles, Eródoto, Tucídides, Aristóteles, Cicerón, Tácito, Séneca, Varrón, Horacio, Quintiliano, Marco Aurelio, etc.; en el Renacimiento: Miguel de Montaigne, Francisco Bacon, Luis Vives, Francisco de Quevedo, Baltasar Gracián, Diego Saavedra Fajardo, Fray Antonio de Guevara, Diderot, Voltaire, Rousseau, etc,; del siglo XVIII en adelante: P.Feijoo, P.Isla, Jovellanos, Donoso Cortés, Quincey, Macaulay, Carlyle, Beltrán Rusell, Oscar Wilde, Pascal, Renán, Sartre, Malreaux, Spengles, Emerson, Benedetto Croce, etc.

Pero es en las postrimerías del siglo XIX (1897), con la obra “Idearium español”, de Angel Ganivet (1862-1898), perteneciente a la época llamada del “novecentismo español”, cuando empieza el verdadero encumbramiento del ensayo moderno; con lo cual, a su vez, quedan en evidencia dos circunstancias que caracterizan el ensayo como manifestación literaria de nuestra época: la primera, la de su reciente sistematización como medio de exposición de las ideas, en el cual el hombre logra combinar hábilmente el arte del bello decir con el estudio metódico, propio de la investigación y de la reflexión; y la segunda, la proliferación del género ensayístico en todos los idiomas.

Ahora bien: ¿Dónde buscar la causa o causas de tan singular estado de cosas? Indudablemente que todo ello gira alrededor de la época que vivimos. Época signada por la velocidad superior a la del sonido; de crisis en todos los órdenes de la actividad humana; de convulsión y de arrebato; de inigualada insatisfacción intelectual y espiritual; de inquietudes, zozobras, quiebras poliformes, etc. Todo esto quiere decir que el auge del ensayo moderno tiene sus raíces en causas de orden social, político, histórico, psicológico, etc., que lo hacen cada vez más “original” como manifestación especifica del propio y particular modo de sentir y pensar del escritor.

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