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martes, 14 de diciembre de 2010

FRANCISCO DE QUEVEDO (1580-1645)


Nació en Madrid, el 17 de septiembre de 1580. Sus padres ocupaban puestos de confianza en la corte. Quevedo cursó los primeros estudios con los jesuitas, y después fue estudiante en la renacentista Universidad de Alcalá de Henares. Prosiguió sus estudios de Teología y Patrística en la Universidad de Valladolid, donde se había trasladado la corte (1600). En esta época se supone que inició su amistad con Pedro Téllez Girón, más tarde duque de Osuna. Cuando tenía veinte años comienzan a popularizarse sus romances satíricos, sus letrillas (Poderoso Caballero) y sus chispeantes Cartas del caballero de la Tenaza, lo que le granjean temprana fama de hombre ingenioso y procaz. Quevedo empieza a frecuentar la vida literaria y a interesarse por la política. Conoce a Cervantes, inicia su amistad con Lope de Vega, y mantiene correspondencia con el humanista flamenco Justo Lipsio sobre temas filosóficos. En esta etapa vallisoletana destaca la animadversión entre el joven Quevedo y el grave y no menos ingenioso Góngora.

En 1613 Quevedo traduce, tras una aguda crisis religiosa, el Heráclito cristiano, y poco después las Lágrimas de Hieremías castellanas. Siempre al servicio del duque de Osuna, a partir de 1615 comienza un largo periplo por Italia como embajador de Sicilia y Roma: espiando en Niza al duque de Saboya, huyendo fugitivo a Génova... En 1615 vuelve a Madrid con donativos reales y la misión diplomática de obtener el virreinato de Nápoles para su protector. Lo consigue, y en 1617 Felipe III otorga a don Francisco el hábito de la Orden de Santiago. Las acusaciones contra el duque de Osuna por el asunto de la Conjuración de Venecia lo hacen caer en desgracia y arrastran consigo a Quevedo, que sufre difamaciones y amenazas. Desengañado de la política, Quevedo se retira a la Torre de Juan Abad, donde reanuda su quehacer literario (Política de Dios, gobierno de Cristo. Vida de Fray Thomás de Villanueva, poemas a Lisi). Tras una breve estancia en la prisión de Uclés en 1621, es confinado nuevamente en la Torre, donde sigue escribiendo.

La muerte de Felipe III y la ascensión al poder del conde-duque de Olivares precipitan la caída de Osuna. Quevedo es llamado a declarar en el proceso contra éste, donde se venteó el escándalo de los sobornos y se dieron a conocer las cartas intercambiadas entre el propio Quevedo, el acusado y varios favoritos y nobles cortesanos. Quevedo es absuelto, pero en 1622, por un real decreto de puño y letra de Felipe IV, es desterrado otra vez a la Torre de Juan Abad. Enfermo de «tercianas malignas» consigue permiso para trasladarse a Villanueva de los Infantes. Regresa a la Corte, y vuelve a relacionarse con el mundillo literario y político. Con el tiempo aumentan los enemigos de Quevedo. Tras escribir la primera parte del Marco Bruto aparece El Rómulo. Se recrudecen los ataques contra Quevedo y su obra: en la Apología al Sueño de la Muerte se le moteja de borracho; en la letrilla Pata-coja se ridiculizan sus defectos físicos y su vida sexual. El resentido Pacheco de Narváez denuncia la Política de Dios, el Buscón y otras obras a la Inquisición. Quevedo contraataca con una Perinola que sólo consigue aumentar la inquina de sus enemigos.

Presiones diversas, intereses políticos, compromisos económicos le llevan en 1634 a contraer matrimonio con doña Esperanza de Mendoza, viuda de Fernández Liñán de Heredia y señora de Cetina. Es un enlace infortunado y breve. Retirado en la Torre de Juan Abad, inicia con su amigo Sancho de Sandoval una apasionante correspondencia, que no interrumpe hasta su muerte. Realiza una traducción de un apócrifo de Séneca, escribe el Epícteto... En 1635 se publica en Valencia el máximo y más feroz de los ataques lanzados por los enemigos de Quevedo: el libelo titulado El tribunal de la justa venganza, erigido contra los escritos de Francisco de Quevedo, maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo entre los hombres. A partir de 1637 la vida de Quevedo discurre, pacíficamente, entre la Torre de Juan Abad y Madrid. Lee mucho, escribe siempre y estudia constantemente. Pero no se desentiende de la actualidad política, como prueban sus cartas.

En diciembre de 1639 es detenido en casa del duque de Medinacelli y encerrado en la prisión de San Marcos de León, donde permanecerá cuatro años, hasta la caída del conde-duque de Olivares. Las protestas de inocencia de Quevedo no son escuchadas hasta junio de 1644, cuando parece demostrarse que se ignora el motivo de su detención. Mientras, ha seguido trabajando en sus poemas, epístolas y obras morales. Cansado, viejo y enfermo, se traslada a Villanueva de los Infantes. No deja de pensar en su obra: dicta capítulos del Marco Bruto y proyecta, por primera vez, una recopilación de sus poemas que nunca podrá realizar, pues la muerte le sobrevino el 8 de septiembre de 1645. A requerimiento del editor Pedro Coello, don José González de Salas se encargó de recoger la mayor parte de los poemas quevedescos dispersos, publicándolos en 1648 en Madrid bajo el título de El Parnaso español, monte en dos cumbres dividido, con las nueve musas. En 1670 aparece en la Imprenta Real de Madrid Las tres Musas últimas castellanas. Segunda parte del Parnaso español, cuya edición, tan nefanda y descalificable como la de Salas, corrió a cargo del sobrino y heredero del poeta, don Pedro Aldrete.

La imagen de Quevedo

Era Quevedo de una gran cultura, conocedor de ciencias, de religión, y de varias lenguas extranjeras, incluso el francés, el italiano, el portugués, el latín, el griego y el hebreo. Era un hombre pesimista, desilusionado, sarcástico, desengañado, sagaz, malicioso, avisado, agresivo, irónico, audaz, resentido, escéptico, estoico, insensible hacia lo tierno y hacia lo sentimental y con gustos por el humor negro, el impudor y la obscenidad. En su obra literaria, Quevedo retuerce, estiliza, amontona, deforma, contorsiona, hiperboliza, deshumaniza, intelectualiza y crea, imponiendo su voluntad en su obra. Era de mediana estatura, de pelo negro y encrespado, de frente grande, de ojos muy vivos, corto de vista, siempre llevaba lentes, cojo y lisiado de ambos pies. Góngora le llamaba «pies de cuerno», Ruiz de Alarcón «pata coja» y Suárez de Figueroa «antojicoxo» (neologismo). Era de temperamento sensible y tímido, de carácter violento y buen espadachín).

Quevedo ofrece una doble imagen: la de un cortesano que lucha y hace protestas de independencia, que se vincula estrechamente con el poder y en otras ocasiones es perseguido por éste. Aparece como cortesano más o menos ambicioso, más o menos intrigante, lo que constituye la «máscara» para camuflar su celosa intimidad. Pocos datos precisos tenemos en torno a su formación intelectual, sus relaciones afectivas, sus vivencias paraliterarias. Esto se sustituyó con lo más exterior de su personalidad. Y se creó una leyenda alrededor del personaje burlón y sarcástico, falaz inventor (y protagonista él mismo) de chistes malsonantes, anécdotas jocosas, chascarrillos, juegos de ingenio y burla... Mas, junto a la «imagen» del hombre procaz y chistoso surgió otra que lo coronaba de una aureola romántica. Sus exegetas, más sujetos a la devoción que a la verdad histórica, se encargaron de fabricar para Quevedo una vida llena de aventuras heroicas y apasionantes conjuras.

La realidad es que Quevedo es un hombre del cual mucho se ignora y mucho se discute todavía. Sin embargo, la historia nos habla de un hombre angustiado, estoico seco y solitario, un lector voraz de los clásicos, un trabajador apasionado y vitalista, una inteligencia superdotada y un maravilloso poeta. La razón de la virulencia de sus ataques de misántropo responde seguramente a una hipersensibilidad que sufre la constante amenaza de la herida. Como hombre del barroco, Quevedo plasmó su espíritu desgarrado por medio de un lenguaje hermético, que envuelve su timidez en el cinismo y la acritud, falseando su pudor con una máscara procaz. Su forma de entender el mundo se filtra en una particular visión del desengaño muy barroca y muy en consonancia con su trayectoria vital.

Obra literaria de Quevedo

Quevedo es más una literatura que un hombre, así lo definió Borges. Su obra es difícil e imposible de constreñir en unos moldes preestablecidos, por su amplitud y diversidad. Quevedo lo probó todo: la versatilidad y amplitud de sus temas sólo es comparable a la riqueza de su vocabulario, ya que probó todos los géneros literarios. El teatro es lo menos logrado y popular de su producción, pero escribió algún que otro entremés interesante. Más trascendencia corresponde a su prosa. Difícil es clasificarla correctamente. Si algo singulariza a nuestro autor es que, escribiera lo que escribiese, a todo trataba por igual. Cuidaba la expresión y la inventiva, ya fuera un elogio a vuela pluma o un tratado doctrinal, un prólogo de circunstancias o una traducción clásica, un juguete satírico o una carta al amigo... Sin embargo, hay obras que destacan entre las demás: obras festivas como las Premáticas, el Libro de todas las cosas y las Cartas del caballero de la Tenaza; obras satírico-morales como los Sueños, el Discurso de todos los diablos, La fortuna con seso y la hora de todos; obras de crítica socio-literaria como la Aguja de navegar cultos, La Perinola, Cuento de cuentos, La culta latiniparla; obras ético-políticas como España defendida y los tiempos de ahora, Política de Dios, la Vida de Marco Bruto; y tratados ascéticos como La cuna y la sepultura, Virtud militante, Providencia de Dios. Sin olvidar su única novela: el Buscón. Quizás lo más destacado y valioso, lo mejor de toda la producción literaria de Quevedo es, junto con el Buscón, los Sueños y La hora de todos, su poesía.

La poesía de Quevedo

Góngora se interesaba por los valores fónicos, sensoriales e imaginativos del lenguaje. Quevedo es el gran maestro del conceptismo. El concepto según ha observado la crítica especializada en materia de poesía barroca, puede ser

• Un juego de palabras
• Una agudeza de ingenio
• Un adentramiento intuitivo en la esencia de un tema poético (el amor, la muerte, el tiempo).
Como señala García Berrio, si la esencia de Góngora y el culteranismo es la “oscuridad”• expresiva, la de Quevedo y el conceptismo es la “dificultad”. El concepto apela a la imaginación, no a los sentidos. La poesía conceptista es poesía de contenido. La palabra está al servicio de un contenido conceptual y emocional. La poesía de Quevedo es amorosa, satírica, burlesca, metafísica, moral, religiosa, fúnebre, escatológica y hasta lo que hoy llamaríamos existencialista. Escribió poesías encomiásticas, romances, letrillas, sonetos y jácaras. Sus temas principales son el amor, la muerte y el paso del tiempo (tempus fugit). Idealiza y rebaja la realidad hasta sus últimas posibilidades. Su poesía, por lo tanto, se puede considerar, como la de Góngora, como «poesía límite».


TEXTOS POÉTICOS DE QUEVEDO

Romance satírico

Pues me hacéis casamentero,
Ángela de Mondragón,
escuchad de vuestro esposo,
las grandezas y el valor.

Él es un médico honrado,
por la gracia del Señor,
que tiene muy buenas letras
en el cambio, y el bolsón.

Quien os lo pintó cobarde
no lo conoce, y mintió,
que ha muerto más hombres vivos
que mató el Cid Campeador.

En entrando en una casa
tiene tal reputación,
que luego dicen los niños:
Dios perdone al que murió.

Y con ser todos mortales
los médicos, pienso yo
que son todos venïales
comparados al doctor.

Al caminante en los pueblos
se le pide información,
temiéndole más que a peste,
de si le conoce, o no.

De médicos semejantes
hace el rey, nuestro señor,
bombardas a sus castillos,
mosquetes a su escuadrón.

Si a alguno cura y no muere,
piensa que resucitó,
y por milagro le ofrece
la mortaja y el cordón.

Si acaso estando en su casa
oye dar algún clamor,
tomando papel y tinta,
escribe: "ante mí pasó".

No se le ha muerto ninguno
de los que cura hasta hoy,
porque antes que se mueran
los mata sin confesión.

De envidia de los verdugos
maldice al corregidor,
que sobre los ahorcados
no le quiere dar pensión.

Piensan que es la muerte algunos;
otros, viendo su rigor,
le llaman el día del juicio,
pues es total perdición.

No come por engordar,
ni por el dulce sabor,
sino por matar la hambre,
que es matar su inclinación.

Por matar mata las luces,
y si no le alumbra el sol,
como murciélagos viven
a la sombra de un rincón.

Su mula, aunque no está muerta,
no penséis que se escapó,
que está matada de suerte,
que le viene a ser peor.

En que se ve tan famoso,
y en tan buena estimación,
atento a vuestra belleza,
se ha enamorado de vos.

No pide le deis más dote
de ver que matéis de amor,
que en matando de algún modo,
para en uno sois los dos.

Casaos con él, y jamás
de viuda tendréis pasión,
que nunca la misma muerte
se oyó decir que murió.

Si lo hacéis, a Dios le ruego
que gocéis con bendición;
pero si no, que nos libre
de conocer al doctor.


A Roma sepultada en sus ruinas

Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino!
y en Roma misma a Roma no la hallas:
cadáver son las que ostentó murallas
y tumba de sí proprio el Aventino.

Yace donde reinaba el Palatino
y limadas del tiempo, las medallas
más se muestran destrozo a las batallas
de las edades que Blasón Latino.

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,
si ciudad la regó, ya sepultura
la llora con funesto son doliente.

¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme y solamente
lo fugitivo permanece y dura!
Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino!
y en Roma misma a Roma no la hallas:
cadáver son las que ostentó murallas
y tumba de sí proprio el Aventino.

Yace donde reinaba el Palatino
y limadas del tiempo, las medallas
más se muestran destrozo a las batallas
de las edades que Blasón Latino.

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,
si ciudad la regó, ya sepultura
la llora con funesto son doliente.

¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme y solamente
lo fugitivo permanece y dura!


A Apolo siguiendo a Dafne

Bermejazo Platero de las cumbres
A cuya luz se espulga la canalla:
La ninfa Dafne, que se afufa y calla,
Si la quieres gozar, paga y no alumbres.

Si quieres ahorrar de pesadumbres,
Ojo del Cielo, trata de compralla:
En confites gastó Marte la malla,
Y la espada en pasteles y en azumbres.
Volvióse en bolsa Júpiter severo,
Levantóse las faldas la doncella
Por recogerle en lluvia de dinero.

Astucia fue de alguna Dueña Estrella,
Que de Estrella sin Dueña no lo infiero:
Febo, pues eres Sol, sírvete de ella
Bermejazo Platero de las cumbres
A cuya luz se espulga la canalla:
La ninfa Dafne, que se afufa y calla,


Si la quieres gozar, paga y no alumbres.

Si quieres ahorrar de pesadumbres,
Ojo del Cielo, trata de compralla:
En confites gastó Marte la malla,
Y la espada en pasteles y en azumbres.

Volvióse en bolsa Júpiter severo,
Levantóse las faldas la doncella
Por recogerle en lluvia de dinero.
Astucia fue de alguna Dueña Estrella,

Que de Estrella sin Dueña no lo infiero:
Febo, pues eres Sol, sírvete de ella


A Dafne, huyendo de Apolo

«Tras vos un Alquimista va corriendo,
Dafne, que llaman Sol ¿y vos, tan cruda?
Vos os volvéis murciégalo sin duda,
Pues vais del Sol y de la luz huyendo.

ȃl os quiere gozar a lo que entiendo
Si os coge en esta selva tosca y ruda,
Su aljaba suena, está su bolsa muda,
El perro, pues no ladra, está muriendo.

"Buhonero de signos y Planetas,
Viene haciendo ademanes y figuras
Cargado de bochornos y Cometas.»

Esto la dije, y en cortezas duras
De Laurel se ingirió contra sus tretas,
Y en escabeche el Sol se quedó a oscuras.


Poderoso caballero es don Dinero

Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado
de continuo anda amarillo.

Que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España,
y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
es hermoso, aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Es galán, y es como un oro:
tiene quebrado el color;
persona de gran valor,
tan cristiano como moro;
que pues da y quita el decoro
y quebranta cualquier fuero,
poderoso caballero
es don dinero.

Son sus padres principales,
y es de nobles descendiente,
porque en las venas de Oriente
todas las sangres son reales.
Y pues es quien hace iguales
al duque y al ganadero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos;
y, pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero
es don dinero.

Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y pues hace las bravatas
desde una bolsa de cuero,
poderoso caballero
es don dinero.




FUENTE:

La lírica en el Barroco: Góngora, Lope de Vega y Quevedo
http://sapiens.ya.com/apuntesweb2004/liricabarroco.htm



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