El
cuento tradicional es una creación literaria, relativamente breve, de carácter
narrativo, y autor anónimo refiere acontecimientos ficticios. Cada vez que se
relata un cuento, en forma oral o escrita, se produce una versión, diferente a
la anterior. La finalidad del cuento consiste en proporcionar diversión y
placer; además, tiene una función didáctica; su origen es desconocido porque se
remonta hasta las primeras manifestaciones culturales de los hombres; por ser
un relato de transmisión oral, que pasa de generación en generación, su
procedencia se pierde en el tiempo.
Una
de las características de los cuentos tradicionales es su finalidad didáctica y
moralizante, es decir, son relatos pensados para educar a los nobles y al
pueblo en general; por ello, los cuentos que llegaron a Europa durante la Edad
Media (siglos VII al xv) provenientes de oriente (Mesopotamia, Egipto, India,
etc.) y de occidente (antigüedad grecolatina) fueron, en muchos casos,
reescritos y transformados para adecuarlos a la sociedad en la que se
insertaban. De esta manera, la enseñanza que originalmente era útil en la
cultura en la que los relatos se creaban,
también resultaba eficiente en el nuevo contexto.
ORÍGENES
Cuándo
y dónde se originó el cuento tradicional resulta, en la actualidad, un dato tan
desconocido como el mismo objeto de estudio. Para tratar de responder estos
interrogantes que enmarcan los orígenes del cuento tradicional, se han dado
varias hipótesis; sin embargo, el lugar y el momento de creación de la mayoría
de ellos siguen siendo sólo conjeturas.
Entre
las teorías acerca de la procedencia del cuento tradicional se destacan tres:
1. La
teoría “monogenista” (del griego mono:
uno, y gen: especie), propuesta por el escritor y filólogo alemán Wilhelm Grimm
(1786-1859), postula que los relatos son herencia de un pasado común
indoeuropeo y que provienen de mitos. Otros estudiosos también piensan que los
cuentos europeos son originarios de la India;
2. La
teoría “poIigenista” (del griego poli:
muchos) plantea que los cuentos se originaron en una época primitiva, salvaje,
en varias regiones ya que distintos pueblos, en estado cultural semejante,
crearon similares narraciones.
3.
Una tercera teoría corresponde a Vladimir Propp (1895-1970); quien ubica las
fuentes del relato maraviIIoso en la realidad histórica; para este investigador
ruso, una determinada política económica condiciona los modelos culturales de
una sociedad capaz de crear ciertos tipos de cuentos y no otros; por eso, en
ellos pueden verse, precisamente, huellas de formas de la vida social y
cultural. En este caso, los cuentos surgirían cuando los ritos (reglas de una
ceremonia religiosa) y las costumbres de las sociedades se vuelven superfluas y
dejan de tener su sentido original.
En
definitiva, llegar a la forma original de las numerosas variantes de los
cuentos resulta un hecho imposible pues, en la tradición oral, las derivaciones
del texto primitivo no son fieles copias, sino refundiciones. Por otra parte,
el carácter del cuento no se agota con las representaciones ficcionales basadas
en lo real, sino que también recrea imágenes y situaciones que no se remontan a
ninguna realidad inmediata (por ejemplo: la aparición de un caballo alado); en
otras palabras, estos relatos también son producto de una mentalidad primitiva,
que no conoce las abstracciones y confunde la fantasía con la realidad.
Así
el cuento provenga de un mito, de un ritual, de viejas costumbres, de culturas
ancestrales o remotas, siempre tuvo un creador "concreto" o
"personal" (un mendigo ciego que pedía limosna mientras brindaba su
narración, un trovador que creaba sus composiciones en la corte, o un juglar
que relataba historias en las plazas, etc.). Este "autor" ofrecía su
relato a un auditorio que, al sentirse identificado con la temática abordada,
lo adoptaba como propio y lo transmitía a otros; pero, en ese proceso, se
producían modificaciones: se hacía hincapié en determinada acción o personaje
en particular, se añadían o suprimían episodios, etc. De esta manera, el cuento
perdía su condición individual y pasaba a ser patrimonio del pueblo.
Aunque
el cuento tradicional haya sido una creación literaria relativamente breve, de
carácter narrativo y autor anónimo, que refiere acontecimientos ficticios; también,
por pertenecer a la tradición oral, perdura a través de variantes; porque, cada
vez que se relata un cuento, en forma oral o escrita, se produce una versión,
diferente de la anterior.
UN CONCEPTO AMPLIO
La noción
de "literatura tradicional" es bastante amplia e incluye las siguientes
variantes:
1. Narraciones
heredadas del pasado, ya sea en forma escrita u oral. Así, por ejemplo, esta
definición incluiría las obras de tradición escrita como las fábulas del
escritor griego Esopo (siglo IV a.C.) o Las
mil y una noches, de autor anónimo;
2. Cuentos
orales tradicionales de todo el mundo; las formas narrativas tradicionales más
conocidas son los cuentos, los mitos y las leyendas;
3. Cuentos
maravillosos, como los recogidos por los hermanos Jacob (1785-1863) y Wilhelm
Grimm, llamados popularmente "cuentos de hadas".
Entonces,
el estudio del cuento folklórico de raíces tradicionales abarca no sólo las
narraciones escritas, sino también todas las formas de la narración
transmitidas oralmente. Estas creaciones, al ser heredadas por el pueblo y por
ser transmitidas de generación en generación, se vuelven tradicionales.
Asimismo, un relato no popular, es decir, un cuento con situaciones que no se
remontan a ninguna realidad inmediata, también puede ser adoptado por el pueblo
como tradicional. En esos casos, algunos estudiosos del cuento tradicional,
(como Stith Thompson o Vladimir Propp, los llaman también
"folklóricos", e incluyen en ese grupo cuentos maravillosos o
mágicos, cuentos de animales, novelescos, adivinanzas, chistes y aun cuentos de
fórmula (como el "cuento de la buena pipa").
LAS RUTAS DEL CUENTO
TRADICIONAL
Un
cuento refleja en sus temas unas características y rasgos propios de la región
en la que nace; pero, cuando pasa a ser parte de tradición oral, sufre
modificaciones en distintas regiones e, incluso, en lugares muy diferentes al de
origen. En este sentido, los cuentos de hadas son característicos de Europa
tanto oriental como occidental y también del oeste de Asia; su eje temático gira
alrededor de las proezas de un héroe, que recibe, en la mayoría de los casos,
ayuda sobrenatural.
Aquellos
cuentos en los que predominan paisajes nevados, animales típicos de determinado
lugar o situaciones (osos polares a los que se les congela la parte del cuerpo,
por ejemplo) no pueden haberse originado en lugares cálidos, sino en zonas
frías como el norte de Europa (Finlandia) o Rusia; pero, a través de la
transmisión oral, se expanden a toda Europa más tarde, se difunden por África,
hasta cruzar el océano y recalar en América del Norte. Otros relatos surgieron
en Irlanda, Islandia, Noruega, Egipto, Babilonia, Grecia e India, como ciclos
de narraciones sagradas que constituían las mitologías de esos pueblos
CLASIFICACIÓN DE LOS CUENTOS FOLKLÓRICOS
Las
variedades principales de cuentos folclóricos son:
Cuentos maravillosos o de magia. Son los llamados fairy tales (cuentos de hadas) en inglés
o Märchen en alemán; en estos relatos
fantásticos, abundan tanto personajes como objetos fabulosos (hadas, ogros,
alfombras voladoras, etc.). Para Stith Thompson, estos cuentos son típicos de
las áreas donde la cultura occidental es co-extensiva. Este grupo, posiblemente
el más estudiado, es objeto de una abundante controversia científica, debido a
las diversas teorías aparecidas en torno a su origen genético.
Cuentos novelescos (Novellenmärchen,
en alemán). Transcurren en un mundo real, no fabuloso. Tienen gran riqueza
episódica, al igual que los cuentos maravillosos. Categorizados dentro de los
cuentos novelescos, aparecen los relatos de adivinanzas, en los cuales se
proponen adivinanzas, acertijos, etc., y de cuya solución se desprenderá el
premio o el castigo. Para el folklorista sueco Carl Wilhelm von Sydow, el
origen de estos cuentos se encuentra en los pueblos semitas.
Cuentos religiosos. En estos cuentos intervienen, con un
propósito moralizador, distintos personajes como Dios, la Virgen María, los santos,
el diablo, etc. Hay controversia en relación a la pertenencia de este tipo de
cuentos a la categoría de cuentos folklóricos, ya que algunos autores los
consideran leyendas religiosas, porque, si bien las historias de estos cuentos
son ficticias, para ciertos auditorios se trata de historias verdaderas, sobre
todo al tratarse de personajes que son sagrados dentro de la propia cultura.
Chistes o historietas (schwänke; jests, anécdotas).
Grupo conformado por relatos generalmente cortos y con fines humorísticos, se
ramifica en distintos subgrupos (los cuentos de sordos, de sacerdotes, de
solteronas, de maridos engañados, etc.). También se producen grandes ciclos
narrativos, como es el caso, en la tradición hispanoamericana, del ciclo de
Pedro de Urdemales, un pícaro de dilatada tradición peninsular que, a su paso
por tierras americanas, se ha extendido por todo el continente, adoptando los
más variados nombres.
Cuentos de animales. Emparentados con las fábulas, en este
grupo, conformado por relatos que suelen ser breves, los animales se comportan
como seres humanos; además interactúan con ellos en las pocas ocasiones en que
éstos aparecen. Según Stith Thompson hay varias fuentes principales para estos
relatos: las fábulas literarias de la India, las fábulas de Esopo, los cuentos
medievales de animales, fundamentalmente el ciclo del zorro, muy presente, por
ejemplo, en el folklore argentino, entre otros.
ALGUNAS CARACTERISTICAS DE LOS
CUENTOS FOLKLÓRICOS
Las
características comunes que se pueden observar en los cuentos folklóricos son
las siguientes:
·
Se transmiten de forma oral.
·
Son de carácter universal, se encuentran
desde la antigüedad por todo el mundo.
·
Son muy similares en todas partes, en lo que
respecta a los aspectos estructurales de importancia.
·
Se narra una sucesión de episodios, cuyo
orden no puede cambiarse.
·
Los episodios están subordinados al
personaje.
·
Se suele situar la acción en un espacio y
tiempo lejanos.
·
Existe en ellos un carácter impersonal,
realizado en una forma sencilla de expresión.
·
Todo está envuelto por una visión
maravillosa, donde la realidad se somete a una moral popular.
En
definitiva, el cuento popular o folklórico puede definirse como: “un tipo de
narración en prosa sobre sucesos ficticios de transmisión oral”. En la
actualidad, la narración de cuentos a un público infantil o adulto, congregado
exclusivamente para oírlo, ha comenzado a caer en desuso; en algunos países,
está dejando paso incluso a la narración leída; esto puede ser debido a que
jamás los folkloristas se preocuparon tanto de la finalidad del cuento como de
su texto, y se dedicaron más a recoger y publicar cuentos que a interesarse por
la función social que los impulsaba.
Los
Hermanos Grimm es el nombre usado para referirse a los escritores Jacob Grimm
(1785-1863) y Wilhelm Grimm (1786-1859); estos dos hermanos alemanes fueron
célebres por sus cuentos para niños y también por su Diccionario alemán, las Leyendas
alemanas, la Gramática alemana,
la Mitología alemana y los Cuentos de la infancia y del hogar;
también fueron reconocidos como fundadores de la filología alemana. Ambos
nacieron en la localidad alemana de Hanau (en Hesse); a los 20 años de edad,
Jacob trabajaba como bibliotecario y Wilhelm como secretario de la biblioteca;
incluso, antes de llegar a los 30 años, habían logrado sobresalir gracias a sus
publicaciones.
Los
hermanos Grimm fueron profesores universitarios en Kassel (1829 y 1839
respectivamente); cuando eran profesores de la Universidad de Gotinga, los
despidieron en 1837 por protestar contra el rey Ernesto Augusto I de Hannover;
pero, al año siguiente, fueron invitados por Federico Guillermo IV de Prusia a
Berlín, donde ejercieron como profesores en la Universidad Humboldt. Hay que
destacar que, tras las Revoluciones de 1848, Jacob fue miembro del Parlamento
de Fráncfort.
En
el aspecto literario, la labor de los hermanos Grimm no se limitó a recopilar
historias, sino que se extendió también a la docencia y la investigación
lingüística, especialmente de la gramática comparada y la lingüística
histórica. Sus estudios de la lengua alemana son piezas importantes del
posterior desarrollo del estudio lingüístico (como la Ley de Grimm), aunque sus
teorías sobre el origen divino del lenguaje fueron rápidamente desechadas.
Además
de sus cuentos de hadas, los Grimm también son conocidos por su obra Deutsches Wörterbuch, un diccionario en
33 tomos con etimologías y ejemplos de uso del léxico alemán, que concluido en
1960. En 1803 los hermanos Grimm conocieron en la Universidad de Marburgo
(Hesse) a los románticos Clemens Brentano y Achim von Arnim, quienes despertaron
en ellos el interés por los cuentos tradicionales. Jacob y Wilhelm empezaron a
recopilar y elaborar los cuentos de la tradición oral en el entorno burgués de
Kassel, marcado por el carácter de los hugonotes. Fue justamente de una mujer
proveniente de una familia de hugonotes de quien obtuvieron gran parte de las
historias recogidas en su libro Kinder-
und Hausmärchen (Cuentos para la infancia y el hogar), dos volúmenes
publicados en 1812 y 1815. La colección fue ampliada en 1857 y se conoce
popularmente como Cuentos de hadas de los
hermanos Grimm. Su extraordinaria difusión ha contribuido decisivamente a
divulgar cuentos como Blancanieves, La Cenicienta, Hänsel y Gretel, La Bella
Durmiente, La fuente de las hadas, Juan sin miedo y Pulgarcito. Un aspecto controvertido de este éxito es que en muchos
lugares su versión escrita ha desplazado casi por completo a las que seguían
vivas en la tradición oral local.
Los
textos se fueron adornando y, a veces, censurando de edición en edición debido
a su extrema dureza; los Grimm se defendían de las críticas argumentando que
sus cuentos no estaban dirigidos a los niños; sin embargo, para satisfacer las
exigencias del público burgués, tuvieron que cambiar varios detalles de los
originales. Por ejemplo, la madre de Hansel y Gretel pasó a ser una madrastra,
porque el hecho de abandonar a los niños en el bosque (cuyo significado
simbólico no se reconoció) no coincidía con la imagen tradicional de la madre
de la época; también hubo que cambiar o, mejor dicho, omitir alusiones sexuales
explícitas.
Los
autores recogieron algunos cuentos franceses gracias a Dorothea Viehmann y a
las familias Hassenflug y Wild (una hija de los Wild se convertiría después en
la esposa de Wilhelm). Pero para escribir un libro de cuentos verdaderamente
alemán, aquellos cuentos que llegaron de Francia a los países de habla alemana,
como El gato con botas o Barba Azul, tuvieron que eliminarse de
las ediciones posteriores.
En
1812, los hermanos Grimm editaron el primer tomo de Cuentos para la infancia y el hogar, en el cual publicaban su
recopilación de cuentos, al que siguió en 1814 su segundo tomo. Una tercera
edición apareció en 1837 y la última edición supervisada por ellos, en 1857.
Las primeras colecciones se vendieron modestamente en Alemania, al principio
apenas unos cientos de ejemplares al año. Las primeras ediciones no estaban
dirigidas a un público infantil; en un principio los hermanos Grimm rehusaron
utilizar ilustraciones en sus libros y preferían las notas eruditas a pie de
página, que ocupaban casi tanto espacio como los cuentos mismos; en sus
inicios, nunca se consideraron escritores para niños sino folkloristas
patrióticos. Alemania en la época de los hermanos Grimm había sido invadida por
los ejércitos de Napoleón, y el nuevo gobierno pretendía suprimir la cultura
local del viejo régimen de feudos y principados de la Alemania de principios
del siglo XIX.
Sería
a partir de 1825 cuando alcanzarían mayores ventas, al conseguir la publicación
de la Kleine Ausgabe (Pequeña
Edición) de 50 relatos con ilustraciones fantásticas de su hermano Ludwig; era
una edición condensada, destinada para lectores infantiles; luego, entre 1825 y
1858, se publicarían diez ediciones de esta Pequeña Edición.
A
mediados del siglo XIX, en algunos sectores de América del Norte la colección
de cuentos era condenada por maestros, padres de familia y figuras religiosas
debido a su crudo e incivilizado contenido, ya que representaba la cultura
medieval con todos sus rígidos prejuicios, crudeza y atrocidades. Los adultos
ofendidos se oponían a los castigos impuestos a los villanos; un ejemplo se
puede ver en la versión original de Blancanieves,
a la malvada madrastra se le obliga a bailar con unas zapatillas de hierro
ardiente al rojo vivo hasta caer muerta. Los primeros libros ilustrados fueron
hechos por los editores ingleses y, una vez que los hermanos Grimm descubrieron
a su nuevo público infantil, se dedicaron a refinar y suavizar sus cuentos.
Los
210 cuentos de la colección de los Grimm forman una antología de cuentos de
hadas, fábulas, farsas rústicas y alegorías religiosas y, hasta ahora, la
colección ha sido traducida a más de 160 idiomas. Los cuentos y los personajes
hoy en día son usados en el teatro, la ópera, las historietas, el cine, la
pintura, la publicidad y la moda; los ejemplares manuscritos de Cuentos para la
infancia y el hogar, propiedad de la biblioteca de la Universidad de Kassel,
fueron incluidos en el Programa “Memoria del Mundo” de la Unesco en 2005. Tras
la Segunda Guerra Mundial y hasta 1948, estuvo prohibida la venta de los
cuentos de los hermanos Grimm en la zona de ocupación inglesa, ya que los
ingleses los consideraban como una prueba de la supuesta maldad de los alemanes
durante la guerra. La actual edición (1996 y 2004) de las versiones originales
de los hermanos Grimm fue publicada por Hans-Jörg Uther. La primera traducción
al español fue hecha directamente del alemán, en 1879, por Don José S. Viedma
(1831-1898).
CUENTOS FOLKLÓRICOS - ANTOLOGÍA
Alí Babá y los cuarenta
ladrones
Había
una vez un señor que se llamaba Alí Babá y que tenía un hermano que se llamaba
Kassim. Alí Babá era honesto, trabajador, bueno, leñador y pobre. Kassim era
deshonesto, haragán, malo, usurero y rico. Alí Babá tenía una esposa, una
hermosa criada que se llamaba Luz de la Noche, varios hijos fuertes y tres
mulas. Kassim tenía una
esposa y muy mala memoria, pues nunca se acordaba de visitar a sus parientes, ni siquiera para preguntarles si se encontraban bien o si necesitaban algo. En realidad no los visitaba para que no le salieran pidiendo algo.
esposa y muy mala memoria, pues nunca se acordaba de visitar a sus parientes, ni siquiera para preguntarles si se encontraban bien o si necesitaban algo. En realidad no los visitaba para que no le salieran pidiendo algo.
Un
día en que Alí Babá estaba en el bosque cortando leña oyó un ruido que se
acercaba y que se parecía al ruido que hacen cuarenta caballos cuando galopan.
Se asustó, pero como era curioso trepó a un árbol. Espiando, vio que eran,
efectivamente, cuarenta caballos. Sobre cada caballo venía un ladrón, y cada
ladrón tenía una bolsa llena de monedas de oro, vasos de oro, collares de oro y
más de mil rubíes, zafiros, ágatas y perlas. Delante de todos iba el jefe de
los ladrones.
Los
ladrones pasaron debajo de Alí Babá y sofrenaron frente a una gran roca que
tenía, más o menos, como una cuadra de alto y que era completamente lisa.
Entonces el jefe de los ladrones gritó a la roca: "¡Sésamo: ábrete!".
Se oyó un trueno y la roca, como si fuera un sésamo, se abrió por el medio
mientras Alí Babá casi se cae del árbol por la emoción. Los ladrones entraron
por la abertura de la roca con caballos y todo, y una vez que estuvieron dentro
el jefe gritó: "¡Sésamo: ciérrate!". Y la roca se cerró.
"Es
indudable -pensó Alí Babá sin bajar del árbol- que esa roca completamente lisa
es mágica y que las palabras pronunciadas por el jefe de los ladrones tienen el
poder de abrirla. Pero más indudable todavía es que dentro de esa extraña roca
tienen esos ladrones su escondite secreto donde guardan todo lo que
roban." Y en seguida se oyó otra vez un gran trueno y la roca se abrió.
Los ladrones salieron y el jefe gritó: "¡Sésamo: ciérrate!". La roca
se cerró y los ladrones se alejaron a todo galope, seguramente para ir a robar
en algún lado. Cuando se pedieron de vista, Alí Babá bajó del árbol.
"Yo
también entraré en esa roca -pensó-. El asunto será ver si otra persona,
pronunciando las palabras mágicas, puede abrirla." Entonces, con todas las
fuerzas que tenía, gritó: "¡Sésamo: ábrete!". Y la roca se abrió. Después
de tardar lo que se tarda en parpadear, se lanzó por la puerta mágica y entró.
Y una vez dentro se encontró con el tesoro más grande del mundo. "¡Sésamo:
ciérrate!", dijo después. La roca se cerró con Alí Babá dentro y él, con
toda tranquilidad, se ocupó de meter en una bolsa una buena cantidad de monedas
de oro y rubíes. No demasiado: lo suficiente como para asegurarse la comida de
un año y tres meses. Después dijo: "¡Sésamo: ábrete!". La roca se
abrió y Alí Babá salió con la bolsa al hombro. Dijo: "¡Sésamo:
ciérrate!" y la roca se cerró y él volvió a su casa, cantando de alegría.
Pero cuando su esposa lo vio entrar con la bolsa se puso a llorar.
-¿A
quién le robaste eso? -gimió la mujer.
Y
siguió llorando. Pero cuando Alí Babá le contó la verdadera historia, la mujer
se puso a bailar con él.
-Nadie
debe enterarse que tenemos este tesoro -dijo Alí Babá-, porque si alguien se
entera querrá saber de dónde lo sacamos, y si le decimos de dónde lo sacamos
querrá ir también él a esa roca mágica, y si va puede ser que los ladrones lo
descubran, y si lo descubren terminarán por descubrirnos a nosotros. Y si nos
descubren a nosotros nos cortarán la cabeza. Enterremos todo esto.
-Antes
contemos cuántas monedas y piedras preciosas hay -dijo la mujer de Alí Babá.
-¿Y
terminar dentro de diez años? ¡Nunca! -le contestó Alí Babá.
-Entonces
pesaré todo esto. Así sabré, al menos aproximadamente, cuánto tenemos y cuánto
podremos gastar -dijo la mujer.
Y
agregó:
-Pediré
prestada una balanza.
Desgraciadamente,
la mujer de Alí Babá tuvo la mala idea de ir a la casa de Kassim y pedir
prestada la balanza. Kassim no estaba en ese momento, pero sí su esposa.
-¿Y
para qué quieres la balanza? -le preguntó la mujer de Kassim a la mujer de Alí
Babá.
-Para
pesar unos granos -contestó la mujer de Alí Babá.
"¡Qué
raro! -pensó la mujer de Kassim-. Éstos no tienen ni para caerse muertos y
ahora quieren una balanza para pesar granos. Eso sólo lo hacen los dueños de
los grandes graneros o los ricos comerciantes que venden granos."
-¿Y
qué clase de granos vas a pesar? - le preguntó la mujer de Kassim después de
pensar lo que pensó.
-Pues
granos... -le contestó la mujer de Alí Babá.
-Voy
a prestarte la balanza -le dijo la mujer de Kassim.
Pero
antes de prestársela, y con todo disimulo, la mujer de Kassim untó con grasa la
base de la balanza.
"Algunos
granos se pegarán en la grasa, y así descubriré qué estuvieron pesando
realmente", pensó la mujer de Kassim. Alí Babá y su mujer pesaron todas
las monedas y las piedras preciosas. Después devolvieron la balanza. Pero un
rubí había quedado pegado a la grasa.
-De
manera que éstos son los granos que estuvieron pesando -masculló la mujer de
Kassim-. Se lo mostraré a mi marido.
Y
cuando Kassim vio el rubí, casi se muere del disgusto.
Y
él, que nunca se acordaba de visitar a Alí Babá, fue corriendo a buscarlo. Sin saludar
a nadie, entró en la casa de su hermano en el mismo momento en que estaban por
enterrar el tesoro.
-¡Sinvergüenzas!
-gritó-. Ustedes siempre fueron unos pobres gatos. Díganme de dónde sacaron ese
maravilloso tesoro si no quieren que los denuncie a la policía.
Y se
puso a patalear de rabia. Alí Babá, resignado, comprendió que lo mejor sería
contarle la verdad.
-Mañana
mismo iré hasta esa roca y me traeré todo a mi casa -dijo Kassim cuando
terminaron de explicarle.
A la
mañana siguiente, Kassim estaba frente a la roca dispuesto a pronunciar las
palabras mágicas.
Había
llevado 12 mulas y 24 bolsas; tanto era lo que pensaba sacar.
-¿Qué
era lo que tenía que decir? -se preguntó Kassim-. Ah, sí, ahora recuerdo... Y
muy emocionado exclamó: "¡Sésamo: ábrete!".
La
roca se abrió y Kassim entró. Después dijo "Sésamo: ciérrate", y la
roca se cerró con él dentro.
Una
hora estuvo Kassim parado frente a las montañas de moneda de oro y de piedras
preciosas.
"Aunque
tenga que venir todos los días -pensó-, no dejaré la más mínima cosa de valor
que haya aquí. Me lo voy a llevar todo a mi casa." Y se puso a morder las
monedas para ver si eran falsas. Después empezó a elegir entre las piedras
preciosas. "Aunque me
las llevaré todas, es mejor que empiece por las más grandes, no vaya a ser que por h o por b mañana no pueda venir y me quede sin las mejores." La elección le llevó unas cinco horas. Pero en ningún momento se sintió cansado. "Es el trabajo más hermoso que hice en mi vida. Gracias al tonto de mi hermano, me he convertido en el hombre más rico del mundo." Y cuando cargó las 24 bolsas se dispuso a partir.
las llevaré todas, es mejor que empiece por las más grandes, no vaya a ser que por h o por b mañana no pueda venir y me quede sin las mejores." La elección le llevó unas cinco horas. Pero en ningún momento se sintió cansado. "Es el trabajo más hermoso que hice en mi vida. Gracias al tonto de mi hermano, me he convertido en el hombre más rico del mundo." Y cuando cargó las 24 bolsas se dispuso a partir.
-¿Qué
era lo que tenía que decir? -se preguntó-. Ah, sí, ahora recuerdo... Y muy
emocionado dijo: "Alpiste: ábrete".
Pero
la roca ni se movió.
-¡Alpiste:
ábrete! -repitió Kassim.
Pero
la roca no obedeció.
-Por
Dios -dijo Kassim-, olvidé el nombre de la semilla. ¿Por qué no lo habré
anotado en un papelito?
Y,
desesperado, empezó a pronunciar el nombre de todas las semillas que recordaba:
"Cebada: ábrete"; "Maíz: ábrete"; "Garbanzo:
ábrete".
Al
final, totalmente asustado, ya no sabía qué decir: "Zanahoria:
ábrete"; "Coliflor: ábrete"; "Calabaza: ábrete".
Hasta
que la roca se abrió. Pero no por Kassim sino por los cuarenta ladrones que
regresaban. Y cuando vieron a Kassim, le cortaron la cabeza.
-¿Cómo
habrá entrado aquí? -preguntó uno de los ladrones.
-Ya
lo averiguaremos -dijo el jefe-. Ahora salgamos a robar otra vez.
Y se
fueron a robar, después de dejar bien cerrada la roca.
Pero
Alí Babá estaba preocupado porque Kassim no regresaba. Entonces fue a buscarlo
a la roca.
Dijo
"Sésamo: ábrete", y cuando entró vio a Kassim muerto. Llorando, se lo
llevó a su casa para darle sepultura. Pero había un problema: ¿qué diría a los
vecinos? Si contaba que Kassim había sido muerto por los ladrones se
descubriría el secreto, y eso, ya lo sabemos, no convenía.
-Digamos
que murió de muerte natural -dijo Luz de la Noche.
-¿Cómo
vamos a decir eso? Nadie se muere sin cabeza -dijo Alí Babá.
-Yo
lo resolveré -dijo Luz de la Noche, y fue a buscar a un zapatero.
Camina
que camina, llegó a la casa del zapatero.
-Zapatero
-le dijo-, voy a vendarte los ojos y te llevaré a mi casa.
Eso
nunca -le contestó el zapatero-. Si voy, iré con los ojos bien libres.
No
-repuso Luz de la Noche. Y le dio una moneda de oro.
-¿Y
para qué quieres vendarme los ojos? -preguntó el zapatero.
-Para
que no veas adónde te llevo y no puedas decir a nadie dónde queda mi casa -dijo
Luz de la Noche, y le dio otra moneda de oro.
-¿Y
qué tengo que hacer en tu casa? -preguntó el zapatero.
-Coser
a un muerto -le explicó Luz de la Noche.
-Ah,
no -dijo el zapatero-, eso sí que no -y tendió la mano para que Luz de la Noche
le diera otra moneda.
-Está
bien -dijo el zapatero después de recibir la moneda-, vamos a tu casa.
Y
fueron. El zapatero cosió la cabeza del muerto, uniéndola. Y todo lo hizo con
los ojos vendados. Finalmente volvió a su casa acompañado por Luz de la Noche y
allí se quitó la venda.
-No
cuentes a nadie lo que hiciste -le advirtió Luz de la Noche.
Y se
fue contenta, porque con su plan ya estaba todo resuelto. De manera que cuando
los vecinos fueron informados que Kassim había muerto, nadie sospechó nada. Y
eso fue lo que pasó con Kassim, el malo, el haragán, el de mala memoria. Pero
resulta que los ladrones volvieron a la roca y vieron que Kassim no estaba.
Ninguno de los ladrones era muy inteligente que digamos, pero el jefe dijo:
-Si
el muerto no está, quiere decir que alguien se lo llevó.
-Y
si alguien se lo llevó, quiere decir que alguien salió de aquí llevándoselo
-dijo otro ladrón.
-Pero
si alguien salió de aquí llevándoselo, quiere decir que primero entró alguien
que después se lo llevó -dijo el jefe de los ladrones.
-¿Pero
cómo va a entrar alguien si para entrar tiene que pronunciar las palabras
mágicas secretas, que por ser secretas nadie conoce? -dijo otro ladrón.
Después
de cavilar hasta el anochecer, el jefe dijo:
-Quiere
decir que si alguien salió llevándose a ese muerto, quiere decir que antes de
salir entró, porque nadie puede salir de ningún lado si antes no entra. Quiere
decir que el que entró pronunció las palabras secretas.
-¿Y
eso qué quiere decir? -preguntaron los otros 39 ladrones.
-¡Quiere
decir que alguien descubrió el secreto! -contestó el jefe.
-¿Y
eso qué quiere decir? -preguntaron los 39.
-¡Que
hay que cortarle la cabeza!
-¡Muy
bien! ¡Cortémosela ahora mismo!
Y ya
salían a cortarle la cabeza cuando el jefe dijo:
-Primero
tenemos que saber quién es el que descubrió nuestro secreto. Uno de ustedes
debe ir al pueblo y averiguarlo.
-Yo
iré -dijo el ladrón número 39. (El número 40 era el jefe).
Cuando
el ladrón número 39 llegó al pueblo, pasó frente al taller de un zapatero y
entró. Dio la casualidad de que era el zapatero que ya sabemos.
-Zapatero
-dijo el ladrón número 39-, estoy buscando a un muerto que se murió hace poco.
¿No lo viste?
-¿Uno
sin cabeza? -preguntó el zapatero.
-El
mismo -dijo el ladrón número 39.
-No,
no lo vi -dijo el zapatero.
-De
mí no se ríe ningún zapatero -dijo el ladrón-. Bien sabes de quién hablo.
-Sí
que sé, pero juro que no lo vi.
Y el
zapatero le contó todo.
-Qué
lástima -se lamentó el 39-, yo quería recompensarte con esta linda bolsita. Y
le mostró una bolsita llena de moneditas de oro.
-Un
momento -dijo el zapatero-, yo no vi nada, pero debes saber que los ciegos
tienen muy desarrollados sus otros sentidos. Cuando me vendaron los ojos,
súbitamente se me desarrolló el sentido del olfato. Creo que por el olor podría
reconocer la casa a la que me llevaron.
Y
agregó:
-Véndame
los ojos y sígueme. Me guiaré por mi nariz.
Así
se hizo. Con su nariz al frente fue el zapatero oliendo todo. Detrás de él iba
el ladrón número 39. Hasta que se pararon frente a una casa.
-Es
ésta -dijo el zapatero-. La reconozco por el olor de la leña que sale de ella.
-Muy
bien -respondió el ladrón número 39-. Haré una marca en la puerta para que
pueda guiar a mis compañeros hasta aquí y cumplir nuestra venganza amparados
por la oscuridad de la noche.
Y el
ladrón hizo una cruz en la puerta. Después ladrón y zapatero se fueron, cada
cual por su camino. Pero Luz de la Noche había visto todo. Entonces salió a la
calle y marcó la puerta de todas las casas con una cruz igual a la que había
hecho el ladrón. Después se fue a dormir muy tranquila.
-Jefe
-dijo el ladrón número 39 cuando volvió a la guarida secreta-, con ayuda de un
zapatero descubrí la casa del que sabe nuestro secreto y ahora puedo
conducirlos hasta ese lugar.
-¿Aun
en la oscuridad de la noche? ¿No te equivocarás de casa? -preguntó el jefe.
-No.
Porque marqué la puerta con una cruz.
-Vamos
-dijeron todos.
Y
blandiendo sus alfanjes se lanzaron a todo galope.
-Ésta
es la casa -dijo el ladrón número 39 cuando llegaron a la primera puerta del
pueblo.
-¿Cuál?
-preguntó el jefe.
-La
que tiene la cruz en la puerta.
-¡Todas
tienen una cruz! ¿Cuántas puertas marcaste?
El
ladrón número 39 casi se desmaya. Pero no tuvo tiempo porque el jefe,
enfurecido, le cortó la cabeza. Y, sin pérdida de tiempo, ordenó el regreso. No
querían levantar sospechas.
-Alguien
tiene que volver al pueblo, hablar con ese zapatero y tratar de dar con la
casa.
-Iré
yo -dijo el ladrón número 38.
Y
fue.
Y
encontró la casa del zapatero. Y el zapatero se hizo vendar los ojos. Y le
señaló la casa. Y el ladrón número 38 hizo una cruz en la puerta. Pero de color
rojo y tan chiquita que apenas se veía. Después zapatero y ladrón se fueron,
cada cual por su camino. Pero Luz de la Noche vio todo y repitió la estratagema
anterior: en todas las puertas de la vecindad marcó una cruz roja, igual a la
que había hecho el bandido.
-Jefe,
ya encontré la casa y puedo guiarlos ahora mismo -dijo el ladrón número 38
cuando volvió a la roca mágica.
-¿No
te confundirás? -dijo el jefe.
-No,
porque hice una cruz muy pequeña, que solo yo sé cuál es.
Y
los treinta y nueve ladrones salieron a todo galope.
-Esta
es la casa -dijo el ladrón número 38 cuando llegaron a la primera puerta del
pueblo.
-¿Cuál?
-preguntó el jefe.
-La
que tiene esa pequeña cruz colorada en la puerta.
-Todas
tienen una pequeña cruz colorada en la puerta -dijo el jefe de los bandidos. Y
le cortó la cabeza.
Después
el jefe dijo:
-Mañana
hablaré yo con ese zapatero.
Y
ordenó el regreso. Al día siguiente el jefe de los ladrones buscó al zapatero.
Y lo encontró. Y el zapatero se hizo vendar los ojos. Y lo guió. Y le mostró la
casa. Pero el jefe no hizo ninguna cruz en la puerta ni otra señal. Lo que hizo
fue quedarse durante diez minutos mirando bien la casa.
-Ahora
soy capaz de reconocerla entre diez mil casas parecidas.
Y
fue en busca de sus muchachos.
-Ladrones
-les dijo-, para entrar en la casa del que descubrió nuestro secreto y cortarle
la cabeza sin ningún problema, me disfrazaré de vendedor de aceite. En cada
caballo cargaré dos tinas de aceite sin aceite. Cada uno de ustedes se
esconderá en una tina y cuando yo dé la orden ustedes saldrán de la tina y
mataremos al que descubrió nuestro secreto y a todos los que salgan a
defenderlo.
-Muy
bien -dijeron los ladrones.
Los
caballos fueron cargados con las tinas y cada ladrón se metió en una de ellas.
El jefe se disfrazó de vendedor de aceite y después tapó las tinas.
Esa
tarde los 38 ladrones entraron en el pueblo. Todos los que los vieron entrar
pensaban que se trataba de un vendedor que traía 37 tinas de aceite.
Llegaron
a la casa de Alí Babá y el jefe de los ladrones pidió permiso para pasar.
-¿Quién
eres? -preguntó Alí Babá.
-Un
pacífico vendedor de aceite -dijo el jefe de los bandidos-. Lo único que te
pido es albergue, para mí y para mis caballos.
-Adelante,
pacífico vendedor -dijo Alí Babá.
Y
les dio albergue. Y también comida, y dulces y licores. Pero el jefe de los
ladrones lo único que quería era que llegara la noche para matar a Alí Babá y a
toda su familia.
Y la
noche llegó.
Pero
resulta que hubo que encender las lámparas.
-Nos
hemos quedado sin una gota de aceite -dijo Luz de la Noche-, y no puedo
encender las lámparas. Por suerte hay en casa un vendedor de aceites; sacaré un
poco de esas grandes tinas que él tiene.
Luz
de la Noche tomó un pesado cucharón de cobre y fue hasta la primera tina y
levantó la tapa. El ladrón que estaba adentro creyó que era su jefe que venía a
buscarlo para lanzarse al ataque, y asomó la cabeza.
-¡Qué
aceite más raro! -exclamó Luz de la Noche, y le dio con el cucharón en la
cabeza.
El
ladrón no se levantó más.
Luz
de la Noche fue hasta la segunda tina y levantó la tapa, y otro ladrón asomó la
cabeza, creyendo que era su jefe.
-Un
aceite con turbantes -dijo Luz de la Noche.
Y le
dio con el cucharón. El ladrón no se levantó más. Tina por tina recorrió Luz de
la Noche, y en todas le pasó lo mismo. A ella y al que estaba adentro.
Enojadísima, fue a buscar al vendedor de aceite, y blandiendo el cucharón le
dijo:
-Es
una vergüenza. No encontré ni una miserable gota de aceite en ninguna de sus
tinas. ¿Con qué enciendo ahora mis lámparas?
Y le
dio con el cucharón en la cabeza.
El
jefe de los ladrones cayó redondo.
-¿Por
qué tratas así a mis huéspedes? -preguntó Ali Babá.
Entonces
Luz de la Noche quitó el disfraz al jefe de la banda y todo quedó aclarado.
Como es de imaginar, los ladrones recibieron su merecido.
Y
eso fue lo que pasó con ellos.
En
cuanto a Alí Babá, dicen que al día siguiente fue a buscar algunas monedas de
oro a la roca, y que cuando llegó no encontró nada: la roca había desaparecido,
con tesoro y todo.
Pero
ésta es una versión que ha comenzado a circular en estos días, y no se ha
podido demostrar.
Blancanieves y los siete enanitos
Había
una vez una niña muy bonita, una pequeña princesa que tenía un cutis blanco
como la nieve, labios y mejillas rojos como la sangre y cabellos negros como el
azabache. Su nombre era Blancanieves.
A
medida que crecía la princesa, su belleza aumentaba día tras día hasta que su
madrastra, la reina, se puso muy celosa. Llegó un día en que la malvada
madrastra no pudo tolerar más su presencia y ordenó a un cazador que la llevara
al bosque y la matara. Como ella era tan joven y bella, el cazador se apiadó de
la niña y le aconsejó que buscara un escondite en el bosque.
Blancanieves
corrió tan lejos como se lo permitieron sus piernas, tropezando con rocas y
troncos de árboles que la lastimaban. Por fin, cuando ya caía la noche,
encontró una casita y entró para descansar.
Todo
en aquella casa era pequeño, pero más lindo y limpio de lo que se pueda
imaginar. Cerca de la chimenea estaba puesta una mesita con siete platos muy
pequeñitos, siete tacitas de barro y al otro lado de la habitación se alineaban
siete camitas muy ordenadas. La princesa, cansada, se echó sobre tres de las
camitas, y se quedó profundamente dormida.
Cuando
llegó la noche, los dueños de la casita regresaron. Eran siete enanitos, que
todos los días salían para trabajar en las minas de oro, muy lejos, en el
corazón de las montañas.
-¡Caramba,
qué bella niña! -exclamaron sorprendidos-. ¿Y cómo llegó hasta aquí?
Se
acercaron para admirarla cuidando de no despertarla. Por la mañana,
Blancanieves sintió miedo al despertarse y ver a los siete enanitos que la
rodeaban. Ellos la interrogaron tan suavemente que ella se tranquilizó y les
contó su triste historia.
-Si
quieres cocinar, coser y lavar para nosotros -dijeron los enanitos-, puedes
quedarte aquí y te cuidaremos siempre.
Blancanieves
aceptó contenta. Vivía muy alegre con los enanitos, preparándoles la comida y
cuidando de la casita. Todas las mañanas se paraba en la puerta y los despedía
con la mano cuando los enanitos salían para su trabajo.
Pero
ellos le advirtieron:
-Cuídate.
Tu madrastra puede saber que vives aquí y tratará de hacerte daño.
La
madrastra, que de veras era una bruja, y consultaba a su espejo mágico para ver
si existía alguien más bella que ella, descubrió que Blancanieves vivía en casa
de los siete enanitos. Se puso furiosa y decidió matarla ella misma. Disfrazada
de vieja, la malvada reina preparó una manzana con veneno, cruzó las siete
montañas y llegó a casa de los enanitos.
Blancanieves,
que sentía una gran soledad durante el día, pensó que aquella viejita no podía
ser peligrosa. La invitó a entrar y aceptó agradecida la manzana, al parecer
deliciosa, que la bruja le ofreció. Pero, con el primer mordisco que dio a la
fruta, Blancanieves cayó como muerta.
Aquella
noche, cuando los siete enanitos llegaron a la casita, encontraron a
Blancanieves en el suelo. No respiraba ni se movía. Los enanitos lloraron
amargamente porque la querían con delirio. Por tres días velaron su cuerpo, que
seguía conservando su belleza -cutis blanco como la nieve, mejillas y labios
rojos como la sangre, y cabellos negros como el azabache.
-No
podemos poner su cuerpo bajo tierra -dijeron los enanitos. Hicieron un ataúd de
cristal, y colocándola allí, la llevaron a la cima de una montaña. Todos los
días los enanitos iban a velarla.
Un
día el príncipe, que paseaba en su gran caballo blanco, vio a la bella niña en
su caja de cristal y pudo escuchar la historia de labios de los enanitos. Se
enamoró de Blancanieves y logró que los enanitos le permitieran llevar el
cuerpo al palacio donde prometió adorarla siempre. Pero cuando movió la caja de
cristal tropezó y el pedazo de manzana que había comido Blancanieves se
desprendió de su garganta. Ella despertó de su largo sueño y se sentó. Hubo
gran regocijo, y los enanitos bailaron alegres mientras Blancanieves aceptaba
ir al palacio y casarse con el príncipe.
Caperucita Roja
Había
una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la
muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita
Roja.
Un
día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro
lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues
cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el
lobo. Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La
niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no
le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los
pajaritos, las ardillas...
De
repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
-¿A
dónde vas, niña? -le preguntó el lobo con su voz ronca.
-A
casa de mi Abuelita -le dijo Caperucita.
"No
está lejos", pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita
puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: "El lobo se ha
ido, pensó, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le
lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles".
Mientras
tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la
anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí
había observado la llegada del lobo. El lobo devoró a la Abuelita y se puso el
gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que
esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
La
niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
-Abuelita,
abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
-Son
para verte mejor -dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
-Abuelita,
abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
-Son
para oírte mejor -siguió diciendo el lobo.
-Abuelita,
abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
-Son
para... ¡comerte mejoooor! -y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre
la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras
tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas
intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la
casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al
lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama,
dormido de tan harto que estaba.
El
cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita
estaban allí, ¡vivas! Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el
vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su
pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para
beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se
ahogó.
En
cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero
Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar
con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante,
seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.
La Cenicienta
Hubo
una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda
impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos
más duros de la casa, y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza,
todos la llamaban Cenicienta.
Un
día el rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que
invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.
-Tú,
Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo
y preparando la cena para cuando volvamos.
Llegó
el día del baile y Cenicienta, apesadumbrada, vio partir a sus hermanastras
hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir
sus sollozos.
-¿Por
qué seré tan desgraciada? -exclamó.
De
pronto se le apareció su Hada Madrina.
-No
te preocupes -exclamó el Hada-. Tú también podrás ir al baile, pero con una
condición: que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que
regresar sin falta.
Y
tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.
La
llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala
de baile, el Príncipe quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda
la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería
aquella joven.
En
medio de tanta felicidad, Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.
-¡Oh,
Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó.
Como
una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata, perdiendo en su huida un
zapato, que el Príncipe recogió asombrado.
Para
encontrar a la bella joven, el Príncipe ideó un plan. Se casaría con aquella
que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino.
Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera
bien el zapatito.
Al
fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no
pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor
que le quedaba perfecto.
Y
así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.
Los tres cerditos
En
el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre
andaba persiguiéndolos para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos
decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y
poder irse a jugar.
El
mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había
terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.
El
mayor trabajaba pacientemente en su casa de ladrillo.
-Ya
verán lo que hace el lobo con sus casas -riñó a sus hermanos mientras éstos se
divertían en grande.
El
lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero
el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.
El
lobo persiguió al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su
hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los
dos cerditos salieron pitando de allí.
Casi
sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano
mayor.
Los
tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo
sopló y sopló, pero no pudo derribar la fuerte casa de ladrillos. Entonces se
puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una
escalera larguísima
trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.
trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.
Escapó
de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se
cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.
Pulgarcito
Había
una vez un pobre campesino. Una noche se encontraba sentado, atizando el fuego,
y su esposa hilaba sentada junto a él, a la vez que lamentaban el hallarse en
un hogar sin niños.
-¡Qué
triste es que no tengamos hijos! -dijo él-. En esta casa siempre hay silencio,
mientras que en los demás hogares todo es alegría y bullicio de criaturas.
-¡Es
verdad! -contestó la mujer suspirando-. Si por lo menos tuviéramos uno, aunque
fuera muy pequeño y no mayor que el pulgar, seríamos felices y lo amaríamos con
todo el corazón.
Y
ocurrió que el deseo se cumplió.
Resultó
que al poco tiempo la mujer se sintió enferma y, después de siete meses, trajo
al mundo un niño bien proporcionado en todo, pero no más grande que un dedo
pulgar.
-Es
tal como lo habíamos deseado -dijo-. Va a ser nuestro querido hijo, nuestro
pequeño.
Y
debido a su tamaño lo llamaron Pulgarcito. No le escatimaban la comida, pero el
niño no crecía y se quedó tal como era cuando nació. Sin embargo, tenía ojos
muy vivos y pronto dio muestras de ser muy inteligente, logrando todo lo que se
proponía.
Un
día, el campesino se aprestaba a ir al bosque a cortar leña.
-Ojalá
tuviera a alguien para conducir la carreta -dijo en voz baja.
-¡Oh,
padre! -exclamó Pulgarcito- ¡yo me haré cargo! ¡Cuenta conmigo! La carreta
llegará a tiempo al bosque.
El
hombre se echó a reír y dijo:
-¿Cómo
podría ser eso? Eres muy pequeño para conducir el caballo con las riendas.
-¡Eso
no importa, padre! Tan pronto como mi madre lo enganche, yo me pondré en la
oreja del caballo y le gritaré por dónde debe ir.
-¡Está
bien! -contestó el padre, probaremos una vez.
Cuando
llegó la hora, la madre enganchó la carreta y colocó a Pulgarcito en la oreja
del caballo, donde el pequeño se puso a gritarle por dónde debía ir, tan pronto
con "¡Hejj!", como un "¡Arre!". Todo fue tan bien como con
un conductor y la carreta fue derecho hasta el bosque.
Sucedió
que, justo en el momento que rodeaba un matorral y que el pequeño iba gritando
"¡Arre! ¡Arre!", dos extraños pasaban por ahí.
-¡Cómo
es eso! -dijo uno- ¿Qué es lo que pasa? La carreta rueda, alguien conduce el
caballo y sin embargo no se ve a nadie.
-Todo
es muy extraño -asintió el otro-. Seguiremos la carreta para ver en dónde se
para.
La
carreta se internó en pleno bosque y llegó justo al sitio sonde estaba la leña
cortada. Cuando Pulgarcito divisó a su padre, le gritó:
-Ya
ves, padre, ya llegué con la carreta. Ahora, bájame del caballo.
El
padre tomó las riendas con la mano izquierda y con la derecha sacó a su hijo de
la oreja del caballo, quien feliz se sentó sobre una brizna de hierba. Cuando
los dos extraños divisaron a Pulgarcito quedaron tan sorprendidos que no
supieron qué decir. Uno y otro se escondieron y se dijeron entre ellos:
-Oye,
ese pequeño valiente bien podría hacer nuestra fortuna si lo exhibimos en la
ciudad a cambio de dinero. Debemos comprarlo.
Se
dirigieron al campesino y le dijeron:
-Véndenos
ese hombrecito; estará muy bien con nosotros.
-No -respondió
el padre- es mi hijo querido y no lo vendería por todo el oro del mundo.
Pero
al oír esta propuesta, Pulgarcito se trepó por los pliegues de las ropas de su
padre, se colocó sobre su hombro y le dijo al oído:
-Padre,
véndeme; sabré cómo regresar a casa.
Entonces,
el padre lo entregó a los dos hombres a cambio de una buena cantidad de dinero.
-¿En
dónde quieres sentarte? -le preguntaron.
-¡Ah!,
pónganme sobre el ala de su sombrero; ahí podré pasearme a lo largo y a lo
ancho, disfrutando del paisaje y no me caeré.
Cumplieron
su deseo, y cuando Pulgarcito se hubo despedido de su padre se pusieron todos
en camino. Viajaron hasta que anocheció y Pulgarcito dijo entonces:
-Bájenme
al suelo, tengo necesidad.
-No,
quédate ahí arriba -le contestó el que lo llevaba en su cabeza-. No me importa.
Las aves también me dejan caer a menudo algo encima.
-No
-respondió Pulgarcito-, sé lo que les conviene. Bájenme rápido.
El
hombre tomó de su sombrero a Pulgarcito y lo posó en un campo al borde del
camino. Por un momento dio saltitos entre los terrones de tierra y, de repente,
enfiló hacia un agujero de ratón que había localizado.
-¡Buenas
noches, señores, sigan sin mí! -les gritó en tono burlón.
Acudieron
prontamente y rebuscaron con sus bastones en la madriguera del ratón, pero su
esfuerzo fue inútil. Pulgarcito se introducía cada vez más profundo y como la
oscuridad no tardó en hacerse total, se vieron obligados a regresar, burlados y
con la bolsa vacía. Cuando Pulgarcito se dio cuenta de que se habían marchado,
salió de su escondite.
"Es
peligroso atravesar estos campos de noche, cuando más peligros acechan",
pensó, "se puede uno fácilmente caer o lastimar".
Felizmente,
encontró una concha vacía de caracol.
-¡Gracias
a Dios! -exclamó-, ahí dentro podré pasar la noche con tranquilidad; -y ahí se
introdujo. Un momento después, cuando estaba a punto de dormirse, oyó pasar a
dos hombres, uno de ellos decía:
-¿Cómo
haremos para robarle al cura adinerado todo su oro y su dinero?
-¡Yo
bien podría decírtelo! -se puso a gritar Pulgarcito.
-¿Qué
es esto? -dijo uno de los espantados ladrones, he oído hablar a alguien.
Pararon
para escuchar y Pulgarcito insistió:
-Llévenme
con ustedes, yo los ayudaré.
-¿En
dónde estás?
-Busquen
aquí, en el piso; fíjense de dónde viene la voz -contestó.
Por
fin los ladrones lo encontraron y lo alzaron.
-A
ver, pequeño valiente, ¿cómo pretendes ayudarnos?
-¡Eh!,
yo me deslizaré entre los barrotes de la ventana de la habitación del cura y
les iré pasando todo cuanto quieran.
-¡Está
bien! Veremos qué sabes hacer.
Cuando
llegaron a la casa, Pulgarcito se deslizó en la habitación y se puso a gritar
con todas sus fuerzas.
-¿Quieren
todo lo que hay aquí?
Los
ladrones se estremecieron y le dijeron:
-Baja
la voz para no despertar a nadie.
Pero
Pulgarcito hizo como si no entendiera y continuó gritando:
-¿Qué
quieren? ¿Les hace falta todo lo que hay aquí?
La
cocinera, quien dormía en la habitación de al lado, oyó estos gritos, se irguió
en su cama y escuchó, pero los ladrones asustados se habían alejado un poco.
Por fin recobraron el valor diciéndose:
-Ese
hombrecito quiere burlarse de nosotros.
Regresaron
y le cuchichearon:
-Vamos,
nada de bromas y pásanos alguna cosa.
Entonces,
Pulgarcito se puso a gritar con todas sus fuerzas:
-Sí,
quiero darles todo: introduzcan sus manos.
La cocinera, que ahora sí oyó
perfectamente, saltó de su cama y se acercó ruidosamente a la puerta. Los
ladrones, atemorizados, huyeron como si llevasen el diablo tras de sí, y la
criada, que no distinguía nada, fue a encender una vela. Cuando volvió,
Pulgarcito, sin ser descubierto, se había escondido en el granero. La
sirvienta, después de haber inspeccionado en todos los rincones y no encontrar
nada, acabó por volver a su cama y supuso que había soñado con ojos y orejas
abiertos. Pulgarcito había trepado por la paja y en ella encontró un buen
lugarcito para dormir. Quería descansar ahí hasta que amaneciera y después
volver con sus padres, pero aún le faltaba ver otras cosas, antes de poder
estar feliz en su hogar.
Como
de costumbre, la criada se levantó al despuntar el día para darles de comer a
los animales. Fue primero al granero, y de ahí tomó una brazada de paja,
justamente de la pila en donde Pulgarcito estaba dormido. Dormía tan
profundamente que no se dio cuenta de nada y no despertó hasta que estuvo en la
boca de la vaca que había tragado la paja.
-¡Dios
mío! -exclamó-. ¿Cómo pude caer en este molino triturador?
Pronto
comprendió en dónde se encontraba. Tuvo buen cuidado de no aventurarse entre
los dientes, que lo hubieran aplastado; mas no pudo evitar resbalar hasta el
estómago.
-He
aquí una pequeña habitación a la que se omitió ponerle ventanas -se dijo-. Y no
entra el sol y tampoco es fácil procurarse una luz.
Esta
morada no le gustaba nada, y lo peor era que continuamente entraba más paja por
la puerta y que el espacio iba reduciéndose más y más. Entonces, angustiado,
decidió gritar con todas sus fuerzas:
-¡Ya
no me envíen más paja! ¡Ya no me envíen más paja!
La
criada estaba ordeñando a la vaca y cuando oyó hablar sin ver a nadie,
reconoció que era la misma voz que había escuchado por la noche, y se
sobresaltó tanto que resbaló de su taburete y derramó toda la leche.
Corrió
a toda prisa donde se encontraba el amo y él gritó:
-¡Ay,
Dios mío! ¡Señor cura, la vaca ha hablado!
-¡Está
loca! -respondió el cura, quien se dirigió al establo a ver de qué se trataba.
Apenas
cruzó el umbral cuando Pulgarcito se puso a gritar de nuevo:
-¡Ya
no me envíen más paja! ¡Ya no me envíen más paja!
Ante
esto, el mismo cura tuvo miedo, suponiendo que era obra del diablo, y ordenó
que se matara a la vaca. Entonces se sacrificó a la vaca; solamente el
estómago, donde estaba encerrado Pulgarcito, fue arrojado al estercolero.
Pulgarcito intentó por todos los medios salir de ahí, pero en el instante en
que empezaba a sacar la cabeza, le aconteció una nueva desgracia.
Un
lobo hambriento, que acertó a pasar por ahí, se tragó el estómago de un solo
bocado. Pulgarcito no perdió ánimo. "Quizá encuentre un medio de ponerme
de acuerdo con el lobo", pensaba. Y, desde el fondo de su panza, su puso a
gritarle:
-¡Querido
lobo, yo sé de un festín que te vendría mucho mejor!
-¿Dónde
hay que ir a buscarlo? -contestó el lobo.
-En
tal y tal casa. No tienes más que entrar por la trampilla de la cocina y ahí
encontrarás pastel, tocino, salchichas, tanto como tú desees comer.
Y le
describió minuciosamente la casa de sus padres.
El
lobo no necesitó que se lo dijeran dos veces. Por la noche entró por la
trampilla de la cocina y, en la despensa, disfrutó todo con enorme placer.
Cuando estuvo harto, quiso salir, pero había engordado tanto que ya no podía
usar el mismo camino. Pulgarcito, que ya contaba con que eso pasaría, comenzó a
hacer un enorme escándalo dentro del vientre del lobo.
-¡Te
quieres estar quieto! -le dijo el lobo-. Vas a despertar a todo el mundo.
-¡Tanto
peor para ti! -contestó el pequeño-. ¿No has disfrutado ya? Yo también quiero
divertirme.
Y se
puso de nuevo a gritar con todas sus fuerzas. A fuerza de gritar, despertó a su
padre y a su madre, quienes corrieron hacia la habitación y miraron por las
rendijas de la puerta. Cuando vieron al lobo, el hombre corrió a buscar el
hacha y la mujer la hoz.
-Quédate
detrás de mí -dijo el hombre cuando entraron en el cuarto-. Cuando le haya dado
un golpe, si acaso no ha muerto, le pegarás con la hoz y le desgarrarás el
cuerpo.
Cuando
Pulgarcito oyó la voz de su padre, gritó:
-¡Querido
padre, estoy aquí; aquí, en la barriga del lobo!
-¡Al
fin! -dijo el padre-.¡Ya ha aparecido nuestro querido hijo!
Le
indicó a su mujer que soltara la hoz, por temor a lastimar a Pulgarcito.
Entonces, se adelantó y le dio al lobo un golpe tan violento en la cabeza que
éste cayó muerto. Después fueron a buscar un cuchillo y unas tijeras, le
abrieron el vientre y sacaron al pequeño.
-¡Qué
suerte! -dijo el padre-. ¡Qué preocupados estábamos por ti!
-¡Sí,
padre, he vivido mil desventuras. ¡Por fin puedo respirar el aire libre!
-Pues,
¿dónde te metiste?
-¡Ay,
padre!, he estado en la madriguera de un ratón, en el vientre de una vaca y
dentro de la panza de un lobo. Ahora me quedaré al lado de ustedes.
-Y
nosotros no te volveríamos a vender, aunque nos diesen todos los tesoros del
mundo.
Abrazaron
y besaron con mucha ternura a su querido Pulgarcito, le sirvieron de comer y de
beber, y lo bañaron y le pusieron ropas nuevas, pues las que llevaba mostraban
los rastros de las peripecias de su accidentado viaje.
Ricitos de Oro
Una
tarde se fue Ricitos de Oro al bosque y se puso a recoger flores. Cerca de allí
había una cabaña muy linda, y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa, se
acercó paso a paso hasta la puerta de la casita. Y empujó.
Encima
de la mesa había tres tazones con leche y miel. Uno, grande; otro, mediano; y
otro, pequeñito. Ricitos de Oro tenía hambre y probó la leche del tazón mayor.
¡Uf! ¡Está muy caliente!
Luego
probó del tazón mediano. ¡Uf! ¡Está muy caliente! Después probó del tazón
pequeñito y le supo tan rica que se la tomó toda, toda.
Había
también en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era
mediana y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla
grande, pero ésta era muy alta. Luego fue a sentarse en la silla mediana, pero
era muy ancha. Entonces se sentó en la silla pequeña, pero se dejó caer con tanta
fuerza que la rompió.
Entró
en un cuarto que tenía tres camas. Una era grande; otra era mediana; y otra,
pequeñita.
La
niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy dura. Luego se acostó en
la cama mediana, pero también le pereció dura.
Después
se acostó en la cama pequeña. Y ésta la encontró tan de su gusto, que Ricitos
de Oro se quedó dormida.
Estando
dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños de la casita, que era una familia
de Osos, y venían de dar su diario paseo por el bosque mientras se enfriaba la
leche.
Uno
de los Osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro era
mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro era un Osito pequeño y
usaba gorrito: un gorrito pequeñín. El Oso grande gritó muy fuerte:
-¡Alguien
ha probado mi leche!
El
Oso mediano gruñó un poco menos fuerte:
-¡Alguien
ha probado mi leche!
El
Osito pequeño dijo llorando y con voz suave:
-¡Se
han tomado toda mi leche!
Los
tres Osos se miraron unos a otros y no sabían qué pensar. Pero el Osito pequeño
lloraba tanto que su papá quiso distraerle. Para conseguirlo, le dijo que no
hiciera caso, porque ahora iban a sentarse en las tres sillitas de color azul
que tenían, una para cada uno.
Se
levantaron de la mesa y fueron a la salita donde estaban las sillas.
¿Qué
ocurrió entonces?
El
Oso grande grito muy fuerte:
-¡Alguien
ha tocado mi silla!
El
Oso mediano gruñó un poco menos fuerte:
-¡Alguien
ha tocado mi silla!
El
Osito pequeño dijo llorando con voz suave:
-¡Se
han sentado en mi silla y la han roto!
Siguieron
buscando por la casa y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo:
-¡Alguien
se ha acostado en mi cama!
El
Oso mediano dijo:
-¡Alguien
se ha acostado en mi cama!
Al
mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño dijo:
-¡Alguien
está durmiendo en mi cama!
Se
despertó entonces la niña, y al ver a los tres Osos tan enfadados, se asustó
tanto que dio un brinco y salió de la cama.
Como
estaba abierta una ventana de la casita, saltó por ella Ricitos de Oro, y
corrió sin parar por el bosque hasta que encontró el camino de su casa.
FUENTE
Cuento flolkórico. (2013.
Julio, 30). Wikipedia. La Enciclopedia
Libre. (En línea). Disponible: http://es.wikipedia.org/wiki/Cuento_folkl%C3%B3rico (Consulta: 18/08/13).
Cuentos folclóricos.
Textos electrónicos completos. (s.f.) Ciudad
Seva. Hogar electrónico del escritor Luis López Nieves. (En línea).
Disponible: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/folclor/folclor.htm
(Consulta: 18/08/13).
El cuento tradicional,
popular o folklórico: origen, teoría y características. (2008. Julio, 1). No tan resumido. Tu resumen no tan resumido.
(En línea). Disponible: http://elblogdemara5.blogspot.com/2008/06/el-cuento-tradicional-popular-o.html (Consulta: 18/08/13).
Hermanos Grimm (2013.
Agosto, 10). Wikipedia. La Enciclopedia
Libre. (En línea). Disponible: http://es.wikipedia.org/wiki/Hermanos_Grimm (Consulta: 18/08/13).
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