Para enmarcar este tema tan importante que nos lleva a entender nuestras raíces ensayísticas, se ha añadido un extenso fragmento del trabajo realizado por la profesora Cesia Ziona Hirshbein, titulado “El ensayo en Venezuela” y cuyas referencias se colocan al final de la publicación en el blog.
EL ENSAYO EN VENEZUELA
La generación de la independencia, tal como lo habíamos mencionado, que lee los textos de Bacon, de Descartes, Montesquie, Voltaire y de otros produce en Venezuela desde 1830 al igual que en el resto del continente una literatura de combate. Abarca, desde el punto de vista literario, toda la época de auge y fin del romanticismo y disolución del clasicismo. Alcanza un destino estelar con nombres -como vimos- que van desde Simón Rodríguez y Simón Bolívar ("vastas resonancias de maestro profeta y discípulo genial", como los llama respectivamente Lezama Lima), hasta el clásico pero moderno Andrés Bello. No debemos dejar de mencionar en este período a los destacados Arístides Rojas, Fermín Toro, Juan Vicente González, José María Baralt y Cecilio Acosta. Es el tiempo de los gobiernos de José Antonio Páez, los hemanos Monagas, la guerra federal y Antonio Guzmán Blanco. Llega también a la presidencia un hombre distinto, distinguido y universitario, el Dr. José María Vargas, primer rector de nuestra Universidad Central de Venezuela.
El escenario, en efecto sirve para la transfiguración histórica y muestra el desafío de una literatura que se sumerge en el humus de la guerra, donde en esa transición (desde el punto de vista cultural) del barroco al romanticismo de fines del siglo XVIII y principios del XIX se sorprende con rasgos ya de raigambre muy americana, que sin romper la tradición hispánica, abre un nuevo camino a la reflexión y expresión de los problemas más candentes del momento. Es importante aclarar que estos personajes aún no están conscientes de la categoría de ensayo, y expresan sus ideas en un texto que algunos llaman "proto-ensayo", y que en alguna medida se emprenta todavía con el tratado, el artículo, la epístola y la oratoria. Pero a la vez se van a convertir en los primeros enlances entre la reflexión y la historia literaria de Venezuela.
Y dentro de ese proceso que arranca del siglo pasado, el género del ensayo se va a consolidar "como forma de expresión de un grupo homogéneo y literariamente organizado" (José Ramón Medina, 50 años de literatura venezolana, p.186) con los escritores que integraron la primera generación positivista: José Gil Fortoul, Lisandro Alvarado, César Zumeta. Luis Razetti, Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, Samuel Darío Maldonado, por citar a los más destacados. Todos ellos diversificaron su interés investigativo por temas típicamente positivistas: la historia natural, la biología, la antropología, la sociología, economía, política, filosofía y el derecho y la historia. Y como lo señala José Ramón Medina, el positivismo, esa nueva ciencia que penetra con evidente retardo en los estudios universitarios de Venezuela, significa un saludable impacto para la cultura general venezolana. Sobre todo la historia, la sociología, la filosofía y la crítica literaria (aún no deslindada del ensayo, confusión que aún hoy se da en algunos escritores) entran en el mundo del ensayo dentro de una nueva concepción que utiliza un método de investigación novedoso entre los intelectuales venezolanos. Este método también va a repercutir sobre el campo literario con el modernismo. La novela y el cuento se van a mover entre el campo de la experimentación tesista (que pretende demostrar algo, lo que llamaríamos novela-tesis) pero que a la vez crea un discurso preciosista de giros y aires no tan pausados que irrumpen en todos los campos de la literatura. Pero sobre todo va a ser el ensayo la expresión donde, tanto el positivismo como el modernismo encontrarán su justo y verdadero cauce de búsqueda conceptual de identidad nacional.
El ensayo de esta época une su destino a dos aspectos de gran interés y que darán forma a la expresión ensayítica de principios del siglo XX: por un lado la influencia que va a tener en los escritores venezolanos la generación del 98 español, sobre todo a través de los ensayistas Ortega y Gasset, Unamuno y Azorín, y por el otro el planteamiento de América como problema. Con respecto a este segunto aspecto, la indagación inquietante de la cultura, la historia y finalmente identidad propia es una búsqueda que oscila entre la esperanza y un desventurado pesimismo. El pesimismo nos viene de lo que llama el poeta cubano Lezama Lima el complejo de inferioridad, "creer que su expresión (expresión americana) no es forma alcanzada, sino problematismo, cosa a resolver", ("Mitos y cansancio clásico", en La expresión americana, p.27). Se va estructurando un cuadro nacional que se imbrica con los nombres de Rodó, Mariátegui, Vasconcelos, Alfonso Reyes y Pedro Henrìquez Ureña entre otros.
Así tenemos, entre los primeros a José Gil Fortoul (1862-1941), quien aborda la investigación sociológica para hacer una interpretación positivista de la historia venezolana. Testimonio reflejado sobre todo en su libro El hombre y la historia. Es importante destacar que Gil Fortoul también hizo una importante labor como historiador de la literatura venezolana en forma ensayística. Compañero de generación es Lisandro Alvarado, desconcertante por su gran capacidad de abarcar varios terrenos del conocimiento al mismo tiempo.Es el polígrafo de su generación y estuvo atraído por los más dispersos temas y motivos pero a la vez fundamentado en una sólida cultura. Expresó sus ideas en los más variados ensayos, entre los que destacan Los delitos politicos en la Historia de Venezuela y Neurosis del hombres célebres.
A Don Rufino Blanco-Fombona, debemos agregar que su escritura ensayística fue de gran importancia en el período, no sólo por su capacidad de análisis sino porque en forma profunda trató tanto los temas de la historia como los de la literatura venezolana con especial dedicación, por añadidura no olvidemos que fue el teórico del movimiento modernista con su trabajo El modernismo y los poetas modernistas. Pero sobre todo Blanco-Fombona fue un americanista integral. Amigo de Unamuno, dedicó gran parte de su vida a reestablecer las relaciones entre España y Venezuela como un camino para la identidad nacional. Fue además un entusiasta bolivariano: por todos es conocida su labor de difusión internacional de los valores de nuesrto Libertador. Entre sus textos ensayísticos más importantes tenemosEl espejo de tres fases y La espada de Samuray. Siguiendo el cuadro de esta época tenemos a César Zumeta (1860-1955) quien sobresale en el cultivo de una prosa cuidada, lógica, que busca discutir y precisar los valores filosóficos y estéticos que en su época influyen sobre la literatura venezolana. Otro que busca deslindar las ideas estéticas y filosóficas de su generación es Luis López Méndez (1861-1891), dueño de un estilo envidiable, aun en sus pequeños artículos periodísticos, tal como se revela en los trabajos de su libro Mosaico de Política y Literatura.. Prefiere el ensayo crítico o el examen estético.
Polémicos, en la indagación sociológica, y audaces en la definición histórica del país van a ser los ensayos de Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936) y Pedro Manuel Arcaya (1874-1958), en quienes el rigor científico preconizado por el positivismo parece a veces teñido por la pasión o el interés político. También tenemos a Pedro Emilio Coll (1872-1947), Santiago Key Ayala (1874-1959) y Jesús Semprúm (1882-1931). Todos ellos poetas y narradores que unen el preciosismo verbal con la expresión ensayística del período. Dos revistas sirven de vehículos de expresión de estos ensayistas, como en general de toda la obra de índole modernista: El Cojo Ilustrado y Cosmópolis.
Pasemos ahora a la llamada generación del 18, que cubre históricamente un período bastante largo. Se van dando cambios en el género aún cuando éstos no son estructurales. La preocupación del destino de "nuestra América" sigue presente en los escritores de esta nueva generación, pero con un agregado más nacionalista (en el buen sentido de la palabra). "Les duele Venezuela", como lo dijo alguno de ellos y sienten la necesidad de explicar y analizar la crisis socio-política de Venezuela dentro de un contexto latinoamericano. Pero a la vez, entre especulaciones de índole hisórica, política y social se entretejen algunos temas nuevos literarios y culturales que son el producto del estremecimiento estético de estos creadores. En primer lugar mencionaremos a Julio Planchart (1885-1948) y Luis Correa (1888-1942). El primero colaboró en la revista La Alborada con esclarecedores trabajos y muchos de sus ensayos versan sobre los escritores de esa generación. Sus Estudios críticos se inclinan por los temas y problemas de orden literario y estético. Luis Correa con su libro Terra Patrum destaca por su labor de difusión de la tradición literaria venezolana. Enrique Bernardo Núñez (1895-1964) quien además de destacarse como novelista, sorprende por la penetración de sus ensayos históricos y biográficos. Tenemos de él los siguientes títulos: Don Pablos en América, El hombre de la Levita Gris, Juan Francisco de León o la Rebelión contra la Compañía Guipuzcoana, Miranda o el Tema de la libertad, Viaje al país de las máquinas, La ciudad de los techos rojos, Bajo el Samán y Una ojeada al mapa de Venezuela. Igual tendencia histórico-biográfica se observa en Augusto Mijares (1897-1979) con sus textos La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana y Hombres e ideas en América. Su última obra El Libertador, es considerada como un aporte fundamental a la biografía e interpretación de nuestro héroe.
Otro ensayista que dedicó la mayor parte de su vida a estudiar los aspectos más sobresalientes de nuestros orígenes, evolución, destino y transformación como nacionalidad, fue Mario Briceño Iragorry (1897-1958). Sus biografías responden a ese mismo espíritu que buscó siempre asentar en la tradición y en la gesta histórica del pueblo venezolano su más firme expediente para el progreso, tal como lo afirma José Ramón Medina. La crítica literaria ha tenido igualmente en Rafael Angarita Arvelo (1898-1971) un consecuente y esforzado estudioso. Su historia y crítica de la novela en Venezuela es una contribución al juicio y valoración de ese género en Venezuela. Entre los últimos de ese período, por ubicación cronológica, también ha de mencionarse a José Nucete Sardi (1897-1972), quien ha cumplido en el campo de la historiografía nacional una importante labor con temas de literatura y arte, de igual modo en el constante y atractivo género de la biografía. Algunas de sus obras ensayísticas más destacadas son: El escritor y civilizador Simón Bolívar, Cuadernos de Indagación e impolítica, Notas sobre la pintura y la escultura en Venezuela y Huellas en América.
Arturo Uslar Pietri, quien recientemente cumplió noventa años, cuenta con amplia audiencia dentro y fuera del país. También novelista de primer orden, en el campo del ensayo es muy importante su producción y abarca tanto lo literario como lo histórico, lo político y lo económico, lo cual lo reágvela plenamente como una de las personalidades más destacadas de la cultura actual. Tenemos así: Letras y Hombres de Venezuela, De una a otra Venezuela, Apuntes para retratos, La ciudad de nadie y Las Nubes. (Nota: este autor ya está fallecido para el momento de la publicación de esta página del blog).
Insertamos aguí el nombre de Luis Beltrán Guerrero (1914), quien mantiene siempre vivo la pluma para escribir sus impresiones y reflexiones americanistas, estéticas, vivenciales, poéticas literarias recogidas en la infinita serie de Candideces, que aún hoy día se continúan. Este cuadro cubre los primeros cincuenta años del siglo XX, que cerramos -convencionalmente- con la importantísima figura de Mariano Picón Salas (1901- 1965). Sin dejar de incursionar brillantemente en otros géneros, como el de la biografía o la novela, Picón Salas es sobre todo considerado como ensayista. Penetrante en la mejor línea de la cultura contemporánea, es, sin discusión, nuestro máximo ensayista del período. Como lo señala Ricardo Latcham al prólogo de sus Ensayos escogidos, "pocas mentes continentales encierran una potencia esclarecedora como la de Picón Salas...", y sigue "En sus novelas y ensayos, en sus crónicas y esquemas interpretativos de la realidad social e histórica, se confunden la seducción del estilo primoroso y la austeridad del pensamiento...su genialidad prolifica en lo eminentemente ensayístico y su ensayismo es producto de una heroica vocación" (p.XXI). Tenemos que mencionar sus ensayos contenidos en Comprensión de Venezuela y Los últimos días de Cipriano Castro. Tanta cultura y tanta madurez ha dejado su semilla, la obra de Picón Salas ha sido revalorizada en forma amplia y profunda por las nuevas generaciones de jóvenes ensayistas que descubren y reconocen en él al padre del ensayo actual. Uno de los últimos y más completos trabajos es el de Simón Alberto Consalvi titulado Profecía de la palabra, vida y obra de Mariano Picón Salas.
Explicar la prolongación en el tiempo actual se hace necesario, aún cuando sea solamente para señalar ciertas tendencias y algunos nombres De ahí la levedad de una aproximación, la cual hacemos con más preguntas e interrogaciones que con respuestas. Y es que sería una osadía presentar afirmaciones de un momento en el cual aún se están gestanto las obras. Lo inmediato, lo actual no nos permite tener una perspetiva interpretativa o de conjunto que solamente se adquiere con un distanciamiento espacio-temporal. Así pues, si el género del ensayo es el vehículo por excelencia -en Latinoamérica y en Venezuela- para expresar preocupaciones de orden político-social, ¿el ensayo actual expresa tal preocupación o tiende más bien hacia lo personal?, ¿forma parte de la conciencia nacional o se está divorciando de ella?, ¿hay continuidad o cambios estructurales actualmente en el género?...
Sobre todo podemos hablar de cierta continuidad de va de los años 70 hasta la actualidad (hubo un pequeño paréntesis entre los 50 y 60). Sorprendemos igualmente al ensayista de hoy preocupado -como antes y como siempre- de la vida nacional. Nunca ha habido divorcio en nuestros países entre el artista y la vida. Vida y arte articulados en la médula de cultura. Se han podido notar algunos cambios: de un pensamiento americanista de fines del siglo XIX a principios del XX a uno más nacional de mediados de siglo, y finalmente al actual que va de lo personal para dirigirse inexorablemente a lo político-nacional. Conocerse para conocer, como en una extraordinaria espiral se da un proceso de adentro hacia afuera. Son -como siempre-tiempos de concientización, es la hora de los balances, ahí la proliferación de creadores que se dedican al ensayo y a la investigación literaria.
La lista se hace necesaria, pero con el peligro de cualquier selección. Empezamos con Juan Liscano, preocupado por la cultura, la identidad nacional y la espiritualidad, que expresa sobre todo en su libro ensayístico de 1977 Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa. Guillermo Sucre y Rafael Cadenas, profesores de Universidad Central de Venezuela destacan por su importante labor de ensayistas. Del primero es reconocido su libro La máscara, la transparencia (1975) y del segundo, poeta sobre todo, sus obras Literatura y vida (1972), Realidad y literatura (1979) y el más reciente de 1983 titulado Anotaciones. En todos ellos, muy poéticos, el artista es también el hombre que siente al país dentro de sí mismo. El sensible José Balza, es uno de los más reconocidos de las nuevas generaciones de creadores venezolanos, con gran sentido del enfoque estético debemos mencionar Lectura transitoria (sobre Rafael Cadenas),, El fiero (y dulce instinto terrestre) y los Ensayos invisibles que muestra a través de un texto poético-ensayístico sus preferencias por la música, el bolero, Alfredo Sadel... En el tema de la historia, que es una constante en la ensayística nacional de todos los tiempos, destaca Manuel Caballero desde una perspectiva política de actualidad. Filósofos y ensayistas son Juan Nuño y Ludovico Silva. No debemos dejar de mencionar a Armando Rojas Guardia, Francisco Rivera, Oscar Rodríguez Ortiz, Miguel Angel Campos, Domingo Miliani, Eugenio Montejo...
Al concluir con estos nombres el recorrido hecho, ha sido para mostrar el esplendor del ensayo y su importancia en nuestra inquietante historia cultural, que necesariamente se expresa a través de este género literario. Además responde a la necesidad de germinar una expresión auténticamente propia, original. Tierra americana donde nace una extraordinaria flor ensayística a través de escritores que son los legitimadores de nuestro pensamiento más original. Pensamiento que busca afanosamente la corroboración de nuestra identidad e independencia cultural.
ARTURO USLAR PIETRI
(Caracas, 1906 - 2001) Escritor y político venezolano. Después de Rómulo Gallegos, es el escritor venezolano que de más celebridad y consideración ha disfrutado en el siglo XX. Su novela Las lanzas coloradas, con la que se dio a conocer cuando contaba apenas veinticinco años, contribuyó a forjar la tan hispanoamericana tradición del "realismo mágico".
Fueron sus padres Arturo Uslar Santamaría, de ascendencia alemana, y Helena Pietri Paúl, descendiente de corsos afincados en el estado Sucre. Su bisabuelo paterno, el general Juan Uslar, luchó en la guerra de Independencia, y su abuelo materno, el general Juan Pietri, fue presidente del Consejo de Gobierno en los inicios del régimen de Gómez. Tanto su padre como su abuelo fueron generales en el ejército venezolano.
Siempre se ufanó Uslar de descender de luchadores por la Independencia de Venezuela y servidores de la patria, y solía destacar la presencia en su tronco familiar de un edecán de Simón Bolívar y de dos presidentes de Venezuela, Carlos Soublette y Juan Pablo Rojas Paúl. No es de extrañar, con tales antecedentes familiares y el hondo sentido de la responsabilidad histórica y ciudadana que le inculcaron sus padres a Uslar desde niño, que dirigiera una buena parte de sus esfuerzos a labrarse una trayectoria política. Son legión los cargos públicos que desempeñó. Fue tres veces ministro: de Educación (1939-1941), de Hacienda (1943) y de Relaciones Interiores (1945). Ocupó la Secretaría de la Presidencia de la República (1941-1943) en el mandato de Isaías Medina Angarita.
Como representante del pueblo, fue electo diputado a la Asamblea Legislativa en 1944 y senador en el Congreso Nacional por el Distrito Federal (1958). Y como líder político presentó su candidatura a la presidencia de la República en 1963, con el lema "Arturo es el hombre". Obtuvo 16,1 por ciento de la votación nacional, porcentaje importante en un régimen electoral como el venezolano, de mayoría simple en única vuelta de escrutinio. Uslar había estudiado primaria y secundaria en el Colegio Federal de Maracay y en el Liceo San José de Los Teques. Por su familia, vinculada a los círculos del poder gomecista, pudo conocer de cerca el complejo entramado de pasiones que lo caracterizaba y hacerse una temprana idea de la personalidad del último gran caudillo venezolano. Este conocimiento de primera mano le fue muy útil a la hora de escribir relatos situados en esta época y, sobre todo, una de sus más notables novelas, Oficio de difuntos (1976).
En 1924 regresó a Caracas e ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela. Cuatro años antes había comenzado a publicar sus primeros textos en la prensa. En Caracas frecuentó asiduamente los círculos literarios, donde trabó amistad con los escritores Fernando Paz Castillo y Miguel Otero Silva. Juntos, los tres fundaron en 1928 la revista Válvula, en cuyas páginas encontró Venezuela un eco de las vanguardias europeas. Ese mismo año, Uslar recogió sus primeros cuentos en Barrabás y otros relatos. Y también estallaron las revueltas estudiantiles contra el régimen de Gómez que llevarían a la cárcel a muchos jóvenes escritores: Otero Silva, Antonio Arráiz, Andrés Eloy Blanco, entre otros. Arturo Uslar, hijo obediente de una notoria familia gomecista, aceptó en cambio el cargo de agregado civil en la legación de Venezuela en París, ciudad donde permaneció durante cinco años.
Sin el período parisino, muy posiblemente su destino literario habría sido otro. La formación de su sensibilidad e intereses acabó de tomar forma al contacto con escritores y artistas que conoció, como Paul Valéry, Robert Desnos y André Breton, o frecuentó, como Ramón Gómez de la Serna, a cuyas tertulias en un cafetín de Montparnasse solía asistir. Sobre todo, en París descubrió que otros latinoamericanos comenzaban a forjar novedosas herramientas literarias para abarcar con ellas la singularidad histórica y cultural de sus orígenes. El guatemalteco Miguel Ángel Asturias y el cubano Alejo Carpentier, con quienes se reunía y conversaba, fueron influencias determinantes en este terreno, donde acabaría perfilándose lo mejor de la obra de Uslar, y que por lo pronto dio sus frutos en su primera novela, Las lanzas coloradas (1931), recreación imaginativa de las guerras de Independencia venezolanas.
Años después, Uslar afirmaría que él había inventado el realismo mágico, ya que con la publicación de esta obra se había adelantado a sus amigos latinoamericanos en París. Que ello sea cierto o no es un detalle subsidiario; lo importante es que Las lanzas coloradas se sumó a Cubagua, de Enrique Bernardo Núñez otra novela publicada en ese año de gracia para la novelística venezolana que fue 1931, y que ambas le dieron a los venezolanos que quisieran abordar imaginativamente los hechos históricos un enfoque novedoso, alejado de los convencionalismos retóricos y la compulsión hagiográfica habituales en este género. Y más allá de Venezuela, la publicación de la primera novela de Uslar "abrió la puerta para lo que sería luego el reconocimiento de la novela latinoamericana en todo el mundo", en opinión del novelista peruano Mario Vargas Llosa.
Sin solución de continuidad, Uslar regresó a una Caracas provinciana y aletargada por la censura en 1934 y prosiguió su carrera literaria. Publicó artículos y ensayos de crítica y reflexión sobre asuntos literarios en la revista El Ingenioso Hidalgo, fundada por él mismo con la ayuda de su primo Alfredo Boulton y los escritores Julián Padrón y Pedro Sotillo. El 14 de julio de 1936, siete meses después de la muerte del "Benemérito", publicó en el periódico Ahora, el que habría de convertirse en su artículo más leído y comentado: "Sembrar el petróleo". Allí levantaba la voz para pedirle a los gobernantes de Venezuela que no despilfarraran el oro negro, cuya explotación había comenzado a hacerse intensiva hacía pocos años, y lo utilizaran para dotar al país de actividades capaces de garantizar el sustento de sus habitantes.
Por lo demás, durante estos años y hasta el derrocamiento del gobierno de Medina Angarita, en 1945, Uslar desplegó todos sus esfuerzos en el terreno de la política, bien participando directamente en el gobierno y presentándose ante los electores, bien ejerciendo su influencia en la opinión pública. Desde los inicios del diario El Nacional, en 1943, fue uno de sus más constantes articulistas. Los títulos mismos que dio a su columna en este medio "Pizarrón" así como posteriormente a los programas televisivos que dirigió y presentó ("Valores Humanos" y "Cuéntame a Venezuela") delatan su inmenso afán didáctico. Paralelamente a sus actividades políticas, periodísticas y estrictamente literarias, Uslar ocupó diversas cátedras universitarias: las de Economía Política (1937-1941) y Literatura Venezolana (1948) en la Universidad Central de Venezuela y la de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Columbia, en Nueva York (1947).
De 1945 a 1950 marchó al exilio a Nueva York. Por supuesto, aprovechó su estancia en Estados Unidos para dedicarse más a fondo a su obra literaria, y publicó la novela El camino de El Dorado (1947), el libro de cuentos Treinta hombres y sus sombras (1949) y los ensayos Sumario de economía venezolana y Letras y hombres de Venezuela, ambos en 1948. Pero Uslar no perdonó nunca el golpe de mano contra el gobierno de Medina Angarita perpetrado por la junta civicomilitar encabezada por Rómulo Betancourt y los "adecos".
Ello explica en buena medida su actitud siempre crítica y distante con el poder durante el largo período de la IV República (1958-1998). Durante este período aceptó sólo un cargo oficial, el de representante de Venezuela ante la Unesco, en París, a mediados de la década de 1970. En 1983, cuando estalló la crisis del endeudamiento y se puso de manifiesto por primera vez la hondura del quebranto económico del país, no se mordió la lengua para señalar una de sus raíces más profundas: "Venezuela está cansada del viejo y podrido disco de las promesas populistas con las que nunca ha podido salir adelante. El populismo es, en una proporción inmensa, el causante de todos los resultados negativos que hemos confrontado en estos años".
El prestigio de Uslar Pietri en Venezuela era enorme. Sus opiniones sobre cualquier asunto eran esperadas y, en algunos casos, temidas. Mucho antes de entrar en la vejez, vio como sus obras ingresaban en los planes de estudio de colegios y liceos. Todo venezolano nacido en la década de 1950 ha tenido forzosamente que leer alguna página de este escritor. Aguardó en vano el galardón que más codiciaba: el Premio Cervantes. Pero ningún otro escritor venezolano obtuvo como él tantos premios y galardones por su obra narrativa, incluido el premio de novela más prestigioso del ámbito hispánico, el Rómulo Gallegos, y ha sido el único venezolano en recibirlo.
El fallo del jurado del Príncipe de Asturias, que le fue otorgado en 1990 por la novela La visita en el tiempo, reconoce en él al "creador de la novela histórica moderna en Hispanoamérica, cuya incesante y fructífera actividad literaria ha contribuido señeramente a vivificar nuestra lengua común, iluminar la imaginación del Nuevo Mundo y enriquecer la continuidad cultural de las Américas". Uno de los miembros del jurado, el novelista mexicano Carlos Fuentes, considera que Uslar ha forjado "una concepción moderna de la novela, ofreciendo las sombras y las luces del proceso histórico", y que es el precursor de una concepción de la literatura en la que se reconocen otros autores, como el colombiano Gabriel García Márquez.
DE UNA A OTRA VENEZUELA (ENSAYO)
Ante los venezolanos de hoy está planteada la cuestión petrolera con un dramatismo, una intensidad y una trascendencia como nunca tuvo ninguna cuestión del pasado. Verdadera y definitiva cuestión de vida o muerte, de independencia o esclavitud, de ser o no ser. No se exagera diciendo que la pérdida de la Guerra de Independencia no hubiera sido tan grave, tan preñada de consecuencias irrectificables, como una Venezuela irremediablemente y definitivamente derrotada en la crisis petrolera.
La Venezuela por donde está pasando el aluvión deformador de esta riqueza incontrolada no tiene sino dos alternativas extremas. Utilizar sabiamente la riqueza petrolera para financiar su transformación en una nación moderna, próspera y estable en lo político, en lo económico y en lo social; o quedar, cuando el petróleo pase, como el abandonado Potosí de los españoles de la conquista, como la Cubagua que fue de las perlas y donde ya ni las aves marinas paran, como todos los sitios por donde una riqueza azarienta pasa, sin arraigar, dejándolos más pobres y más tristes que antes.
A veces me pregunto qué será de esas ciudades nuevas de lucientes casas y asfaltadas calles que se están alzando ahora en los arenales de Paraguaná, el día en que el petróleo no siga fluyendo por los oleoductos. Sin duda quedarán abandonadas, abiertas las puertas y las ventanas al viento, habitadas por alguno que otro pescador, deshaciéndose en polvo y regresando a la uniforme desnudez de la tierra. Serán ruinas rápidas, ruinas sin grandeza, que hablarán de la pequeñez, de la mezquindad, de la ceguedad de los venezolanos de hoy, a los desesperanzados y hambrientos venezolanos del mañana.
Y eso que habrá de pasar un día con los campamentos de Paraguaná o de Pedernales hay mucho riesgo, mucha trágica posibilidad de que pase con toda esta Venezuela fingida, artificial, superpuesta, que es lo único que hemos sabido construir con el petróleo. Tan transitoria es todavía, y tan amenazada está como el artificial campamento petrolero en el arenal estéril.
Esta noción es la que debe dirigir y determinar todos los actos de nuestra vida nacional. Todo cuanto hagamos o dejemos de hacer, todo cuanto intenten gobernantes o gobernados debe partir de la consideración de esa situación fundamental. Habrá que decirlo a todas horas, habría que repetirlo en toda ocasión. Todo lo que tenemos es petróleo, todo lo que disfrutamos no es sino petróleo casi nada de lo que tenemos hasta ahora puede sobrevivir al petróleo. Lo poco que pueda sobrevivir al petróleo es la única Venezuela con que podrán contar nuestros hijos.
Eso habría que convertirlo casi en una especie de ejercicio espiritual como los que los místicos usan para acercarse a Dios. Así deberíamos nosotros llenar nuestras vidas de la emoción del destino venezolano. Porque de esa convicción repetida en la escuela, en el taller, en el arte, en la plaza pública, en junta de negociantes, en el consejo del gobierno, tendría que salir la incontenible ansia de la acción. De la acción para construir en le Venezuela real y para la Venezuela real. De construir la Venezuela que pueda sobrevivir al petróleo.
Porque desgraciadamente hay una manera de construir en la Venezuela fingida que casi nada ayuda a la Venezuela real. En la Venezuela fingida están los rascacielos de Carcas. En la Venezuela real están algunas carreteras, los canales de irrigación, las terrazas de conservación dde suelos. En la Venezuela fingida están los aviones internacionales de la Aeropostal. En la Venezuela real los tractores, los arados, los silos.
Podríamos seguir enumerando así hasta el infinito. Y hasta podríamos hacer un balance un balance. El balance nos revelaría el tremendo hecho de que mucho más hemos invertido en la Venezuela fingida que en la real.
Todo lo que no puede continuar existiendo sin el petróleo está en la Venezuela fingida. En la que pudiéramos llamar la Venezuela condenada a muerte petrolera. Todo lo que pueda seguir viviendo, y acaso con más vigor, cuando el petróleo desaparezca, está en la Venezuela real.
Si aplicáramos este criterio a todo cuanto en o público y en lo privado hemos venido haciendo en los últimos treinta años, hallaríamos que muy pocas cosas no están, siquiera parcialmente, en el estéril y movedizo territorio de la Venezuela fingida.
Preguntémonos por ejemplo si podríamos, sin petróleo, mantener siquiera un semestre nuestro actual sistema educativo. ¿Tendríamos recursos, acaso, para sostener los costosos servicios y los grandes edificios suntuosos que hemos levantado? ¿Tendríamos para sostener la ciudad universitaria? ¿Tendríamos para sostener sin restricciones la gratuidad de la enseñanza desde la escuela primaria hasta la Universidad? Si nos hiciéramos con sinceridad estas preguntas tendríamos que convenir que la mayor parte de nuestro actual sistema educacional no podría sobrevivir al petróleo. Sin asomarnos, por el momento, a la más ardua cuestión, de si ese costoso y artificial sistema está encaminado a iluminar el camino para que Venezuela se salve de la crisis petrolera, está orientado hacia la creación de una nación real, y está concebido para producir los hombres que semejante empresa requiere.
Parecida cuestión podríamos plantearnos en relación con las cuestiones sanitarias. Todos esos flamantes hospitales, todos esos variados y eficientes servicios asistenciales y curativos, pueden sobrevivir al petróleo? Yo no lo creo.
La tremenda y triste verdad es que la capacidad actual de producir riquezas de la Venezuela real está infinitamente por debajo del volumen de necesidades que se ha ido creando la Venezuela artificial. Esta es escuetamente la terrible realidad, que todos parecemos empeñados en querer ignorar.
Por eso la cuestión primordial, la primera y la básica de todas las cuestiones venezolanas, la que está en la raíz de todas las otras, y la que ha de ser resuelta antes si las otras han de ser resueltas algún día, es la de ir construyendo una nación a salvo de la muerte petrolera. Una nación que haya resuelto victoriosamente su crisis petrolera que es su verdadera crisis nacional.
Hay que construir en la Venezuela real y par la Venezuela permanente y no en la Venezuela artificial y par la Venezuela transitoria. Hay que poner en la Venezuela real los hospitales, las escuelas, los servicios públicos y hasta los rascacielos, cundo la Venezuela real tenga para rascacielos De lo contrario estaremos agravando el mal de nuestra dependencia, de nuestro parasitismo, de nuestra artificialidad. Utilizar el petróleo para hacer cada día más grande y sólida la Venezuela real y más pequeña, marginal e insignificante la Venezuela artificial.
¿Quién se ocuparía de curar o educar a un condenado a muerte? ¿No sería una impertinente e inútil ocupación? Lo primero es asegurar la vida. Después vendrá la ocasión de los problemas sanitarios, educacionales. ¿De que valen los grandes hospitales y las grandes escuelas si nadie está seguro de que el día en que se acabe el petróleo no hayan de quedar tan vacíos, tan muertos, tan ruinosos, como los campamentos petroleros de Paraguaná o de Pedernales?
Lo primero es asegurar la vida de Venezuela. Saber que Venezuela, o la mayor parte de ella, ya no está condenada a morir de muerte petrolera. Hacer todo para ello. Subordinar todo a ello. Ponernos todos en ello.
FUENTE DEL ARTÍCULO QUE ENCABEZA LA PUBLICACIÓN