El Amadís de
Gaula es una obra maestra de la literatura medieval fantástica en castellano y el más famoso de los llamados libros de caballerías, que tuvieron una
enorme aceptación durante el siglo XVI en la península ibérica.
El
autor
Garci Rodríguez de Montalvo (Siglo XV) fue un escritor
español que debe su fama al Amadís de Gaula, la mejor y más célebre
novela de caballerías en lengua castellana. Aunque no fue el creador del
inmortal caballero, Garci Rodríguez de Montalvo dio forma definitiva a su
historia, al elaborar una refundición del texto antiguo de los tres primeros
libros del Amadís de Gaula, cuyo tono ligero atenuó imbuyéndole un
carácter moral; el cuarto libro, que trata de la monarquía universal, ha de
considerarse íntegramente o casi íntegramente suyo, al igual que el quinto, que
contiene una continuación del Amadís de Gaula protagonizada por el hijo
de Amadís y titulada Las sergas de Esplandián.
Las
únicas y escasas noticias que se conservan de Garci Rodríguez de Montalvo
derivan del prólogo a los tres primeros libros, así como de lo que el autor
puso en boca de Urganda en el capítulo XCVIII de Las sergas de Esplandián.
Garci Rodríguez de Montalvo hubo de seguir la carrera de las armas desde muy
joven y, cuando trabajaba en el Amadís, ejercía el cargo de regidor de
Medina del Campo. Por el contrario, cuando escribió Las sergas de Esplandián
era ya maduro, y como afirma haber conocido en Castilla a varios reyes y
reinas, es de suponer que naciera en tiempos de Juan II y que en el momento de
la toma de Granada, en 1492, tuviera por lo menos cincuenta años.
Parece
ser que empleó mucho tiempo en la composición de sus obras y que las terminó
poco después de la conquista de Granada y de la expulsión de los judíos, porque
no se habla en ellas de acontecimientos posteriores. De otras noticias que da
de sí mismo se deduce que gustaba mucho de la caza, que en 1482 era noble, que
tenía poca afición a la administración doméstica, que estaba poco dotado de
sentido práctico y que era muy propenso a la imaginación y a abstraerse de la
realidad.
Ni
siquiera es del todo seguro su apellido, ya que en la primera edición del Amadís
de Gaula (Zaragoza, 1508) se dice que el libro fue corregido y enmendado
por "el honrado y virtuoso caballero Garci Rodríguez de Montalvo",
mientras que en las ediciones sucesivas se firma Garci Ordóñez de Montalvo y,
finalmente, en la edición de Roma (1525) de Las sergas de Esplandián,
aparece como García Gutiérrez de Montalvo.
Los problemas de la autoría
A fines del siglo XV Garci Rodríguez de Montalvo preparó la que habría de ser la versión definitiva del Amadís de Gaula, cuya edición más
antigua conocida es la de Zaragoza (1508), con
el nombre de Los cuatro libros del virtuoso caballero Amadís de Gaula,
pero se trata de una obra muy anterior, que ya existía en tres libros desde el
siglo XIV, según consta en obras del canciller Pedro López de Ayala y su contemporáneo Pero Ferrús. El mismo Montalvo confiesa haber enmendado los
tres primeros libros y ser el autor del cuarto.
Se ha atribuido a diversos autores de origen portugués:
por ejemplo, la Crónica portuguesa de Gomes Eanes de Azurara,
escrita en 1454, menciona como su autor a un tal Vasco de Lobeira que
fue armado caballero en la batalla de Aljubarrota (1385). Otras fuentes dicen que el autor fue un tal João de Lobeira, y no
el trovador Vasco de Lobeira, y
que se trata de una refundición de una obra anterior, seguramente de principios
del siglo XIV. Pero no se conoce ninguna versión primitiva del texto portugués original. Recientemente, en una opinión minoritaria aún,
se ha atribuido el Amadís de Gaula a don Enrique de Castilla y León, basándose en su larga permanencia en Inglaterra
en la corte de su hermana de padre, doña Leonor de Castilla, esposa del rey Eduardo
I. Las grandes batallas del Siglo XIII en Gales (Cadfan), Inglaterra (Lewes y
Evesham) y en Italia, Benevento y Tagliacozzo en
las que participó, parecen haber inspirado los muchos combates y guerras de
Amadís de Gaula. Él mismo parece personificarse en el Infante Brian de
Monjaste, hijo del rey de España, Ladasán, supuestamente, su padre Fernando
III, el Santo.
Sea como fuere, el caso
es que la única versión completa conocida del Amadís es la refundición
de Montalvo, dividida en cuatro libros, que constituyó un éxito formidable,
también a escala europea. Tanto es así, que el mismo Montalvo decidió explotarlo
y escribir una continuación, titulada Las sergas de
Esplandián, que es el quinto libro
del ciclo. Más tarde, Ruy Páez de Ribera continuó la obra en un
sexto libro llamado Florisando, cuyo
protagonista es un sobrino de Amadís. Feliciano de Silva, especializado en
continuaciones de éxitos literarios, pasó por alto esa continuación y prosiguió
Las sergas de
Esplandián en su obra Lisuarte de Grecia, séptimo de la serie (1514). Juan Díaz publicó en 1525 como
libro octavo una continuación de Florisando,
llamada también Lisuarte de Grecia, pasando por alto el libro de Feliciano de Silva, pero éste volvió a la
carga y continuó su propio Lisuarte de Grecia en el Amadís de Grecia (1530), libro noveno de
la serie, que después continuó en el décimo, Florisel de Niquea (1532), y en el undécimo, Rogel de Grecia (1535). Pedro de Luján prosiguió el Rogel de Grecia en un duodécimo libro amadisiano, Silves de la Selva (1546), pero Silva, que al parecer pretendía el
monopolio del género, pasó por alto la obra de Luján y continuó el Rogel de Grecia en la Cuarta Parte de Don
Florisel de Niquea (1551), décimotercero y
último de la serie en castellano.
El ciclo fue continuado en italiano con otro libro
decimotercero, el Esferamundi de
Grecia de Mambrino Roseo, que continuó en seis partes publicadas entre 1558 y
1565 la acción de Silves de la Selva. De estas obras no se conoce ninguna versión en español.
También se ha mencionado como parte de la saga amadisiana una hipotética obra
anónima portuguesa titulada Penalva, cuya mera existencia es muy dudosa.
Generalidades
del Amadís de Gaula
Amadís
de Gaula es
sin duda la más famosa novela caballeresca española. Fue publicada por primera
vez en Zaragoza en 1508; pero una redacción distinta y mucho más antigua debió
de difundirse ampliamente por la península ibérica, pues hay testimonios de su
conocimiento en la segunda mitad del siglo XIV. En 1956 se hallaron y
publicaron (en el Boletín de la Real Academia Española) algunos fragmentos de
la versión de principios del siglo XV. Con ello ha quedado demostrado que la
novela fue escrita originariamente en castellano (no en portugués) y se ha
visto que la redacción primitiva era más amplia que la refundida por Rodríguez
de Montalvo.
El
asunto de la novela se enlaza con el ciclo bretón, y la toponimia se refiere a
Inglaterra, a la región de Gales (Gaula); sin embargo, no faltan referencias a
Francia, debidas probablemente a una contaminación de fuentes literarias.
Montalvo, según declara él mismo en el prólogo, no hizo más que refundir los
primeros tres libros de la antigua redacción, confeccionando un cuarto libro
sobre la idea de la monarquía universal, y a continuación un quinto para narrar
las empresas de Esplandián, hijo de Amadís.
La
novela, que tuvo en su tiempo gran resonancia, continúa, en forma desnuda y
esquelética, la tradición idealista de las artes medievales francesas; pero su
asunto revive dentro de la atmósfera de platonismo mundano que respiraba
entonces, en los descansos de la guerra, la sociedad aristocrática del
Renacimiento español. Amadís es un prototipo de perfección caballeresca que
actúa en un mundo misterioso, alejado de la realidad, donde le protegen fuerzas
sobrenaturales. La sabiduría de la maga Urganda, la Desconocida le guía, le
consuela y le protege en la línea de su destino que es la misma línea de la
novela.
Las
versiones del relato
El Amadís de Gaula, tras una introducción en la
que se afirma que fue encontrado en un arcón enterrado, se inicia con el relato
de los amores furtivos del rey Perión de Gaula y de la princesa Elisena de
Bretaña, que dieron lugar al nacimiento de un niño abandonado en una barca. El
niño es criado por el caballero Gandales e indaga sobre su origen en medio de
fantásticas aventuras, protegido por la hechicera Urganda, llamada la
Desconocida porque nunca se presenta con la misma cara ni con el mismo aspecto,
y perseguido por el mago Arcaláus el encantador. Atraviesa el arco hechizado de
los leales amadores en medio de la Ínsula firme, vence al terrible monstruo
Endriago, donde conoce a su hermano Galaor, y atraviesa por todo tipo de
peligrosas aventuras, por amor de su amada Oriana, hija del rey Lisuarte de la
Gran Bretaña.
La obra original (antes de las modificaciones incluidas
por Montalvo) acaba trágicamente, como todas las obras del llamado Ciclo Artúrico.
El original (reconstruido) acaba como sigue: Lisuarte, mal aconsejado por
avariciosos consejeros, echa de su lado a Amadis, lo reta e intenta casar a
Oriana con un enemigo del héroe. Oriana es rescatada por Amadis y llevada a la
Insula Firme por este. Lisuarte le declara la guerra a Amadis acompañado por
Galaor (envidioso de Amadis) y Esplandian (a quien Lisuarte ha criado sin saber
que es su nieto). Tras varias batallas Galaor reta a Amadis y este lo mata.
Lisuarte reta y Amadis también lo mata. Un tercer reto enfrentará a Amadis y a
Esplandian, matando este último a Amadis. Oriana, que observa la batalla desde
una ventana, al ver la muerte de Amadis se lanza al suelo y muere. Urganda
aparece y revela la verdad sobre sus padres a Esplandián.
La versión de Montalvo modifica sobre todo este final,
haciéndole durar todo el libro cuarto. El final de los personajes es distinto.
Lisuarte y Amadis hacen las paces, se conoce la identidad de Esplandian de una
forma menos trágica y Galaor ni siquiera aparece en la batalla (está enfermo).
Para cerrar la obra se usa un subterfugio que la hace acabar bruscamente.
Lisuarte es encantado y Amadis debe dedicarse a gobernar. La historia continúa
en las Sergas. La obra también relata las hazañas de otros valerosos caballeros
emparentados con Amadis, como su hermano Galaor, su medio hermano Florestán y
su primo Agrajes de Escocia.
El
estilo de la obra
En cuanto al estilo, fue alabado por el exigente Juan de Valdés, si bien consideraba que a veces lo bajaba mucho y otras
lo encumbraba demasiado. Se caracteriza por un cierto latinizamiento de la sintaxis, que suele situar al verbo al final de la frase al modo
latino, y otros rasgos de esta naturaleza, como el uso del participio de
presente, que lo aproximan al tipo de lenguaje de la escuela alegórico-dantesca
del siglo XV, si bien resulta mucho más claro y llano. No obstante, es
necesario diferenciar entre el estilo de las tres primeras partes, que lleva
incólume mucho del autor original, muy elegante y pormenorizado en los sucesos,
y el texto atribuible a Garcí Rodríguez de Montalvo, de muy inferior ingenio y
brillantez. Las tres primeras partes reflejan el mundo del siglo XIII, mientras
que el mundo de Garcí Rodríguez de Montalvo es el de principios del siglo XVI,
y eso no puede dejar de percibirse en el estilo denso y algo pedante del
Regidor de Medina del Campo.
Los personajes principales
Amadís: Valiente
caballero de Bretaña
El rey Perión: padre de Amadís
La princesa
Elisena: madre
de Amadís.
Galaor:
hermano de Amadís; hijo del rey Perión.
Lisuarte:
rey de Gran Bretaña.
Brisena:
reina de Gran Bretaña.
Oriana:
hija de los reyes de Gran Bretaña, amada de Amadís.
Urganda:
una maga
Arcalaus:
un mago
El personaje Amadís como héroe caballeresco
Prototipo del héroe caballeresco, las cualidades que
culminan en Amadís le dan una fisonomía demasiado perfecta para poder ser de
carne y hueso y poseer rasgos característicos y diferenciales. Es el más
valiente, el más cortés, el más fiel de los vasallos, el más cumplido
enamorado, el amigo más leal, el hombre más justo. Su espada, siempre
victoriosa, lucha por la patria, por la fe y por el amor; defiende a los
necesitados, protege a doncellas, viudas y huérfanos, abate el orgullo de los
soberbios y la maldad de los perversos, derrota a gigantes y monstruos
fabulosos y combate contra poderes mágicos.
El hombre se convierte así en paradigma. La misma
inverosimilitud de algunas de sus aventuras se halla plenamente justificada por
lo irreal de su figura. Un hombre tan perfecto no puede vivir y combatir como
un hombre normal. El amor de Amadís por la sin par Oriana nace cuando el héroe,
que entonces se llama el Doncel del Mar, tiene sólo doce años, e informa toda
su vida, justificando sus combates y empresas y procurándole continuas
amarguras. Amadís resiste victoriosamente la prueba del Arco de los Leales
Amadores, impregnada de magia y de simbolismo, y se convierte así en el emblema
del perfecto enamorado. Cuando la maledicencia y las calumnias de un enano hacen
creer a Oriana que Amadís le ha sido inflel, los enamorados adquieren trazos
más personales y definidos, aunque continúan envueltos en retóricas
frondosidades de celos y desesperación. Los llantos, suspiros y desesperación
de Amadís en esta ocasión superan todo lo imaginable y van seguidos por su
famosa penitencia en la Peña Pobre.
El argumento
del Amadís de Gaula
Al principio de la era cristiana, vivió en
Bretaña un rey llamado Garinter, quien había casado a su hija mayor con el rey
de Escocia; pero su hija más pequeña, Elisena, no encontraba atractivos en
ninguno de los pretendientes que llegaban a la corte. Un día su padre hospedó
al rey de la Gaula, Perión, al que había visto derrotar a dos poderosos
caballeros y matar a un león. Éste y la princesa bretona se enamoraron, y con
la ayuda de su doncella Darolieta, Elisena y su amado tuvieron un encuentro
secreto en los jardines del palacio. Diez días después, el rey Perión se
marchó.
Pasados nueve meses, Elisena dio a luz un
niño, y gracias a la inestimable colaboración de Dalioreta, logró encubrir su desliz. Fue esta
la última quien llevó al niño a un río que fluía cerca del palacio, y lo
depositó en una barca. Al recién nacido le acompañaban la espada de su padre,
un anillo, y un pergamino que lo llamaba Amadís el eterno, y lo declaraba hijo
de un rey. La barquilla llegó hasta el mar, donde por suerte la vio el
caballero Gandales, que iba rumbo a Escocia. Recogió al niño Amadís, a quien llamó
“el Doncel del mar”, y lo educó junto a su hijo Gandalín.
Cuando Amadís tenía tres años, Gandales salvó
a la maga Urganda de un caballero que la perseguía, y el hada le vaticinó que
su hijo adoptivo se convertiría, con el tiempo, en la flor de la caballería, en
el más honorable caballero del mundo, y le prometió que lo ayudaría en
cualquier momento en que lo necesitase. Al
cumplir Amadís siete años, el rey de
Escocia , Languines, se lo llevó a su corte para educarlo entre sus caballeros.
Cinco años después, pasaron por esas tierras los reyes de Inglaterra, Lisuarte
y Brisena, quienes se dirigían hacia sus territorios a tomar posesión de ellos.
La real pareja solicitó del rey de Escocia que le permitiera dejar con él a su
hija Oriana.
Languines consintió encantado, y le asignó a
la princesa, como escudero al Doncel del Mar. Los dos niños se enamoraron tan
profundamente, que su amor no sería destruido ni por el tiempo ni las
tribulaciones. Para hacerse digno de Oriana, Amadís decidió hacerse armar caballero.
Oriana, para ayudarlo en su empeño, solicitó del viejo amigo de su padre, el
rey Perión, que se hallaba en Escocia en busca de auxilio contra su enemigo el
rey de Irlanda, que armara caballero a Amadís. Así lo hizo el rey Perión, sin
saber que hacía este honor a su propio hijo, y sin saber Amadís que lo recibía
de su propio padre. Entonces salió en busca de aventuras y con la esperanza de
conquistar la fama.
En un bosque se encontró con Urganda, quién
lo proveyó de la lanza con la que más tarde rescataría al rey Perión de las
manos de unos caballeros irlandeses, además de jurar que auxiliaría al rey
siempre que se hallase en peligro. Muchas otras aventuras siguieron a ésta, a
cuál más fantástica y extraordinaria. La más peligrosa fue probablemente aquella
en la que tuvo que enfrentarse a Galpano y a sus dos hermanos, quienes tenían
por costumbre asaltar y robar a los viajeros; y de estos encuentros el noble
Amadís salió tan mal parado, que sólo gracias a los cuidados de un buen amigo
logró recuperar la salud.
Mientras Amadís buscaba la fama, sus padres
se habían casado. Del pasar haber perdido a su primer hijo, los consoló la
llegada de un segundo varón, Galaor. Y para mayor felicidad, reconocieron en
Amadís, el valiente caballero que tan bien había defendido siempre al rey, a su
hijo abandonado. El feliz suceso ocurrió durante las fiestas de celebración por
la victoria sobre los irlandeses, a cuyo paladín el joven había derrotado, y en
las que portaba el anillo que su madre había puesto con sus pertenencias al
abandonarlo. Amadís sin embargo, permanecía triste, pues no se consideraba
digno de su amada Oriana. Cuando se encontraba visitándola en Vindilisoria, lo
llamaron con urgencia para que fuera al rescate de su hermano Galaor; pero no
hubo tal llamado, pues en realidad fue un truco del mago Arcalaus, quién
mediante encantamientos desarmó al caballero.
A Oriana la visión de Arcalaus en el caballo
de Amadís y portando sus armas, casi le cuesta la vida; sólo nuevas noticias de
las hazañas de su amado le retornaron el halito. Pero Arcalaus no cesaba, e
hizo desaparecer al rey Lisuarte, para poder raptar así a Oriana, quen fue
rescatada por Amadís y su hermano Galaor, a quién el propio Amadís había armado
caballero.
Pero ni esta hazaña, ni la de haber rescatado
a la reina de Brisena del traidor Barsinan que se había apoderado del reino, lo
hicieron merecedor de la mano de Oriana ante los ojos del rey Lisuarte, que
había reaparecido. Con otros caballeros partió hacia Isla Firme, donde se
encontraba Apolidón, hijo del rey de Grecia. Aquí este último había encontrado
refugio tras fugarse con la hija del Emperador de Roma. En esta tierra recibió
Amadís un mensaje de Oriana en el que firmaba como la dama a la que la espada
de Amadís le había atravesado el corazón. Se describía así por haber prestado
oídos a las insidias de un enano malvado que alegaba que Amadís le era infiel.
Tal fue el sufrimiento del caballero, que cambió
su nombre por el de Beltenebros, y se refugió en una ermita en la Roca Pobre,
convencido de que Oriana lo había injuriado. Para que mayor fuera el equívoco,
Lisuarte había concedido la mano de su hija al Emperador de Roma. Al conocer
Amadís que Oriana era transportada a Roma en una flota, se lanzó a su
encuentro, y bajo el nombre de “El caballero griego” derrotó la flota y llevó a
Oriana de retorno a Inglaterra. Lo único que pidió a cambio fue que no
establecieran de nuevo alianzas tan dispares. El rey consideró el hecho como
una afrenta y atacó Isla Firme. El mundo de la caballería se dividió en dos
frentes. Arcalaus, que odiaba tanto a Amadís como al rey de Inglaterra, quiso
aprovechar la situación y convenció al rey Arábigo, que se lanzó al pillaje.
Amadís, advertido de la situación por el caballero Esplandián, salió en ayuda
del rey de Inglaterra. Con este gesto la enemistad quedó atrás, y Amadís y
Oriana se pudieron casar en Isla firme. Pasaron bajo el Arco del Verdadero Amor
- lo que sólo podían hacer los amantes fieles -, y se encontraron en una cámara
nupcial mágica custodiada por unos caballeros invisibles.
Las sergas de Esplandián
Garci Rodríguez de Montalvo quiso continuar la
historia de Amadís en Las sergas de Esplandián (1510), breve novela
caballeresca que narra las empresas y proezas de Esplandián, hijo de Amadís y
Oriana, desde el momento en que Urganda la desconocida lo arma caballero hasta
sus bodas con su amada Leonorina. La novela es muy inferior al modelo, del cual
repite con monotonía frases y temas: aventuras, combates, encantos y todo el
acompañamiento fantástico del Amadís. Con todo, en algunos episodios
sobresale una cierta originalidad de invención. Es famoso el juicio que emitió
Cervantes en el escrutinio de la biblioteca de Don Quijote: señalando un
volumen, el Barbero declara: "Es Las sergas de Esplandián, hijo
legítimo de Amadís de Gaula"; y el Cura sentencia: "Pues en
verdad que no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, señora ama;
abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera
que se ha de hacer".
FRAGMENTOS DEL AMADIS DE GAULA
PRÓLOGO
Considerando los sabios antiguos que los grandes hechos
de las armas en escrito dejaron, cuán breve fue aquello que en escrito de
verdad en ellos pasó, así como las batallas de nuestro tiempo que por nos
fueron vistas nos dieron clara experiencia y noticia, quisieron sobre algún cimiento
de verdad componer tales y tan extrañas hazañas con que no solamente pensaron
dejar en perpetua memoria a los que aficionados fueron, mas aquéllos por quien
leídas fuesen en grande admiración, como por las antiguas historias de los
griegos y troyanos y otros que batallaron, parece, por escrito. Así lo dice
Salustio, que tanto los hechos de los de Atenas fueron grandes cuando los sus
escritores lo quisieron creer y ensalzar. Pues si en el tiempo de estos
oradores que más en las cosas de fama que de interés se ocupaban sus juicios y
fatigaban sus espíritus, acaeciera aquella santa conquista que el nuestro muy
esforzado y católico rey don Fernando hizo del reino de Granada, cuantas
flores, cuantas rosas en ella por ellos fueron sembradas, así en lo tocante al
esfuerzo de los caballeros en las revueltas, escaramuzas y peligrosos combates
y en todas las otras cosas de afrentas y trabajos que para tal guerra se
aparejaron, como en los esforzados razonamientos del gran rey a los sus altos
hombres en las reales tiendas ayuntados y las obedientes respuestas por ellos
dadas y, sobre todo, las grandes alabanzas y los crecidos loores que merece por
haber emprendido y acabado jomada tan católica. Por cierto creo yo que así lo
verdadero como lo fingido que por ellos fuera recontado en la fama de tan gran
príncipe, con justa causa sobre tan ancho y verdadero cimiento pudiera en las
nubes tocar, como se puede creer que por los sus sabios cronistas, si les fuera
dado según la antigüedad de aquel estilo en memoria a los venideros por escrito
dejaran, poniendo con justa causa en mayor grado de fama y alteza verdadera los
sus grandes hechos que los de los otros emperadores que con más afición que con
verdad que los nuestros rey y reina fueron loados, pues, que tanto más los
merecen, cuanto es la diferencia de las leyes que tuvieron, que los primeros
sirvieron al mundo que les dio tal galardón y los nuestros al Señor, el que con
tan conocido amor y voluntad ayudar y favorecer los quiso, por los hallar tan
dignos en poner en ejecución con mucho trabajo y gasto lo que tanto su servicio
es. Y si por ventura algo acá en olvido quedare, no quedará ante la su real majestad,
donde les tiene aparejado el galardón que por ello merecen.
Otra manera de más convenible crédito tuvo en la su
historia aquel grande historiador Tito Livio para ensalzar la honra y fama de
los sus romanos, que apartándolos de las fuerzas corporales les llegó al
ardimiento y esfuerzo del corazón, porque si en lo primero alguna duda se
halla, en lo segundo no se hallaría, que si él por muy extremado esfuerzo dejó
memoria la osadía del que el brazo se quemó y de aquél que de su propia
voluntad le lanzó en el peligroso lago, ya por nos fueron vistas otras
semejantes cosas de aquéllos que, menospreciando las vidas, quisieron recibir
la muerte por a otros la quitar, de guisa que por lo que vimos podemos creer lo
suyo que leímos, aunque muy extraño nos parezca. Pero por cierto en toda la su grande
historia no se hallara ninguno de aquellos golpes espantosos, ni encuentros
milagrosos que en las otras historias se hallan, como de aquel fuerte Héctor se
recuenta, y del famoso Aquiles, del esforzado Troylus y del valiente Ajas
Talemón, y otros muchos de que gran memoria se hace, según la afición de
aquéllos que por el escrito los dejaron, asi éstas como otras más cercanas a
nos de aquel señalado duque Godofredo de Bullón en el golpe de espada que en la
puente de Antíoco dio, y del turco armado, que casi dos pedazos hizo siendo ya
rey de Jerusalén. Bien se puede y debe creer haber habido Troya y ser cercada y
destruida por los griegos y asimismo ser conquistada Jerusalén, con otros
muchos lugares, por este duque y sus compañeros, mas semejantes golpes que
éstos atribuyamos, los más a los escritores, como ya dije, que haber en efecto
de verdad pasado.
Otros hubo de más baja suerte que escribieron, que no
solamente no edificaron sus obras sobre algún cimiento de verdad mas ni sobre
el rastro de ella. Estos son los que compusieron las historias fingidas en que
se hallan las cosas admirables fuera de la orden de natura, que más por nombre
de patrañas que de crónicas, con mucha razón deben ser tenidas y llamadas. Pues
vemos ahora si las afrentas de las armas que acaecen son semejantes a aquéllas
que casi cada día vemos y pasamos y aún por la mayor parte desviadas de la
virtud y buena conciencia y aquéllas que muy extrañas y graves nos parecen,
sepamos ser compuestas y fingidas, ¿qué tomaremos de las unas y otras que algún
fruto provechoso nos acarreen?
Por cierto, a mi ver, otra cosa no, salvo los buenos
ejemplos y doctrinas que más a la salvación nuestra se allegaren, porque siendo
permitido de ser imprimida en nuestros corazones la gracia del muy alto Señor
para ella nos allegar, tomemos por alas con que nuestras ánimas suban a la
alteza de la gloria para donde fueron criadas.
Y yo esto considerando, deseando que de mí alguna sombra
de memoria quedase, no me atreviendo a poner en mi flaco ingenio en aquello que
los más cuerdos sabios se ocuparon, quísele juntar con estos postrimeros que
las cosas más livianas y de menor sustancia escribieron por ser a él según su
flaqueza más conformes, corrigiendo estos tres libros del Amadís que por
falta de los malos escritores o componedores muy corruptos o viciosos se leían
y trasladando y enmendando el libro cuarto con las Sergas de Esplandián, su
hijo, que hasta aquí no es memoria de ninguno ser visto que por gran dicha
pareció en una tumba de piedra que debajo de la tierra en una ermita cerca de
Constantinopla fue hallada y traído por un húngaro, mercader a estas partes de
España, en la letra y pergamino tan antiguo que con mucho trabajo se pudo leer
por aquéllos que la lengua sabían, en los cuales cinco libros, comoquiera que
hasta aquí más por patrañas que por crónicas eran tenidos, son con tales enmiendas
acompañados de tales ejemplos y doctrinas que con justa causa se podrán comparar
a los livianos y febles saleros de corcho que con tiras de oro y de plata son
encarcelados y guarnecidos, porque así los caballeros mancebos como los más
ancianos hallen en ellos lo que a cada uno conviene. Y si por ventura en esta
mal ordenada obra algún yerro pareciere de aquéllos que en lo divino y humano
son prohibidos, demando humildemente de ello perdón, pues que teniendo, y
creyendo yo firmemente, todo lo que la Santa Madre Iglesia tiene y manda, más
simple discreción que la obra fue de ello causa.
LIBRO I
AQUÍ COMIENZA EL PRIMER LIBRO DEL ESFORZADO
CABALLERO AMADÍS HIJO DEL REY PERIÓN DE GAULA Y DE LA REINA ELISENA El cual fue corregido y enmendado por el
honrado y virtuoso caballero GARCI
RODRÍGUEZ DE MONTALVO, regidor de la villa de Medina del Campo, y corrigióle
de los antiguos originales que estaban corruptos y mal compuestos en antiguo
estilo por falta de los diferentes y malos escritores, quitando muchas palabras
superfluas, y poniendo otras de más pulido y elegante estilo tocantes a la
caballería y actos de ella.
No muchos años después de la Pasión de nuestro Redentor y
Salvador Jesucristo, fue un rey muy cristiano en la pequeña Bretaña, por nombre
llamado Garinter, el cual, siendo en la ley de la verdad de mucha devoción y
buenas maneras acompañado. Este rey hubo dos hijas en una noble dueña su mujer,
y la mayor casada con Languines, rey de Escocia, y fue llamada la dueña de la
Guirnalda, porque el rey su marido nunca la consintió cubrir sus hermosos
cabellos sino de una muy rica guirnalda, tanto era pagado de los ver; de quien
fueron engendrados Agrajes y Mabilia, que así de uno como caballero y de ella
como doncella en esta gran historia mucha mención se hace. La otra hija, que
Elisena fue llamada, en gran cantidad mucho más hermosa que la primera fue; y comoquiera
que de muy grandes príncipes en casamiento demandada fuese, nunca con ninguna
de ellos casar le plugo, antes su retraimiento y santa vida dieron causa a que
todos beata perdida la llamasen, considerando que persona de tan gran guisa,
dotada de tanta hermosura, de tantos grandes por matrimonio demandada, no le
era conveniente tal estilo de vida tomar. Pues este dicho rey Garinter siendo
en asaz crecida edad, por dar descanso a su ánimo algunas veces a monte y a
caza iba.
Entre las cuales saliendo un día desde una villa suya que
Alima se llamaba, siendo desviado de las armadas y de los cazadores andando por
la floresta sus horas rezando, vio a su siniestra una brava batalla de un solo caballero
que con dos se combatía, él conoció a los dos caballeros que sus vasallos eran,
que por ser muy soberbios y de malas maneras y muy emparentados, muchos enojos
de ellos había recibido. Mas aquél que con ellos se combatía no los pudo
conocer y no se fiando, tanto en la bondad del uno que el miedo de los dos se
quitase, apartándose de ellos la batalla miraba, en fin de la cual por mano de
aquél de los dos fueron vencidos y muertos. Esto hecho el caballero se vino
contra el rey y como solo lo viese, díjole: —Buen hombre, ¿qué tierra es ésta,
que así son los caballeros andantes salteados?
El rey le dijo: —No os maravilléis de eso, caballero, que
así como en las otras tierras hay buenos caballeros y malos, así los hay en
ésta, y esto que decís no solamente a muchos han hecho grandes males y desaguisados,
mas aun al mismo rey su señor sin que de ellos justicia hacer pudiese; por ser
muy emparentados han hecho enormes agravios y también por esta montaña tan
espesa donde se acogían.
El caballero le dijo: —Pues a ese rey que decís vengo yo
a buscar de luenga tierra y le traigo nuevas de un su gran amigo, y si sabéis
dónde hallarlo pueda ruégoos que me lo digáis.
El rey le dijo: —Comoquiera que acontezca no dejaré de os
decir la verdad, sabed ciertamente que yo soy el rey que demandáis. El caballero
quitando el escudo y yelmo, y dándolo a su escudero lo fue a abrazar diciendo
ser el rey Perión de Gaula que mucho le había deseado conocer. Mucho fueron
alegres estos dos reyes en se haber así juntado, y hablando en muchas cosas se
fueron a la parte donde los cazadores eran para se acoger a la villa, pero
antes le sobrevino un ciervo que de las armadas muy cansado se colara, tras el
cual los reyes ambos al más correr de sus caballos fueron pensando lo matar,
mas de otra manera les acaeció, que saliendo de unas espesas matas un león
delante de ellos al ciervo alcanzó y mató, habiéndole abierto con sus muy
fuertes uñas, bravo y mal continente contra los reyes mostraba. Y como así el
rey Perión le viese, dijo: —Pues no estaréis tan sañudo que parte de la caza no
nos dejéis.
Y tomando sus armas descendió del caballo, que adelante,
espantado del fuerte león ir no quería, poniendo su escudo delante, la espada
en la mano al león se fue, que las grandes voces que el rey Garinter le daba no
lo pudieron estorbar. El león asimismo dejando la presa contra él se vino y juntándose
ambos teniéndole el león debajo en punto de le matar, no perdiendo el rey su
gran esfuerzo, hiriéndole con su espada por el vientre, lo hizo caer muerto
ante sí, de que el rey Garinter mucho espantado entre sí decía: —No sin causa
tiene aquél fama del mejor caballero del mundo. Esto hecho, recogida toda la
campaña hizo en dos palafrenes cargar el león y el ciervo y llevarlos a la
villa con gran placer. Donde siendo de tal huésped la reina avisada, los
palacios de grandes y ricos atavíos, y las mesas puestas hallaron; en la una
más alta se sentaron los reyes y en la otra junto con ella, Elisena, su hija; y
allí fueron servidos como en casa de tan buen hombre se debía. Pues estando en
aquel solaz, como aquella infanta tan hermosa fuese y el rey Perión por el
semejante, y la fama de sus grandes cosas en armas por todas las partes del
mundo divulgadas, en tal punto y hora se miraron que las gran honestidad y
santa vida de ella no pudo tanto, que de incurable y muy gran amor presa no
fuese, y el rey asimismo de ella, que hasta entonces su corazón, sin ser
juzgado a otra ninguna, libre tenía, de guisa que así el uno como el otro
estuvieron todo el comer casi fuera de sentido. Pues alzadas las mesas, la
reina se quiso acoger a su cámara y levantándose Elisena cayóle de la falda un
muy hermoso anillo que para se levar del dedo quitara y con la gran turbación
no tuvo acuerdo de lo allí tornar y bajóse por tomarlo, mas el rey Perión que
cabe ella estaba quiso se lo dar, así que las manos llegaron a una sazón y el
rey tomóle la mano y apretósela. Elisena tornó muy colorada y mirando al rey con
ojos amorosos le dijo pasito que le agradecía aquel servicio. —¡Ay, señora!
—dijo él—, no será el postrimero; mas todo el tiempo de mi vida será empleado
en os servir.
Ella se fue tras su madre con tan gran alteración que
casi la vista perdida llevaba, de lo cual se siguió que esta infanta, no
pudiendo sufrir aquel nuevo dolor que con tanta fuerza al viejo pensamiento
vencido había, descubrió su secreto a una doncella suya, de quien mucho fiaba,
que Darioleta había nombre, y con lágrimas de sus ojos y más del corazón le demandó
consejo en cómo podría saber si el rey Perión otra mujer alguna amase, y si
aquel tan amoroso semblante que a ella mostrado había, si le viniera en la
manera y con aquella fuerza que en su corazón había sentido.
La doncella, espantada de mudanza tan súpita en persona
tan desviada de auto semejante, habiendo piedad de tan piadosas lágrimas, le dijo:
—Señora, bien veo yo que según la demasiada pasión que aquel tirano amor en vos
ha puesto, que no ha dejado de vuestro juicio lugar donde consejo ni razón
aposentados ser puedan, y por esto, siguiendo yo, no a lo que a vuestro
servicio debo, mas a la voluntad y obediencia, haré aquello que mandáis, por la
vía más honesta que de mi poca discreción y mucha gana de os servir hallar
pudieren.
Entonces partiéndose de ella se fue contra la cámara
donde el rey Perión posaba y halló a su escudero a la puerta con los paños que
le quería dar de vestir, y díjole: —Amigo, id vos a hacer algo, que yo quedaré
con vuestro señor y le daré recaudo.
El escudero, pensando que aquello por más honra se hacía,
dióle los paños y partióse de allí. La doncella entró en la cámara do el rey
estaba en su cama, y como la vio, conoció ser aquélla con quien había visto más
que con otra a Elisena hablar, como que en ella más que en otra alguna se fiaba,
y creyó que no sin algún remedio para sus mortales deseos allí era venida, y
estremeciéndosele el corazón le dijo: —Buena doncella, ¿qué es lo que queréis?
—Daros de vestir, dijo ella. —Eso al corazón había de ser
—dijo él—, que de placer y alegría muy despojado y desnudo está.
—¿En qué manera?, dijo ella. —En que viniendo yo a esta
tierra —dijo el rey—, con entera libertad, solamente temiendo las aventuras que
de las armas ocurrirme podían, no sé en qué forma entrando en esta casa de
estos vuestros señores, soy llagado de herida mortal, y si vos, buena doncella,
alguna medicina para ella me procuraseis, de mí seríais muy bien galardonada.
—Cierto, señor —dijo ella—, por muy contenta me tendría
en hacer servicio a tan alto hombre de tan buen caballero como vos sois, si
supiese en qué. —Si me vos prometéis —dijo el rey—, como leal doncella de lo no
descubrir, sino allá donde es razón, yo os lo diré. —Decídmelo sin recelo —dijo
ella—, que enteramente por mí guardado os será.
—Pues amiga, señora —dijo él—, dígoos que en fuerte hora
yo miré la gran hermosura de Elisena vuestra señora, que atormentado de cuitas
y congojas soy hasta en punto de la muerte, en la cual si algún remedio no hallo,
no se me podrá excusar. La doncella, que el corazón de su señora enteramente en
este caso sabía, como ya arriba oísteis, cuando esto oyó fue muy alegre, y
díjole: —Mi señor, si me vos prometéis, como rey, en todo guardar la verdad a
que más que ningún otro que no lo sea obligado sois, y como caballero que según
vuestra fama por la sostener tantos afanes y peligros habrá pasado, de la tomar
por mujer cuando tiempo fuere, yo la pondré en parte donde no solamente vuestro
corazón satisfecho sea, mas el suyo que tanto o por ventura más que él es culta
y en dolor de esa misma llaga herido, y si esto no se hace, no vos la cobraréis
ni yo creeré ser vuestras palabras de leal y honesto amor salidas.
El rey, que en voluntad estaba ya imprimida la permisión
de Dios para que de eso se siguiese lo que adelante oiréis, tomó la espada que
cabe sí tenía y poniendo la diestra mano en la cruz dijo: —Yo juro en esta cruz
y espada con que la orden de caballería recibí, de hacer eso que vos, doncella,
me pedís, cada que por vuestra señora Elisena demandado me fuere. —Pues ahora
holgad —dijo ella—, que yo cumpliré lo que dije. Y partiéndose de él se tornó a
su señora y contándole la que con el rey concertara, muy grande alegría en su
ánimo puso, y abrazándola le dijo: —Mi verdadera amiga, cuando veré yo la hora
que en mis brazos tenga aquél que por señor me habéis dado.
—Yo os lo diré —dijo ella—: Ya sabéis, señora, cómo
aquella cámara en que el rey Perión está tiene una puerta que a la huerta sale,
por donde vuestro padre algunas veces sale a recrear, que con las cortinas
ahora cubierta está, de que yo la llave tengo; pues cuando el rey de allí salga
yo la abriré y siendo tan noche que los del palacio sosieguen, por allí podremos
entrar sin que de ninguno sentidas seamos, y cuando sazón sea salir yo os
llamaré y tornaré a vuestra cama.
Elisena, que esto oyó, fue atónita de placer que no pudo
hablar y tornándose en sí díjole: —Mi amiga, en vos dejo toda mi hacienda, mas
¿cómo se hará lo que decís, que mi padre está dentro en la cámara con el rey
Perión, y si lo sintiese seríamos todos en gran peligro? —Eso —dijo la
doncella—, dejad a mí que yo lo remediaré.
Con esto se partieron de su habla y pasaron aquel día los
reyes y la reina y la infanta Elisena en su comer y cenar como antes, y cuando
fue noche. Darioleta apartó al escudero del rey Perión y díjole: —¡Ay, amigo, decidme
si sois hombre hidalgo! —Sí soy —dijo él—, y aun hijo de caballero, mas ¿por
qué me lo preguntáis? —Yo os lo diré —dijo ella—, porque querría saber de vos
una cosa; ruégoos, por la fe que a Dios debéis y al rey vuestro señor, me la
digáis. —Por Santa María —dijo él—, toda cosa que yo supiese os diré, con tal
que no sea en daño de mi señor.
—Eso os otorgo yo —dijo la doncella—, que ni os
preguntaré en daño suyo, ni vos tendríais razón de que me lo decís, mas lo que
yo quiero saber es que me digáis cuál es la doncella que vuestro señor ama de
extremado amor. —Mi señor —dijo él—, ama a todas en general, mas cierto no le conozco
ninguna que él ame de la guisa que decís.
En esto hablando, llegó el rey Garinter donde ellos
estaban hablando y vio a Darioleta con el escudero y llamándola le dijo: —Tú,
¿qué tienes que hablar con el escudero del rey? —Por Dios, señor, yo os lo
diré, él me llamó y me dijo que su señor ha por costumbre de dormir solo y
cierto que siente mucho empacho con vuestra compaña. El rey se partió de ella y
fuese al rey Perión y díjole: —Mi señor, yo tengo muchas cosas de librar en mi
hacienda y levántome a la hora de los maitines, y por vos no dar enojo, tengo
por bien que quedéis solo en la cámara. El rey Perión le dijo: —Haced, señor,
en ello como os más pluguiere.
—Así place a mí, dijo él. Entonces conoció él que la
doncella le dijera verdad y mandó a sus reposteros que luego sacasen su cama de
la cámara del rey Perión. Cuando Darioleta vio que así en efecto viniera lo que
deseaba, fuese a Elisena, su señora, y contóselo todo como pasara. —Amiga,
señora —dijo ella—: ahora creo, pues, que Dios así lo endereza, que esto que,
al presente, yerro parece, adelante será algún servicio suyo.
—Decidme lo que haremos, que la gran alegría que tengo me
quita gran parte del juicio. —Señora —dijo la doncella—, hagamos esta noche lo
que concertado está, que la puerta de la cámara que os dije que ya la tengo
abierta. —Pues a vos dejo el cargo de me llevar cuándo tiempo fuere. Así
estuvieron ellas hasta que todos se fueron a dormir.
Capítulo 12
De cómo Galaor se
combatió con el gran gigante, señor de la peña de Galtares.
Al gigante fueron las nuevas y no tardó mucho, que luego
salió en un caballo y él parecía sobre él tan gran cosa que no hay hombre en el
mundo que mirar lo osase, y traía unas hojas de hierro tan grandes que desde la
garganta hasta la silla que cubría y un yelmo muy grande y muy claro y una gran
maza de hierro muy pesada con que hería. Mucho fueron espantados los escuderos
y las doncellas de lo ver, y Galaor no era tan esforzado que entonces gran
miedo no hubiese. Mas cuanto más a él se acercaba más le perdía. El jayán le
dijo: —¡Cautivo caballero, cómo osas atender tu muerte, que no te verá más el
que acá te envió y aguarda y verás cómo sé herir de maza.
Galaor fue sañudo y dijo: —¡Diablo!, tú serás vencido y
muerto con lo que yo traigo en mi ayuda, que es Dios y la razón. El jayán movió
contra él, que no parecía, sino una torre. Galaor fue a él con su lanza baja al
más correr de su caballo y encontróle en los pechos de tal fuerza que la una
estribera le hizo perder y la lanza quebró. El jayán alzó la maza por lo herir
en la cabeza y Galaor pasó tan aína que no lo alcanzó sino en el brocal del
escudo y quebrando los brazales y el tiracol se lo hizo caer en tierra y a
pocas Galaor hubiera caído tras él y el golpe fue tan fuerte dado, que el brazo
no pudo la maza sostener y dio en la boca de su mismo caballo, así que lo
derribó muerto y él quedó debajo; y queriéndose levantar, habiendo salido de él
a gran afán, llegó Galaor y diole de los pechos del caballo y pasó sobre él
bien dos veces antes que se levantase y a la hora tropezó el caballo de Galaor
en el del gigante y fue a caer de la otra parte. Galaor salió del suelo, que se
veía en aventura de muerte, y puso mano a la espada que Urganda le diera, y
dejóse ir contra el jayán que la maza tomaba del suelo y diole con la espada en
el palo de ella y cortóle todo que no quedó sino un pedazo, que le quedó en la
mano, y con aquél lo hirió el jayán de tal golpe por encima del yelmo que la
una mano le hizo poner en tierra, que la maza era fuerte y pesada, y él, que hería
de gran fuerza, y el yelmo se le torció en la cabeza, mas el cómo muy ligero y
de vivo corazón fuese, levantóse luego y tomó al jayán, el cual le quiso herir
otra vez, pero Galaor, que mañoso era, y ligero andaba, guardóse del golpe y
diole en el brazo con la espada tal herida que se lo cortó cabe el hombro y
descendiendo la espada a la pierna, le cortó cerca de la mitad. El jayán dio
una gran voz y dijo: —¡Ay, cautivo!, escarnido soy por un hombre solo, y quiso
abrazar a Galaor con grande saña, mas no pudo ir adelante por la gran herida de
la pierna y sentóse en el suelo. Galaor tornó a lo herir y como el gigante tendió
la mano por lo trabar diole un golpe que los dedos le echó en tierra con la
mitad de la mano; y el jayán, que por lo trabar se había tendido mucho, cayó y
Galaor fue sobre él y matóle con su espada y cortóle la cabeza. Entonces
vinieron a él los escuderos y las doncellas y Galaor les mandó a los escuderos
que llevasen la cabeza a su señor; ellos fueron alegres y dijeron: —¡Por Dios!,
señor, él hizo en vos buena crianza, que vos ganasteis el prez y él la venganza
y el provecho. Galaor cabalgó en un caballo de los escuderos y vio salir del
castillo diez caballeros en una cadena metidos que le dijeron: —Venid a tomar
el castillo, que vos matasteis el jayán, y nos, los que le guardaban.
Galaor dijo a las doncellas: —Señoras, quedemos aquí esta
noche. Ellas dijeron que les placía. Entonces hizo quitar la cadena a los caballeros
y acogiéronse todos al castillo donde había hermosas casas y en una de ellas se
desarmó y diéronle de comer y a sus doncellas con él. Así, holgaron allí con
gran placer, mirando aquella fuerza de torres y muros, que maravillosas cosas
les parecían. Otro día fueron allí asonados todos los de la tierra en derredor,
y Galaor salió a ellos, y ellos lo recibieron con gran alegría diciéndole que
pues él ganara aquel castillo matando al jayán que por fuerza y grande premia
los mandaba, que a él querían por señor.
Él se lo agradeció mucho; pero dijoles que ya sabían cómo
aquella tierra era de derecho de Gandalac y que él como su criado había venido
allí a la ganar para él, que le obedeciesen por señor como eran obligados y que
él los trataría mansa y honradamente. —Y sea bien venido —dijeron ellos—, que
como nuestro natural y como cosa suya propia tendrá cuidado de nos hacer bien
que este otro que matasteis como ajenos y extraños nos trataba.
Galaor tomó homenaje de dos caballeros, los que más
honrados le parecieron, para que venido Gandalac le entregasen el castillo y
tomando sus armas y las doncellas y un escudero de los dos que allí trajo entró
en el camino de la casa del ermitaño, y allí llegado, el hombre bueno fue muy alegre
con él y díjole: —Hijo, bienaventurado, mucho debéis amar a Dios, que Él os
ama, pues quiso que por vos fuese hecha tan hermosa venganza. Galaor, tomando
de él su bendición y rogándole que le hubiese memoria en sus oraciones, entró
en su camino. La una doncella le rogó que le otorgase su compañía y la otra
dijo: —No vine aquí sino por ver fin de esta batalla, y vi tanto, que tendré que
contar por donde fuere. Ahora quiero me ir a casa del rey Lisuarte por ver un
caballero, mi hermano, que allí anda.
—Amiga —dijo Galaor—, si allí vieres un caballero mancebo
que trae unas armas de unos leones decidle que el doncel que él hizo caballero
se le encomienda. Y que yo trabajaré de ser hombre bueno y si le yo viere
decirle he más de mi hacienda y de la suya que él sabe. La doncella se fue su
vía y Galaor dijo a la otra que pues él había sido el caballero que la batalla
hiciera que le dijese quién era su señora que allí la había enviado. —Si lo vos
queréis saber —dijo ella—, seguidme y mostrárosla he aquí a cinco días. —Ni por
eso —dijo él— quedaré de lo saber, que yo os seguiré. Así anduvieron hasta que
llegaron a dos carreteras y Galaor, que iba delante, se fue por la una pensando
que la doncella fuera tras él, mas ella tomó la otra y esto era a la entrada de
la floresta llamada Brananda, que parte el Condado de Clara y de Gresca y no
tardó mucho que Galaor oyó unas voces diciendo: —¡Ay, buen caballero, valedme! Él
tornó el rostro y dijo: —¿Quién da aquellas voces?
El escudero dijo: —Entiendo que la doncella que de nos se
apartó. —¿Cómo —dijo Galaor—, partióse de nos? —Sí, señor —dijo él—, por aquel
otro camino va. —¡Por Dios!, mal la guarde. Y enlazando el yelmo, y tomando el
escudo y la lanza, fue cuanto pudo donde las voces oía y vio un enano feo
encima de un caballo y cinco peones armados con él de capellinas y hachas y
estaba hiriendo con un palo que en la mano tenía a la doncella. Galaor llegó a
él y dijo: —Ve, cosa mala y fea. Dios te dé mala ventura. Y tomó la lanza a la
mano siniestra. Y fue a él, y tomándole el palo diole con él tal herida que
cayó en tierra todo aturdido, los peones fueron a él e hiriéronlo por todas
partes y él dio a uno tal golpe del palo en el rostro, que le batió en tierra e
hirió a otro con la lanza en los pechos que le tenía metida la hacha en el
escudo y no la podía sacar, que le pasó de la otra parte y cayó y quedó en él
la lanza y sacó la hacha del escudo y fue para los otros, mas no le osaron
atender y fueron por unas matas tan espesas que no pudo ir tras ellos, y cuando
volvió, vio cómo el enano cabalgara y dijo:—Caballero, en mal punto me
heristeis y matasteis mis hombres, y dio del azote al rocín y fuese cuanto más
pudo por una carretera. Galaor sacó la
lanza del villano y vio que estaba sana, de que le plugo. Y dio las armas al
escudero y dijo: —Doncella, id vos adelante y guardaros he mejor. Y, así,
tornaron al camino, donde a poco rato llegaron a un río que había nombre Bran y
no se podía pasar sin barco. La doncella que iba delante halló el barco y pasó
de la otra parte y en tanto que Galaor atendió el barco llegó el enano que él
hiriera y venía diciendo: —A la fe, don traidor, muerto sois y dejaréis la
doncella que me tomasteis.
Galaor vio que con él venían tres caballeros bien armados
y en buenos caballos. —¿Cómo —dijo el uno de ellos—, todos tres iremos a uno
solo? Yo no quiero ayuda ninguna. Y dejóse a él ir lo más recio que pudo y
Galaor que ya sus armas tomara fue contra él e hiriéronse de las lanzas y el
caballero del enano le falsó todas sus armas, mas no fue la herida grande y
Galaor hería bravamente que lo lanzó de la silla, de que los otros fueron
maravillados y dejáronse a él correr entrambos de consuno y él a ellos y el uno
erró su golpe y el otro hizo en el escudo su lanza piezas y Galaor lo hirió tan
duramente que el yelmo le derribó de la cabeza y perdió las estriberas y estuvo
cerca de caer; mas el otro tornó e hirió a Galaor con la lanza en los pechos y
quebró la lanza y aunque Galaor sintió el golpe mucho no le falsó el arnés;
entonces metieron todos mano a las espadas y comenzaron su batalla y el enano
decía a grandes voces: —Matadle el caballo y no huirá, y Galaor quiso herir al
que derribara el yelmo. Y el otro alzó el escudo y entró, por el brocal bien un
palmo y alcanzó con la punta en la cabeza al caballero y hendiólo hasta las quijadas,
así que cayó muerto. Cuando el otro caballero vio este golpe huyó, y Galaor en
pos de él e hirióle con su espada por cima del yelmo y no le alcanzó bien y
descendió el golpe al arzón de zaga y llevóle un pedazo y muchas mallas del
arnés, mas el caballero hirió recio al caballo de las espuelas y echó el escudo
del cuello por se ir más aína. Cuando Galaor así lo vio dejólo y quiso mandar
colgar al enano por la pierna, mas violo ir huyendo en su caballo cuanto más
pudo y tomóse al caballero con quien antes justara que iba ya acordando y
díjole: —Caballero, de vos me pesa más que de los otros, porque a guisa de buen
caballero os quisisteis combatir, no sé por qué me acometisteis que no os lo
merecí. —Verdad es —dijo el caballero—, mas aquel enano traidor nos dijo que le
hirierais sus hombres y le tomarais a fuerza una doncella que se quería con él
ir.
Galaor le mostró la doncella que lo atendía de la otra
parte del río y dijo: —¿Veis la doncella?, y si yo forzara no me atendería, mas
viniendo en mi compañía erróse de mí en esta floresta y él la tomó y la hería
con un palo muy mal. —¡Ay, traidor! —dijo el caballero—, en mal punto me hizo
acá venir si lo yo hallo. Galaor le hizo dar el caballo y díjole que
atormentase al enano, que era traidor. Entonces pasó en el barco de la otra
parte y entró en el camino el guía de la doncella, y cuando fue entre nona y
vísperas mostróle la doncella un castillo muy hermoso encima de un valle y
díjole: —Allí iremos nos albergar. Y anduvieron tanto hasta que a él llegaron y
fueron muy bien recibidos como en casa de su madre de la doncella que era y
díjole: —Señora, honrad este caballero como al mejor que nunca escudo echó al
cuello.
Ella dijo:—Aquí le haremos todo servicio y placer. La
doncella le dijo: —Buen caballero, para que yo pueda cumplir lo que os he
prometido habéisme de aguardar aquí, que luego volveré con recaudo. —Mucho os
ruego —dijo él— que no me detengáis, que se me haría mucha pena. Ella se fue y
no tardó mucho que no volviese y díjole: —Ahora cabalgad y vamos. —En el nombre
de Dios, dijo él. Entonces tomó sus armas y cabalgando en su caballo se fue con
ella y anduvieron siempre por una floresta y a la salida de ella les anocheció,
y la doncella dejando el camino que llevaba tomó por otra parte y pasada una
pieza de la noche llegaron a una hermosa villa que Grandares había nombre, y
desde que llegaron a la parte del alcázar dijo la doncella: —Ahora descendamos
y venid en pos de mí, que en aquel alcázar os diré lo que tengo prometido. —Pues
llevaré mis armas, dijo él. —Sí —dijo ella—, que no sabe hombre lo que venir
puede.
Ella se fue delante y Galaor en pos de ella hasta que
llegaron a una pared y dijo la doncella: —Subid por aquí y entrad ende que yo
iré por otra parte y acudiré a vos. Él subió suso a gran afán y tomó el escudo
y yelmo y bajóse ayuso y la doncella se fue. Galaor entró por una huerta y
llegó a un postigo pequeño que en el muro del alcázar estaba y estuvo allí un
poco hasta que lo vio abrir y vio la doncella y otra con ella y dijo a Galaor: —Señor
caballero, antes que entréis conviene que me digáis cuyo hijo sois. —Dejad vos
de eso —dijo él—, que yo tengo tal padre y madre que hasta que más valga no
osaría decir que su hijo soy. —Todavía —dijo ella— conviene que me lo digáis,
que no será de vuestro daño. —Sabed que soy hijo del rey Perión y de la reina
Elisena y aún no ha siete días que os no lo supiera decir. —Entrad, dijo ella.
Entrando hiciéronlo desarmar y cubriéronle un manto y saliéronse de allí y la
una iba detrás y la otra delante y él en medio y entrando en un gran palacio y
muy hermoso, donde yacían muchas dueñas y doncellas en sus camas, y si alguna
preguntaba quién iba ahí, respondieron ambas las doncellas. Así pasaron hasta
una cámara que con el palacio se contenía y entrando dentro vio Galaor estar en
una cámara de muy ricos paños una hermosa doncella, que sus hermosos cabellos
peinaba, y como vio a Galaor puso en su cabeza una hermosa guirnalda y fue
contra él diciendo: —Amigo, vos seáis bien venido, como el mejor caballero que
yo sé. —Señora —dijo él—, y vos muy bien hallada como la más hermosa doncella
que yo nunca vi. Y la doncella que lo allí guió dijo: —Señor, veis aquí mi
señora y ahora soy quita de la promesa; sabed que ha nombre Aldeva y es hija
del rey de Serolis, y hala criado aquí la mujer del duque de Bristoya, que es
hermana de su madre. Desi —dijo a su señora—. Yo os doy al hijo del rey Perión
de Gaula; ambos sois hijos de reyes y muy hermosos; si os mucho amáis, no os lo
tendrá ninguno a mal. Y saliéndose fuera Galaor holgó con la doncella aquella
noche a su placer y sin que más aquí os sea recontado, porque en los autos semejantes
que a buena conciencia ni a virtud no son conformes con razón, debe hombre por
ellos ligeramente pasar, teniéndolos en aquel pequeño grado que merecen ser
tenidos. Pues venida la hora en que le convino salir de allí, tomó consigo las
doncellas y tornóse donde las armas dejara. Y armado se salvó a la huerta y
halló ahí el enano que ya oísteis y díjole:
—Caballero, en mal punto acá entrasteis, que yo os haré
morir y a la alevosa que aquí os trajo. Entonces dio voces: —Salid, caballeros,
salid, que un hombre sale de la cámara del duque. Galaor subió en la pared y
acogióse a su caballo, mas no tardó mucho que el enano con gente salió por una
puerta que abrieron, y Galaor que entre todos le vio, dijo entre sí: —¡Ay!,
cautivo muerto soy, si me no vengo de este traidor de enano, y dejóse a él ir
por lo tomar, mas el enano se puso detrás de todos en su rocín. Y Galaor con la
gran rabia que llevaba metióse por entre todos. Y ellos lo comenzaron a herir
de todas partes; cuando él vio que no podía pasar, hiriólos tan cruelmente que
mató dos de ellos en que quebró la lanza, después metió mano a la espada y
dábales mortales golpes, de manera que algunos fueron muertos y otros heridos,
mas antes que de la prisa fuese salido, le mataron el caballo. Él se levantó a
gran afán, que le herían, por todas partes. Pero desde que fue en pie escarmentólos
de manera que ninguno era osado de llegar a él. Cuando el enano lo vio ser a pie,
cuidólo herir de los pechos del caballo y fue a él lo más recio que pudo, y
Galaor se tiró un poco afuera y tendió la mano y tomóle por el freno y diole
tal herida de la manzana de la espada en los pechos, que lo derribó en tierra,
y de la caída fue así aturdido, que la sangre le salió por las orejas y por las
narices, y Galaor saltó en el caballo y al cabalgar perdió la rienda y salióse
el caballo con él de la prisa y como era grande y corredor antes que lo cobrase
se alongó una buena pieza y como las riendas hubo quísose tirar a los herir,
mas vio a la fenestra de una torre su amiga que con el manto le hacía señas que
se fuese. Él se partió dende, porque la gente mucha había ya sobrevenido y
anduvo hasta entrar en una floresta.
Entonces dio el escudo y yelmo a su escudero. Algunos de
los hombres decían que sería bueno seguirle; otros, que nada aprovecharía, pues
era en la floresta. Pero todos estaban espantados de ver cómo tan bravamente se
había combatido. El enano que maltrecho estaba dijo: —Llevadme al duque y yo le
diré de quién debe tomar la venganza.
Ellos le tomaron en brazos y lo subieron donde el duque
era y contóle cómo hallara a la doncella en la floresta, y porque la quería
traer consigo había dado grandes voces y que acudiera en su ayuda un caballero
y le había muerto sus hombres y a él herido con el palo, y que él después le siguiera
con los tres caballeros por le tomar la doncella y cómo los desbaratara y
venciera; finalmente, le contó cómo la doncella le trajera allí y lo había
metido en su cámara. El duque le dijo si conocería la doncella, él dijo que sí.
Entonces las mandó allí venir todas las que estaban en el castillo, y como el
enano entre ellas la vio dijo: —Esta es por quien vuestro palacio es
deshonrado. —¡Ay, traidor! —dijo la doncella—, mas tú me herías mal y mandabas herir
a tus hombres y aquel buen caballero me defendió, que no sé si es éste o si no.
El duque fue muy sañudo y dijo: —Doncella, yo haré que me
digáis la verdad, y mandóla poner en prisión. Pero por tormentos ni males que
la hicieron nunca nada descubrió y allí la dejó estar con grande angustia de
Aldeva, que la mucho amaba, y no sabía con quién lo hiciese saber a Galaor, su
amigo. El autor deja aquí de contar de esto y toma a hablar de Amadís y lo de
este Galaor dirá en su lugar.
FUENTE
Amadís
de Gaula (s.f.) Textos seleccionados (On line). Disponible: http://www.ladeliteratura.com.uy/biblioteca/amadis.pdf (Consulta: 18/10/12).
Amadís de Gaula. (2012.
Octubre 28). Wikipedia. La
Enciclopedia libre. (On line) Disponible: http://es.wikipedia.org/wiki/Amad%C3%ADs_de_Gaula (Consulta: 18/10/12).
Garci Rodríguez de
Montaldo (s.f.). Biografías y vidas
(On line). Disponible: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/rodriguez_de_montalvo.htm (Consulta: 18/10/12)
Resumen del Amadís de
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