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jueves, 28 de octubre de 2010

LÍRICA LATINA: VIRGILIO




Este género poético abarca formas y temas muy variados. Quizá el hilo conductor de sus contenidos sea la órbita privada del ser humano, en contraste con la épica en que la temática está marcada por el ámbito público o social del hombre. La poesía tocada al son de la lira, de donde recibe su nombre, también nació en la época arcaica en Grecia. Sus temas están en la órbita de lo íntimo y lo personal. Se pueden distinguir subgéneros como la lírica monódica ejecutada por un solista y la coral por un coro. En Roma existían desde los orígenes cantos religiosos y rituales conocidos como carmina. Toda la lírica romana está inspirada en la griega. En Roma se compuso para ser recitada, no cantada como en Grecia en época arcaica.

La lírica en Roma cuenta desde el principio con los modelos helenos. De época arcaica tenemos poco más que restos y fragmentos. De época clásica destacan Catulo, autor de un librito de poemas, renovador de la poesía latina, imita los modelos alejandrinos y la lírica eolia, Virgilio, quien en su primera obra las Bucólicas o Églogas imita a Teócrito y consigue un éxito arrollador en la Roma de Augusto. Horacio, introductor de la métrica eolia en latín sigue los modelos griegos. Con sus Odas y sus Epodos, se alcanzan las más altas cotas de la poesía lírica de todos los tiempos. Dentro de la lírica conviene señalar un subgénero que tuvo una especial significación en Roma; se trata de la elegía. La distinguen los temas: generalmente la expresión del dolor como profundo sentimiento humano, pero también, como siempre la forma: el dístico elegíaco es la estrofa propia de este género. Tibulo y Propercio cultivan la elegía ambos en la época de Augusto.

Ovidio, con una vasta obra poética trata entre otros el género de la elegía en sus Pónticas y sus Tristia. Junto con las Metamorfosis y Los fastos de contenido mitológico, por una parte y Los Amores, El arte de Amar y Las Heroidas conforman lo más importante de la obra de este autor que fue castigado por Augusto al exilio y murió lejos de Roma ya en tiempos de Tiberio. Otro subgénero que en Roma se cultivó también fue el de la sátira, genuinamente romana, cuyos representantes más egregios fueron Persio y Juvenal(s I d. C.). Es un género mixto en el que se emplea el hexámetro dactílico con finalidad crítica, a menudo ácida. Aunque hemos citado los dos representantes más conocidos, también cultivo el género satírico Horacio en sus Sermones. De época posclásica destacamos al hispano romano de Bílbilis (Calatayud) Marcial, famoso por sus epigramas satíricos. También destaca Juvenal en el s. I d. C. creador del famoso tópico mens sana in corpore sano. La lírica clásica inventa muchos de los tópicos literarios a que recurren los poetas de tiempos posteriores, el odio y amo de Catulo, el beatus ille, el carpe diem de Horacio, por citar algunos.


REPRESENANTE DE LA LÍRICA LATINA

VIRGILIO MARÓN, PUBLIO [Publius Vergilius Maro]
(Andes, hoy Pietole, actual Italia, 70 a.C.-Brindisi, id., 19 a.C.)


Virgilio nace en una aldea de Mantua (norte de Italia). De origen humilde, su padre se casó con la hija de su señor, así consiguió aumentar el patrimonio heredado con la apicultura y el comercio y pudo dar una buena educación a su hijo, que estudió retórica y filosofía en Roma. No tenía facilidad de palabra ni dominio de sí mismo y era de carácter tímido, por lo que sólo practicó la oratoria una vez, no participó en la guerra civil y nunca se metió en política; sin embargo, tras la guerra civil, se le confiscaron sus tierras para repartirlas entre los soldados de las legiones victoriosas. Viaja a Roma para solicitar ayuda a sus amistades y aunque finalmente obtuvo la restitución oficial de ellas, nunca pudo recuperarlas. Este viaje sirvió para darse a conocer a Octavio Augusto y a su hombre de Estado Mecenas, uno de los más espléndidos protectores de las artes que jamás existieron que lo introdujo en su círculo y le regaló una villa en la Campania, adonde se retiró a escribir.

OBRAS

a) La Eneida

La Eneida

La vertiente pública de su poesía llegó a su cima cuando afrontó la tarea de escribir un ambicioso poema patriótico a imagen de las grandes epopeyas homéricas, la Eneida, que debía cantar las virtudes del pueblo romano y cimentar una mitología propia para la nación. Para ello escogió la conocida figura legendaria del héroe troyano Eneas. Durante otros doce años trabajó en la composición de esta su obra maestra, poema épico que incluye doce cantos. El verso de Virgilio en la Eneida fue considerado en su propia época, y a partir de entonces, como modelo de perfección literaria tanto por su equilibrio métrico como por su musicalidad.

Sin embargo, el poeta no pudo terminar su obra, pues en el 19 a.C. emprendió un viaje por Grecia y Asia con la intención de corroborar sobre el terreno las referencias paisajísticas y geográficas de su obra maestra, prácticamente finalizada para entonces, y para profundizar en el estudio de la filosofía. Durante el viaje enfermó gravemente, y en su lecho de muerte pidió a sus amigos Vario y Plocio que destruyeran la Eneida, por considerarla imperfecta, ruego que no fue atendido por orden de Augusto.

Constituye el poema épico latino por excelencia y en él empleó los catorce últimos años de su vida. Narra aventuras de Eneas, desde la caída de Troya hasta su posterior asentamiento en Italia y las luchas que le enfrentaron a los pueblos vecinos que no aceptaban a los troyanos.

Características de la obra:

• Glorifica a la familia de los Julios (la del emperador Octavio Augusto), entroncándolos con Eneas y, por tanto, con Marte y Venus.

• Es el gran poema nacional romano: Ensalza sus orígenes y su glorioso destino. Sirvió para desarrollar un sentimiento de superioridad respecto a los demás pueblos.

• Imita la obra de Homero: se desarrolla en doce libros, seis recuerdan la Odisea y seis la Ilíada.

• Se presenta el tema de la predestinación: Eneas es un hombre prisionero de su deber, la fundación de Roma, y Roma existirá porque los dioses lo han querido, y su glorioso destino también es la voluntad de los dioses.

• Tiene como grandes ejes temáticos: las hazañas, Troya, el viaje, el sufrimiento, el destino, el amor, los dioses, el linaje de Roma.
Resumen de La Eneida

Eneas era hijo de Anquises, un mortal, y de la diosa Afrodita (Venus). Durante el asedio de Troya por parte de los griegos, Eneas perdió a su primera esposa, Creusa, pero junto con su padre y su hijo Ascanio salió de Troya en busca de un lugar donde fundar una nueva ciudad.

Llega a las costas de África, donde es recibido como huésped por la reina Dido, en Cartago. Durante un banquete, Eneas narra el trágico final de Troya y cómo él salió de allí, llevando de la mano a su hijo Ascanio y cargando sobre sus hombres a su anciano padre Anquises. Dido se enamora perdidamente de Eneas y pretende retenerlo junto a ella, pero al ver que no va a lograrlo, se suicida. Eneas sigue su navegación y llega hasta Sicilia y, después, a las costas italianas. Arriba al Lacio, donde el rey Latino, cumpliendo un designio del oráculo, ofrece a Eneas la mano de su hija Lavinia para que se convierta en su esposa. Pero Lavinia ya estaba prometida a Turno, lo cual desencadena una disputa entre éste y Eneas, que finaliza con un terrible duelo, del que nuestro héroe saldrá vencedor. Se casa con Lavinia y funda la ciudad de Lavinium en honor de su esposa.

Por su parte Ascanio fundó la ciudad de Alba Longa e inició la dinastía albana. Procas fue uno de los reyes de este linaje y tuvo dos hijos: Numitor y Amulio. Numitor tuvo una hija, llamada Rea Silvia, que a su vez y por la intervención del dios Marte, engendró a dos hijos gemelos: Rómulo y Remo. Rómulo, por designio divino, fundó una nueva ciudad: Roma. Y por esta razón Roma, ciudad fundada por el descendiente de un heroico y honorable linaje de dioses y mortales, se convirtió en la más poderosa del mundo mediterráneo.

b) Las Geórgicas

Las Geórgicas

Constituyen una especie de tratado de agricultura en verso. El afán del emperador Octavio Augusto por reavivar y extender el amor a la tierra, la vida sencilla en el campo guiada por las virtudes romanas: gravedad, sencillez, austeridad, honestidad, amor a la naturaleza, etc., determinaron el tema de la obra, que es el campesino y sus labores. Publicadas en 29 a. C., corresponden al segundo poema, en importancia, cuya intención era glosar e informar acerca de las labores agrícolas, además de representar una loa de la vida rural.

El poema está dividido en cuatro libros, tiene un carácter didáctico y consta de 2.188 hexámetros. Tiene su origen en Los trabajos y los días de Hesíodo. Virgilio la dedicó de modo especial a sus benefactores, Augusto y Mecenas (al que se invoca en el inicio de cada libro). La obra sirve de ilustración de algunas de las labores desarrolladas en el campo (recolección, siembra...), de explicación del funcionamiento de las estaciones del año y de las características climáticas.

Además de estos temas relacionados con la vida en el campo, hay otras partes del libro en que aparecen episodios sin relación aparente con él, como es el relato de los acontecimientos asombrosos que siguieron al asesinato de Julio César, o haciendo analogías que sirven para elogiar el gobierno de Augusto en el caso del apartado de la vida de las abejas. Las Geórgicas serán una referencia habitual en la literatura renacentista cuando se aborde el tema del Beatus Ille.

Contenido de las Geórgicas

Libro I

• La agricultura: la tierra, los métodos, el origen de la agricultura.
• El trabajo agrícola: los instrumentos, el tiempo propicio para las labores.
• Las predicciones meteorológicas.
Libro II

• Los árboles cultivados y frutales: las especies y los terrenos y cuidados que requieren.
• El cultivo de la vid y del olivo (específicamente).
Libro III

• Ganadería vacuna y caballar.
• Ganadería ovina y caprina.
• El cuidado y cría de los perros.
• Las plagas de los ganados.
Libro IV

• Apicultura
c) Las Églogas o Bucólicas

Eglogas o Bucólicas
Las Bucolicas, también conocidas como Églogas, Eclogae, constituyen la primera de las grandes obras del poeta romano Virgilio. Son poemas pastoriles donde los personajes hablan de sus amores y de sus penas. Son poemas románticos, pero artificiosos e inconsistentes. Roma conoció la poesía bucólica (del griego βουκολική ἀοιδή, «canto de pastores»), según parece, por las ediciones que se hicieron a lo largo del siglo I a. C. de los Idilios (del griego εἰδύλλιον, «pequeño poema») de Teócrito, varios de los cuales tenían este carácter pastoril. Virgilio había sentido siempre profunda admiración por los poetas alejandrinos del siglo III ad C. La que profesó por este autor se manifiesta en las múltiples ocasiones en que se inspira en él para sus Bucólicas. El metro empleado es el hexámetro dactílico. De esas piezas líricas, tienen gran importancia la Egloga I y la EgIoga VI.

La Égloga I. Tiene una extensión de 83 versos. Está estructurada como un diálogo entre dos pastores, Melibeo y Títiro. Comienza con las palabras de Melibeo, que cuenta cómo abandona su tierra con el rebaño de cabras. Títiro canta mientras su amor por Amarilis. Lamenta la confusión que hay por todas partes de la campiña. Compara su aflicción con la tranquilidad de Títiro. Títiro atribuye su bienestar a un dios, un joven al que ha conocido recientemente en un viaje a Roma, para el que siempre tendrá un cordero que sacrificar. Se duele, en cambio, Melibeo de que en adelante un soldado rudo poseerá sus campos y sus cosechas. Acaba el poema con la invitación de Títiro a pasar juntos la noche, que ya se va extendiendo sobre los campos.

El asunto principal de esta égloga es la confiscación de las tierras que su familia había sufrido. Recuérdese que su padre había perdido sus propiedades en el proceso colonizador que siguió a la batalla de Filipos. Las quejas de Melibeo por el daño sufrido se ven contrarrestadas por las alabanzas de Títiro a Octavio, al que considera dios benefactor y autor de su tranquilidad y de la paz general. Es como si Virgilio desdoblara sus sentimientos entre el dolor por el perjuicio recibido como consecuencia de la guerra civil y la satisfacción por el logro de la paz.

La Égloga IV. Tiene una extensión de 63 versos. La cuarta égloga escapa del concepto bucólico. La única referencia pastoril está al comienzo, donde el poeta invoca a las musas sicilianas, es decir, a las que inspiraron a Teócrito, y les pide que eleven su tono para que sus paisajes sean dignos de un cónsul, es decir, de Polión, al que se dirige el poema. Esta invocación ocupa los tres primeros versos: ya no habrá nada más que vincule la obra al género pastoril. La égloga celebra el nacimiento de un niño, que no se identifica directamente, al que habrá de acompañar el regreso de la Edad de Oro propia del reino de Saturno, que había profetizado la Sibila de Cumas. Regresará con ella Astrea, diosa de la justicia, que en edades menos favorables había ascendido al cielo y ocupado un lugar entre las constelaciones. El hombre recogerá sin esfuerzo los frutos de la tierra y dejará de afanarse en la agricultura o el comercio. Probablemente este poema misterioso y revestido de ropajes proféticos no sea otra cosa que un canto de gozo ante el fin de las guerras civiles y el futuro próspero que podía intuirse. Sobre la identidad y naturaleza del niño que se menciona en la égloga se han formulado hipótesis de todo tipo. Las dos más verosímiles son las que creen que el niño de cuya mano vendrá la edad de oro pudiera ser:

• Asinio Galo, Hijo de Asinio Polión. Servio, biógrafo y comentarista de Virgilio, cita a Asconio Pediano, quien aseguraba haber oído decir al propio Asinio Galo que él era el niño a quien Virgilio se refería.

• Un futuro hijo (quien luego nació, en realidad, fue una niña) de Marco Antonio y Octavia, la hermana del que habría de ser Augusto, cuyo matrimonio había servido para rubricar el pacto de Brindisi sellado en 40 a. C. por los dos triunviros bajo la mediación de Asinio Polión. Según esta hipótesis, el poema habría sido concebido inicialmente como un epitalamio en honor de la nueva pareja y luego Virgilio decidió incluirlo en la colección de églogas, para lo que añadió una breve introducción con alusiones pastoriles. El asunto del poema sería entonces la expectativa de paz y bienestar que se derivaba del pacto entre los dos caudillos.
En la propia Antigüedad ciertos autores cristianos pretendieron que estos versos de Virgilio eran una profecía pagana del nacimiento de Cristo. El emperador romano Constantino I, según testimonio de Eusebio de Cesarea, y más tarde Agustín de Hipona y otros pretendieron que era posible la manifestación divina a través de elementos paganos. Así, los libros sibilinos, en los que se basa el mito del retorno de la Edad de Oro, podrían recoger profecías sobre el advenimiento del mesías que esperaban los judíos. Otros autores cristianos, como San Jerónimo, que identificaba al niño con el hijo de Polión, rechazaban por incoherencias temporales cualquier interpretación de este tipo. No hay acuerdo entre los distintos autores modernos sobre la posibilidad de que Virgilio conociera el texto de Isaías 11, 6-8: «Vivirá el lobo con el cordero, yacerá el leopardo con el chivo, habitarán juntos el ternero, el león y la oveja y un niño pequeño los guiará. Pacerán juntos el ternero y el oso; juntos descansarán sus cachorros. El león comerá paja como el buey y el niño de teta jugará junto a la madriguera de la serpiente...».



FRAGMENTO LA ÉGLOGA I

MELIBEO

¡Títiro!, tú, recostado a la sombra de esa frondosa haya, meditas pastoriles cantos al son del blando caramillo; yo abandono los confines patrios y sus dulces campos; yo huyo del suelo natal, mientras que tú, ¡oh Títiro!, tendido a la sombra, enseñas a las selvas a resonar con el nombre de la hermosa Amarilis.
TÍTIRO

A un dios, ¡oh Melibeo!, debo estos solaces, porque para mí siempre sera un dios. Frecuentemente empapará su altar la sangre de un recental de mis majadas; a él debo que mis novillas vaguen libremente, como ves, y también poder yo entonar los cantos que me placen al son de la rústica avena.
MELIBEO

No envidio, en verdad, tu dicha; antes me maravilla, en vista de la gran turbación que reina en estos campos. Aquí me tienes a mí, que, aunque enfermo, yo mismo voy pastoreando mis cabras, y ahí va una, ¡oh Títiro!, que apenas puedo arrastrar, porque ha poco parió entre unos densos avellanos dos cabritillos, esperanza, ¡ay!, del rebaño, los cuales dejó abandonados en una desnuda peña. A no estar obcecado mi espíritu, muchas veces hubiera previsto esta desgracia al ver los robles heridos del rayo . Mas dime, Títiro, ¿quién es ese dios?
TÍTIRO
Corderillos

Simple de mí, creía yo, Melibeo, que la ciudad que llaman Roma era parecida a esta nuestra adonde solemos ir los pastores a destetar los corderillos; así discurría yo viendo que los cachorros se parecen a los perros y los cabritos a sus madres, y ajustando las cosas grandes con las pequeñas; pero Roma descuella tanto sobre las demás ciudades como los altos cipreses entre las flexibles mimbreras.
MELIBEO

¿Y cuál tan grande ocasión fue la que te movió a ver a Roma?

TÍTIRO

La libertad, que, aunque tardía, al cabo tendió la vista a mi indolencia cuando ya al cortarla caía mas blanca mi barba; me miró, digo, y vino tras largo tiempo, ahora que Amarilis es mi dueña y que me ha abandonado Galatea; porque, te lo confieso, mientras serví a Galatea ni tenía esperanza de libertad ni cuidaba de mi hacienda, y aunque de mis ganados salían muchas víctimas para los sacrificios y me daban muchos pingües quesos, que llevaba a vender a la ingrata ciudad, nunca volvía a mi choza con la diestra cargada de dinero.
MELIBEO

Me admiraba, ¡Amarilis!, de que tan triste invocases a los dioses y de que dejases pender en los árboles las manzanas. Títiro estaba ausente de aquí; hasta estos mismos pinos, ¡oh Títiro!, estas fuentes mismas, estas mismas florestas te llamaban.
TÍTIRO

¿Qué había de hacer? Ni podía salir de mi servidumbre ni conocer en otra parte dioses tan propicios. Allí fue, Melibeo, donde vi a aquel mancebo en cuyo obsequio humean un día en cada mes nuestros altares; allí dio, el primero, a mis súplicas esta respuesta: "Apacentad, ¡oh jóvenes!, vuestras vacas como de antes; uncid al yugo los toros."
MELIBEO

¡Luego conservarás tus campos, venturoso anciano!, y te bastarán sin duda, aunque todos sean peladas guijas y fangosos pantanos cubran las dehesas. No dañarán a las preñadas ovejas los desacostumbrados pastos ni se les pegará el contagio del vecino rebaño a las paridas. ¡Anciano venturoso! Aquí respirarás el frescor de la noche entre los conocidos ríos y las sagradas fuentes; aquí las abejas hibleas, apacentadas en los sauzales del vecino cercado, te adormecerán muchas veces con su blando zumbido; aquí cantará el podador bajo la alta roca, y entre tanto no cesarán de arrullar tus amadas palomas ni de gemir la tórtola en el erguido olmo.
TÍTIRO

Por eso antes pacerán en el aire los ligeros ciervos y antes los mares dejarán en seco a los peces en la playa; antes, desterrados ambos de sus confines, el Parto beberá las aguas del Araris o el Germano las del Tigris, que se borre de mi pecho la imagen de aquel dios.
MELIBEO

Y entre tanto nosotros iremos unos al África abrasada, otros a la Escitia y al impetuoso Oaxes de Creta, y a la Bretaña, apartada de todo el orbe; y ¿quién sabe si volveré a ver, al cabo de largo tiempo, los confines patrios y el techo de césped de mi pobre choza, admirándome de encontrar espigas en mis campos? ¿Un impío soldado poseerá estos barbechos tan bien cultivados? ¿Un extranjero estas mieses? ¡Mira a que estado ha traído la discordia a los míseros ciudadanos! ¡Mira para quién hemos labrado nuestras tierras! Injerta ahora, ¡oh Melibeo!, los perales, pon en buen orden las cepas; id, cabrillas mías, rebaño feliz en otro tiempo; ya no os veré de lejos, tendido en una verde gruta, suspendidas de las retamosas peñas. No entonaré cantares; no más, cabrillas mías, pastoreándoos yo, paceréis el florido cantueso ni los amargos sauces.
TÍTIRO

Bien pudieras, empero, descansar aquí conmigo esta noche en la verde enramada; tengo dulces manzanas, castañas cocidas y queso abundante. Ya humean a lo lejos los mas altos tejados de las alquerías y van cayendo las sombras, cada vez mayores, desde los altos montes.

ÉGLOGA IV

Vaticina el poeta, evocando los oráculos de la Sibila de Cumas, el nacimiento de un niño maravilloso, por quien ha de volver al mundo la edad de oro.

POLIÓN

Cantemos, ¡oh musas sicilianas!, asuntos algo mas levantados. No a todos agradan los arbustos y los humildes tamariscos; si cantamos las selvas, sean las selvas dignas de un consul.

Julio César
Ya llega la última edad anunciada en los versos de la Sibila de Cumas; ya empieza de nuevo una serie de grandes siglos. Ya vuelven la virgen Astrea y los tiempos en que reinó Saturno; ya una nueva raza desciende del alto cielo. Tú, ¡oh casta Lucina!, favorece al recién nacido infante, con el cual concluirá, lo primero, la edad de hierro y empezará la de oro en todo el mundo; ya reina tu Apolo. Bajo tu consulado, ¡oh Polión!, tendrá principio esta gloriosa edad y empezarán a correr los grandes meses; mandando tú, desaparecerán los vestigios, si aún quedan, de nuestra antigua maldad, y la tierra se verá libre de sus perpetuos terrores. Este niño recibirá la vida de los dioses, con los cuales verá mezclados a los héroes, y entre ellos le verán todos a él, y regirá el orbe, sosegado por las virtudes de su padre. Para ti, ¡oh niño!, producirá en primicias la tierra inculta hiedras trepadoras, nardos y colocasias, mezcladas con el risueño acanto. Por sí solas volverán las cabras al redil, llenas las ubres de leche, y no temerán los ganados a los corpulentos leones. De tu cuna brotarán hermosas flores; desaparecerán las serpientes y las falaces hierbas venenosas; por doquiera nacerá el amomo asirio, y cuando llegues a edad de leer las alabanzas de los héroes y los grandes hechos de tu padre, y de conocer lo que es la virtud, poco a poco amarillearán los campos con las blandas espigas, rojos racimos penderán de los incultos zarzales y las duras encinas destilarán rocío de miel. Todavía quedarán, sin embargo, algunos rastros de la antigua maldad, que moverán al hombre a provocar en naves las iras de Tetis, a ceñir las ciudades con murallas y a abrir surcos en la tierra. Otro Tifis habrá, y otra Argos, que llevará escogidos héroes; otras guerras habrá también, y por segunda vez caerá sobre Troya un terrible Aquiles. Mas luego, llegado que seas a la edad viril, el nauta mismo abandonará la mar y cesarán en su tráfico las naves; todo terreno producirá todas las cosas. La tierra no consentirá el arado, la vid no consentirá la podadera y el robusto labrador desuncirá del yugo los bueyes. No aprenderá la lana a teñirse con mentidos colores; por sí mismo el carnero en los prados mudará su vellón, ya en suave púrpura, ya en amarilla gualda; con solo pastar la hierba, se vestirán de escarlata los corderillos. ¡Corred, siglos venturosos!, dijeron a sus husos las Parcas, acordes con el incontrastable numen de los Hados. Ya es llegado el tiempo; crece para estos altos honores, ¡oh cara estirpe de los dioses, oh glorioso vástago de Júpiter! Mira cómo oscila el mundo sobre su inclinado eje, y cómo las tierras y los espacios del mar, y el alto cielo y todas las cosas se regocijan con la idea del siglo que va a llegar. ¡Ojalá me alcance el último término de la vida y me quede aliento bastante para decir tus altos hechos! No me vencerá en el canto ni el tracio Orfeo ni Lino, aun cuando asistan a éste su padre y a aquél su madre, Calíope a Orfeo, a Lino el hermoso Apolo. Si el mismo Pan compitiese conmigo, siendo juez la Arcadia, el mismo Pan se declararía vencido delante de la Arcadia. Empieza, ¡oh tierno niño!, a conocer a tu madre por su sonrisa; diez meses te llevó en su vientre con grave afán; empieza, ¡oh tierno niño! El hijo que no ha alcanzado la sonrisa de sus padres no es admitido a la mesa de los dioses ni en el lecho de las diosas.

FUENTES CONSULTADAS:

Cultura clásica.com