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lunes, 5 de septiembre de 2011

COSTUMBRISMO: LOS ARTÍCULOS O CUADROS DE COSTUMBRE

EL COSTUMBRISMO


El costumbrismo se extiende a todas las artes, pudiéndose hablar de cuadros, historietas o novelas costumbristas; ya que el folclore, a menudo, es una forma de costumbrismo; sin embargo, el término posee una consideración especial a lo largo de la historia del arte y se presenta en cualquier momento, aunque se refiere muchas veces a los autores a partir del siglo XIX. En esta época, la burguesía romántica siente la melancolía de sus perdidos orígenes campesinos y ve que, con la Revolución Industrial y el éxodo del campo a la ciudad, ciertas costumbres y valores tradicionales empiezan a perderse o transformarse. Es evidente que el movimiento surgió por los continuos cambios de la sociedad de principios del S.XIX; como ya se ha dicho, se desarrolló sobre todo durante el Romanticismo, cuando la Revolución industrial presagiaba ya que una serie de valores y tradiciones rurales podrían perderse con el desmesurado desarrollo del capitalismo urbano y el éxodo masivo del campo a la ciudad. También sirvió para describir con el Realismo del siglo XIX el espíritu de la nueva y boyante clase social, la burguesía, que conquistó el poder en el siglo XIX. El costumbrismo se generó en el seno del Romanticismo como un signo de melancolía por los valores y costumbres del pasado; pero también contribuyó con su decadencia y el posterior inicio del Realismo, cuando se aburguesó y se convirtió en un método descriptivo. A diferencia del Realismo, con el que se halla estrechamente relacionado, el costumbrismo no analiza los usos y costumbres que aborda; por tanto, se queda en un mero retrato o reflejo sin opinión. Por este motivo, a menudo, se habla de “cuadros costumbristas o de género” para referirse a cualquiera de estas manifestaciones, no sólo a las pictóricas, sino también en literatura, que se caracteriza por el retrato e interpretación de las costumbres y tipos del país; de allí que se conozcan los mencionados "cuadros de costumbres" cuando retrata una escena típica, o "artículo de costumbres" si describe con tono humorístico y satírico algún aspecto de la vida; esta tendencia fija su atención en los hábitos de las clases populares y se expresa en un lenguaje purista y castizo; en todo caso, el uso de ambos términos han llegado a ser estudiados como sinónimos.

LOS CUADROS O ARTÍCULOS DE COSTUMBRES


Los cuadros o artículos de costumbres constituyen un subgénero propio del costumbrismo o literatura costumbrista, en ellos se describen tipos populares y actitudes, comportamientos, valores y hábitos comunes a una profesión, región o clase por medio de la descripción, con frecuencia satírica o nostálgica, en ocasiones con un breve pretexto narrativo, de los ambientes, costumbres, vestidos, fiestas, diversiones, tradiciones, oficios y tipos representativos de una sociedad. Estos escritos corresponden a bocetos cortos en los que se pintan costumbres, usos, hábitos, tipos populares y característicos o representativos de la sociedad, paisaje, por medio de la descripción, con frecuencia satírica o nostálgica, en ocasiones con un breve pretexto narrativo, de los ambientes, costumbres, vestidos, fiestas, diversiones, tradiciones, oficios y tipos representativos de una sociedad. Son textos ampliamente leídos en el mundo hispánico, debido a que interpretan raíces hondas de la raza y corresponden al gusto por estos estudios de la realidad circundante. Entre sus características se pueden mencionar las siguientes: acendrado localismo en sus tipos y lengua; color local, énfasis en el enfoque de los pintoresco y representativo; popularismo; sátira y crítica social, con intención de reforma; infiltración del tema político-social; reproducción casi fotográfica de la realidad con escenas a veces muy crudas y vocabulario rudo y hasta grosero; colorido, plasticidad. El cuadro costumbrista nació indisolublemente ligado al periodismo, quizás por su carácter popular y su anhelo de resaltar costumbres contemporáneas.

La denominación fue creada en Inglaterra por Richard Steele y Joseph Addison (essay or sketch of manners), y pronto se traspasó a Francia (tableau de moeurs) y a España (cuadro de costumbres). En la actualidad los cuadros de costumbres poseen una gran importancia para la Sociología y como fuente histórica; sus procedimientos y técnicas fueron asimilados por las estéticas posteriores del Realismo y el Naturalismo. Mesonero Romanos, representante de este tipo de escritos, definía el cuadro de costumbres como pintura filosófica o festiva y satírica de las costumbres populares. El costumbrismo literario refleja los usos y costumbres sociales sin analizarlos ni interpretarlos, ya que de ese modo se entraría en el realismo literario, con el que se halla directamente relacionado. Así, se limita a la descripción, casi pictórica, de lo más externo de la vida cotidiana. Por lo general se da en prosa más que en verso, lo cual no quiere decir que sea privativo; el género teatral ha dado grandes obras costumbristas. La atención que concede el Romanticismo a todo lo popular fue lo que dio lugar a la aparición de la literatura costumbrista, con los retratos de diversos aspectos de la vida del país (costumbres, tradiciones, vicios, etc.). Este tipo de literatura no aparece en forma de novelas o relatos, sino por medio de los ya mencionados artículos o cuadro de costumbres.

Características principales de los artículos o cuadros de costumbres

Además de las mencionadas en líneas anteriores, se pueden tomar en cuenta las siguientes:

• Parten de una anécdota, real o ficticia, extraída de la vida cotidiana y presentada en forma narrativa.
• Suelen acabar con una reflexión ética sobre el tema tratado.
• Se plasma, a lo largo de la narración, la subjetividad del autor, quien emite sus opiniones y orienta el pensamiento del lector.
• Utilizan el recurso de la ironía y hasta del sarcasmo ácido para llevar a cabo la crítica social que persigue.
• Emplean un lenguaje sencillo, y a veces coloquial, para que pueda ser entendido por el amplio público al que va dirigido.
En España destacaron en el cultivo del cuadro de costumbres los escritores decimonónicos Mariano José de Larra, Ramón Mesonero Romanos y Serafín Estébanez Calderón, y se escribieron grandes compilaciones colectivas de artículos de este género que describían tipos y profesiones populares. Los escritores-autores, periodistas, ensayistas, críticos, columnistas, que escriben en los periódicos, revistas, etc.; también son una fuente importante de las costumbres de una parte de la sociedad. En América Latina este subgénero alcanzó gran éxito entre las élites lectoras locales y, en gran parte de los países, se consagró algún escritor como "el" autor de cuadros costumbristas nacionales. En Perú fue Ricardo Palma quien aplicó el cuadro de costumbres a temas históricos virreinales; en Venezuela, Rafael María Baralt, Abigail Lozano, Juan Vicente González; en Chile, José Joaquín Vallejo, testigo del pionerismo y auge minero, en Guatemala, fue José Milla y Vidaurre quien describe aspectos culturales acontecidos en la capital guatemalteca.


AUTORES COSTUMBRISTAS VENEZOLANOS Y SUS OBRAS

A continuación, se tomarán en cuenta dos posibles clasificaciones de las etapas y los autores del costumbrismo venezolano; en una primera sistematización, el crítico Mariano Picón Salas señala que nuestro costumbrismo surge hacia el año 1.830 “cuando después de tantos años beligerantes los venezolanos claman por el sedentarismo y la paz” y considera que “es la primera vía hacia lo circundante en el proceso de nuestras letras”. Entre las características están las siguientes: a) Imita, en sus inicios, a los autores europeos; b) Se revela en las novelas histórico – románticas; c) Su definición coincide con la de la vida en la sociedad republicana. A su vez, organiza a los autores de la siguiente manera:

I etapa: representantes: En la iniciación, existe una imitación de técnicas de costumbristas españolas. Fermin Toro, Juan Manuel Cajigal, Luis Daniel Correa, Daniel Mendoza.

II etapa: auge y apogeo. Inspirado en las verdaderas costumbres nacionales: Francisco de Sales Pérez y Nicanor Bolet Peraza.

III etapa: decadencia. Se da paso al Modernismo y luego al Criollismo. Rafael Bolívar Coronado, Miguel Mármol y Eugenio Méndez.
Otra clasificación sería la siguiente:

I etapa

• Daniel Mendoza (1.823 - 1.867), autor oriundo de los Llanos, nacido en la ciudad de Calabozo en 1823; cursó estudios de jurisprudencia en la Universidad Central de Caracas y se dio a conocer como poeta y escritor de costumbres desde 1844. Es quizás el nombre central en la historia del costumbrismo venezolano; sus cuadros son agudos y saturados de agradable picardía criolla. Murió en 1867 a la edad de cuarenta y cuatro años. Y su obra contribu¬ye a nacionalizar el género costum¬brista en Venezuela. Entre sus artículos más conocidos, se cuentan: “Un llanero en la ciudad”, “Muchachos a la moda”, “Muchachas a la moda”, “Palmarote en Apure”.
II etapa

• Nicanor Bolet Peraza (1.838 - 1.909), nacido en Caracas en 1838, periodista y político, de agitada carrera; en los primeros años de su juventud se radicó en Barcelona, donde trabajó en el taller tipográfico de su padre. Las contiendas políticas lo arrastran a los campos de batalla y alcanzó el grado de General de Brigada; pero, al volver a la vida civil, se entregó a una activa labor periodística y literaria. En este sentido, fundó un periódico con grabados iluminados, el primero de su clase en Venezuela; también dirigió La Tribuna Liberal y más tarde la revista Las tres Américas; desde las páginas de estas revistas dio a conocer la vida y las costumbres de la Caracas coetánea del escritor, con cuadros de sabor tradicionalista, caracterizados por la gracia ingeniosa y el realismo, como El Mercado, El teatro de Maderero, los baños de Macuto, De Caracas a la Guaira, Que le empreste. Con estas pinturas, Bolet Peraza se sitúa entre los cronistas más populares y más identificados con el espíritu de su ciudad natal. Por los años de 1889, se trasladó a Nueva York, donde funda Las tres Américas, revista que tuvo favorable acogida en la América Hispana. Muere en la metrópolis del Norte el 25 de marzo de 1906.
III etapa

• Miguel Mármol “El Jabino” (1.866 - 1.911) cuya obra literaria representa los últimos rasgos del costumbris¬mo venezolano. Entre sus artículos de costumbre, se conocen los siguientes: “Tiros al blanco”, “Pólvora y tacos”, “Los Velorios”, “Verrugas y lunares”. En “Los Velorios”, critica las costumbres de velar a los muer¬tos, donde los únicos que lloran y sienten de verdad son los familiares del difunto. Los de¬más son “tomadores de café y de génesis” y tienen como características el humorismo y la sátira; la crítica social; el estilo sencillo y directo.

• Francisco de Sales Pérez nació en Caracas en 1836, escritor costumbrista que se dio a conocer bajo el seudónimo de “Justo” y ocupó cargos políticos importantes. Editó algunas obras literarias, entre ellas Costumbres Venezolanas. Sales Pérez era aficionado a los caballos y disfrutó las carreras en el hipódromo de Valencia. En 1878 recopiló gran parte de sus artículos en un tomo que tituló Ratos perdidos. Murió en 1932, días en que se reabría el hipódromo capitalino de El Paraíso. Contaba 96 años y se encontraba en Caracas, su ciudad natal. En su artículo “El Petardista”, describe a un personaje típico de la ciudad, el oportu¬nista adulador, que se vale de todos para obtener lo que quiere: comida, cigarrillos, favores, etc.

SELECCIÓN DE ARTÍCULOS DE COSTUMBRE

EL PETARDISTA. Francisco de Sales Pérez

Vamos a pasar un rato a costa de este ciudadano. ¿No pasa él su vida entera a costa de los demás? Pero es preciso hacerlo con precaución, porque el petardista muerde a quien le pasa cerca.

No voy a mortificar al padre de familia arruinado, ni al joven desvalido que necesitan el amparo de sus amigos; para ellos tengo yo la mitad de mi pan y todo mi corazón.

El petardista es natural de Caracas; aquí nace, aquí vive, muere en el hospital.

Si nace en otro pueblo, por una equivocación de su madre, busca la capital en cuanto tiene alas; su propio ins¬tinto le dice que sólo en esta atmósfera puede existir. De aquí se deduce que el petardista nace petardista; su manera de vivir no es una profesión estudiada, sino una vocación a que obedece por secreto impulso.

El petardista nace pobre y no enriquece jamás, porque, como buen cristiano, sólo “pide lo necesario para el día, a fin de quedar necesitado a pedir lo mismo mañana”. Si heredara, si ganara en el juego una suma considerable, la derrocharía en una semana. Él no podría acostumbrarse a tener con qué comer dos días seguidos. Si se acostara sabiendo que va a amanecer con el desayuno en el bolsillo, no podría dormir; tanta seguridad lo desvelaría. El pe¬tardista duerme a pierna suelta cuando exclama al acostarse: ¿En qué faltriquera estará el almuerzo de mañana?

Él tiene su casa, como todo ser viviente, pero nadie la conoce: su verdadera casa es la calle, donde se le puede encontrar a todas horas, aunque sería mejor no encontrarle a ninguna. Si puede hallársele en alguna casa, debe ser de juego.

Él tiene sus puntos de ojeo, como los cazadores, donde se sitúa según la hora. Regularmente amanece a la puerta de un café, con el cigarro en la boca, para inspirar confianza a los parroquianos. ¿Quién que lo vea fumando puede pensar que está en ayunas? ¡Ay del que penetre!

Meserón, que tiene mucho talento para calcular lo que le conviene, transige con él cuando le mira a las puertas del “Ávila”.

- Pepe -dice-, ¿por qué no entras? ¿Has tomado café?

- No, querido, es muy temprano -le contesta-. El petardista nunca ha tomado nada.

- Garzon -grita Meserón afrancesando al mozo-, sírvele a Pepe un café confortable; apura, pronto, que tiene que marcharse. Meserón sabe por experiencia que aquel hombre en la puerta de su restaurante le ahuyenta cien parroquianos, que lo arruinaría en una semana, y se liberta de su presencia a costa de una taza de café.

A mediodía pone su ojeo cerca del palacio de Gobierno. ¡Qué peligroso es un petardista, entre once y doce de la mañana, situado en ese punto! El mismo Presidente de la Unión no está libre de su ataque directo. Su actitud revela la disposición resuelta de su ánimo. Oculta la mano izquierda en el bolsillo, como para palpar constantemente su miseria. Blande el bastón con la diestra de un modo casi amenazante. La mirada inquieta domina las avenidas a una milla de distancia. El hambre se expresa en sus facciones con la severidad de la ira. Al divisar a un forastero, exclama como el corsario: “Buena presa”. Y se dispone al ataque con una arenga adecuada y un apretón de manos.

- General, ¿cuándo ha llegado usted? (el forastero debe ser General), ¿y cómo ha quedado el Estado Apure? Ya sabemos que salió usted diputado por una mayoría lujosísima.

- ¿Yo? -dice el General abriendo un palmo de boca-. Sin duda habría salido, a no ser las picardías...

- ¡Ah!..., perdone usted-le interrumpe el petardista-; ¡eso es, eso es!, si aquí estamos indignados. ¡Qué pillos, contrariar así la voluntad del pueblo! Lo reclamaremos en el Congreso. Asistiré a las barras. Cuente conmigo.

Siguiendo el diálogo, resulta que el General no es de Apure, sino de Barcelona, lo cual no le saca del apuro en que está de pagar una libra por el saludo del petardista.

El petardista es tertuliante diario de las cantinas. ¡Qué buen marchante! Nadie se refresca más que él; y, ¡cosa rara!, se refresca con lo que irrita a los demás.

El toma con todo el que tome. ¿Quién será tan descortés para no brindarle? Y él, ¿cómo se atreverá a desairar a nadie? Su educación no se lo permite.

El hábito de halagar le ha dado una perspicacia especial para conocer lo que puede agradar al que piensa morder. El hace como el murciélago, que adormece con las alas antes de clavar el diente.

El petardista no se mezcla en política; no precisamente porque no quiere, sino porque ningún partido lo em¬plea. De ahí viene que no tenga opinión, lo cual le presenta la ventaja de estar identificado con todo el mundo. Con el liberal, es liberal, y le cuenta que debe su ruina a los oligarcas; y con éstos, es oligarca, y les refiere cómo le han perseguido los liberales. ¡En tanto que él es perseguidor eterno de los partidos!

En las noches de ópera se sitúa cerca de la entrada del teatro. Cualquiera lo tomaría por un agente de policía, destinado a tomar nota de los que van entrando. El petardista no tiene papeleta, ni la tuvo nunca, ni la comprará jamás; pero él entra primero que los abonados. A un amigo le dice que se le olvidó el portamonedas y que... Pero el otro le dice que viene tasado. A otro le da la enhorabuena por la ganancia que hizo en el juego... Pero resulta que viene tronado y le desaira bruscamente. Al tercero, le promete una noticia que le importa mucho, pero que... le cuesta la entrada. Este quiere saberla, pero el petardista lo emplaza para el parterre. En la duda de qué será, qué no será, sacrifica los doce reales y... adentro. Después resulta que la noticia es vieja.

Otras veces suplica que le presten una papeleta para entrar un instante a hablar con un médico; y como ha elegido bien al que ha de burlar, recibe la papeleta y lo deja esperando. Rompe la música y entra la desesperación de oír el canto que va a comenzar, y entra la duda de que vuelva Pepe, y, para salir de tanta inquietud, se compra otra papeleta. Cuántas escenas al encontrarse adentro. -Pero, en fin, ya que dudaste de mí... veremos la ópera juntos-. Y por si le queda algún rencor le hace pagar también la cena en El Gato Negro al terminar la función.

Tal es la vida y milagros de este ser nacido para vivir de los demás, que divierte a quien le estudia, irrita al que le sufre y fatiga a mis lectores.

LOS PATIQUINES. Francisco de Sales Pérez

Creo innecesario explicar la significación de esta palabra. Para no dejar de parecer etimologista, o pedante que es lo mismo, diré que viene la de la voz italiana partiquino, que significa actor de baja escala.

Un paje mudo, por ejemplo, aquel que sale a decir -aquí están las velas, no son más que partiquinos. La palabra patiquín, degeneración de aquella es nueva en el diccionario venezolano, así como es nuevo, y original de nuestro suelo, el tipo que ella designa.

Los antiguos no conocieron esta sabandija, nacida de nuestras revoluciones, como brotan lombrices y sanguijuelas de los pantanos.

No he querido comparar al patiquín con la tímida lombriz ni con la chupadora sanguijuela, ni mucho menos con el lodo de nuestras convulsiones políticas; líbreme Dios de hacer comparaciones tan exactas. Ante todo amo la ficción si no, parecía extranjero en mi patria.

El patiquín no nace precisamente el día de una convulsión: él existe, pero vive en incubación durante los períodos pacíficos, que por cierto son muy cortos. Así como el gusano vive en su capullo hasta que se convierte en mariposa, esos jóvenes turbulentos, ociosos y sin carreras viven en las cantinas hasta que se transforma en patiquines.

La cantina es el capullo de esta crisálida. Con el primer grito de una insurrección y la primera proclama del Gobierno, brotan a millares como las ranas con las primeras lluvias. El patiquín nace sin opinión: él se declara en ejercicio, como abogado noble, antes de saber qué causa defenderá: los acontecimientos van a fijar su opinión.

Lo único que él sabe de cierto es -que en el río revuelto ganan los pescadores. Aquellos que logran una ración del Gobierno como agregados; una comisión para embargar bestias, -empleo que produce dos ganancias, -una por embargar y otra por no embargar; una comandancia de patrulla para cobrar reemplazos, o cualquier otra ganga, se deciden por el Gobierno, o sea por la constitución y las leyes.

Los que no caben en la gracia del Gobierno, se hacen conspiradores y andan de corrillo en corrillo, hasta que creen llegado el momento del triunfo.

Entonces se incorporan a la facción. Ya está el patiquín en su verdadero elemento.

Se le distingue a leguas por el talante, más dramático que bélico. Gran sombrero, con el ala izquierda apuntada, sosteniendo una hermosa pluma que arrancó a la gorra de la mamá: Chaqueta azul con botones amarillos: Pantalón metido por dentro de las botas, remedando las jacobinas: Carriel fileteado, con cigarros, cepillos, peines, un billete amoroso y una clineja de Laura, Sable curvo y mohoso; enorme revólver.

Los patiquines no entran a servir en ningún cuerpo regular; ellos se acomodan en el Estado Mayor, o forman esos cuerpos ligeros, insubordinados e inútiles que llaman piquetes. Su oficio es recoger ganado, bestias, empréstitos, etc. Nadie más violento que ellos contra los hombres, las mujeres y objetos indefensos.

Los patiquines tienen para la guerra una ventaja muy envidiable, y es-su horror a los peligros. Entre ellos y las balas no hay ni puede haber ningún punto de contacto: son antípodas. De ahí viene que no se ha dado el caso de un patiquín muerto en campaña, como no sea de miedo o de calenturas.

En compensación de esto, son los más avanzados cuando llega la hora de comer. ¡Ay de las gallinas donde cae una manada de estos zorros! ¡Cuando el soldado, muerto de fatiga, está jadeante de sed, el patiquín se está bañando! En la hora del combate ocupan también su puesto, no precisamente en las filas de batallas, sino en las de observación.

Allí, trémulos de corajes, esperan el resultado. Si es adverso, nadie les quita la vanguardia en la carrera; si es favorable, se queda recorriendo el campo para recoger los heridos, y los caballos.

Cuando el campamento es sorprendido, sin que los patiquines hayan tenido tiempo de acomodarse, la derrota es infalible, porque no hay soldado que resista sus gritos de terror, ni las patas de su caballo que se llevan por delante todo lo que encuentran, menos al enemigo. Un ejército recargado de patiquines está siempre próximo a ser destruido, porque lleva en su seno un mal elemento -el pánico.

Sin embargo, en los desastres tienen reservado un puesto de honor en que lucen mucho -¡la lista de prisioneros!

Y es gusto verles entre las filas de sus vencedores, cabizbajos, ennegrecidos por el polvo y con gesto que parece decir: "¡Oh ironía de la suerte! ¡Tanta humillación por premio de tanto heroísmo! ¡La posteridad me hará justicia!". Pero si llega un día de triunfo para su causa, entonces entran erguidos como grandes libertadores; cada cual cree que todos los arcos son para su gloria y que las damas no piensan más que en su bravura.

Al referir sus hazañas, cree uno que oye al mismo Marte. El triunfo se debió únicamente a él: ¡el jefe no hacía nada sin consultárselo: los soldados no seguían más que su plumaje!

Todos los destinos deben ser para él, porque sólo su denuedo los ha conquistado: deben darle una Aduana, y no para administrarla, sino para disfrutarla. ¿Qué menos? ¿No expuso él su vida a un constipado, a una mordedura de culebra? ¿No ha podido recibir un balazo al cargar su revólver?

¡El día de las recompensas honoríficas, consigue sin esfuerzos que le confirmen su grado de general, que él mismo se había dado, y ya lo tiene usted creyendo que es verdad su propia fábula!

De esos patiquines generales, es que se han formado eso miles de generales patiquines que cuentan nuestra lista militar, para asombro de las naciones del orbe. ¡Y no es lo peor, sino que tenemos en expectativa una cosecha que va a poner la especie por el suelo! ¡Los generales se cotizarán como los mangos, a tres riales el ciento! ¡Por fortuna yo tengo mi grado antiguo, y no fue ganado con plumajes, ni clinejas, ni fanfarronadas; ese me costó, -lo digo con vanidad- muy buenos veinte pesos!

EL AVARO. Francisco de Sales Pérez

La Fortuna mitológica tenía los ojos vendados. Era una divinidad ciega que corría sobre una rueda, repartiendo sus dones al acaso. La Fortuna de los tiempos modernos tiene los ojos abiertos, y reparte sus tesoros entre los más laboriosos, los más inteligentes, los más audaces y los más miserables.

Estos últimos, más bien que de la Fortuna, son favoritos de una divinidad infernal lla-mada la Avaricia.

Desde que nace un niño con buenas dis¬posiciones, es decir, con la conciencia an¬cha, los ojos de águila y las uñas largas, comienza a sonreirle la Avaricia -y le dice al oído este consejo-

-"Quítale a todo el que puedas y no le des a nadie."-

Por eso, el que ha de ser avaro, lo es desde que nace; si es mellizo, deja sin parte al hermanito: si nace solo, acaba con la pobre madre.

Más tarde, en la escuela, come de las golosinas de todos sus compañeros, y oculta las suyas para comérselas a escondidas.

Cuando llega a la edad de trabajar, hace el primer negocio consigo mismo.

El alma propone el cuerpo el siguiente pacto:

-Cuerpo mío; prométeme que sufrirás todo género de privaciones; que te alimentarás con poco, y ese poco de un valor ínfimo; que sufrirás el frío en el invierno, sin ne¬cesidad de abrigo; que soportarás el calor del estío sin pedir refrigerios; que vestirás con telas burdas sin cuidarte de la moda; que aceptarás las injurias, si de ello repor¬tas beneficio; que serás incansable en las fatigas, y so¬brio en el dormir.

El cuerpo conviene en todo lo que el alma le exige, y a su vez, propone:

-Alma mía: prométeme, en cambio, que pondrás a tu sensibilidad un blindaje de acero; que no tendrás piedad de ninguna mi¬seria; que no sufrirás con ningún dolor ajeno, ni harás ningún sacrificio por aliviarlo; que no derramarás una lágrima sino cuando puedas derivar del llanto alguna utilidad.

Prométeme que no darás entrada al amor sincero y abnegado, y que sabrás fingirlo cuando te convenga; que si llegas a rendir culto a la belleza, por imitar a los demás, cobrarás muy caro el incienso que quemes en sus altares, y marcarás en el reloj de la conveniencia la duración de tus obsequios; que no verás la probidad, la abnegación y la lealtad, como virtudes meritorias, si¬no como circunstancias que deben apro¬vecharse en la ocasión y menospreciarse a su tiempo; que no te dejarás obligar por la grati¬tud en ningún caso; que no darás ningún valor al beneficio recibido, y que sólo tendrás palabras dulces -óyelo bien- palabras para halagar la esperanza del que pueda servirte ma¬ñana.

Prométeme, en fin, romper la balanza de la justicia, y no aceptar como equitativo sino aquello que favorezca tus intereses, y no detenerte en medios para obtener cuanto apetezcas.

Cuando tengas reunidas, para mi rega¬lo, todas las comodidades de que hubieres privado a los demás; cuando veas, convertidas en oro, todas las lágrimas que hayas hecho derramar; cuando hayas llegado a la cúspide de la opulencia, levantaremos un castillo colosal, sobre todas las miserias, todos los dolores, y todas las tristezas que haya producido tu severidad, y lo circundaremos de para¬rrayos para que no lo destruyan ni el fuego del cielo, ni las maldiciones de los hombre.

Entonces, alma mía, ocultaremos nues¬tra dicha en la más alta de sus torres, muy lejos de la tierra, para que no tur¬ben nuestro reposo los suspiros, los ayes, ni los gemidos de la desgracia.

Allí me regalarás con todos los goces de que te prometo privarme:

Desde aquella inmensa altura arrojare¬mos, de cuando en cuando, puñados de monedas sobre las miserias de la tierra, y escogeremos el sitio y la ocasión para de¬jarlas caer donde hagan mucho ruido y haya mucha gente que aplauda.

Los hombres no tienen memoria y pron¬to habrán olvidado lo que llamarán tus durezas. Devolveremos a los más necesitados, al¬gunas migajas de pan, y vendrán, como los pajarillos, a cantar a nuestras rejas. Al cabo de poco tiempo te habrán per¬donado, y alcanzarán, con sus ruegos, que Dios te perdone también.

-El alma promete hacer todo lo que le exige el cuerpo.

¡El pacto queda sellado: el porvenir es seguro! Satanás, oculto, asiste como testigo a aquella conferencia espantosa, y suelta una carcajada que llena de alegría los in¬fiernos.

Así es como se han formado esos mons¬truos nacidos para labrar la propia y la ajena desgracia. Pero rara vez permite Dios que coronen sus deseos. -Los más de ellos, antes de fabricar el castillo colosal y la torre al¬tísima tienen que cavar su sepultura.

El uno víctima de la dispepsia producida por una alimentación escasa y nociva.

Otro a causa de la debilidad cerebral, consecuencia de la eterna meditación y la soledad. Otros de muerte trágica, víctimas de la traición y para provecho de herederos lejanos a quienes ni siquiera conocían. Quisieron economizar hasta el afecto y no formaron familia -el amor les pareció una prodigalidad; -sin ver que, si el hogar es caro por costoso, es más caro, por dulce y benéfico. ¡Cuántos tesoros representa el amor de la familia!
LAS AGENCIAS FUNERARIAS. Francisco de Sales Pérez

Entre las obras de misericordia no hay ninguna que alcance mayor precio que la de enterrar a los muertos. Si todas tienen recompensa en la otra vida, esta la tiene asegurada aquí en la tierra.

Así, no es de extrañarse la multitud de individuos que dedican su actividad y su caudal al misericordioso ejercicio de sepultar a los muertos.

Conozco algunos que no le darían de beber a un sediento, pero que, en cambio serían capaces de enterrar a todo Caracas antes de morirse. Por fortuna los habitantes de esta ciudad tienen la precaución de no dejarse enterrar vivos y de irse muriendo uno a uno. Las buenas obras satisfacen a quienes las practican.

Los filántropos, (si los hay) sienten placer cuando hallan una necesidad que socorrer. La hermana de la caridad se encuentra feliz en medio de las tristezas de un hospital. Así mismo, los empresarios del servicio fúnebre, no están satisfechos sino en tiempos de epidemia.

Preguntadles entonces: -¿Qué tal? Y os responderán candorosamente.

-¡Muy bien! se hace algo, cae algún trabajito.

Al contrario en épocas de salubridad les encontraréis siempre indispuestos y rabiando.

-¡No se puede vivir en una ciudad donde no se muere la gente!

Para ellos no hay epidemia más terrible que la salud. El día que no entierran a un prójimo siquiera, exclaman, como aquel otro cuando no había hecho un beneficio. -"Hoy se ha perdido el día" -y tiene razón: un día en que no se gana, se pierde.

Por eso, con tanta verdad se ha dicho -Es preciso que unos mueran para que otros vivan. Creen algunos que debe ser amargo el pan ganado así; que debe tener sabor de llanto. Es una preocupación: el pan que se gana trabajando honestamente debe saber siempre bien.

Quevedo y otros han satirizado amargamente a los médicos; pero han sido injustos. El médico es el primer amigo de las familias. El lucha contra la muerte hasta el último instante y daría, de buena gana, sus honorarios por vencerlas.

Cuando sucumbe el enfermo, él es el primer dolorido: si no siempre en su corazón, en su amor propio recibe una herida.

Al paso que los asistentes del servicio fúnebre, no tienen, durante la gravedad más que una zozobra -¡la salvación del paciente! Cuando tienen noticias de que mejora, hablan entre sí de esta manera:

-¿Saben ustedes que el Coronel va muy mal?

-Pues ¿qué le sucede? -dicen los otros alarmados.

-¡Parece que se salva!

-¡Qué pérdida! -exclaman todos.

Cuando el médico sale cabizbajo, después de una desgracia, entran cinco o seis agentes de las agencias mortuorias a ofrecer sus servicios. ¡Terrible visita!. Ningún dolorido puede resistir aquellas miradas frías, que parecen valorar la casa y los muebles para calcular cuánto se puede ganar en aquella catástrofe.

La empresa se encarga de fijar la alta categoría del difunto para hacerle unos funerales dignos de ella.

Ya se sabe que todo hombre es más grande después que muere. Los muertos siempre se estiran.

¡Desgraciados herederos si hay algún título de por medio!

Entonces no alcanza el patrimonio para emblemas coronas y gasas.

La vanidad se paga caro en la vida y en la muerte. Confieso que me impresiona el uniforme severo que usan los empleados del servicio fúnebre. Todo el mundo ve con ojos medrosos a esos coches fúnebres, cuyos aurigas llevan un plumaje negro en el sombrero.

Y es natural. -Un carruaje que no se detiene frente a una puerta sino en días aciagos, no puede menos que inspirar terror. Sin embargo esos aurigas tienen una ventana muy envidiable en esa familiaridad que adquieren con la muerte.

Cuando todos palidecen al saber una muerte inesperada, ellos permanecen tranquilos, y sólo hacen esta reflexión -¿A quién le tocará trasportarlo? Un cadáver, que para todo el mundo es objeto de terror, para ellos no es más que una mercancía.

Ellos ven la población como una gran hacienda que se planta y se cultiva por sí misma.

Cada habitante es una espiga, que el tiempo y las penas van madurando, y cuando está en sazón, la hoz de la muerte se encarga de segarla, y ellos van tranquilamente a conducirla en sus lujosos carros a ese granero pavoroso llamado Cementerio, donde ha de consumirse entre la polilla y el olvido....

Esto que escribo no es una crítica, sino un ligero estudio de una de las más importantes instituciones de todo pueblo civilizado. Caracas tiene la gloria de poseer las más lujosas empresas funerarias que he visto, y servidas por hombres cuya cultura dulcifica lo que tiene de amargo el oficio.

LAS TRES ARISTOCRACIAS. Francisco de Sales Pérez

Es cosa convenida que hay tres aristocracias:

-La de la sangre, la del talento y la del dinero. Pero antes de entrar en otras consideraciones que me ocurren, veamos qué es aristocracia.

-Es un motivo, casual casi siempre, para que un hombre se considere superior a los demás. Más claro: es un título para ser vanidoso.

Y ahora pregunto yo: ¿han puesto algo de su parte esos caballeros de cuello de latón para nacer de padres distinguidos?

¿No podrían ser hijos del cochero de la casa, lo mismo que de su papá?

Y entonces ¿por qué miran con menosprecio a los hijos del cochero.

Nacer noble, no cuesta ningún trabajo; lo que cuesta trabajo es ennoblecerse.

Y usted, sapientísimo señor, ¿por qué se echa tanto para atrás, y lleva siempre en los labios una sonrisa despreciativa para todos los que no hacen versos o discursos, aunque muchos pueden hacerlos superiores a los de usted?

¿Ha hecho usted algún esfuerzo para tener talento?

¿Sabe usted siquiera agradecer a Dios el don que le ha concedido? ¿No sabe usted que el mérito se rebaja con la soberbia? Y usted, señor millonario, que encontró labrada, por su padre o por otro, la fortuna que derrocha, ¿de qué se envanece usted?

¿Tiene usted siquiera la satisfacción de haberla ganado trabajando lentamente? Pues entonces, ¿por qué mira usted con tanto desdén a los que no tuvieron pa¬dres trabajadores, económicos, afortunados, o siquiera ladrones, que les dejaron grandes caudales?

***

Sea como fuere; admitamos que hay tres aristocracias, y veamos cuál de ellas tiene mejor fundamento. Estamos de acuerdo en que la sangre humana no es igual, y en que hay gentes, como hay caballos, de pura sangre.

Pero es preciso también convenir en que la sangre pura no sirve para nada si no está acompañada de bellas cualidades que correspondan a la estirpe. Por más enrazado que sea un caballo, si no sirve para correr en el hipódromo, va a arrastrar una carreta.

Así mismo sucede con la especie humanal. Un hombre de sangre pura, si no tiene cualidades correspondientes a su categoría, vale menos que cualquier plebeyo. Figuraos un noble estúpido y pobre, (que no sería un caso singular)

¿Puede haber algo más triste? La nobleza entre esas dos desgracias es un ludibrio. No hay nadie más vecino a la ignominia que un noble arruinado. ¡No es posible calcular hasta donde es capaz de humillarse, por rescatar sus pergaminos de la polilla de la miseria!

Consecuencia. La aristocracia de la sangre no vale nada, sino está apoyada por el dinero

***

Pasemos ahora a la aristocracia del talento. El talento necesita guantes y cuello limpios para ser admitido en el estrado social. La sociedad, acaso injustamente, no reconoce talento en quien no ha podido proporcionarse con él una situación, aunque sea mediana.

Luego: la aristocracia del talento necesita el barniz del oro para ser reconocida y atacada. El talento en la miseria, no es blasón sino suplicio. ¡Sentirse más alto que los demás, y tener que andar a rastras para alcanzar un pedazo de pan, debe ser el mayor de los tormentos!

¡Homero! ¡Milton! ¡Camoens! apelo a vuestro testimonio.

***

Pongamos ahora en tela de juicio la aristocracia del dinero. La sociedad, tal como está constituida, ha sintetizado en cuatro palabras el espíritu de la época.

TANTO VALES, CUANTO TIENES. Francisco de Sales Pérez

Fórmula espantosa, pero positiva.

Los ricos no necesitan ser sabios: ellos tienen con qué comprar la sabiduría ajena cuando la han menester. El talento se presupone en quien ha sabido heredar, acumular, conservar o robarse impunemente una fortuna. La sangre pura, la nobleza, que es la supremacía en la sociedad, se concede forzosamente a todo el que puede brillar en ella y derramar esplendor y champaña en sus salones.

De todo lo dicho resulta: que la verdadera aristocracia es la del dinero, porque: La aristocracia del nacimiento necesita estar apoyada en el dinero. La aristocracia del talento necesita el auxilio del dinero. Mientras que la aristocracia del dinero no necesita sangre pura, ni talento claro.

¡Y después se admiran algunos del afán que tienen los hombres por enriquecerse!

El trabajo constante y las proezas heroicas, así como en los crímenes, las injusticias, las deslealtades, las bajezas y todo lo que se hace por adquirir fortuna, es la consecuencia forzosa del espíritu de la época.

***

Para mí las aristocracias no son tres, sino cuatro. La más grande es la cuarta, porque prevalece de las otras.

-¡La aristocracia del Poder!

Es la que está consagrada desde el principio del mundo, en todos los pueblos de la tierra, y la que perdurará hasta el fin de los tiempos.

La aristocracia del poder, hereditaria en las monarquías, alternativa en las democracias, no dejará de existir jamás, porque los hombres que gobiernan, sea por consentimiento forzoso o por voluntad de los pueblos, representan la dignidad nacional y tienen que ser acatados.

Esta aristocracia es más afectiva y menos hiriente que las otras, porque es impersonal. Los gobernantes no tienen nombre: se llaman autoridad, y pesan por igual sobre todas las clases sociales. La autoridad, amada y bendecida, cuando es benéfica, o execrada, cuando es maléfica, siempre inspira respeto, y se ve más alta que el nivel común. No he querido hacer otra nobleza de la virtud, porque ella es el timbre de toda aristocracia legítima. Sin virtud no hay nobleza.

Concluiré este sencillo estudio, recordando a los que han alcanzado el favor de Dios para elevarse sobre los demás en cualquiera línea, aquellas palabras del Evangelio: Los humildes serán ensalzados. Los soberbios serán abatidos.

UN LLANERO EN LA CAPITAL. Daniel Mendoza

Pum, pum, pum; jiiá, jiiá, jiiá!
-Muchacho, mira quién toca
-Ahiá, ahiá, ahiá! dónde están los blancos de aquí? ¿No hai quien choque al tranquero? Ahí, ahí, ahí!
-Va!
-Ya tumbo la palisá, huó huó, huó!
-Pase U. adelante: ¿qué se le ofrece a Ud?
-No bibe aquí el Dotor?
-Sí señor, pase U. adelante!
-Pero ¿por dónde choco? Caramba! mire U. que no quiero perderme más.
-Por aquí, por aquí...
-Por aquí, por aquí siga U... entre
-¡Oh, mi Dotor, dios me lo guar... Candela! ¿tuabía está U. durmiendo cuando ya es hora de sestiar? Arriba, arriba!
-Hola! Palmarote por aquí? Cuándo ha llegado U.?
-Cañafístola! que por tris no doi con su comedero. Dende que apuntó el lusero, lo ando sabaniando por estos pedreguyales, y aquí caigo, ayí levanto: acá me arrempujan, ayá me estrujan; y por onde quiera el frío, y la gente, la buya; y los malojeros juio, juio, juio; y las carretas rrruuu. Caramba! ¿cómo diablos pueen UU. bibir y entenderse en esta grísapa?

Así se anunció en mi casa, no ha muchas mañanas, el personaje que voi a presentar a mis lectores. No será necesario decir que era un LLANERO, tipo tan conocido en esta capital, que las pinceladas precedentes bastarían a bosquejado, tipo original e interesante al propio tiempo; tipo, en fin, que difiere esencialmente de los demás caracteres provinciales de aquesta nuestra pobre República.

Serían las ocho de la mañana todo lo más, y yo dormía aún, o, con más propiedad, yacía aún en el lecho en ese estado de parálisis que suspende el uso de nuestras facultades físicas y morales. Grata y deliciosa parálisis, en que ni se duerme, ni se está despierto: en que los objetos se ven como al través de un prisma y los sonidos se oyen como a una gran distancia. Parálisis, de una vez, que quisiéramos prolongar indefinidamente y de la que nos arrancamos por un esfuerzo de decidida voluntad.

Bien se me alcanza, desde luego, que el escritor que así describe esta situación se compromete a algo, porque parece que se declara abogado de la pereza, echándose a cuestas, por añadidura, una grave responsabilidad higiénica. Empero yo protesto que no es mi ánimo comprometerme a nada. En la inconstancia e instabilidad de mi carácter, hoi aplaudo lo que tal vez mañana censuro: ahora saboreo las delicias de la cama, acaso más tarde escribo una filípica contra los dormilones. Y ¿Qué remedio, lectores míos? Cada uno es como Dios lo ha hecho y a veces un poquito peor, según decía Sancho. Lo que sí no puedo pasar sin someterlo a mi férula, es el candoroso error en que incurren algunos cuando exclaman: "Oh, qué grato es levantarse temprano!" Grave error gramatical, imperdonable confusión de tiempos! Señores, será grato y mui grato HABERSE levantado, pero ¿levantarse, Dios mío? ¿Puede haber maldito el placer en arrancarse el placer mismo de los labios? Pasemos adelante, lectores míos, y no hablemos más de LEVANTAMIENTOS, que es plato que indigesta en estos climas.

Palmarote acababa de llegar a esta melancólica capital, a donde se había encaminado no por capricho, ciertamente, sino a consecuencias de no sé qué pecado cometido en Junio último en la provincia del Guárico; y no menos quería sino que yo lo enderezase a esas notabilidades del poder o del favor. Yo precisamente que no sé dónde paran las unas ni las otras! Pero, paciencia, me dije, que esta es una de las ventajas del tener paisanos. Y después de rebullirme y desperezarme lentamente, salté al fin de aquel lecho, sepulcro de mis gratos o desagradables ensueños.

En tanto que Palmarote lo registraba todo con ávida curiosidad, en tanto que comentaba las láminas de algunos libros y examinaba atentamente los muebles, tocándolo todo con sus manos, como para salir de algún error o mejor fijar una idea, en tanto, digo, hacía yo mi TOILETTE, que, de paso sea dicho, ni es tan esmerada como la de un pisaverde, ni tan descuidada como la de un avaro. Y a propósito, el vestido de Palmarote no dejaba de interesar por su originalidad. Corto el calzón y estrecho, terminando a media pierna por unas piezecillas colgantes que remedan, aunque no mui fielmente, las uñas del pavo, de donde toma su nombre, la camisa curiosamente rizada, no abrochado el cuello, ajustada al cinto por una banda tricolor, como el pabellón nacional, y cuyas faldas volaban libremente por de fuera: un rosario al rededor del cuello del GUARDA-CAMISA ostentaba sus grandes cuentas de oro; desnudo el pie, y la cabeza metida por decirlo así, entre un pañuelo de enormes listas rojas, soportaba un sombrero de castor de anchas alas.

Mirábame el llanero, no sin curiosidad, pasar de una función a otra de TOILETTE y me abrumaba con repetidas preguntas.

-Y ese palito, Dotor, qué significa?
-Es la escobilla de dientes, Palmarote: sirve para el aseo de la dentadura.
-De moo que el que no tiene dientes... ¡probe mi bale Alifonso! se quedó sin el palito! Y este otro artificio, dotor?
-Esa es una relojera: ahí se pone el reloj cuando no lo lleva el individuo.
-¿Y la cabuyita negra?
-Es el cordón del reloj. Mire U. un curioso tejido de cabellos de mujer. Y se lleva así, mire U.
-Ja, ja, ja! Dotor, eso es cargar la soga en el pescueso. Caramba! que ya las mujeres enlasan con su mesma serda. Pues ahora, mi Dotor, tiene U. que cabrestiar hasta el botalón o tirar para atrás y rebentar la soga. Pero ¡que malo es este espejo!
-Al contrario, Palmarote, tiene mui buena luz.
-Pues ¿cómo me beo yo tan feo? Jesú, qué espantamio!
-Porque ese espejo refleja fielmente las imágenes, amigo mío.
-Candela ¡pues cuando mi samba se mira en estos ojitos, dice que ya tiene sueño. ¿Y estos cueritos, Dotor, para qué son buenos?
-Esos son guantes, Palmarote: se llevan en las manos de este modo, mire U.
-Caramba ¡cuántos aperos! ¿Sabe lo que se me ocurre, Dotor? Si todo lo que UU. emplean en tantos cachibaches, lo hubieran empleado en nobiyas de primer parto, ¿cuántos beserros no jerrariam en este berano?
-Pero es menester, Palmarote, no ver la vida de sociedad sólo por el lado de las invasiones que ella hace al bolsillo, sino también por el de los goces que da en cambio.
-Oh! mucho que se gosa aquí con el frío y con las piedras y con la buya y dos riales por el sancocho y cuatro ramas de malojo por dos riales y los marchantes con sus tiendas y los nobiyos a rial y medio y uno tan corto y... Dotor, U. nesesita esta pistolita? qué bonita!
-No dejo de usarla alguna veces, Palmarote; pero ese no es un inconveniente para que yo tenga el gusto de ofrecerla a U.: tómela U.
-Dios lo yebe al sielo, mi Dotor, aunque yo creo que ayá no dentran los papeleros.

Aquí interrumpí yo la serie de preguntas de mi paisano para ponerme a su disposición, estando ya en aptitud de salir de casa. Mis servicios, le dije, se limitarán a dar a U. la dirección de esos señores, de quienes anda U. tan solícito. Sin contestarme una palabra, sacó de su bolsillo un envoltorio de hojas de tabaco (del detestable que se produce en el país), mordió una dosis más que mediana que masticaba con entusiasmo, luego me ofreció para que yo mordiera a continuación, lo rehusé desde luego, me protestó que su oferta era sincera, le probé que mi negativa lo era también, y por último, yo adelante y él atrás (humildad característica del llanero), salimos de casa y nos echamos a rodar por las inmensas calles de esta capital.

En puridad de verdad, no andaba Palmarote escaso de razón al quejarse del frío, acostumbrado, por otra parte, al calor sofocante de las llanuras. La humedad de la atmósfera helaba las extremidades del cuerpo, por lo cual tomamos la acera azotada entonces por el sol. Palmarote abría unos ojos llenos de avidez y de curiosidad. Estamos en la calle del Comercio, le dije.

-Mire U., Dotor: con rason yaman a esta suidá la empoya de las letras: mire cuántos letreros!
-El emporio de las letras, querrá U. decir.
-Lo mesmo bale, Dotor, que yo no soi plumario. ¡Cuántos letreros! uno, dos, tres... Caramba! cada casa tiene el suyo, Deletréeme aquel.
-"Pastelería nacional".
-Eso sí es berdá, Dotor: en cuanto a pasteleros, aquí no reconosemos padrote, y para descubrir el pastel, también estamos solitos. Lea aquel otro, aquel del pabo!
-"Pavos y pichones para los parroquianos vivos y asados".
-¡Jesú, y qué lástima les tengo a los parroquianos bibos! Porque al fin ya los asados pasaron por la candela. El de más ayá, Dotor!
-"Códigos nacionales para instrucción de los empleados que se venden a precios cómodos".
-Gran consuelo es ese para los probes, mi Dotor ¡Mira, aquelotro; pero apártese que lo tumba ese burro (Vuelta burro, juio, juio, juio)!
-"Aquí se amuela casi de balde".
-Caramba! ya lo creo; pero buélbase a apartar, Dotor, mire esa carreta (¡Ese buei palomo choooó! ¿Marchantes, compran carbones?) ¡Ah lusero! mire, Dotor, aqueya blanquita cabos negros que ba ayí; aqueya ojos negros, pelo negro... esa Candela! y qué buena pata debe de tener! mire cómo pisa en la piedra, ni se trompieza, ni pierde el golpe. Tiene toas las condiciones.
-Sepamos, Palmarote, cuáles son esas condiciones!
-Ancas, pecho, siete cuartas, suabe de boca, y guen mobimiento. ¿No correrá con la siya, Dotor?
-Pero entendámonos, Palmarote, ¿habla U. de mujeres o de caballos?
-Pue entonces léame aquel otro letrero, que ya beo que no nos vamos a entender. Y apártese que ahí ba una carreta con basura, ¿pa ónde yeban esa basura, Dotor?
-Para aquel basurero que ve U. allí.
-Cómo! en la capital de Berensuela hai un basudero entre la suidá?
-Uno no más no, Palmarote; todavía hai algunos otros.
-Corotos! Y buélbase a apartar, Dotor, y le aconsejo que se biba apartando: mire una trosá de gente que biene ayí, y aquí biene otra, estos barriles, y ese borracho, mire, mire (Lepruu! Biba la emocrasia! Bibaa! Caraaamba! -¿Compran piedras de amolar! -Arre burro, juio, juio, juio! Ea, ño elombre, apártese! -¿U. habla conmigo? Mire que si me le boi al bosal jase barro con el rabo).
-Vamos, Palmarote, continuemos, y tomaremos ahora la calle del Sol.
-Ja! están crendo estos muñecos que como uno anda medio inquilino no puee cantar en patio ageno, y no saben que yo ni miro joyo ni palma chiquita, y cuando no tumbo al toro le arranco el rabo.
-Estamos, pues, ya en la calle del Sol, Palmarote.
-¿En la caye del Sol, Dotor? ¿acaso el sol sabanea más por esta caye que por las otras?
-Tienes razón; este es un nombre de capricho; pero esto viene de la necesidad de nombrar las calles, bien que algunas tengan un nombre alusivo o histórico. En los pueblos de las llanuras no se conoce esta necesidad, ni tampoco la de numerar las casas, porque allí las poblaciones son reducidas, las calles pequeñas, las casas más distantes puede decirse que están vecinas, y los individuos todos se conocen entre sí. No sucede así en las grandes ciudades atravesadas por muchas y extensas calles, con casas varias y en número infinito y con una población considerable, enriquecida casi siempre con gran número de extranjeros.
-Sí, ya comprendo la nesesidá de jerrar las casas, como susede con el ganao, que habiéndose aumentao tanto, ha sio menester pegarle un jierro. Y diga U., Dotor, ¿algunas casas orejanas que he bisto aquí, no podría el vesino quemarlas con su jierro?
-Eso sería un robo, Palmarote, como lo sería el hecho de apropiarse el individuo un OREJANO que no está en sus sabanas. Esas casas no están numeradas por descuido.
-Y a propósito de estranjeros, diga U., Dotor, ¿esa gente de esas otras tierras, serán cristianos?
-No todos lo son, Palmarote; porque no todos los pueblos adoran al Cristo del Calvario. Hai los judíos que, no reconociendo al Hijo de Dios, observan el antiguo código de Moisés. Hai los mahometanos, que...
-No siga, Dotor, que ni yo tengo catria de tos esos cóligos, ni es eso lo que he querío preguntale. Lo que yo quiero saber es si esos MUSIUS que bienen de por ayá hablando en lengua, son gente güena.
-La sola calidad de extranjeros, Palmarote, o de naturales no hace a los hombres buenos ni malos. El corazón, la índole y los principios de educación son las causas de la bondad o maldad del individuo. Así que entre los extranjeros, como entre los naturales, hai gente buena y gente mala. ¿No conoce U. venezolanos malos, Palmarote?
-Y tantos, Dotor, que más balía que no los conosiera.
-Pero hai una circunstancia en favor de los extranjeros. Todos los más vienen al país por conveniencia, y siendo desconocidos en él, necesitan hacerse una reputación, tienen que hacer dobles esfuerzos para merecer la estimación pública. De ahí viene que sean por lo regular mas morigerados y mas laboriosos que los naturales, y de aquí el rápido incremento de su fortuna.
-Y cómo ha de ser gueno, Dotor, que esos marchantes bengan aquí a yebarse los riales?
-Malo y mui malo sería que se los llevasen, si no dejasen en cambio un equivalente. Pero al contrario, ello plegando a esa sed insaciable de riqueza, que no sentimos nosotros por cierto, contraen todas sus fuerzas al trabajo, establecen industrias desconocidas en el país, que van a ser otras tantas fuentes de riqueza pública, emplean en sus establecimientos gran número de obreros naturales, que más tarde se harán empresarios, o al menos se harán más hábiles y diestros en su industria, fomentan, por tanto, y hacen popular el amor al trabajo, satisfacen con sus productos gran parte de las necesidades del país y sirven, por último, de estrechar más y más los lazos de nuestra República con las distintas naciones a que ellos pertenecen ¿Qué importa, pues, que en cambio de tantas ventajas se lleven parte de nuestro numerario? Porque has de saber, Palmarote, que la riqueza de una nación no consiste en el dinero que ella tenga, sino en los productos que...
-Alto ahí, Dotor! cómo es eso? ¿La riquesa no consiste en el dinero? Cañafístola! Si yo dijera eso ayá en mi tierra, me apedriarían.
-Y sin embargo esa es la verdad, Palmarote, como lo persuaden los economistas.
-El diablo serán esos aconomitas, Dotor! No dormiría yo con eyos ni que me dieran una baca paria.

En esta sazón y coyuntura atravesábamos mi paisano y yo la plazoleta de San Francisco. Aquí tiene U., le dije, la iglesia de San Francisco, y ese edificio que ve U. a su izquierda es lo que fuera un tiempo el convento de frailes franciscanos, destinado hoi a las sesiones de las Asambleas legislativas. Acerquémonos.

-Y diga U., Dotor, ¿a ónde se han ido esos flaires?
-A la eternidad, Palmarote. Después de la extinción de los conventos todos han muerto ya.
-Serían traviesos los tales flaires Dotor, porque yo sé unas historias de sus paternidaes... ¿Y dice U. que aquí biben ahora esas señoras Asambleas?
-Decía yo, Palmarote, que en ese local se hacen nuestras leyes.
-Caramba, Dotor! ¿Y pa una cosa tan pequeña un caserón tan grande? Pues andarán eyas toas regás quini frutas de maraca.
-Continuaremos, si le place, Palmarote, y volviendo esta esquina, ganaremos la calle de Las Leyes Patrias. Mire U. ese paredón, que arrancando desde aquel edificio que ve U. allí recorre toda la manzana! Todo eso es el convento de Reverendas Madres Concepciones.
-Hum, malo, malo! ¿Tan serca de los flaires esas madres? ¿Y no es pecao que las monjas sean madres, Dotor?
-No, Palmarote; es un título que se da a las religiosas, quienes renunciando al mundo y abrazando una religión de las aprobadas, se dice que son esposas de Jesucristo, nuestro Padre, así como a los clérigos se les llama padres, considerados como esposos de la iglesia, nuestra madre.
-¿Y qué dirán esas santas mujeres de nuestras cosas, Dotor? y gordasas que estarán ahí entrese potrero, y cómo chocarán al tranquero por berse a toa sabana!
-Ese edificio que está al frente, Palmarote, es el Seminario Tridentino, el establecimiento más útil y más célebre de nuestro país. Ahí se enseñan las ciencias mas importantes al hombre...
-Hablemos claro, Dotor: aquí se conseña a papelero: aquí es que se apriende a Dotor; pero ya nadie quiere aprender a cura, no, señor ¡Papeles ban y papeles bienen; pero naide dice "dominos bobisco". Cuando saben haser cuatro gasetas, se cren ya unos hombresitos; pero coja U. un Dotor y póngale una soga en la mano, pa que lo bea too regao en la siya. Ni sabe apiársele a un toro, ni arriar una madrina, ni trochar una potranca, ni pasar su siya, ni maldita la cosa. ¡Y esto no es sensia!. No señor: gasetas ban y gasetas bienen: Dotores por ayí; y ni el toro se tumba, ni se jierra el beserro, ni se arrea la madrina, ni se trocha la potranca y se moja la siya. ¡Y too esto no es sensia!
-Qué disparates, Palmarote! ¿Qué sería de la sociedad si todos fuéramos ARREADORES DE MADRINAS, como dice U.? Los cultivadores de las ciencias, como los industriales, como los que ejercen oficios, etc., todos, todos prestan un gran servicio a la sociedad, auxiliándose recíprocamente, y es necesario que todos desempeñen funciones distintas. Sería imposible que...
-Pare, pare, Dotor, que ya beo que U. también es papelero, y dígame: ese jumo blanco que se be ayí arriba del serro ¿qué significa? Porque, jumo no pue ser, porque ¡hombre! ¡Quien ba a estar asando tanta carne ayí a estas horas? Polbo tanpoco, porque ¡candela! ¡qué bestiaa puee estarse barajustando ayá arriba? Yo digo que eso debe ser el puro frío.
-Esos son los vapores que exhala la tierra, Palmarote, que no pudiendo ascender más por su peso, ni descender por ser más ligeros que las capas inferiores del aire, se quedan en esas regiones atmosféricas.
-Apártese, Dotor, que aquí biene uno a cabayo. ¡Gua! el mocho es de la cría padronera: béale el jierro en este ganso! Mire, Dotor: yo tengo un mocho rusio, grande, buen moso, y con unas ancas, que se puee escribir una carta, y tan baquero, que la ilasion es que el toro se mené, cuando ¡sas! ya me yeba a la buelta del cacho; ¡mocho de responsabilidá! ¿No le gustan a U. los mochos, Dotor?
-Oh! Mucho, muchísimo me desvivo por un MOCHO.

Al llegar aquí nuestro diálogo, tiempo había ya que nos encontrábamos parados en la esquina que forman al cortarse las calles de las Leyes Patrias y de las Ciencias.

-Mire U., dije a mi protegido, señalando hacia el Oriente, aquella plaza que ve U. allí, es la de San Jacinto.

Al oír esta palabra Palmarote hizo un movimiento convulsivo, semejante a esos sacudimientos galvánicos, y palideció.

-Caramba! dijo después de un momento de silencio, si yo juera desos jasedores de leyes, la primera lei que sacaba del morde, sera: "que se conpusieran las cárseles y se les añadieran algunas piesas más", porque, Dotor, puee ofreserse pará un rodeo ayí y no hai sabana; bien es que en un barajuste de ganao hai nobiyo biejo que ba a tené al improsulto.

Palmarote calló, su frente se puso un tanto sombría, un profundo suspiro salió de lo íntimo de su corazón y una preñada lágrima rodaba lentamente por la mejilla de aquel rostro tostado por el sol y arrugado por las fatigas de una vida rudamente laboriosa. A pesar mío interrumpí aquella situación interesante e hice seña al paisano de continuar nuestra carrera. De allí á poco nos encontramos al frente del palacio de Gobierno. La entrada estaba sellada de gente. Volvíme hacia Palmarote y le dije:

-Está cumplida mi oferta, amigo mío: está U. en el palacio de Gobierno, y aquí tocará U., como Dios lo ayude, con las personas cuyo favor solicita.
-Y diga U., Dotor, detrás de ese serro no haberá algun yano?
-Sí, Palmarote: detrás de ese cerro está el horizonte. ¡Adiós!
FUENTES

Cuadros de costumbre (2011. Jun, 12). Wikipedia. La Enciclopedia Libre. Disponible: http://es.wikipedia.org/wiki/Cuadro_de_costumbres (Consulta. 8¡08/11).

Castellano y Literatura 2do Semestre. (s.f.). IRFA. Instituto Radiofónico Fe y Alegría. (Documento en línea). Disponible: http://www.irfandes.org.ve/MediaProfesional/moduloMP/segundosemestre/Castellano%20Compaginado.pdf . (Consulta: 28/08/11).
Web del profesor Álvaro Contreras. Universidad de los Andes. Venezuela. (Documento en línea). Disponible: http://webdelprofesor.ula.ve/humanidades/alconber/enlaces/perez/perez.html (Consulta: 23/08/11)