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viernes, 6 de septiembre de 2013

EL CUENTO TRADICIONAL, POPULAR O FOLKLÓRICO



El cuento tradicional es una creación literaria, relativamente breve, de carácter narrativo, y autor anónimo refiere acontecimientos ficticios. Cada vez que se relata un cuento, en forma oral o escrita, se produce una versión, diferente a la anterior. La finalidad del cuento consiste en proporcionar diversión y placer; además, tiene una función didáctica; su origen es desconocido porque se remonta hasta las primeras manifestaciones culturales de los hombres; por ser un relato de transmisión oral, que pasa de generación en generación, su procedencia se pierde en el tiempo.
Una de las características de los cuentos tradicionales es su finalidad didáctica y moralizante, es decir, son relatos pensados para educar a los nobles y al pueblo en general; por ello, los cuentos que llegaron a Europa durante la Edad Media (siglos VII al xv) provenientes de oriente (Mesopotamia, Egipto, India, etc.) y de occidente (antigüedad grecolatina) fueron, en muchos casos, reescritos y transformados para adecuarlos a la sociedad en la que se insertaban. De esta manera, la enseñanza que originalmente era útil en la cultura en la que los relatos se creaban, también resultaba eficiente en el nuevo contexto.
ORÍGENES
Cuándo y dónde se originó el cuento tradicional resulta, en la actualidad, un dato tan desconocido como el mismo objeto de estudio. Para tratar de responder estos interrogantes que enmarcan los orígenes del cuento tradicional, se han dado varias hipótesis; sin embargo, el lugar y el momento de creación de la mayoría de ellos siguen siendo sólo conjeturas.
Entre las teorías acerca de la procedencia del cuento tradicional se destacan tres:
1. La teoría “monogenista” (del griego mono: uno, y gen: especie), propuesta por el escritor y filólogo alemán Wilhelm Grimm (1786-1859), postula que los relatos son herencia de un pasado común indoeuropeo y que provienen de mitos. Otros estudiosos también piensan que los cuentos europeos son originarios de la India;
2. La teoría “poIigenista” (del griego poli: muchos) plantea que los cuentos se originaron en una época primitiva, salvaje, en varias regiones ya que distintos pueblos, en estado cultural semejante, crearon similares narraciones.
3. Una tercera teoría corresponde a Vladimir Propp (1895-1970); quien ubica las fuentes del relato maraviIIoso en la realidad histórica; para este investigador ruso, una determinada política económica condiciona los modelos culturales de una sociedad capaz de crear ciertos tipos de cuentos y no otros; por eso, en ellos pueden verse, precisamente, huellas de formas de la vida social y cultural. En este caso, los cuentos surgirían cuando los ritos (reglas de una ceremonia religiosa) y las costumbres de las sociedades se vuelven superfluas y dejan de tener su sentido original.
En definitiva, llegar a la forma original de las numerosas variantes de los cuentos resulta un hecho imposible pues, en la tradición oral, las derivaciones del texto primitivo no son fieles copias, sino refundiciones. Por otra parte, el carácter del cuento no se agota con las representaciones ficcionales basadas en lo real, sino que también recrea imágenes y situaciones que no se remontan a ninguna realidad inmediata (por ejemplo: la aparición de un caballo alado); en otras palabras, estos relatos también son producto de una mentalidad primitiva, que no conoce las abstracciones y confunde la fantasía con la realidad.
Así el cuento provenga de un mito, de un ritual, de viejas costumbres, de culturas ancestrales o remotas, siempre tuvo un creador "concreto" o "personal" (un mendigo ciego que pedía limosna mientras brindaba su narración, un trovador que creaba sus composiciones en la corte, o un juglar que relataba historias en las plazas, etc.). Este "autor" ofrecía su relato a un auditorio que, al sentirse identificado con la temática abordada, lo adoptaba como propio y lo transmitía a otros; pero, en ese proceso, se producían modificaciones: se hacía hincapié en determinada acción o personaje en particular, se añadían o suprimían episodios, etc. De esta manera, el cuento perdía su condición individual y pasaba a ser patrimonio del pueblo.
Aunque el cuento tradicional haya sido una creación literaria relativamente breve, de carácter narrativo y autor anónimo, que refiere acontecimientos ficticios; también, por pertenecer a la tradición oral, perdura a través de variantes; porque, cada vez que se relata un cuento, en forma oral o escrita, se produce una versión, diferente de la anterior.
UN CONCEPTO AMPLIO
La noción de "literatura tradicional" es bastante amplia e incluye las siguientes variantes:
1. Narraciones heredadas del pasado, ya sea en forma escrita u oral. Así, por ejemplo, esta definición incluiría las obras de tradición escrita como las fábulas del escritor griego Esopo (siglo IV a.C.) o Las mil y una noches, de autor anónimo;
2. Cuentos orales tradicionales de todo el mundo; las formas narrativas tradicionales más conocidas son los cuentos, los mitos y las leyendas;
3. Cuentos maravillosos, como los recogidos por los hermanos Jacob (1785-1863) y Wilhelm Grimm, llamados popularmente "cuentos de hadas".
Entonces, el estudio del cuento folklórico de raíces tradicionales abarca no sólo las narraciones escritas, sino también todas las formas de la narración transmitidas oralmente. Estas creaciones, al ser heredadas por el pueblo y por ser transmitidas de generación en generación, se vuelven tradicionales. Asimismo, un relato no popular, es decir, un cuento con situaciones que no se remontan a ninguna realidad inmediata, también puede ser adoptado por el pueblo como tradicional. En esos casos, algunos estudiosos del cuento tradicional, (como Stith Thompson o Vladimir Propp, los llaman también "folklóricos", e incluyen en ese grupo cuentos maravillosos o mágicos, cuentos de animales, novelescos, adivinanzas, chistes y aun cuentos de fórmula (como el "cuento de la buena pipa").
LAS RUTAS DEL CUENTO TRADICIONAL
Un cuento refleja en sus temas unas características y rasgos propios de la región en la que nace; pero, cuando pasa a ser parte de tradición oral, sufre modificaciones en distintas regiones e, incluso, en lugares muy diferentes al de origen. En este sentido, los cuentos de hadas son característicos de Europa tanto oriental como occidental y también del oeste de Asia; su eje temático gira alrededor de las proezas de un héroe, que recibe, en la mayoría de los casos, ayuda sobrenatural.
Aquellos cuentos en los que predominan paisajes nevados, animales típicos de determinado lugar o situaciones (osos polares a los que se les congela la parte del cuerpo, por ejemplo) no pueden haberse originado en lugares cálidos, sino en zonas frías como el norte de Europa (Finlandia) o Rusia; pero, a través de la transmisión oral, se expanden a toda Europa más tarde, se difunden por África, hasta cruzar el océano y recalar en América del Norte. Otros relatos surgieron en Irlanda, Islandia, Noruega, Egipto, Babilonia, Grecia e India, como ciclos de narraciones sagradas que constituían las mitologías de esos pueblos

CLASIFICACIÓN DE LOS CUENTOS FOLKLÓRICOS
Las variedades principales de cuentos folclóricos son:
Cuentos maravillosos o de magia. Son los llamados fairy tales (cuentos de hadas) en inglés o Märchen en alemán; en estos relatos fantásticos, abundan tanto personajes como objetos fabulosos (hadas, ogros, alfombras voladoras, etc.). Para Stith Thompson, estos cuentos son típicos de las áreas donde la cultura occidental es co-extensiva. Este grupo, posiblemente el más estudiado, es objeto de una abundante controversia científica, debido a las diversas teorías aparecidas en torno a su origen genético.
Cuentos novelescos (Novellenmärchen, en alemán). Transcurren en un mundo real, no fabuloso. Tienen gran riqueza episódica, al igual que los cuentos maravillosos. Categorizados dentro de los cuentos novelescos, aparecen los relatos de adivinanzas, en los cuales se proponen adivinanzas, acertijos, etc., y de cuya solución se desprenderá el premio o el castigo. Para el folklorista sueco Carl Wilhelm von Sydow, el origen de estos cuentos se encuentra en los pueblos semitas.
Cuentos religiosos. En estos cuentos intervienen, con un propósito moralizador, distintos personajes como Dios, la Virgen María, los santos, el diablo, etc. Hay controversia en relación a la pertenencia de este tipo de cuentos a la categoría de cuentos folklóricos, ya que algunos autores los consideran leyendas religiosas, porque, si bien las historias de estos cuentos son ficticias, para ciertos auditorios se trata de historias verdaderas, sobre todo al tratarse de personajes que son sagrados dentro de la propia cultura.
Chistes o historietas (schwänke; jests, anécdotas). Grupo conformado por relatos generalmente cortos y con fines humorísticos, se ramifica en distintos subgrupos (los cuentos de sordos, de sacerdotes, de solteronas, de maridos engañados, etc.). También se producen grandes ciclos narrativos, como es el caso, en la tradición hispanoamericana, del ciclo de Pedro de Urdemales, un pícaro de dilatada tradición peninsular que, a su paso por tierras americanas, se ha extendido por todo el continente, adoptando los más variados nombres.
Cuentos de animales. Emparentados con las fábulas, en este grupo, conformado por relatos que suelen ser breves, los animales se comportan como seres humanos; además interactúan con ellos en las pocas ocasiones en que éstos aparecen. Según Stith Thompson hay varias fuentes principales para estos relatos: las fábulas literarias de la India, las fábulas de Esopo, los cuentos medievales de animales, fundamentalmente el ciclo del zorro, muy presente, por ejemplo, en el folklore argentino, entre otros.

ALGUNAS CARACTERISTICAS DE LOS CUENTOS FOLKLÓRICOS
Las características comunes que se pueden observar en los cuentos folklóricos son las siguientes:
·        Se transmiten de forma oral.
·        Son de carácter universal, se encuentran desde la antigüedad por todo el mundo.
·        Son muy similares en todas partes, en lo que respecta a los aspectos estructurales de importancia.
·        Se narra una sucesión de episodios, cuyo orden no puede cambiarse.
·        Los episodios están subordinados al personaje.
·        Se suele situar la acción en un espacio y tiempo lejanos.
·        Existe en ellos un carácter impersonal, realizado en una forma sencilla de expresión.
·        Todo está envuelto por una visión maravillosa, donde la realidad se somete a una moral popular.
En definitiva, el cuento popular o folklórico puede definirse como: “un tipo de narración en prosa sobre sucesos ficticios de transmisión oral”. En la actualidad, la narración de cuentos a un público infantil o adulto, congregado exclusivamente para oírlo, ha comenzado a caer en desuso; en algunos países, está dejando paso incluso a la narración leída; esto puede ser debido a que jamás los folkloristas se preocuparon tanto de la finalidad del cuento como de su texto, y se dedicaron más a recoger y publicar cuentos que a interesarse por la función social que los impulsaba.

LOS HERMANOS GRIMM

Los Hermanos Grimm es el nombre usado para referirse a los escritores Jacob Grimm (1785-1863) y Wilhelm Grimm (1786-1859); estos dos hermanos alemanes fueron célebres por sus cuentos para niños y también por su Diccionario alemán, las Leyendas alemanas, la Gramática alemana, la Mitología alemana y los Cuentos de la infancia y del hogar; también fueron reconocidos como fundadores de la filología alemana. Ambos nacieron en la localidad alemana de Hanau (en Hesse); a los 20 años de edad, Jacob trabajaba como bibliotecario y Wilhelm como secretario de la biblioteca; incluso, antes de llegar a los 30 años, habían logrado sobresalir gracias a sus publicaciones.
Los hermanos Grimm fueron profesores universitarios en Kassel (1829 y 1839 respectivamente); cuando eran profesores de la Universidad de Gotinga, los despidieron en 1837 por protestar contra el rey Ernesto Augusto I de Hannover; pero, al año siguiente, fueron invitados por Federico Guillermo IV de Prusia a Berlín, donde ejercieron como profesores en la Universidad Humboldt. Hay que destacar que, tras las Revoluciones de 1848, Jacob fue miembro del Parlamento de Fráncfort.
En el aspecto literario, la labor de los hermanos Grimm no se limitó a recopilar historias, sino que se extendió también a la docencia y la investigación lingüística, especialmente de la gramática comparada y la lingüística histórica. Sus estudios de la lengua alemana son piezas importantes del posterior desarrollo del estudio lingüístico (como la Ley de Grimm), aunque sus teorías sobre el origen divino del lenguaje fueron rápidamente desechadas.
Además de sus cuentos de hadas, los Grimm también son conocidos por su obra Deutsches Wörterbuch, un diccionario en 33 tomos con etimologías y ejemplos de uso del léxico alemán, que concluido en 1960. En 1803 los hermanos Grimm conocieron en la Universidad de Marburgo (Hesse) a los románticos Clemens Brentano y Achim von Arnim, quienes despertaron en ellos el interés por los cuentos tradicionales. Jacob y Wilhelm empezaron a recopilar y elaborar los cuentos de la tradición oral en el entorno burgués de Kassel, marcado por el carácter de los hugonotes. Fue justamente de una mujer proveniente de una familia de hugonotes de quien obtuvieron gran parte de las historias recogidas en su libro Kinder- und Hausmärchen (Cuentos para la infancia y el hogar), dos volúmenes publicados en 1812 y 1815. La colección fue ampliada en 1857 y se conoce popularmente como Cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Su extraordinaria difusión ha contribuido decisivamente a divulgar cuentos como Blancanieves, La Cenicienta, Hänsel y Gretel, La Bella Durmiente, La fuente de las hadas, Juan sin miedo y Pulgarcito. Un aspecto controvertido de este éxito es que en muchos lugares su versión escrita ha desplazado casi por completo a las que seguían vivas en la tradición oral local.
Los textos se fueron adornando y, a veces, censurando de edición en edición debido a su extrema dureza; los Grimm se defendían de las críticas argumentando que sus cuentos no estaban dirigidos a los niños; sin embargo, para satisfacer las exigencias del público burgués, tuvieron que cambiar varios detalles de los originales. Por ejemplo, la madre de Hansel y Gretel pasó a ser una madrastra, porque el hecho de abandonar a los niños en el bosque (cuyo significado simbólico no se reconoció) no coincidía con la imagen tradicional de la madre de la época; también hubo que cambiar o, mejor dicho, omitir alusiones sexuales explícitas.
Los autores recogieron algunos cuentos franceses gracias a Dorothea Viehmann y a las familias Hassenflug y Wild (una hija de los Wild se convertiría después en la esposa de Wilhelm). Pero para escribir un libro de cuentos verdaderamente alemán, aquellos cuentos que llegaron de Francia a los países de habla alemana, como El gato con botas o Barba Azul, tuvieron que eliminarse de las ediciones posteriores.
En 1812, los hermanos Grimm editaron el primer tomo de Cuentos para la infancia y el hogar, en el cual publicaban su recopilación de cuentos, al que siguió en 1814 su segundo tomo. Una tercera edición apareció en 1837 y la última edición supervisada por ellos, en 1857. Las primeras colecciones se vendieron modestamente en Alemania, al principio apenas unos cientos de ejemplares al año. Las primeras ediciones no estaban dirigidas a un público infantil; en un principio los hermanos Grimm rehusaron utilizar ilustraciones en sus libros y preferían las notas eruditas a pie de página, que ocupaban casi tanto espacio como los cuentos mismos; en sus inicios, nunca se consideraron escritores para niños sino folkloristas patrióticos. Alemania en la época de los hermanos Grimm había sido invadida por los ejércitos de Napoleón, y el nuevo gobierno pretendía suprimir la cultura local del viejo régimen de feudos y principados de la Alemania de principios del siglo XIX.
Sería a partir de 1825 cuando alcanzarían mayores ventas, al conseguir la publicación de la Kleine Ausgabe (Pequeña Edición) de 50 relatos con ilustraciones fantásticas de su hermano Ludwig; era una edición condensada, destinada para lectores infantiles; luego, entre 1825 y 1858, se publicarían diez ediciones de esta Pequeña Edición.
A mediados del siglo XIX, en algunos sectores de América del Norte la colección de cuentos era condenada por maestros, padres de familia y figuras religiosas debido a su crudo e incivilizado contenido, ya que representaba la cultura medieval con todos sus rígidos prejuicios, crudeza y atrocidades. Los adultos ofendidos se oponían a los castigos impuestos a los villanos; un ejemplo se puede ver en la versión original de Blancanieves, a la malvada madrastra se le obliga a bailar con unas zapatillas de hierro ardiente al rojo vivo hasta caer muerta. Los primeros libros ilustrados fueron hechos por los editores ingleses y, una vez que los hermanos Grimm descubrieron a su nuevo público infantil, se dedicaron a refinar y suavizar sus cuentos.
Los 210 cuentos de la colección de los Grimm forman una antología de cuentos de hadas, fábulas, farsas rústicas y alegorías religiosas y, hasta ahora, la colección ha sido traducida a más de 160 idiomas. Los cuentos y los personajes hoy en día son usados en el teatro, la ópera, las historietas, el cine, la pintura, la publicidad y la moda; los ejemplares manuscritos de Cuentos para la infancia y el hogar, propiedad de la biblioteca de la Universidad de Kassel, fueron incluidos en el Programa “Memoria del Mundo” de la Unesco en 2005. Tras la Segunda Guerra Mundial y hasta 1948, estuvo prohibida la venta de los cuentos de los hermanos Grimm en la zona de ocupación inglesa, ya que los ingleses los consideraban como una prueba de la supuesta maldad de los alemanes durante la guerra. La actual edición (1996 y 2004) de las versiones originales de los hermanos Grimm fue publicada por Hans-Jörg Uther. La primera traducción al español fue hecha directamente del alemán, en 1879, por Don José S. Viedma (1831-1898).

CUENTOS FOLKLÓRICOS - ANTOLOGÍA

Alí Babá y los cuarenta ladrones
Había una vez un señor que se llamaba Alí Babá y que tenía un hermano que se llamaba Kassim. Alí Babá era honesto, trabajador, bueno, leñador y pobre. Kassim era deshonesto, haragán, malo, usurero y rico. Alí Babá tenía una esposa, una hermosa criada que se llamaba Luz de la Noche, varios hijos fuertes y tres mulas. Kassim tenía una
esposa y muy mala memoria, pues nunca se acordaba de visitar a sus parientes, ni siquiera para preguntarles si se encontraban bien o si necesitaban algo. En realidad no los visitaba para que no le salieran pidiendo algo.
Un día en que Alí Babá estaba en el bosque cortando leña oyó un ruido que se acercaba y que se parecía al ruido que hacen cuarenta caballos cuando galopan. Se asustó, pero como era curioso trepó a un árbol. Espiando, vio que eran, efectivamente, cuarenta caballos. Sobre cada caballo venía un ladrón, y cada ladrón tenía una bolsa llena de monedas de oro, vasos de oro, collares de oro y más de mil rubíes, zafiros, ágatas y perlas. Delante de todos iba el jefe de los ladrones.
Los ladrones pasaron debajo de Alí Babá y sofrenaron frente a una gran roca que tenía, más o menos, como una cuadra de alto y que era completamente lisa. Entonces el jefe de los ladrones gritó a la roca: "¡Sésamo: ábrete!". Se oyó un trueno y la roca, como si fuera un sésamo, se abrió por el medio mientras Alí Babá casi se cae del árbol por la emoción. Los ladrones entraron por la abertura de la roca con caballos y todo, y una vez que estuvieron dentro el jefe gritó: "¡Sésamo: ciérrate!". Y la roca se cerró.
"Es indudable -pensó Alí Babá sin bajar del árbol- que esa roca completamente lisa es mágica y que las palabras pronunciadas por el jefe de los ladrones tienen el poder de abrirla. Pero más indudable todavía es que dentro de esa extraña roca tienen esos ladrones su escondite secreto donde guardan todo lo que roban." Y en seguida se oyó otra vez un gran trueno y la roca se abrió. Los ladrones salieron y el jefe gritó: "¡Sésamo: ciérrate!". La roca se cerró y los ladrones se alejaron a todo galope, seguramente para ir a robar en algún lado. Cuando se pedieron de vista, Alí Babá bajó del árbol.
"Yo también entraré en esa roca -pensó-. El asunto será ver si otra persona, pronunciando las palabras mágicas, puede abrirla." Entonces, con todas las fuerzas que tenía, gritó: "¡Sésamo: ábrete!". Y la roca se abrió. Después de tardar lo que se tarda en parpadear, se lanzó por la puerta mágica y entró. Y una vez dentro se encontró con el tesoro más grande del mundo. "¡Sésamo: ciérrate!", dijo después. La roca se cerró con Alí Babá dentro y él, con toda tranquilidad, se ocupó de meter en una bolsa una buena cantidad de monedas de oro y rubíes. No demasiado: lo suficiente como para asegurarse la comida de un año y tres meses. Después dijo: "¡Sésamo: ábrete!". La roca se abrió y Alí Babá salió con la bolsa al hombro. Dijo: "¡Sésamo: ciérrate!" y la roca se cerró y él volvió a su casa, cantando de alegría. Pero cuando su esposa lo vio entrar con la bolsa se puso a llorar.
-¿A quién le robaste eso? -gimió la mujer.
Y siguió llorando. Pero cuando Alí Babá le contó la verdadera historia, la mujer se puso a bailar con él.
-Nadie debe enterarse que tenemos este tesoro -dijo Alí Babá-, porque si alguien se entera querrá saber de dónde lo sacamos, y si le decimos de dónde lo sacamos querrá ir también él a esa roca mágica, y si va puede ser que los ladrones lo descubran, y si lo descubren terminarán por descubrirnos a nosotros. Y si nos descubren a nosotros nos cortarán la cabeza. Enterremos todo esto.
-Antes contemos cuántas monedas y piedras preciosas hay -dijo la mujer de Alí Babá.
-¿Y terminar dentro de diez años? ¡Nunca! -le contestó Alí Babá.
-Entonces pesaré todo esto. Así sabré, al menos aproximadamente, cuánto tenemos y cuánto podremos gastar -dijo la mujer.
Y agregó:
-Pediré prestada una balanza.
Desgraciadamente, la mujer de Alí Babá tuvo la mala idea de ir a la casa de Kassim y pedir prestada la balanza. Kassim no estaba en ese momento, pero sí su esposa.
-¿Y para qué quieres la balanza? -le preguntó la mujer de Kassim a la mujer de Alí Babá.
-Para pesar unos granos -contestó la mujer de Alí Babá.
"¡Qué raro! -pensó la mujer de Kassim-. Éstos no tienen ni para caerse muertos y ahora quieren una balanza para pesar granos. Eso sólo lo hacen los dueños de los grandes graneros o los ricos comerciantes que venden granos."
-¿Y qué clase de granos vas a pesar? - le preguntó la mujer de Kassim después de pensar lo que pensó.
-Pues granos... -le contestó la mujer de Alí Babá.
-Voy a prestarte la balanza -le dijo la mujer de Kassim.
Pero antes de prestársela, y con todo disimulo, la mujer de Kassim untó con grasa la base de la balanza.
"Algunos granos se pegarán en la grasa, y así descubriré qué estuvieron pesando realmente", pensó la mujer de Kassim. Alí Babá y su mujer pesaron todas las monedas y las piedras preciosas. Después devolvieron la balanza. Pero un rubí había quedado pegado a la grasa.
-De manera que éstos son los granos que estuvieron pesando -masculló la mujer de Kassim-. Se lo mostraré a mi marido.
Y cuando Kassim vio el rubí, casi se muere del disgusto.
Y él, que nunca se acordaba de visitar a Alí Babá, fue corriendo a buscarlo. Sin saludar a nadie, entró en la casa de su hermano en el mismo momento en que estaban por enterrar el tesoro.
-¡Sinvergüenzas! -gritó-. Ustedes siempre fueron unos pobres gatos. Díganme de dónde sacaron ese maravilloso tesoro si no quieren que los denuncie a la policía.
Y se puso a patalear de rabia. Alí Babá, resignado, comprendió que lo mejor sería contarle la verdad.
-Mañana mismo iré hasta esa roca y me traeré todo a mi casa -dijo Kassim cuando terminaron de explicarle.
A la mañana siguiente, Kassim estaba frente a la roca dispuesto a pronunciar las palabras mágicas.
Había llevado 12 mulas y 24 bolsas; tanto era lo que pensaba sacar.
-¿Qué era lo que tenía que decir? -se preguntó Kassim-. Ah, sí, ahora recuerdo... Y muy emocionado exclamó: "¡Sésamo: ábrete!".
La roca se abrió y Kassim entró. Después dijo "Sésamo: ciérrate", y la roca se cerró con él dentro.
Una hora estuvo Kassim parado frente a las montañas de moneda de oro y de piedras preciosas.
"Aunque tenga que venir todos los días -pensó-, no dejaré la más mínima cosa de valor que haya aquí. Me lo voy a llevar todo a mi casa." Y se puso a morder las monedas para ver si eran falsas. Después empezó a elegir entre las piedras preciosas. "Aunque me
las llevaré todas, es mejor que empiece por las más grandes, no vaya a ser que por h o por b mañana no pueda venir y me quede sin las mejores." La elección le llevó unas cinco horas. Pero en ningún momento se sintió cansado. "Es el trabajo más hermoso que hice en mi vida. Gracias al tonto de mi hermano, me he convertido en el hombre más rico del mundo." Y cuando cargó las 24 bolsas se dispuso a partir.
-¿Qué era lo que tenía que decir? -se preguntó-. Ah, sí, ahora recuerdo... Y muy emocionado dijo: "Alpiste: ábrete".
Pero la roca ni se movió.
-¡Alpiste: ábrete! -repitió Kassim.
Pero la roca no obedeció.
-Por Dios -dijo Kassim-, olvidé el nombre de la semilla. ¿Por qué no lo habré anotado en un papelito?
Y, desesperado, empezó a pronunciar el nombre de todas las semillas que recordaba: "Cebada: ábrete"; "Maíz: ábrete"; "Garbanzo: ábrete".
Al final, totalmente asustado, ya no sabía qué decir: "Zanahoria: ábrete"; "Coliflor: ábrete"; "Calabaza: ábrete".
Hasta que la roca se abrió. Pero no por Kassim sino por los cuarenta ladrones que regresaban. Y cuando vieron a Kassim, le cortaron la cabeza.
-¿Cómo habrá entrado aquí? -preguntó uno de los ladrones.
-Ya lo averiguaremos -dijo el jefe-. Ahora salgamos a robar otra vez.
Y se fueron a robar, después de dejar bien cerrada la roca.
Pero Alí Babá estaba preocupado porque Kassim no regresaba. Entonces fue a buscarlo a la roca.
Dijo "Sésamo: ábrete", y cuando entró vio a Kassim muerto. Llorando, se lo llevó a su casa para darle sepultura. Pero había un problema: ¿qué diría a los vecinos? Si contaba que Kassim había sido muerto por los ladrones se descubriría el secreto, y eso, ya lo sabemos, no convenía.
-Digamos que murió de muerte natural -dijo Luz de la Noche.
-¿Cómo vamos a decir eso? Nadie se muere sin cabeza -dijo Alí Babá.
-Yo lo resolveré -dijo Luz de la Noche, y fue a buscar a un zapatero.
Camina que camina, llegó a la casa del zapatero.
-Zapatero -le dijo-, voy a vendarte los ojos y te llevaré a mi casa.
Eso nunca -le contestó el zapatero-. Si voy, iré con los ojos bien libres.
No -repuso Luz de la Noche. Y le dio una moneda de oro.
-¿Y para qué quieres vendarme los ojos? -preguntó el zapatero.
-Para que no veas adónde te llevo y no puedas decir a nadie dónde queda mi casa -dijo Luz de la Noche, y le dio otra moneda de oro.
-¿Y qué tengo que hacer en tu casa? -preguntó el zapatero.
-Coser a un muerto -le explicó Luz de la Noche.
-Ah, no -dijo el zapatero-, eso sí que no -y tendió la mano para que Luz de la Noche le diera otra moneda.
-Está bien -dijo el zapatero después de recibir la moneda-, vamos a tu casa.
Y fueron. El zapatero cosió la cabeza del muerto, uniéndola. Y todo lo hizo con los ojos vendados. Finalmente volvió a su casa acompañado por Luz de la Noche y allí se quitó la venda.
-No cuentes a nadie lo que hiciste -le advirtió Luz de la Noche.
Y se fue contenta, porque con su plan ya estaba todo resuelto. De manera que cuando los vecinos fueron informados que Kassim había muerto, nadie sospechó nada. Y eso fue lo que pasó con Kassim, el malo, el haragán, el de mala memoria. Pero resulta que los ladrones volvieron a la roca y vieron que Kassim no estaba. Ninguno de los ladrones era muy inteligente que digamos, pero el jefe dijo:
-Si el muerto no está, quiere decir que alguien se lo llevó.
-Y si alguien se lo llevó, quiere decir que alguien salió de aquí llevándoselo -dijo otro ladrón.
-Pero si alguien salió de aquí llevándoselo, quiere decir que primero entró alguien que después se lo llevó -dijo el jefe de los ladrones.
-¿Pero cómo va a entrar alguien si para entrar tiene que pronunciar las palabras mágicas secretas, que por ser secretas nadie conoce? -dijo otro ladrón.
Después de cavilar hasta el anochecer, el jefe dijo:
-Quiere decir que si alguien salió llevándose a ese muerto, quiere decir que antes de salir entró, porque nadie puede salir de ningún lado si antes no entra. Quiere decir que el que entró pronunció las palabras secretas.
-¿Y eso qué quiere decir? -preguntaron los otros 39 ladrones.
-¡Quiere decir que alguien descubrió el secreto! -contestó el jefe.
-¿Y eso qué quiere decir? -preguntaron los 39.
-¡Que hay que cortarle la cabeza!
-¡Muy bien! ¡Cortémosela ahora mismo!
Y ya salían a cortarle la cabeza cuando el jefe dijo:
-Primero tenemos que saber quién es el que descubrió nuestro secreto. Uno de ustedes debe ir al pueblo y averiguarlo.
-Yo iré -dijo el ladrón número 39. (El número 40 era el jefe).
Cuando el ladrón número 39 llegó al pueblo, pasó frente al taller de un zapatero y entró. Dio la casualidad de que era el zapatero que ya sabemos.
-Zapatero -dijo el ladrón número 39-, estoy buscando a un muerto que se murió hace poco. ¿No lo viste?
-¿Uno sin cabeza? -preguntó el zapatero.
-El mismo -dijo el ladrón número 39.
-No, no lo vi -dijo el zapatero.
-De mí no se ríe ningún zapatero -dijo el ladrón-. Bien sabes de quién hablo.
-Sí que sé, pero juro que no lo vi.
Y el zapatero le contó todo.
-Qué lástima -se lamentó el 39-, yo quería recompensarte con esta linda bolsita. Y le mostró una bolsita llena de moneditas de oro.
-Un momento -dijo el zapatero-, yo no vi nada, pero debes saber que los ciegos tienen muy desarrollados sus otros sentidos. Cuando me vendaron los ojos, súbitamente se me desarrolló el sentido del olfato. Creo que por el olor podría reconocer la casa a la que me llevaron.
Y agregó:
-Véndame los ojos y sígueme. Me guiaré por mi nariz.
Así se hizo. Con su nariz al frente fue el zapatero oliendo todo. Detrás de él iba el ladrón número 39. Hasta que se pararon frente a una casa.
-Es ésta -dijo el zapatero-. La reconozco por el olor de la leña que sale de ella.
-Muy bien -respondió el ladrón número 39-. Haré una marca en la puerta para que pueda guiar a mis compañeros hasta aquí y cumplir nuestra venganza amparados por la oscuridad de la noche.
Y el ladrón hizo una cruz en la puerta. Después ladrón y zapatero se fueron, cada cual por su camino. Pero Luz de la Noche había visto todo. Entonces salió a la calle y marcó la puerta de todas las casas con una cruz igual a la que había hecho el ladrón. Después se fue a dormir muy tranquila.
-Jefe -dijo el ladrón número 39 cuando volvió a la guarida secreta-, con ayuda de un zapatero descubrí la casa del que sabe nuestro secreto y ahora puedo conducirlos hasta ese lugar.
-¿Aun en la oscuridad de la noche? ¿No te equivocarás de casa? -preguntó el jefe.
-No. Porque marqué la puerta con una cruz.
-Vamos -dijeron todos.
Y blandiendo sus alfanjes se lanzaron a todo galope.
-Ésta es la casa -dijo el ladrón número 39 cuando llegaron a la primera puerta del pueblo.
-¿Cuál? -preguntó el jefe.
-La que tiene la cruz en la puerta.
-¡Todas tienen una cruz! ¿Cuántas puertas marcaste?
El ladrón número 39 casi se desmaya. Pero no tuvo tiempo porque el jefe, enfurecido, le cortó la cabeza. Y, sin pérdida de tiempo, ordenó el regreso. No querían levantar sospechas.
-Alguien tiene que volver al pueblo, hablar con ese zapatero y tratar de dar con la casa.
-Iré yo -dijo el ladrón número 38.
Y fue.
Y encontró la casa del zapatero. Y el zapatero se hizo vendar los ojos. Y le señaló la casa. Y el ladrón número 38 hizo una cruz en la puerta. Pero de color rojo y tan chiquita que apenas se veía. Después zapatero y ladrón se fueron, cada cual por su camino. Pero Luz de la Noche vio todo y repitió la estratagema anterior: en todas las puertas de la vecindad marcó una cruz roja, igual a la que había hecho el bandido.
-Jefe, ya encontré la casa y puedo guiarlos ahora mismo -dijo el ladrón número 38 cuando volvió a la roca mágica.
-¿No te confundirás? -dijo el jefe.
-No, porque hice una cruz muy pequeña, que solo yo sé cuál es.
Y los treinta y nueve ladrones salieron a todo galope.
-Esta es la casa -dijo el ladrón número 38 cuando llegaron a la primera puerta del pueblo.
-¿Cuál? -preguntó el jefe.
-La que tiene esa pequeña cruz colorada en la puerta.
-Todas tienen una pequeña cruz colorada en la puerta -dijo el jefe de los bandidos. Y le cortó la cabeza.
Después el jefe dijo:
-Mañana hablaré yo con ese zapatero.
Y ordenó el regreso. Al día siguiente el jefe de los ladrones buscó al zapatero. Y lo encontró. Y el zapatero se hizo vendar los ojos. Y lo guió. Y le mostró la casa. Pero el jefe no hizo ninguna cruz en la puerta ni otra señal. Lo que hizo fue quedarse durante diez minutos mirando bien la casa.
-Ahora soy capaz de reconocerla entre diez mil casas parecidas.
Y fue en busca de sus muchachos.
-Ladrones -les dijo-, para entrar en la casa del que descubrió nuestro secreto y cortarle la cabeza sin ningún problema, me disfrazaré de vendedor de aceite. En cada caballo cargaré dos tinas de aceite sin aceite. Cada uno de ustedes se esconderá en una tina y cuando yo dé la orden ustedes saldrán de la tina y mataremos al que descubrió nuestro secreto y a todos los que salgan a defenderlo.
-Muy bien -dijeron los ladrones.
Los caballos fueron cargados con las tinas y cada ladrón se metió en una de ellas. El jefe se disfrazó de vendedor de aceite y después tapó las tinas.
Esa tarde los 38 ladrones entraron en el pueblo. Todos los que los vieron entrar pensaban que se trataba de un vendedor que traía 37 tinas de aceite.
Llegaron a la casa de Alí Babá y el jefe de los ladrones pidió permiso para pasar.
-¿Quién eres? -preguntó Alí Babá.
-Un pacífico vendedor de aceite -dijo el jefe de los bandidos-. Lo único que te pido es albergue, para mí y para mis caballos.
-Adelante, pacífico vendedor -dijo Alí Babá.
Y les dio albergue. Y también comida, y dulces y licores. Pero el jefe de los ladrones lo único que quería era que llegara la noche para matar a Alí Babá y a toda su familia.
Y la noche llegó.
Pero resulta que hubo que encender las lámparas.
-Nos hemos quedado sin una gota de aceite -dijo Luz de la Noche-, y no puedo encender las lámparas. Por suerte hay en casa un vendedor de aceites; sacaré un poco de esas grandes tinas que él tiene.
Luz de la Noche tomó un pesado cucharón de cobre y fue hasta la primera tina y levantó la tapa. El ladrón que estaba adentro creyó que era su jefe que venía a buscarlo para lanzarse al ataque, y asomó la cabeza.
-¡Qué aceite más raro! -exclamó Luz de la Noche, y le dio con el cucharón en la cabeza.
El ladrón no se levantó más.
Luz de la Noche fue hasta la segunda tina y levantó la tapa, y otro ladrón asomó la cabeza, creyendo que era su jefe.
-Un aceite con turbantes -dijo Luz de la Noche.
Y le dio con el cucharón. El ladrón no se levantó más. Tina por tina recorrió Luz de la Noche, y en todas le pasó lo mismo. A ella y al que estaba adentro. Enojadísima, fue a buscar al vendedor de aceite, y blandiendo el cucharón le dijo:
-Es una vergüenza. No encontré ni una miserable gota de aceite en ninguna de sus tinas. ¿Con qué enciendo ahora mis lámparas?
Y le dio con el cucharón en la cabeza.
El jefe de los ladrones cayó redondo.
-¿Por qué tratas así a mis huéspedes? -preguntó Ali Babá.
Entonces Luz de la Noche quitó el disfraz al jefe de la banda y todo quedó aclarado. Como es de imaginar, los ladrones recibieron su merecido.
Y eso fue lo que pasó con ellos.
En cuanto a Alí Babá, dicen que al día siguiente fue a buscar algunas monedas de oro a la roca, y que cuando llegó no encontró nada: la roca había desaparecido, con tesoro y todo.
Pero ésta es una versión que ha comenzado a circular en estos días, y no se ha podido demostrar.

Blancanieves y los siete enanitos
Había una vez una niña muy bonita, una pequeña princesa que tenía un cutis blanco como la nieve, labios y mejillas rojos como la sangre y cabellos negros como el azabache. Su nombre era Blancanieves.
A medida que crecía la princesa, su belleza aumentaba día tras día hasta que su madrastra, la reina, se puso muy celosa. Llegó un día en que la malvada madrastra no pudo tolerar más su presencia y ordenó a un cazador que la llevara al bosque y la matara. Como ella era tan joven y bella, el cazador se apiadó de la niña y le aconsejó que buscara un escondite en el bosque.
Blancanieves corrió tan lejos como se lo permitieron sus piernas, tropezando con rocas y troncos de árboles que la lastimaban. Por fin, cuando ya caía la noche, encontró una casita y entró para descansar.
Todo en aquella casa era pequeño, pero más lindo y limpio de lo que se pueda imaginar. Cerca de la chimenea estaba puesta una mesita con siete platos muy pequeñitos, siete tacitas de barro y al otro lado de la habitación se alineaban siete camitas muy ordenadas. La princesa, cansada, se echó sobre tres de las camitas, y se quedó profundamente dormida.
Cuando llegó la noche, los dueños de la casita regresaron. Eran siete enanitos, que todos los días salían para trabajar en las minas de oro, muy lejos, en el corazón de las montañas.
-¡Caramba, qué bella niña! -exclamaron sorprendidos-. ¿Y cómo llegó hasta aquí?
Se acercaron para admirarla cuidando de no despertarla. Por la mañana, Blancanieves sintió miedo al despertarse y ver a los siete enanitos que la rodeaban. Ellos la interrogaron tan suavemente que ella se tranquilizó y les contó su triste historia.
-Si quieres cocinar, coser y lavar para nosotros -dijeron los enanitos-, puedes quedarte aquí y te cuidaremos siempre.
Blancanieves aceptó contenta. Vivía muy alegre con los enanitos, preparándoles la comida y cuidando de la casita. Todas las mañanas se paraba en la puerta y los despedía con la mano cuando los enanitos salían para su trabajo.
Pero ellos le advirtieron:
-Cuídate. Tu madrastra puede saber que vives aquí y tratará de hacerte daño.
La madrastra, que de veras era una bruja, y consultaba a su espejo mágico para ver si existía alguien más bella que ella, descubrió que Blancanieves vivía en casa de los siete enanitos. Se puso furiosa y decidió matarla ella misma. Disfrazada de vieja, la malvada reina preparó una manzana con veneno, cruzó las siete montañas y llegó a casa de los enanitos.
Blancanieves, que sentía una gran soledad durante el día, pensó que aquella viejita no podía ser peligrosa. La invitó a entrar y aceptó agradecida la manzana, al parecer deliciosa, que la bruja le ofreció. Pero, con el primer mordisco que dio a la fruta, Blancanieves cayó como muerta.
Aquella noche, cuando los siete enanitos llegaron a la casita, encontraron a Blancanieves en el suelo. No respiraba ni se movía. Los enanitos lloraron amargamente porque la querían con delirio. Por tres días velaron su cuerpo, que seguía conservando su belleza -cutis blanco como la nieve, mejillas y labios rojos como la sangre, y cabellos negros como el azabache.
-No podemos poner su cuerpo bajo tierra -dijeron los enanitos. Hicieron un ataúd de cristal, y colocándola allí, la llevaron a la cima de una montaña. Todos los días los enanitos iban a velarla.
Un día el príncipe, que paseaba en su gran caballo blanco, vio a la bella niña en su caja de cristal y pudo escuchar la historia de labios de los enanitos. Se enamoró de Blancanieves y logró que los enanitos le permitieran llevar el cuerpo al palacio donde prometió adorarla siempre. Pero cuando movió la caja de cristal tropezó y el pedazo de manzana que había comido Blancanieves se desprendió de su garganta. Ella despertó de su largo sueño y se sentó. Hubo gran regocijo, y los enanitos bailaron alegres mientras Blancanieves aceptaba ir al palacio y casarse con el príncipe.

Caperucita Roja
Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo. Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pajaritos, las ardillas...
De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
-¿A dónde vas, niña? -le preguntó el lobo con su voz ronca.
-A casa de mi Abuelita -le dijo Caperucita.
"No está lejos", pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: "El lobo se ha ido, pensó, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles".
Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo. El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
-Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
-Son para verte mejor -dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
-Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
-Son para oírte mejor -siguió diciendo el lobo.
-Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
-Son para... ¡comerte mejoooor! -y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas! Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.

La Cenicienta
Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa, y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.
Un día el rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.
-Tú, Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.
Llegó el día del baile y Cenicienta, apesadumbrada, vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.
-¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó.
De pronto se le apareció su Hada Madrina.
-No te preocupes -exclamó el Hada-. Tú también podrás ir al baile, pero con una condición: que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta.
Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.
La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Príncipe quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.
En medio de tanta felicidad, Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.
-¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó.
Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata, perdiendo en su huida un zapato, que el Príncipe recogió asombrado.
Para encontrar a la bella joven, el Príncipe ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el zapatito.
Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le quedaba perfecto.
Y así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.

Los tres cerditos
En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndolos para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.
El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.
El mayor trabajaba pacientemente en su casa de ladrillo.
-Ya verán lo que hace el lobo con sus casas -riñó a sus hermanos mientras éstos se divertían en grande.
El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.
El lobo persiguió al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí.
Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.
Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo sopló y sopló, pero no pudo derribar la fuerte casa de ladrillos. Entonces se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima
trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.
Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.

Pulgarcito
Había una vez un pobre campesino. Una noche se encontraba sentado, atizando el fuego, y su esposa hilaba sentada junto a él, a la vez que lamentaban el hallarse en un hogar sin niños.
-¡Qué triste es que no tengamos hijos! -dijo él-. En esta casa siempre hay silencio, mientras que en los demás hogares todo es alegría y bullicio de criaturas.
-¡Es verdad! -contestó la mujer suspirando-. Si por lo menos tuviéramos uno, aunque fuera muy pequeño y no mayor que el pulgar, seríamos felices y lo amaríamos con todo el corazón.
Y ocurrió que el deseo se cumplió.
Resultó que al poco tiempo la mujer se sintió enferma y, después de siete meses, trajo al mundo un niño bien proporcionado en todo, pero no más grande que un dedo pulgar.
-Es tal como lo habíamos deseado -dijo-. Va a ser nuestro querido hijo, nuestro pequeño.
Y debido a su tamaño lo llamaron Pulgarcito. No le escatimaban la comida, pero el niño no crecía y se quedó tal como era cuando nació. Sin embargo, tenía ojos muy vivos y pronto dio muestras de ser muy inteligente, logrando todo lo que se proponía.
Un día, el campesino se aprestaba a ir al bosque a cortar leña.
-Ojalá tuviera a alguien para conducir la carreta -dijo en voz baja.
-¡Oh, padre! -exclamó Pulgarcito- ¡yo me haré cargo! ¡Cuenta conmigo! La carreta llegará a tiempo al bosque.
El hombre se echó a reír y dijo:
-¿Cómo podría ser eso? Eres muy pequeño para conducir el caballo con las riendas.
-¡Eso no importa, padre! Tan pronto como mi madre lo enganche, yo me pondré en la oreja del caballo y le gritaré por dónde debe ir.
-¡Está bien! -contestó el padre, probaremos una vez.
Cuando llegó la hora, la madre enganchó la carreta y colocó a Pulgarcito en la oreja del caballo, donde el pequeño se puso a gritarle por dónde debía ir, tan pronto con "¡Hejj!", como un "¡Arre!". Todo fue tan bien como con un conductor y la carreta fue derecho hasta el bosque.
Sucedió que, justo en el momento que rodeaba un matorral y que el pequeño iba gritando "¡Arre! ¡Arre!", dos extraños pasaban por ahí.
-¡Cómo es eso! -dijo uno- ¿Qué es lo que pasa? La carreta rueda, alguien conduce el caballo y sin embargo no se ve a nadie.
-Todo es muy extraño -asintió el otro-. Seguiremos la carreta para ver en dónde se para.
La carreta se internó en pleno bosque y llegó justo al sitio sonde estaba la leña cortada. Cuando Pulgarcito divisó a su padre, le gritó:
-Ya ves, padre, ya llegué con la carreta. Ahora, bájame del caballo.
El padre tomó las riendas con la mano izquierda y con la derecha sacó a su hijo de la oreja del caballo, quien feliz se sentó sobre una brizna de hierba. Cuando los dos extraños divisaron a Pulgarcito quedaron tan sorprendidos que no supieron qué decir. Uno y otro se escondieron y se dijeron entre ellos:
-Oye, ese pequeño valiente bien podría hacer nuestra fortuna si lo exhibimos en la ciudad a cambio de dinero. Debemos comprarlo.
Se dirigieron al campesino y le dijeron:
-Véndenos ese hombrecito; estará muy bien con nosotros.
-No -respondió el padre- es mi hijo querido y no lo vendería por todo el oro del mundo.
Pero al oír esta propuesta, Pulgarcito se trepó por los pliegues de las ropas de su padre, se colocó sobre su hombro y le dijo al oído:
-Padre, véndeme; sabré cómo regresar a casa.
Entonces, el padre lo entregó a los dos hombres a cambio de una buena cantidad de dinero.
-¿En dónde quieres sentarte? -le preguntaron.
-¡Ah!, pónganme sobre el ala de su sombrero; ahí podré pasearme a lo largo y a lo ancho, disfrutando del paisaje y no me caeré.
Cumplieron su deseo, y cuando Pulgarcito se hubo despedido de su padre se pusieron todos en camino. Viajaron hasta que anocheció y Pulgarcito dijo entonces:
-Bájenme al suelo, tengo necesidad.
-No, quédate ahí arriba -le contestó el que lo llevaba en su cabeza-. No me importa. Las aves también me dejan caer a menudo algo encima.
-No -respondió Pulgarcito-, sé lo que les conviene. Bájenme rápido.
El hombre tomó de su sombrero a Pulgarcito y lo posó en un campo al borde del camino. Por un momento dio saltitos entre los terrones de tierra y, de repente, enfiló hacia un agujero de ratón que había localizado.
-¡Buenas noches, señores, sigan sin mí! -les gritó en tono burlón.
Acudieron prontamente y rebuscaron con sus bastones en la madriguera del ratón, pero su esfuerzo fue inútil. Pulgarcito se introducía cada vez más profundo y como la oscuridad no tardó en hacerse total, se vieron obligados a regresar, burlados y con la bolsa vacía. Cuando Pulgarcito se dio cuenta de que se habían marchado, salió de su escondite.
"Es peligroso atravesar estos campos de noche, cuando más peligros acechan", pensó, "se puede uno fácilmente caer o lastimar".
Felizmente, encontró una concha vacía de caracol.
-¡Gracias a Dios! -exclamó-, ahí dentro podré pasar la noche con tranquilidad; -y ahí se introdujo. Un momento después, cuando estaba a punto de dormirse, oyó pasar a dos hombres, uno de ellos decía:
-¿Cómo haremos para robarle al cura adinerado todo su oro y su dinero?
-¡Yo bien podría decírtelo! -se puso a gritar Pulgarcito.
-¿Qué es esto? -dijo uno de los espantados ladrones, he oído hablar a alguien.
Pararon para escuchar y Pulgarcito insistió:
-Llévenme con ustedes, yo los ayudaré.
-¿En dónde estás?
-Busquen aquí, en el piso; fíjense de dónde viene la voz -contestó.
Por fin los ladrones lo encontraron y lo alzaron.
-A ver, pequeño valiente, ¿cómo pretendes ayudarnos?
-¡Eh!, yo me deslizaré entre los barrotes de la ventana de la habitación del cura y les iré pasando todo cuanto quieran.
-¡Está bien! Veremos qué sabes hacer.
Cuando llegaron a la casa, Pulgarcito se deslizó en la habitación y se puso a gritar con todas sus fuerzas.
-¿Quieren todo lo que hay aquí?
Los ladrones se estremecieron y le dijeron:
-Baja la voz para no despertar a nadie.
Pero Pulgarcito hizo como si no entendiera y continuó gritando:
-¿Qué quieren? ¿Les hace falta todo lo que hay aquí?
La cocinera, quien dormía en la habitación de al lado, oyó estos gritos, se irguió en su cama y escuchó, pero los ladrones asustados se habían alejado un poco. Por fin recobraron el valor diciéndose:
-Ese hombrecito quiere burlarse de nosotros.
Regresaron y le cuchichearon:
-Vamos, nada de bromas y pásanos alguna cosa.
Entonces, Pulgarcito se puso a gritar con todas sus fuerzas:
-Sí, quiero darles todo: introduzcan sus manos.
            La cocinera, que ahora sí oyó perfectamente, saltó de su cama y se acercó ruidosamente a la puerta. Los ladrones, atemorizados, huyeron como si llevasen el diablo tras de sí, y la criada, que no distinguía nada, fue a encender una vela. Cuando volvió, Pulgarcito, sin ser descubierto, se había escondido en el granero. La sirvienta, después de haber inspeccionado en todos los rincones y no encontrar nada, acabó por volver a su cama y supuso que había soñado con ojos y orejas abiertos. Pulgarcito había trepado por la paja y en ella encontró un buen lugarcito para dormir. Quería descansar ahí hasta que amaneciera y después volver con sus padres, pero aún le faltaba ver otras cosas, antes de poder estar feliz en su hogar.
Como de costumbre, la criada se levantó al despuntar el día para darles de comer a los animales. Fue primero al granero, y de ahí tomó una brazada de paja, justamente de la pila en donde Pulgarcito estaba dormido. Dormía tan profundamente que no se dio cuenta de nada y no despertó hasta que estuvo en la boca de la vaca que había tragado la paja.
-¡Dios mío! -exclamó-. ¿Cómo pude caer en este molino triturador?
Pronto comprendió en dónde se encontraba. Tuvo buen cuidado de no aventurarse entre los dientes, que lo hubieran aplastado; mas no pudo evitar resbalar hasta el estómago.
-He aquí una pequeña habitación a la que se omitió ponerle ventanas -se dijo-. Y no entra el sol y tampoco es fácil procurarse una luz.
Esta morada no le gustaba nada, y lo peor era que continuamente entraba más paja por la puerta y que el espacio iba reduciéndose más y más. Entonces, angustiado, decidió gritar con todas sus fuerzas:
-¡Ya no me envíen más paja! ¡Ya no me envíen más paja!
La criada estaba ordeñando a la vaca y cuando oyó hablar sin ver a nadie, reconoció que era la misma voz que había escuchado por la noche, y se sobresaltó tanto que resbaló de su taburete y derramó toda la leche.
Corrió a toda prisa donde se encontraba el amo y él gritó:
-¡Ay, Dios mío! ¡Señor cura, la vaca ha hablado!
-¡Está loca! -respondió el cura, quien se dirigió al establo a ver de qué se trataba.
Apenas cruzó el umbral cuando Pulgarcito se puso a gritar de nuevo:
-¡Ya no me envíen más paja! ¡Ya no me envíen más paja!
Ante esto, el mismo cura tuvo miedo, suponiendo que era obra del diablo, y ordenó que se matara a la vaca. Entonces se sacrificó a la vaca; solamente el estómago, donde estaba encerrado Pulgarcito, fue arrojado al estercolero. Pulgarcito intentó por todos los medios salir de ahí, pero en el instante en que empezaba a sacar la cabeza, le aconteció una nueva desgracia.
Un lobo hambriento, que acertó a pasar por ahí, se tragó el estómago de un solo bocado. Pulgarcito no perdió ánimo. "Quizá encuentre un medio de ponerme de acuerdo con el lobo", pensaba. Y, desde el fondo de su panza, su puso a gritarle:
-¡Querido lobo, yo sé de un festín que te vendría mucho mejor!
-¿Dónde hay que ir a buscarlo? -contestó el lobo.
-En tal y tal casa. No tienes más que entrar por la trampilla de la cocina y ahí encontrarás pastel, tocino, salchichas, tanto como tú desees comer.
Y le describió minuciosamente la casa de sus padres.
El lobo no necesitó que se lo dijeran dos veces. Por la noche entró por la trampilla de la cocina y, en la despensa, disfrutó todo con enorme placer. Cuando estuvo harto, quiso salir, pero había engordado tanto que ya no podía usar el mismo camino. Pulgarcito, que ya contaba con que eso pasaría, comenzó a hacer un enorme escándalo dentro del vientre del lobo.
-¡Te quieres estar quieto! -le dijo el lobo-. Vas a despertar a todo el mundo.
-¡Tanto peor para ti! -contestó el pequeño-. ¿No has disfrutado ya? Yo también quiero divertirme.
Y se puso de nuevo a gritar con todas sus fuerzas. A fuerza de gritar, despertó a su padre y a su madre, quienes corrieron hacia la habitación y miraron por las rendijas de la puerta. Cuando vieron al lobo, el hombre corrió a buscar el hacha y la mujer la hoz.
-Quédate detrás de mí -dijo el hombre cuando entraron en el cuarto-. Cuando le haya dado un golpe, si acaso no ha muerto, le pegarás con la hoz y le desgarrarás el cuerpo.
Cuando Pulgarcito oyó la voz de su padre, gritó:
-¡Querido padre, estoy aquí; aquí, en la barriga del lobo!
-¡Al fin! -dijo el padre-.¡Ya ha aparecido nuestro querido hijo!
Le indicó a su mujer que soltara la hoz, por temor a lastimar a Pulgarcito. Entonces, se adelantó y le dio al lobo un golpe tan violento en la cabeza que éste cayó muerto. Después fueron a buscar un cuchillo y unas tijeras, le abrieron el vientre y sacaron al pequeño.
-¡Qué suerte! -dijo el padre-. ¡Qué preocupados estábamos por ti!
-¡Sí, padre, he vivido mil desventuras. ¡Por fin puedo respirar el aire libre!
-Pues, ¿dónde te metiste?
-¡Ay, padre!, he estado en la madriguera de un ratón, en el vientre de una vaca y dentro de la panza de un lobo. Ahora me quedaré al lado de ustedes.
-Y nosotros no te volveríamos a vender, aunque nos diesen todos los tesoros del mundo.
Abrazaron y besaron con mucha ternura a su querido Pulgarcito, le sirvieron de comer y de beber, y lo bañaron y le pusieron ropas nuevas, pues las que llevaba mostraban los rastros de las peripecias de su accidentado viaje.

Ricitos de Oro
Una tarde se fue Ricitos de Oro al bosque y se puso a recoger flores. Cerca de allí había una cabaña muy linda, y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa, se acercó paso a paso hasta la puerta de la casita. Y empujó.
La puerta estaba abierta. Y vio una mesa.
Encima de la mesa había tres tazones con leche y miel. Uno, grande; otro, mediano; y otro, pequeñito. Ricitos de Oro tenía hambre y probó la leche del tazón mayor. ¡Uf! ¡Está muy caliente!
Luego probó del tazón mediano. ¡Uf! ¡Está muy caliente! Después probó del tazón pequeñito y le supo tan rica que se la tomó toda, toda.
Había también en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era mediana y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande, pero ésta era muy alta. Luego fue a sentarse en la silla mediana, pero era muy ancha. Entonces se sentó en la silla pequeña, pero se dejó caer con tanta fuerza que la rompió.
Entró en un cuarto que tenía tres camas. Una era grande; otra era mediana; y otra, pequeñita.
La niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy dura. Luego se acostó en la cama mediana, pero también le pereció dura.
Después se acostó en la cama pequeña. Y ésta la encontró tan de su gusto, que Ricitos de Oro se quedó dormida.
Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños de la casita, que era una familia de Osos, y venían de dar su diario paseo por el bosque mientras se enfriaba la leche.
Uno de los Osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro era mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro era un Osito pequeño y usaba gorrito: un gorrito pequeñín. El Oso grande gritó muy fuerte:
-¡Alguien ha probado mi leche!
El Oso mediano gruñó un poco menos fuerte:
-¡Alguien ha probado mi leche!
El Osito pequeño dijo llorando y con voz suave:
-¡Se han tomado toda mi leche!
Los tres Osos se miraron unos a otros y no sabían qué pensar. Pero el Osito pequeño lloraba tanto que su papá quiso distraerle. Para conseguirlo, le dijo que no hiciera caso, porque ahora iban a sentarse en las tres sillitas de color azul que tenían, una para cada uno.
Se levantaron de la mesa y fueron a la salita donde estaban las sillas.
¿Qué ocurrió entonces?
El Oso grande grito muy fuerte:
-¡Alguien ha tocado mi silla!
El Oso mediano gruñó un poco menos fuerte:
-¡Alguien ha tocado mi silla!
El Osito pequeño dijo llorando con voz suave:
-¡Se han sentado en mi silla y la han roto!
Siguieron buscando por la casa y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo:
-¡Alguien se ha acostado en mi cama!
El Oso mediano dijo:
-¡Alguien se ha acostado en mi cama!
Al mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño dijo:
-¡Alguien está durmiendo en mi cama!
Se despertó entonces la niña, y al ver a los tres Osos tan enfadados, se asustó tanto que dio un brinco y salió de la cama.
Como estaba abierta una ventana de la casita, saltó por ella Ricitos de Oro, y corrió sin parar por el bosque hasta que encontró el camino de su casa.

FUENTE
Cuento flolkórico. (2013. Julio, 30). Wikipedia. La Enciclopedia Libre. (En línea). Disponible: http://es.wikipedia.org/wiki/Cuento_folkl%C3%B3rico (Consulta: 18/08/13).
Cuentos folclóricos. Textos electrónicos completos. (s.f.) Ciudad Seva. Hogar electrónico del escritor Luis López Nieves. (En línea). Disponible: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/folclor/folclor.htm (Consulta: 18/08/13).
El cuento tradicional, popular o folklórico: origen, teoría y características. (2008. Julio, 1). No tan resumido. Tu resumen no tan resumido. (En línea). Disponible: http://elblogdemara5.blogspot.com/2008/06/el-cuento-tradicional-popular-o.html (Consulta: 18/08/13).

Hermanos Grimm (2013. Agosto, 10). Wikipedia. La Enciclopedia Libre. (En línea). Disponible: http://es.wikipedia.org/wiki/Hermanos_Grimm (Consulta: 18/08/13).